Authors: Alvaro Ganuza
-No lo sabía. Lo trajo un hombre.
-¿Qué hombre?
-Un tal Román.
-¿Sorel? ¿Román Sorel?- pregunto.
-No te lo puedo asegurar. Tendría que mirar el contrato de alquiler.
-¿Viene a sacarlo?
-Solo estuvo una vez.
-¿Quién más se ocupa de él?
-Nuestros empleados.
-¿Estás seguro de que no ha venido Victoria?
-Seguro. La habría visto y habría intentado algo más. Detengo las caricias a Júpiter y le miro de soslayo.
-Estoy seguro que si te digo que me llames cuando la veas, no lo harás.- murmuro controlando la rabia.
-¿Dónde estabas tú cuando le pegaron un tiro y casi la matan?
Le lanzo una mirada furiosa.
-¿Por qué la buscas?- se interesa.
-A ti no te importa.
Acaricio una vez más el morro de Júpiter y me voy, dejando a Adrián allí.
-¡Si ella quisiera, ya os habríais visto!- grita mientras salgo del establo.
Me jode reconocerlo, pero en eso lleva razón.
Monto en mi coche y voy a comer algo para pensar en mi siguiente paso.
Tercera intentona de encontrarla, fallida. ¡Mierda!
Me subo la cremallera de la cazadora, bajo del coche y me apoyo en el morro a esperar. A los pocos minutos suena el timbre y segundos después, la chavalería empieza a salir eufórica del colegio y abalanzarse sobre los brazos abiertos de sus madres que han venido a recogerlos.
Me yergo y me levanto del coche cuando la veo salir por la puerta. Se coloca una bufanda alrededor del cuello y cuando mira delante suya, sonríe. Camina a paso ligero y se lanza a abrazar y besar a un chico. Es Héctor, su novio, el chico que la ayudó con la picadura de medusa el verano pasado y que desde entonces, por lo visto, están juntos.
Agarrada a su brazo, salen del recinto educativo donde ejerce de maestra.
-Macarena.- la llamo cuando pasan delante mía.
Ella gira la cara hacia mí y su expresión lo dice todo. No se alegra nada de verme. Héctor por el contrario, parece que sí y se acerca tirando de ella.
-Cuánto tiempo sin verte, tío. ¿Cómo estás?- pregunta él mientras nos estrechamos la mano.
-Bien, ¿y tú?
-¿Qué haces aquí?- espeta ella dejándose de cortesías.
La miro y veo en sus ojos castaños lo poco agradable que le resulta mi presencia.
-Ha vuelto.- murmuro sin más.
Maca arquea las cejas sorprendida. Sabe a quién me refiero.
-¿Cómo lo sabes? ¿La has visto?
-Sí, de lejos.
La amiga de Victoria exhala y se retira una lágrima del rostro.
-Necesito encontrarla, Macarena.- le digo.- ¿No se ha puesto en contacto contigo?
-No.- niega.
-Avísame si lo hace.
Saco una tarjeta de la cartera, se la tiendo, pero ella no la coge.
-Maca, por favor.- insisto.
-¡¿Y a quién aviso?!- alza la voz, rabiosa.- ¿A Tomás... o al policía que engañó y traicionó a mi amiga y casi hace que la maten?
-Eso ha sido un golpe bajo.- murmuro dolido.- Sabes porqué lo hice y que mis sentimientos por ella fueron y son reales. Necesito encontrarla.
Maca resopla, me quita la tarjeta de la mano y se marcha con su novio.
Vuelvo a sentarme en el morro del coche y me llevo las manos a la cabeza, frustrado.
Cuarto intento, fallido. Ya no sé por donde seguir.
-Gabriel.
Levanto la vista y veo a Maca a mi lado.
-Si yo fuera ella y hubiese vuelto después de seis meses, lo primero que haría es visitar la tumba del padre del cual no pude despedirme ni asistir a su funeral.
¡El cementerio!
Le doy un beso fugaz en la mejilla y subo al coche para ir a toda pastilla al cementerio. ¿Cómo no se me había ocurrido? ¡Victoria adoraba a su padre!
Freno a fondo, llegando incluso a derrapar un poco de rueda, echo el freno de mano, paro el motor y me bajo a toda prisa. Corro hasta la gran puerta de hierro, que por suerte sigue abierta, y entro.
-Disculpe, señor.- me detiene un hombre que sale de un cuarto.- Estamos a punto de cerrar.
-Solo será un momento, soy inspector de policía.
Le enseño la placa y el hombre me deja paso.
-¿Sabe qué? Me iré antes si me ayuda. Necesito encontrar una lápida y esto es enorme.
-Acompáñeme.
Sigo al hombre hasta el interior del cuarto de donde salió y se sienta frente a un ordenador.
-Dígame el nombre del difunto.
-Pomeró, Bruno Pomeró.
El hombre teclea, cliquea y señala la pantalla.
-Sector ocho. Es una tumba, pase la zona de nichos, al fondo.
-Gracias.
Salgo del cuarto y camino veloz hacia las filas de nichos. Entro por uno de los pasillos y lo atravieso entero, cruzando entre la gente que ha venido a presentar sus respetos por sus seres queridos que ya no están.
Llego a la zona de tumbas y miro las lápidas. Don, Doña, Don, Doña... Procuro prestar más atención a las que tienen flores recién puestas. Don, Doña, Don... Me detengo ante una de mármol negro y leo las letras doradas.
-Ésta. Doña Victoria Aguado, devota madre, esposa e hija, 1970-1990. Don Bruno Pomeró, devoto padre y esposo, 1969-2013.
Me inclino y toco el ramo de rosas rojas.
-Victoria.- susurro.
Me incorporo y miro a mi alrededor. Doy vueltas sobre mí mismo, observando todo, y a lo lejos diviso a una chica vestida de negro, con una coleta alta y gafas de sol, que se marcha. ¡Es ella!
Salgo corriendo en esa dirección, pero me lleva demasiada ventaja y decido atajar por una fila de nichos. Llego a la entrada, doy un giro sobre mis talones en su busca, pero no la veo. Salgo fuera del cementerio y sigo sin localizarla. Se ha esfumado.
-¡Mierda!- gruño.
Desbloqueo el coche, subo, resoplo y golpeo el volante un par de veces.
-¡Joder!
-¿Me buscabas?
CAPÍTULO 3
Me giro y la encuentro detrás del asiento de copiloto, con las piernas cruzadas y el bolso en su regazo.
-Victoria.- susurro emocionado.
Mi corazón empieza a latir como un tambor. No me puedo creer que la tenga enfrente, a escasos centímetros, y tan radiante como siempre. Luce unos pantalones ajustados negros, cazadora de cuero y botas a juego, y gafas de sol. Su rostro está bronceado y poco maquillado como a mí me gusta, y su pelo moreno brilla incluso dentro del coche.
-Las manos al volante.- dice seria.- No me gustaría agujerear mi nuevo Channel.
Bajo la vista y veo que tiene una mano dentro del bolso. Puede que lleve un arma, pero estoy seguro de que no me dispararía.
-Sí.- respondo.- Te he estado buscando loco de desesperación. ¿Dónde has estado todo este tiempo?
-Fuera.
-Cuando te vi ayer... no me lo podía creer.
Me muevo un poco para quedar de lado y coloco el brazo entre los asientos delanteros.
-¡Las manos quietas!- gruñe y menea el bolso.
-Ya me disparaste ayer y no creas que una bala va a impedir que haga lo que más deseo en este mundo.
-¿Y que deseas?- pregunta chulesca.
-A ti. Estar contigo.
-Déjate de tretas, inspector.
Me quedo perplejo. No sé si porque piense que la intento engañar otra vez o por el hecho de que conozca mi cargo.
-¿Sabes que soy inspector?
-Sé muchas cosas.
-¿Me has estado controlando?- pregunto y sonrío.- Me gusta, eso significa que has pensado en mí tanto como yo en ti.
Su rostro sigue petrificado.
-¿Puedes quitarte las gafas de sol?- le pido.- Me gustaría verte los ojos.
-Estoy aquí para decirte que dejes de rondarme. Si quieres verme otra vez, será mejor que lleves encima una orden de arresto, inspector.
Separa las piernas y lleva la mano al picaporte.
-¡Espera!
Estiro el brazo y agarro su pierna.
-Espera, por favor.- susurro dolido.
Inspiro y exhalo tembloroso mientras deslizo la mano por su firme pierna, y el miedo corre por mi sangre. Miedo de volver a perderla, de no verla más.
-Te he echado tanto de menos, Victoria.- murmuro mirándola.- Lamento muchísimo lo de tu padre, yo no quería que le pasara nada, debes creerme. Lo mató uno de sus hombres, uno de esos tipos que tú tanto odiabas.
Victoria observa mi mano sobre su muslo y coloca la suya encima. Eso hace que se me erice la piel y mi corazón se desboque todavía más. Como he añorado su tacto.
-Sé que no fuisteis vosotros.- susurra entristecida.- Sé que fue uno de sus hombres y sé que alguien se lo ordenó.
-¿Qué intentas hacer, Victoria?- me preocupo.
-No es de tu incumbencia.
-No hagas ninguna tontería, por favor, siempre has odiado ese mundo. Quédate conmigo.
Su mano sigue acariciando la mía conforme la deslizo sobre su pierna. Así pasamos varios segundos, hasta que me la quita de golpe, cortando todo contacto.
-Esta vez no me vas a engañar con tus juegos sucios. Si tienes que solucionar algún caso, no te hagas pasar por quién no eres, inspector. Vuelve con tu novia, la agente Acosta. Muy mona, por cierto.
Abre la puerta y baja del coche. Yo también lo hago.
-Victoria.- corro hasta ella.
La agarro del brazo y la acerco a mí. La rodeo entre mis brazos y pego mi frente a la suya.
-Ni ha sido, ni es, ni será mi novia. Yo te quiero a ti, ¡solo a ti!- enfatizo a la vez que la abrazo con fuerza.
Levanto su rostro y le doy un necesitado beso en los labios, lleno de sentimiento, ansia, emoción y amor. Ella me responde durante un breve tiempo, pero después me aparta, cuando un coche derrapa a un par de metros de nosotros.
-Adiós, inspector.- murmura ella.
Corre hacia el Mercedes que vi en Madrid y la sigo. No pienso dejar que se marche y desaparezca de nuevo.
-Victoria, espera. No te vayas.
De la puerta trasera baja un escolta asiático que va hacia ella.
-Sin marcas, Ling.- le ordena.
Él asiente y se interpone en mi camino mientras Victoria desaparece en el interior del Mercedes.
-Soy policía, será mejor que te apartes.
No lo hace y sonríe. Intento rodearlo para llegar al coche, pero me empuja hacia atrás. Lanzo un puñetazo que Ling esquiva y me da un rodillazo en el estómago. Me tira al suelo y después me patea. ¡Oh!
-
No se aselque a ella.
- dice con acento asiático.
Después sube al coche y salen a toda pastilla hacia algún lugar desconocido.
Me levanto del suelo dolorido, justo a tiempo de ver al todoterreno desaparecer en la lejanía.
Llego a casa cerca de la medianoche, agotado, desquiciado y deprimido. Cierro la puerta, dejo las llaves sobre la consola de madera que hay al lado, y resoplando, me dirijo al salón.
Una de las lámparas se enciende de imprevisto y al ver tres personas en mi casa, me llevo la mano a las lumbares para coger el arma. No me da tiempo, los dos que se encuentran de pie ya me están apuntado con las suyas.
-No haga ninguna estupidez, inspector Sánchez. Centro la mirada en el que está sentado en mi sillón, flanqueado por los dos gorilas. Es Román Sorel, el camaleón.
-¡¿Qué hacéis en mi casa?!- gruño cabreado. Sorel cruza las piernas, se alisa el pantalón de su traje gris y sonríe.
-He venido a... aconsejarte, que dejes en paz a Víctoria.- comenta, dejando implícito el tono de amenaza.- Sé que la has estado buscando y sé que os habéis visto.
Suspira y se frota ambas manos.
-¡Mi niña rebelde!- murmura pensativo.- Por lo visto tendré que dejarle las cosas más claras.
Aprieto la mandíbula y miro a sus secuaces. No creo que tuviera tiempo de sacar el arma antes de que me dispararan y dejasen como un colador.
-Así que ahora tú quieres ser “el monarca de la costa blanca”.- murmuro.- No eres tan listo como Pomeró.
Sorel cierra las manos en puños, síntoma de que le he dado un golpe bajo.
-Te equivocas, inspector.- sonríe perverso.- ¿Por qué voy a arriesgarme dando la cara, cuando hay alguien que lo hace por mí?
-¿Estás usando a Victoria? ¡Aléjate de ella, me oyes!
Doy un paso agresivo hasta apoyarme en el respaldo del sofá y los gorilas se adelantan con las armas en alto.
-Tranquilos chicos.- los calma.- Solo estamos aquí de visita.
Ellos vuelven a sus puestos, pero sin dejar de apuntarme.
-No la estoy usando, inspector. Ella lo hace voluntariamente.- aclara.- Algo lógico ya que va a ser mi esposa.
El chulo engominado sonríe victorioso al saber que ese último comentario me ha sentado como un tiro en el corazón.
¿Casar? ¿Que se va a casar con ella? ¿Que Victoria se va a casar con esta rata de cloaca? ¡Ni en mi peores pesadillas!
Román se levanta del sillón y chasqueando los dedos, camina con sus secuaces para marcharse. Aunque siga en shock por la noticia, todavía puedo cruzarme en su camino, agresivo.
-¡Vuelve a poner un pie en mi casa y te meteré una bala entre ceja y ceja!- lo amenazo.
Sorel se carcajea y los tres desaparecen de mi piso.
Una vez solo, rodeo el gran sofá verde y me dejo caer en él, con las palabras de “el camaleón” resonando en mi cabeza: “
va a ser mi esposa... mi esposa... esposa...
”.
Me paso las manos por la cabeza, resoplo, gruño de ira y termino a puñetazos, con el brazo sano, sobre el sofá.
-¡Joder!- grito.- ¡Ni de coña!
He estado encerrado cerca de cuatro horas, pero por fin lo tengo todo preparado. Abro la puerta de la sala de operaciones y salgo. Algunos de mis compañeros levantan la vista hacia mí, entre ellos Pablo y Rubén, que han intentado acceder antes, pero se lo he impedido.
-Arias, Collado, Esparza, Morillas y Feijoo.- llamo.- A la sala de operaciones.
Los compañeros que he nombrado se levantan de sus mesas y se acercan.
-Barreda, tú también.
El novato asiente y se acerca a paso ligero. Pablo y Rubén me miran expectantes y les gesticulo con la cabeza para que ellos también vengan.
A Rubén le dejo pasar, pero a Pablo le detengo.
-¿Dónde está Lara?- pregunto en tono bajo.
-Ha ido a hablar con el comisario.
-¿Es que ha descubierto algo sobre Victoria?
-No, tranquilo.
Me hago a un lado y dejo que pase. Después observo varios segundos la puerta cerrada del despacho de Nuñez y vuelvo a lo mío.