Abrí los ojos y miré despacio a mi alrededor. El
jacuzzí
estaba ubicado en el suelo de lo que parecía una cueva natural. Una luz baja y rojiza salía de una especie de musgo que crecía en las estalactitas del techo.
Era extraño porque tampoco había estado nunca en una cueva como aquella.
—¿Hola? —grité.
Mi voz retumbó en las paredes de aquella cueva vacía.
Oí un ruido, un movimiento, y una mujer apareció por detrás de una roca. Era un poco más alta que la media y el pelo le caía sobre la piel dorada de sus hombros. Estaba vestida con una túnica de seda y llevaba un cinturón de cuerda suave. Las dos cosas eran de un blanco deslumbrante. La vestimenta no mostraba ninguna falta de decoro pero tampoco permitía que a nadie se le pasase por alto la belleza de su cuerpo oculto. Sus ojos eran de un azul tan profundo como un soleado cielo de octubre y su piel relucía con aspecto saludable. Era, simple y llanamente, una criatura despampanante.
—Hola. Me pareció que ya era hora de que tuviésemos una conversación —dijo ella—. Has tenido un día duro. Me pareció que un escenario agradable podría venirte bien.
La observé durante un momento. Me hallaba desnudo y me parecía bien. La superficie de aquella bañera tenía un montón de burbujas y espuma que la hacían opaca y aquello también me parecía bien.
Me
ahorró la vergüenza cuando tuve que preguntar:
—¿Quién eres?
Levantó sus cejas doradas con una suave sonrisa y se sentó al lado del
jacuzzí
, en el suelo de la cueva, con las piernas juntas, una sobre otra, hacia un lado y hacia el otro, y sus manos cruzadas sobre el regazo.
—¿Todavía no te has dado cuenta?
Me quedé mirándola durante un largo minuto y luego dije despacio:
—Lasciel.
La mujer inclinó la cabeza, sonriendo con reconocimiento.
—Así es.
—No puedes estar aquí —le dije—. Te encerré en el suelo bajo mi laboratorio. Te tenía prisionera.
—Así es —repitió la mujer—. Lo que estás viendo no es mi verdadero yo. Piensa en mí como un reflejo de la verdadera Lasciel la que vive en tu mente.
—¿Cómo qué?
—Cuando elegiste tocar la moneda, aceptaste que llevarías contigo este tipo de presencia mía —dijo Lasciel—. Soy una huella. Una copia.
Tragué saliva.
—Vives en mi cabeza, ¿y puedes hablar conmigo?
—Ahora puedo —dijo Lasciel—. Ahora que has decidido utilizar lo que yo te ofrecí.
Tomé aire.
—Hellfire. Usé Hellfire hoy para aumentar mi poder mágico.
—Tomaste una decisión consciente al hacerlo —dijo ella—. Y como resultado, ahora puedo aparecer en tu mente consciente. —Sonrió—. De hecho, estaba deseando poder hablar contigo. Eres muchísimo más interesante que los otros a quienes he sido entregada.
—Tú… eh… —empecé—, no es que tengas mucha pinta de demonio.
—Ten presente, por favor, que no siempre fui una residente del infierno. Me trasladaron allí. —Se miró a sí misma—. ¿Me añado las alas? ¿Un arpa? ¿Una aureola dorada?
—¿Por qué me lo preguntas a mí? —inquirí.
—Porque soy algo así como una invitada —contestó—. No me cuesta nada utilizar una apariencia que agrade a mi anfitrión.
—Ajá —asentí—. Si eres mi invitada, vete de aquí.
Se echó a reír y no hubo nada atractivo o musical en ello.
Fue solo una carcajada, cálida y genuina.
—Eso no es posible, me temo. Cuando cogiste la moneda me invitaste a pasar. Ahora no puedes echarme sin más.
—Vale —acepté—. Esto es un sueño. Voy a despertarme. Hasta luego.
Hice uso de un poco de mi energía para despertarme de los sueños.
No pasó nada.
—Tal vez sean los calmantes —sugirió Lasciel—. Además, después de todo, estabas muy cansado. Parece que vamos a pasar juntos un rato más.
Observé durante un rato. Normalmente, en los sueños, no tengo tiempo para poner malas caras ni mirar alrededor.
—¿Qué es lo que quieres? —le pregunté.
—Hacerte una oferta —me dijo.
—La respuesta es no —le dije—. Y ahora devuélveme mis hábitos oníricos de siempre.
Se mordió los labios y volvió a sonreír.
—Creo que a lo mejor quieres escuchar lo que tengo que decir —me dijo—. Después de todo, este es tu sueño. Si realmente hubieses querido que me fuese, ¿no crees que podrías haberlo hecho?
—Tal vez sea por el
jacuzzí
—sugerí.
—Ya veo que nunca habías estado en uno —dijo Lasciel. Metió un dedo del pie en él y dijo—: Yo, sí, muchas veces. ¿Te gusta?
—Está bien —le contesté e intenté que no se notara que me estaba pareciendo lo más maravilloso que le podía pasar a un cuerpo dolorido y agotado—. Sabes todo lo que yo sé, ¿no?
—Existo dentro de tu mente —me dijo ella—. Veo lo que ves. Siento lo que sientes. Aprendo lo que aprendes y, aparte de eso, un poquito más.
—¿Qué se supone que quiere decir eso? —pregunté.
—Que puedo proponerte un trato realmente bueno —dijo ella—. Tengo conocimiento y memoria de doscientos años de vida dentro de este mundo, y de tiempo infinito fuera de él. Sé muchas cosas que te podrían venir bien. Puedo aconsejarte. Revelarte secretos de tu oficio que jamás ha conocido la especie humana. Enseñarte cosas que ningún humano ha visto jamás. Compartir contigo recuerdos e imágenes de cualquier cosa que puedas imaginar.
—Por casualidad, ¿todo el lote de conocimiento, poder y buenos consejos sale por solo tres pequeñas cuotas de mil novecientos noventa y cinco dólares más gastos de envío?
El ángel caído arqueó una de sus doradas cejas.
—O tal vez viene con un regalo de un set de magníficos cuchillos que sirven tanto para serrar tornillos como para picar tomates.
Me miró tranquilamente y dijo:
—No eres tan gracioso como crees.
—Tenía que contestar a tu ofrecimiento de corromperme y esclavizarme. Los chistes malos suelen ser lo más apropiado en estos casos, con ellos intento convencerme de que debes de estar de broma.
Lasciel se mordió los labios con expresión pensativa. Empecé a pensar en lo suave que parecía su boca.
—¿Eso es lo que crees que quiero? ¿Un esclavo?
—Tengo alguna idea de cómo trabajáis —le dije.
—Te refieres al anfitrión anterior de Ursiel, ¿no?
—Sí. Estaba loco. Ido. No es que esté ansioso por estrenarme en estas lides.
Lasciel puso los ojos en blanco.
—Oh, por favor. Ursiel es un matón estúpido. A él no le importa lo que le ocurra al que lleva su moneda mientras pueda probar la sangre lo más a menudo posible. Yo no funciono así.
—Seguro que no.
Se encogió de hombros.
—Tu escarnio no va a cambiar la verdad. Algunos de mis análogos prefieren ser dominantes en sus relaciones con los mortales. Los más sabios entre nosotros, embargo, encontramos que una asociación mutua es mucho más práctica y beneficiosa para las dos partes. Ya has visto la forma en la que Nicodemus funciona con Anduriel, ¿no?
—No quisiera ofenderte, pero me metería una varilla de acero por un oído y me la sacaría por el otro si simplemente barajase la posibilidad de parecerme a Nicodemus.
La sorpresa se dibujó en su cara:
—¿Por qué?
—Porque es un monstruo —afirmé.
Lasciel sacudió la cabeza.
—Tal vez desde tu perspectiva, pero sabes muy poco de
él
y sus éxitos.
—Sé que hizo todo lo posible para matarme a mí y a dos de mis amigos con aquella plaga, y Dios sabe a cuántas personas inocentes más. Y además mató a otro amigo mío.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lasciel. Parecía sinceramente confundida.
—Quiero decir que cruzó la línea y que yo jamás jugaré en su equipo. No va a recibir más entendimiento ni compasión, al menos no por mi parte. La venganza se le viene encima.
—¿Te gustaría destruirlo?
—En un mundo perfecto sería desterrado de la faz de la tierra y nunca volvería a oír hablar de él —le dije—. Pero haré lo que esté en mi mano.
Asimiló todo aquello durante unos minutos y luego asintió despacio.
—Muy bien —dijo—. Me voy, pero ¿puedo dejarte una idea?
—Siempre que te vayas…
Sonrió mientras se levantaba.
—Entiendo que te niegues a permitir que otro ser controle tu vida. Es repugnante y venenoso pensar que alguien pueda dictar cada uno de tus movimientos, imponerte un código de comportamiento que tal vez no compartas y que se niegue a dejarte elegir lo que tu corazón te dicta.
—Tal cual —asentí.
El ángel caído sonrió.
—Entonces créeme cuando te digo que sé perfectamente cómo te sientes. Todos los caídos lo sabemos.
Sentí una punzada fría en el estómago, pese a estar en un
jacuzzí
. Empecé a sentirme incómodo en el agua.
—Es algo que tenemos en común, mago —dijo Lasciel—. No tienes ninguna razón para creerme, pero considera, por un momento, la posibilidad de que yo esté siendo sincera en mi oferta. Piensa que podría serte de gran ayuda y tú podrías seguir viviendo tu vida bajo tus condiciones y de acuerdo con tus propios valores Podría ayudarte a multiplicar por diez el poder que ya tienes.
—Con él mi poder sería entonces demasiado grande y terrible. Conmigo el Anillo adquiriría un poder todavía mayor y más mortal —le dije.
—Le dijo Gandalf a Frodo —dijo el demonio, sonriendo—. Pero no estoy muy segura de que la metáfora sea aplicable. No tenías por qué haber cogido la moneda si no te hubiese parecido que debías hacerlo. La ayuda que puedo ofrecerte desde esta apariencia sombría es mucho más limitada de la que recibiste al recoger la moneda, pero tampoco es ninguna nadería.
—El anillo, la moneda, lo que sea. El objeto físico solo es un símbolo: el símbolo del poder.
—Yo solo te ofrezco el beneficio de mis conocimientos y de mi experiencia —dijo ella.
—Sí —le contesté—. Poder. Pero ya tengo más del que me gustaría.
—Y esa es la razón que deja tan claro que tú, más que cualquier otra persona, eres capaz de ejercerlo con responsabilidad.
—Tal vez lo sea —le dije—, o tal vez no. Sé de qué va esto, Lasciel. Cuando empiezas parece muy bonito, pero después todo pasa de un extremo a otro.
Me miró con sus luminosos ojos azules.
—Si empiezo a apoyarme en ti ahora, ¿cuánto tiempo pasará hasta que acabe dependiendo de tu ayuda? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que empiece a cavar en el suelo de cemento de mi laboratorio, desesperado, porque sin tu moneda no puedo vivir?
—¿Y bien? —preguntó tranquilamente—. ¿Y si no pudieses vivir sin ella?
Me senté en el remolino de agua caliente y resoplé. Después cerré los ojos, forcé mi voluntad y reestructuré el sueño de forma que nos encontrásemos los dos de pie, no hubiese ningún
jacuzzi
y yo estuviese vestido, frente a ella, en el sólido suelo de la caverna.
—Si llegara a ese punto, me gustaría morir con un poco de dignidad, porque no pienso enrolarme en el mundo infernal. Ni siquiera me alistaría en la puta legión extranjera.
—Fascinante —dijo Lasciel. Me sonrió.
Dios mío, qué guapa era. No era solo una belleza física o un cuerpo hermoso. Era todo lo que transmitía, aquella sensación de efervescencia y calidez, tenía fuerza suficiente como para encender una estrella. Mirar aquella sonrisa era como contemplar el amanecer a primera hora de la mañana, como la caricia de la primera brisa de la primavera. Me daban ganas de reír y correr y saltar alrededor, como si volviese a aquellos días de sol de mi infancia que apenas puedo recordar.
Pero me contuve. La belleza puede ser peligrosa, y el fuego, aunque precioso, podría quemar y matar si no se trata con respeto. Miré al ángel caído con atención, mi postura no era amenazante pero tampoco sana. Me fijé en su belleza y sentí la calidez de su presencia y me contuve para no intentar alcanzarla.
—No soy fascinante —le dije—. Soy lo que soy. No es perfecto, pero es algo mío. No voy a hacer ningún trato contigo.
Lasciel asintió y su expresión adquirió tintes pensativos.
—Te han salido rana otros tratos en el pasado y no tienes intención de repetir la experiencia. Ahora eres muy precavido antes de hacer un trato conmigo o con los que son como yo, y tienes toda la razón.
Te
habría perdido un poco el respeto si hubieses aceptado mi oferta sin hacer preguntas, a pesar de ser genuina.
—Caray, me habría sentido hundido si me perdieras el respeto.
Se rió desde el estómago, era una risa auténtica.
—Admiro tu voluntad. Tu rebeldía. Como yo también tengo algo de rebelde creo que la relación que acabaremos forjando será muy duradera, SI nos damos tiempo para madurarla.
—Eso no va a ocurrir —le dije—. Quiero que te vayas.
—¿Por encima de tu cadáver? —preguntó.
—Algo así.
Hizo una reverencia con la cabeza.
—Como desee mi anfitrión. Te ruego que consideres mi oferta. En caso de que quisieses volver a conversar conmigo, solo tienes que decir mi nombre.
—No lo haré.
—Como quieras —contestó.
Se marchó y el sueño de la caverna se volvió más oscuro y solitario sin ella en él Me relajé y volví a mis solitarias fantasías.
Estaba demasiado cansado como parar recordar si en alguno de los otros sueños volvió a aparecer un
jacuzzi
.
Dormí profundamente y no me desperté hasta bien pasado el amanecer. Oí voces y después de un minuto pude identificar los altibajos y los giros de un tono de voz propio de un locutor de radio. Me levanté de la cama y fui al cuarto de baño; allí, en el lavabo, me refresqué y me lavé con una toalla húmeda. No era tan agradable como el
jacuzzí
, y ni siquiera tan agradable como una ducha, pero no me sentía capaz de meter mi pierna herida en una bolsa de plástico, cerrarla bien y ducharme sin que se me mojase el vendaje.
No encontraba mi ropa, así que me paseé por la casa descalzo y con unos pantalones un tanto viejos. El personal del hospital me había cortado la pierna del pantalón para despejar la herida, y los cortes, que se habían hecho con poco cuidado, habían quedado muy irregulares. Pasé por delante de un espejo que había en el vestíbulo y me detuve para mirarme.
Parecía una broma. Una broma pesada.
—El misterioso apagón continua sin resolverse —decía el locutor de la radio—. De hecho, resulta difícil aventurar cuánto tiempo podremos seguir en el aire, o incluso cuántas personas están realmente recibiendo la señal de esta retransmisión. Los generadores de gasolina han encontrado muchos problemas por toda la ciudad, las baterías no son muy fiables y los motores que funcionan con gasolina, incluyendo los de los vehículos, se están comportando de manera impredecible. Las líneas de teléfono han estado sufriendo toda clase de averías y los teléfonos móviles han quedado completamente inutilizados. Se ha cerrado el aeropuerto de O'Hare y, como se podrán imaginar, está causando estragos en el tráfico aéreo de toda la nación.