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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales (36 page)

Thomas estaba en la cocina, entre fogones. Preparaba tortitas. Estaba sentado en la barra de la cocina de Murphy y escuchaba una vieja radio a pilas. Al verme, me saludó con la cabeza y se llevó un dedo a los labios antes de señalar la radio. Asentí. Me crucé de brazos y me apoyé en la puerta para seguir escuchando al locutor.

—Las autoridades nacionales no han querido hacer comentarios, aunque desde el despacho del alcalde ha llegado una declaración en la que responsabiliza de esta situación a los problemas causados por una inusual actividad en las manchas solares.

Thomas resopló.

La radio siguió largando:

—Esa respuesta no parece muy convincente, dado que en ciudades tan cercanas como la zona sur de Joliet todos los sistemas siguen funcionando con normalidad. Otras fuentes han sugerido muchas hipótesis, desde una elaborada broma Halloween hasta la detonación de algún tipo de artefacto de pulso electromagnético que haya interferido en las instalaciones eléctricas de la ciudad. Se ha programado una rueda de prensa para esta tarde. Estaremos en el aire mientras dure la crisis y les proporcionaremos información de última hora tan pronto como…

La voz del locutor se quebró dando paso a sonidos y pitidos eléctricos Thomas se acercó y apagó la radio.

—La he tenido encendida durante veinte minutos —dijo—. Pero solo tuvo una señal clara durante unos cinco o diez.

Gruñí.

—¿Sabes lo que ha pasado?

—Tal vez —le contesté—. ¿Dónde está Butters?

Thomas inclinó la cabeza hacia la puerta de atrás.

—Paseando a Ratón.

Me senté en la mesita de la cocina aligerando el peso de mi pierna golpeada.

—Hoy va a ser un día muy intenso —anuncié.

Thomas dio la vuelta en el aire a una tortita.

—¿Por culpa de los herederos de Kemmler?

—Sí —le dije—. Si Mab está en lo cierto acerca de lo que están intentando hacer, alguien tiene que detenerlos antes de esta noche.

—¿Por qué?

—Porque a partir de esta noche ya no sé si habrá alguien capaz de pararlos —le expliqué. Mi hermano asintió.

—¿Crees que podrás con ellos?

—Están luchando entre ellos —le dije—. Van a estar más pendientes de sus propios compañeros nigromantes que de mí.

—Ajá —dijo Thomas—. Pero ¿crees que podrás con ellos?

—No.

—Entonces no estás hablando de heroísmo, tío. Estás hablando de suicidio.

Sacudí la cabeza.

—No necesito matarlos. Solo tengo que pararlos. Si hago bien las cosas, no tendré que luchar contra ninguno de ellos.

Thomas dio la vuelta a otra tortita. La parte cocinada estaba uniformemente teñida de marrón clarito.

—¿Y cómo vas a hacer eso?

—Ellos necesitan dos cosas para conseguir convertirse en una deidad —le dije—. El
Erlking
y la información que se encuentra en
La palabra de Kemmler
. Si pudiera negarles una de ellas, todo el tinglado se iría al garete.

—¿Ya sabes lo que quieren decir esos números? —preguntó Thomas.

—No.

—Entonces… ¿qué? ¿Le vas a pagar a un sicario para que persiga al Erlking y evite que se deje ver?

Sacudí la cabeza.

—Mab me dio a entender que el Erlking estaba a su mismo nivel.

—¿Ella es poderosa? —preguntó Thomas.

—No tiene parangón —le dije.

—Así que no puedes matar al Erlking. ¿Entonces qué?

—Lo convocaré para que aparezca.

Thomas arqueó las cejas.

—Mira, no importa lo poderoso que sea, no puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Si lo convoco y lo mantengo ocupado, entonces sus herederos no podrán llamarlo para que asista a su ceremonia.

Asintió.

—¿Y cómo piensas convocarlo?

—Con el libro —le dije—. Estoy casi seguro que tiene que haber algo en las poesías o en las canciones. Una de ellas tiene que ser un conjuro para atraer al Erlking.

—Pero tú no tienes el libro —dijo Thomas.

—Ya —le dije—. Esa es la encrucijada ante la que no sé cómo proceder.

Thomas asintió, raspando lo último de la masa del recipiente y poniéndolo en la plancha.

—Aunque encuentres la forma de llamar al Erlking, por lo que sabemos, tiene pinta de ser un plan un pelín peligroso, ¿no?

—Probablemente. Pero impersonal. Me refiero a que no sería tan peligroso como

Si uno de sus discípulos se me apareciese para, jugando a ser Dios, castigarme por haberlos molestado. —Me encogí de hombros—. De esta forma, el único que estará en peligro seré yo.

—Te equivocas —dijo Thomas—. Yo estaré contigo.

Aunque no dudaba de que dijera algo así, me gustó mucho escucharlo. Thomas traía consigo un montón de problemas y tampoco es que fuese la persona más agradable del mundo, pero era mi hermano. Era mi familia. Estaría a mi lado.

Por todo ello me costó mucho decirle lo que le tenía que decir:

—No puedes.

Su expresión tranquila se contrajo y se volvió neutra.

—¿Por Mavra?

—No —respondí—. Porque voy a meter en el ajo al Consejo Blanco.

A Thomas se le cayó la espátula al suelo de la cocina.

—Tengo que hacerlo —espeté—. La última vez se necesitaron a todos los centinelas para vencer a Kemmler y sus discípulos. Puede que no sea capaz de impedir la llegada del Erlking. Si eso ocurriese, alguien tendrá que detener directamente a los herederos. Yo no puedo hacerlo. Si los centinelas pueden, es tan simple como eso.

—Vale —dijo—. Pero eso no explica por qué no puedo quedarme contigo.

—Porque para ellos solo eres un vampiro de la Corte Blanca, Thomas. Alguien con quien se supone que yo estoy en guerra. Si se enteran de que eres mi hermano, todos aquellos del Consejo a los que no les caigo bien verán en esto la oportunidad perfecta para poner en duda mi lealtad. E incluso si llegaran a creer que no estoy actuando contra el Consejo o que tú no me controlas; desconfiarían de ti. Además, te harían demostrar que estás en su equipo.

—Me utilizarían —dijo en voz baja—. Y me utilizarían en tu contra.

—Nos utilizarían a los dos y nos enfrentarían. Esa es la razón por la que no puedes estar por aquí cuando aparezcan.

Thomas se dio la vuelta y estudió mi cara detenidamente.

—¿Y qué hay de Murphy? Si implicas al Consejo, Mavra le destrozará la vida.

Me mordí un poco el labio.

—A Murphy no le gustaría que pusiese en peligro la vida de personas inocentes para protegerla. Si uno de los herederos llega a convertirse en algo parecido a un dios oscuro, mucha gente morirá. No me perdonaría nunca haberla protegido a ese precio —expliqué—. Además. Esto no se trata de recuperar la Palabra. Se trata de detener a los herederos. Aún podría conseguir el libro, dárselo a Mavra y cumplir el trato.

Thomas cogió aire.

—¿Te parece eso prudente?

—No lo sé. Ella tampoco es que esté viva. Dudo que las técnicas de Kemmler puedan aplicarse a su uso de la magia.

—Si no fuera así —dijo Thomas—, ¿para qué querría el libro?

Aquella era una gran pregunta. Me froté los ojos.

—Todo lo que sé es que tengo que frenar a los herederos y proteger a Murphy.

—Si el Consejo se entera de que estás planeando utilizarlos para vencer a los herederos y así poder darle el libro de Kemmler a una vampira de la Corte Negra, te meterás en problemas.

—No por mucho tiempo —le dije—. Los centinelas me cortarían la cabeza inmediatamente.

—Dios. ¿Y lo aceptas? ¿Cómo puedes aceptar algo así viniendo de tu gente?

—Ya estoy acostumbrado —contesté.

Guardamos silencio durante un momento.

—¿Quieres que me aleje? —preguntó Thomas— ¿No quieres que te ayude?

—No creo que tenga otra elección —le dije—, ¿tú cómo lo ves?

—Podrías mandarlo todo a paseo. Podríamos irnos a Aruba o a algún sitio así. Lo miré.

—Vale —asintió—. Ya sé que no lo harás. Pero intento no perder la esperanza. Es solo que no me gusta la idea de quedarme en la línea de banda cuando puedes necesitar mi ayuda. —Frunció el ceño—. ¡Oye! Estás haciendo esto a propósito. ¡Estás intentando dejarme fuera para protegerme! Tú… pequeño cabrón de mierda.

—Así es cómo funcionan las cosas —le dije—. Tómatelo como una venganza por lo de los calmantes.

Puso cara de enfadado y luego asintió.

—Y gracias —le dije en voz baja—. Tenías razón, necesitaba descansar.

—Pues claro que tenía razón —dijo Thomas—. Parecía que te ibas a desmayar. Todavía no tienes muy buena pinta.

—Tengo hambre. ¿Has hecho esas tortitas para el desayuno o son de adorno?

—Venga, puedes burlarte —dijo Thomas. Colocó un montón de tortitas en un plato, cogió una botella de plástico de sirope de arce y lo puso todo encima de la mesa.

—Toma… ¡Feliz cumpleaños!

Me quedé pasmado mirando las tortitas y luego me fijé en él.

—Te habría comprado un regalo pero… —se encogió de hombros.

—No —le dije—. Quiero decir que no, que no hace falta. Me sorprende muchísimo que te hayas acordado. Nadie se había acordado de mi cumpleaños desde que Susan se fue de la ciudad.

Thomas preparó un plato y dejó el resto en un tercer plato para Butters. Se sentó a la mesa y empezó a comérselas sin sirope.

—No vayas a darle más importancia de la que tiene. A mí también me sorprende haberme acordado. —Asintió como sí estuviese hablando para un público desconocido—. ¿Entonces crees que Grevane y la habitacadáveres son los que han apagado las luces?

Sacudí la cabeza.

—Los dos estaban en pleno reto para comprobar quién lograría mantener a más muertos bajo su control. Por eso la habitacadáveres hizo frente a Grevane con una espada y por eso él se defendió con la fuerza física.

—¿Entonces quién lo hizo?

—Cowl —le dije—. La otra noche se esfumó. Me atrevería a decir que estaba muy ocupado preparándose para darle un buen golpe a Grevane o a la habitacadáveres.

—¿Por qué Cowl?

—Porque este es un maleficio muy elevado, tío. Sí me hubieses preguntado ayer, jamás habría pensado que esto fuera posible. No sé cómo lo ha hecho, pero… —Me dio un escalofrío—. Su magia es más poderosa que la mía. Y por lo que he visto de su técnica, también está muchísimo más preparado. Si es tan bueno en taumaturgia como lo es en evocación, es el mago más peligroso que yo haya visto jamás.

—No estoy seguro de que saber cómo lo hizo sea tan importante como saber por qué.

Asentí.

—Les ha sacado al resto mucha ventaja. Ha paralizado las instalaciones eléctricas humanas. De esta manera mantiene a la policía demasiado ocupada para que interceda en lo que sea que esté haciendo.

—Pero esa no es la única razón. ¿No has dicho algo sobre preparar el camino?

—Sí. —Me terminé de un bocado una riquísima tortita con sirope—. La magia negra está muy unida a muchas emociones negativas, especialmente al miedo. Por lo tanto, si haces algo que asusta a un montón de gente, consigues un ambiente muy adecuado para practicar la magia negra. Esta proeza va a causar estragos. Hará que muchísima gente esté nerviosa y eso será de gran ayuda para el oscuro espectáculo de magia de esta noche.

—¿Estás seguro de que será esta noche? Asentí.

—Prácticamente. Es Halloween. Las barreras entre el mundo de los mortales y el mundo de los espíritus están más débiles que nunca. Será la oportunidad de que los espíritus vengan a intentar devorar este mundo. Todos los hechos de magia negra que han tenido lugar por la ciudad también eran parte de la preparación. Estaban creando turbulencias espirituales. Han preparado el terreno para que ahora sea más fácil poner en marcha magia negra a gran escala.

Thomas se comió varias tortitas mientras escuchaba y luego me preguntó:

—¿Cómo vas a hacer para ponerte en contacto con el Consejo si los teléfonos están cortados?

—Utilizaré vías alternativas —le dije—. Apelaré a un mensajero.

—Mientras tanto —dijo Thomas y su voz sonó algo amarga—, yo me quedaré y… no actuaré.

—De eso nada —le dije—. Tú vas a estar investigando dónde han evocado a espíritus antiguos. Y no solo eso, te daré una copia del código de números Tony. Investigarás qué pueden significar.

Estaba jugueteando con un trozo de tortita.

—Los espíritus más antiguos estarán en un cementerio, ¿no?

—Probablemente —le dije—. Pero a veces se pueden quedar unidos a en vez de a lugares concretos. Mira a ver qué averiguas sobre los campo santos y ruinas de los indígenas americanos. Los herederos andan detrás de los de esa

—Vale —dijo Thomas con poca confianza—. Y también quieres que investigue sobre los números.

—Con Butters —le dije—. Te puede ayudar con las dos cosas. El cabrón es muy listo.

—Suponiendo que quiera hacerlo —apuntó Thomas—. A lo mejor solo cobrar sus fichas y abandonar la partida mientras siga vivo.

—Si es eso lo que quiere, lo harás solo —contesté—. Pero no creo que actúe así.

Justo entonces se abrió la puerta de la cocina y aparecieron Butters y un jadeante Ratón. El perrazo se tiró sobre mí y me golpeó la mano con el hocico hasta que lo acaricié en su lugar favorito, justo detrás el orificio del oído.

—¿No crees que quién actúe cómo? —preguntó Butters—. Oh, hala, tortitas,¿hay alguna para mí?

—En la mesa —dijo Thomas.

—Guay.

—Butters —le dije—. Mira, creo que a partir de ahora estarás bien solo. Si quiere, te llevaré a tu casa cuando termines de desayunar.

Me miró con expresión solemne y añadió.

—Por supuesto que quiero irme a mi casa. Esta noche es el concurso de polca del Oktoberfest.

Thomas levantó una ceja y me miró.

Butters nos miró primero a uno y luego al otro y preguntó:

—¿Necesitáis que haga alguna cosa?

—Tal vez —le dije—. Necesitamos hacer una investigación. Entiendo perfecta— mente que quieras irte cuando todavía tienes algo que llevarte. Pero si estás dispuesto, nos vendría bien tu ayuda.

—Investigación —dijo Butters—, ¿qué tipo de investigación?

Se lo expliqué.

Butters se mordió el labio.

—¿Podría… podría ser que alguien quisiese matarme por hacer eso?

—No lo creo —le contesté—. Pero no puedo mentirte. Esta gente es muy peligrosa. No puedo predecir todo lo que pueden llegar a hacer.

Butters asintió.

—Pero si no consigues esta información, ¿qué pasa?

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