Read Latidos mortales Online

Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales

 

Harry Dresden se ocupa de las investigaciones paranormales en la ciudad de Chicago. Trata de mantener la ley y el orden en un mundo de magos, paralelo a la realidad cotidiana. A pesar de que la mayoría de los habitantes de la ciudad no creen en la magia, el departamento de Investigaciones Especiales está acostumbrado a lidiar con lo paranormal.

Cuando un vampiro asesino amenaza con destruir la reputación de Murphy, policía de I. E. y gran amiga del mago, este no tiene más remedio que ayudarla. La criatura quiere hacerse con la Palabra de Kemmler y con todo el poder que conlleva. Harry deberá luchar contra seis despiadados nigromantes para encontrar la Palabra antes de que se despierten los muertos durante la noche de Halloween…

Jim Butcher es un auténtico fenómeno en Estados Unidos, donde sus obras rápidamente alcanzan los primeros puestos en las listas de los más vendidos. En la actualidad reparte su tiempo entre las obras de Harry Dresden, que le han dado fama mundial, y la saga fantástica ‘Codex Alera’

Jim Butcher

Latidos mortales

Harry Dresden - 7

ePUB v1.2

elchamaco
19.04.12

ePUB v1.0 Elchamaco
28.01.12

Maquetado.

ePUB v1.1 Vaktoh
10.02.12

Rectificación erratas detectadas.

ePUB v1.2 Elchamaco
19.04.12

Arreglados estilos.

Del original

Título
Dead Beat

Fecha de publicación
11.2005

De la traducción

Traducción
Cecilia Pérez Riestra

Fecha de publicación
06.2011

ISBN
978-84-9800-695-7

Descripción: 352 p. 23x16 cm

Encuadernación: rústsolap.

Materia/s: F - Ficción Y Temas Afines

A mi hijo.

Lo mejor que me ha pasado en la vida. Te quiero, cosa bajita.

Agradecimientos

Les debo otra ronda de agradecimientos a los sospechosos habituales: a los residentes de Beta-Foo Asylum, tanto a los que llevan mucho tiempo como a los que acaban de llegar, a la nueva editora de 'La saga de Dresden', Anne Sowards, tan atenta y cariñosa… ¿Seguro que vives en Nueva York, Anne? A mi agente, Jennifer Jackson, a quien más agradecido estoy, pues siempre ha intentado conseguir, por todos los medios, los mejores contratos.

También quiero dar las gracias a mi familia por su apoyo y por su amor incondicional. A Shannon, por ser quien es, y porque para mantener la buena opinión que tiene de mí me obligo a trabajar muy duro durante jornadas de diez… Bueno, espera, no, tal vez sean tres… Vale, vale, cinco horas como máximo (es que, cariño, no creo que sea humano trabajar diez horas, y además, sino, ¿cuándo juego al Halo?). Quiero darle las gracias a mi hijo J. J. por su energía, entusiasmo y amor ilimitados, porque resultan terroríficamente maravillosos.

Ah, también quiero agradecerle a mi feroz y peludo guardaespaldas, Frost, su forma de proteger mi carrera: es capaz de mantener a los malos tan alejados que jamás se ha acercado ninguno a molestarme. Además también es de gran ayuda cuando se come todo lo que encuentra a su alcance, en realidad lo hace para que no me lo coma yo y me distraiga.

1

En general, somos una especie asesina.

De acuerdo con el Génesis, bastaron cuatro personas en todo el planeta para agobiarse y sentir que eran demasiadas; el primer asesinato fue un fratricidio. El Génesis dice que Caín, el primer niño nacido de padres mortales, sufrió un ataque de ira, y en plena enajenación se cargó a un congénere. El ataque de ira, por lo tanto, pasó a ser un brutal asesinato sangriento y punible. Seguro que Abel, el hermano de Caín, no lo vio venir.

Cuando abrí la puerta de mi apartamento, se apoderó de mí una sensación de profunda empatía y comprensión.

Hacia el monstruo de Caín.

Mi apartamento no es más que un gran cuarto en el sótano de una centenaria pensión de Chicago. La cocina está en una esquina, hay una chimenea que casi siempre tengo encendida, un dormitorio del tamaño de la cama de una furgoneta de reparto y un cuarto de baño en el que apenas caben un lavabo, un retrete y una ducha. No puedo permitirme muebles muy buenos, así que son todos de segunda mano, pero muy cómodos. Tengo un montón de libros en las estanterías, un montón de alfombras y un montón de velas. No es gran cosa pero por lo menos está todo muy limpio.

O solía estarlo.

Las alfombras estaban totalmente deshilachadas y tenían agujeros por los que se veía el suelo. Una de las butacas se había caído hacia atrás y nadie la había recogido. Faltaban algunos cojines del sofá. Las cortinas de una de las ventanas altas se habían caído y entraba un hilo de luz del ocaso que iluminaba todos los libros. Lo peor era que los libros no estaban en la estantería, sino que descansaban desperdigados por el suelo. Eran mi principal fuente de entretenimiento y enseguida me di cuenta de que estaban todos mezclados y desordenados, los de tapa dura entre los de tapa blanda, y todos medio abiertos.

La chimenea era, más o menos, el epicentro del desordenado terremoto. Había ropa tirada, un par de botellas de vino vacías y un plato sospechosamente limpio que, sin lugar a dudas, se habrían encargado de limpiar los otros inquilinos.

En el momento en que entré en mi casa, aturdido, mi gran gato gris, Míster, se dejó caer desde su sitio: la parte alta de la estantería. Pero en lugar de venir a saludarme como siempre y restregar su cuello contra mí, contoneó su cola de manera despectiva hacia donde yo estaba y desapareció por la puerta.

Suspiré. Me dirigí a la cocina y me percaté: el comedero y el bebedero del gato estaban vacíos. No me extrañaba que estuviera tan gruñón.

Una gran bola de pelo que había en la cocina reptó hasta mis pies y me saludó con un gesto avergonzado y somnoliento. Al principio, mi perro Ratón no era más que un cachorrito gris, lleno de pelo, que me cabía en el bolsillo del abrigo. Ahora, más o menos un año después, me da por pensar que debería haber mandado aquel abrigo a la tintorería. Ratón había dejado de ser una bolita de pelo para convertirse en un camión de pelo. No sabemos a ciencia cierta de qué raza es, lo que sí está claro es que uno de sus padres era un mamut lanudo. Los hombros del perro me llegaban por la cintura y el veterinario sospechaba que todavía no había dejado de crecer. De eso solo podía deducir una cosa: es un animal demasiado grande para mi minúsculo apartamento.

Ah, y los comederos de Ratón también estaban vacíos. Primero me dio con el hocico en la mano y vi que su boca estaba sospechosamente manchada con algo parecido a salsa de tomate; después dio con la pata en el comedero arrastrándolo por el refuerzo de linóleo del suelo de la cocina.

—Mierda, Ratón —gruñí al más puro estilo de Caín—. ¿Sigue igual? Si está aquí, me lo cargo.

Ratón resopló quejoso, que era lo más parecido a un comentario que sabía hacer. Vino tranquilamente detrás de mí, a unos pasos de distancia, hasta la puerta cerrada del dormitorio.

En cuanto estuve delante, la puerta se abrió y apareció una chica rubia, con cara de ángel y con una camiseta blanca de algodón por toda indumentaria. La camiseta no era muy larga, la verdad. Ni siquiera le cubría todo el torso.

—¡Oh! —Arrastró el gritito convirtiéndolo en una sonrisa adormilada—. Perdón, no sabía que hubiese alguien más aquí.

Sin un atisbo de pudor, se escabulló hasta el cuarto de estar y se puso a dar pataditas a todo el desorden buscando su ropa. Por la forma de moverse, con languidez y satisfacción, me pareció que, lejos de importarle, contaba con que la estuviese mirando.

En otro momento de mi vida, me habría dado muchísima vergüenza este tipo de situación y probablemente estaría echando miraditas disimuladamente. Pero, después de casi un año conviviendo con el íncubo de mi medio hermano, me resultaba hasta molesto. Puse los ojos en blanco y alcé la voz:

—¿Thomas?

—¿Tommy? Creo que está en la ducha —respondió la chica. Se enfundó su ropa deportiva: pantalón de chándal, chaqueta a juego y zapatillas caras—. ¿Me haces un favor? Le dices que…

La interrumpí con impaciencia:

—Que te lo has pasado muy bien, que siempre lo recordarás como algo muy especial, pero que fue cosa de una noche y que esperas que madure y conozca a una buena chica, o que se haga presidente o cualquier cosa.

Se quedó mirándome y frunció el ceño.

—No hace falta ser tan gilipo… —Abrió mucho los ojos—. ¡Oh! ¡Oh! Lo siento, oh, ¡Dios mío! —Se me acercó, se ruborizó y me dijo en susurros, como si de repente nos hubiésemos convertido en amiguitas—: No tenía ni idea de que estuviese con un tío, ¿cómo os arregláis los dos en una cama tan pequeña?

Parpadeé y le dije:

—Espera un momento.

Pero me ignoró y se fue murmurando:

—Mira tú qué pillín, el chico…

Me quedé mirándola. Luego miré a Ratón, que tenía la lengua colgando y meneaba el rabo suavemente, o lo que es lo mismo, sonreía al estilo perruno.

—¡Venga ya! —exclamé y cerré la puerta. Oí el rumor del agua cayendo por las tuberías de mi ducha. Les eché comida a Míster y a Ratón y el perro se abalanzó inmediatamente—. Por lo menos podría haberle dado de comer al perro… —murmuré mientras abría la nevera.

Miré de arriba abajo y no encontré lo que estaba buscando; aquello ya me pareció el colmo. Mi frustración se convirtió en fuego en el interior de mis globos oculares y me dirigí al congelador con la cabeza a punto de estallar.

—¡Hola! —La voz de Thomas surgió a mi espalda—. Nos hemos quedado sin cerveza.

Me di la vuelta y miré a mi medio hermano.

Thomas era un tío de algo más de metro ochenta y ahora me doy cuenta de que tuve tiempo para acostumbrarme a la idea de que nos parecemos bastante: pómulos afilados, cara alargada y mandíbula fuerte. Pero quienquiera que fuera el escultor que había terminado a Thomas, le había endilgado el trabajo de rematar mis facciones a su aprendiz. No es que yo sea feo, pero es que Thomas parece un cuadro del olvidado dios griego de la colonia. Tiene el pelo largo y tan negro que absorbe toda la luz. Además, recién duchado se le ondula un poco. Sus ojos son del color de un nubarrón de tormenta y, en toda su vida, jamás ha hecho ejercicio como para merecer esos músculos. Llevaba un pantalón vaquero e iba sin camiseta, su uniforme de estar por casa. Una vez vi cómo abría la puerta a una misionera con ese atuendo y ella se lanzaba a sus brazos bajo una nube de olvidadas copias de
La Atalaya
.
{1}
Las marcas de los dientes que le dejó no fueron moco de pavo.

No había sido solo culpa de la chica. Thomas había heredado la sangre de su padre, sangre de vampiro de la Corte Blanca. Era un depredador psíquico, se alimentaba de la fuerza vital primaria de los seres humanos y, normalmente, la forma más fácil de adquirirla era a través del contacto íntimo: del sexo. Esa cualidad lo envolvía en un aura que hacía que todos los que pasaban a su lado girasen la cabeza para mirarlo. Desde que Thomas se convirtió en un seductor sobrenatural no ha habido mujer en el mundo que pudiera decirle que no. En el momento en que empezaba a alimentarse de ellas es que ni siquiera querían decirle que no. Las mataba, solo un poco, pero tenía que hacerlo para mantenerse sano, y nunca lo llevó más allá, siempre fue únicamente por alimentación.

Other books

Manshape by John Brunner
Operation Hellfire by Michael G. Thomas
Hugh and Bess by Susan Higginbotham
Yours Always by Rhonda Dennis
Cloud Invasion by Connie Suttle
Cold by Sha Jones
Hidden Mortality by Maggie Mundy


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024