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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales (31 page)

BOOK: Latidos mortales
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—No mucho. ¡Mierda!

—Ay, Dios —dijo Butters—. Ay, Dios, ¡ay, Dios! ¿Qué pasará cuando se apague el conjuro de protección?

Resoplé.

—La puerta es de acero. Les llevará un rato atravesarla. Y después de eso, está el umbral que debería frenarlos o por lo menos hacerles disminuir el ritmo. —Me metí los dedos entre el pelo—. Tenemos que pensar en algo, rápido.

—¿Qué hay de las defensas extras? —dijo Thomas.

—Están fuera —dije.

—Por lo tanto necesitamos defensas extras —dijo Thomas. Se puso a jugar con la recámara de la pistola y metió más balas en la ranura extra del gancho.

—Esas defensas están pensadas para detener un asalto de magia —le dije—. No una entrada física.

—¿Mantendrá a los zombis fuera? —preguntó Butters.

—Sí, pero también nos mantendrá a nosotros dentro.

—¿Y eso qué tiene de malo? —inquirió Butters.

—Nada —dije—, hasta que Grevane incendie el edificio. Una vez que suban, no puedo hacerlos bajar. Estaremos atrapados. —Apreté los dientes—. Tenemos que salir de aquí.

—¡Pero los zombis están ahí fuera! —dijo Butters.

—No soy el único que vive aquí —señalé—. Si quema la casa para atraparme, otra gente morirá. Thomas, vístete y ponte los zapatos. Butters, hay una escalera debajo de la alfombra navaja. Quiero que enciendas una vela y te metas ahí. Encontrarás una mochila negra de nailon en la mesa y una calavera blanca en la estantería de madera. Mete la calavera en la mochila y tráemela.

—¿Qué? —dijo Butters.

—¡Hazlo! —grité.

Butters salió disparado hacia la alfombra navaja y encontró la trampilla hacia mi laboratorio. Cogió una vela y desapareció escalera abajo.

Thomas había dejado la pistola y había abierto su baúl. No le llevó nada ponerse los calcetines, las botas negras de combate, una camiseta blanca y una chaqueta negra de cuero. A lo mejor formaba parte de sus poderes sobrenaturales de vampiro del sexo: capacidad para vestirse rápido en una huida precipitada.

—¿Ves? —me dijo mientras se vestía—. Lo de Butters.

—Cállate, Thomas —le dije.

—¿Cuál es el plan? —me preguntó.

Cojeé hacia el teléfono y me lo puse en la oreja. Nada.

—Han cortado la línea.

—No podemos pedir ayuda —dijo Thomas.

—No. Lo único que podemos hacer es intentar llegar al coche como sea.

Thomas asintió sacudiendo la cabeza.

—¿Cómo quieres que lo hagamos?

—¿Tú qué crees?

—El clásico muro de fuego será suficiente. Nos cubrirá la banda izquierda y mantendrá a los malos alejados. Yo iré por la derecha y dispararé a todo lo que se mueva.

Fuego mágico. Un recuerdo repentino de mi mano quemada se apoderó de mi mente, de forma tan intensa que sentí verdadero dolor físico en el nervio que me cauterizaron. Pensé en lo que necesitaría para poder invocar la pared que Thomas había propuesto, y el mero pensamiento llenó mi estómago de repugnancia y, aún peor, de dudas.

Para hacer un truco de magia tienes que creer en él. Tienes que creer que puedes y debes hacerlo, a pesar de lo que tengas en mente, o no conseguirás nada. Mi mano ardía con agonía fantasmagórica y me di cuenta de que no podía reconocerlo. Ni siquiera a mí mismo.

No estaba seguro de poder volver a usar fuego mágico.

Algún día.

Si lo intentaba y no lo lograba se me haría más difícil concentrar mi energía en ello otra vez en el futuro. Cada fracaso intentando levantar una pared solo me abriría más la brecha. Podría dejar de creer en mis poderes.

Miré hacia abajo, me fijé en mi mano mutilada y durante un segundo pude ver la carne rota y ennegrecida, los dedos hinchados y todo filtrado de sangre y fluidos. Esa visión se esfumó en un segundo y volví a ver mi mano bajo un guante de piel y supe que dentro de ese guante había una cicatriz con varias sombras blancas, rojas y rosas.

No estaba preparado. Dios, ni siquiera para salvar vidas que incluían la mía. No estaba seguro de si sería capaz de invocar al fuego otra vez. Me quedé allí sintiéndome impotente, enfadado, aterrado, estúpido y, sobre todo, avergonzado.

Sacudí la cabeza frente a Thomas y evité encontrarme con sus ojos mientras le ponía una excusa:

—Estoy muy cansado —le dije despacio—. Tengo que ahorrar la energía que me queda para impedir que Grevane nos alcance si decide atacarnos directamente. No sé de cuánto seré capaz.

Busqué la expresión adecuada durante un segundo y acabé frunciendo el ceño. Se encogió de hombros bajo su chaqueta y mantuvo la cara seria. Metió el sable en la vaina y se lo abrochó en la hebilla de su cinturón de piel. Se lo colocó en la cadera y volvió a coger la pistola.

—Supongo que entonces será cosa mía.

Asentí.

—No sé con cuánta fuerza podré atacar —dijo tranquilo.

—El año pasado estuviste muy bien con la Corte Negra de vampiros —le dije.

—En aquel entonces me alimentaba de Justine todos los días —dijo—. Tenía mucha fuerza para expulsar. Ahora… —Sacudió la cabeza—. No estoy seguro.

—No es que tengamos exceso de personal precisamente, Thomas. Cerró los ojos durante un segundo y luego asintió.

—Bien.

—Este es el plan. Llegamos hasta el Escarabajo y nos vamos.

—¿Y luego qué? ¿Adónde vamos después? —preguntó.

—Yo no soy tan quisquilloso con tus planes, ¿o sí?

De repente hubo un golpe contra la puerta de acero de seguridad. Se sacudió en el marco. Partículas de polvo cayeron desde el techo. Y luego otro. Y otro. Grevane había mandado suficientes zombis contra el hechizo de protección como para desactivarlo.

Thomas puso mala cara y dirigió la mirada hacia mi pierna.

—¿Puedes subir las escaleras sin ayuda?

—Lo haré —le dije.

Butters apareció por la escalera, jadeando, recién llegado del laboratorio. Tenía la cara pálida. Llevaba mi mochila de nailon puesta y me fijé en que la calavera Bob sobresalía por un lado.

—¡Pistola! —le dije a Thomas y me pasó la recortada—. Vale. Así es como va a ser.

Abrimos la puerta. —Gesticulé con la pistola—. Hago un barrido para dejarlo despejado y esperamos a que Thomas llegue hasta la puerta de arriba. A partir de ahí Thomas va delante. Butters, vas a llevar la recortada.

—No me gustan las pistolas —dijo Butters.

—No te tienen que gustar —le dije—. Solo tienes que llevarla. Tal y como tengo la pierna no puedo subir las escaleras sin apoyarme en el bastón.

La puerta de acero volvió a sacudirse y el ritmo de los golpes empezó a aumentar de nuevo.

—¡Butters! —grité—. ¡Butters! Tienes que coger la pistola en cuanto te la pase

Y seguir a Thomas, ¿entendido?

—Sí —dijo.

—Una vez que estemos en la parte alta de las escaleras, Thomas los entorpecerá mientras yo arranco el coche. Butters, te sentarás en el asiento de atrás. En cuanto Thomas suba, nos largamos de aquí.

—Eh… —dijo Butters—. Grevane destrozó mi coche para que yo no me pudiese escapar, ¿te acuerdas? ¿Qué pasa si ha hecho lo mismo con el tuyo?

Me quedé mirando a Butters durante un segundo e intenté no desvelarle lo mucho que aquello acababa de preocuparme.

—Butters —dijo Thomas tranquilamente—, si nos quedamos aquí, moriremos.

—Pero si han destrozado el coche… —empezó Butters.

—Moriremos —repitió Thomas—. Pero no tenemos elección. Lo hayan destrozado o no, nuestra única opción para salir vivos de aquí está en llegar hasta el Escarabajo y tener la suerte de que funcione.

El hombrecillo se puso aún más pálido y de repente se dobló y se tambaleó, apoyándose en la pared que había debajo de una de mis ventanas altas. Vomitó. Se incorporó después de un minuto y se apoyó en la pared, temblando.

—Odio esto —susurró y se secó la boca—. Odio esto. Quiero irme a casa. Quiero despertar.

—Espabila, Butters —le dije con voz muy seria—. No estás ayudando. Dejó salir una risa nerviosa.

—Nada que pueda hacer será de ayuda, Harry.

—Butters, tienes que tranquilizarte.

—¿Tranquilizarme? —Señaló la puerta agitando la mano—. Nos van a matar. Igual que a Phil. Nos van a matar y vamos a morir. Tú, yo, Thomas. ¡Vamos a morir todos!

Me hizo olvidar mi pierna mala durante un segundo, crucé la habitación hasta donde estaba Butters y lo agarré por la camisa. Lo levanté hasta que sus talones no tocaron el suelo.

—Escúchame —le gruñí—. ¡No vamos a morir!

Butters se quedó mirándome, pálido, con ojos aterrorizados.

—¿No?

—No. ¿Y sabes por qué?

Sacudió su cabeza por toda negativa.

—Porque Thomas es demasiado guapo para morir. Y porque yo soy demasiado terco. —Lo agarré por la camiseta con más fuerza aún—. Y, sobre todo, porque mañana es el Oktoberfest, Butters, y la polca nunca morirá.

Parpadeó.

—¡La polca nunca morirá! —le grité—. ¡Dilo! Tragó saliva.

—¿La polca nunca morirá?

—¡Otra vez!

—La po-po-polca nunca morirá —tartamudeó. Lo sacudí un poco.

—¡Más alto!

—¡La polca nunca morirá! —chilló.

—¡Lo vamos a conseguir! —grité.

—¡La polca nunca morirá! —vociferó.

—No me puedo creer lo que estoy oyendo —murmuró Thomas.

Le eché una mirada amonestadora, solté a Butters y avisé:

—Preparaos para abrir la puerta.

En ese momento la ventana que estaba justo encima de Butters estalló, despidiendo trozos de cristal por el aire. Llegó un olor penetrante a mi nariz. Tropecé, mi pierna herida cedió y me caí al suelo.

Butters gritó.

Miré hacia arriba y vi como unos dedos grises sin vida agarraban al hombrecillo y lo sujetaban en el aire. Otras dos manos de zombis se pegaron a él y lo arrastraron para fuera de la ventana. Pasó rapidísimo, antes de que pudiera levantarme. Antes de que Thomas desenfundara su sable.

Se oyó un grito sobrecogedor que se cortó de repente.

—Dios mío —susurré—. ¡Butters!

23

Me levanté y, en absoluto silencio, contemplé la ventana rota, durante unos segundos.

—Harry —dijo Thomas ansioso—. Tenemos que irnos.

—No —dije—. No lo voy a dejar.

—Probablemente ya esté muerto.

—Estar muerto —le contesté—, no lo protegerá de Grevane. No lo dejaré aquí.

—¿Tenemos alguna posibilidad de ganar si nos enfrentamos a él?

Sacudí la cabeza.

—Ayúdame a levantarme.

Lo hizo. Cojeé hasta la ventana y grité:

—¡Grevane!

—Buenas noches —dijo Grevane con ese tono de voz que denotaba tanta riqueza y cultura y que contrastaba con los golpes torpes y repetitivos que sacudían mi puerta—. Te felicito por la elección del constructor. Esa puerta es verdaderamente resistente.

—Me gusta mantener mi privacidad —repliqué—. ¿Está vivo el forense?

—La experiencia me dice que ese término se ha vuelto muy polémico —señaló Grevane—. Pero, hasta el momento, está en bastante buen estado.

Me temblaron las piernas al relajarse con el alivio. Bien. Si Butters todavía estaba bien, tenía que mantener a Grevane en la conversación. Apenas habían pasado cinco minutos desde que había comenzado el ataque. Incluso si los malos habían cortado las líneas de teléfono de toda la pensión, los vecinos tenían que haber oído el jaleo y casi seguro que habrían visto la luz de mis hechizos. Seguro que alguien habría llamado a las autoridades. Si mantenía a Grevane ocupado el tiempo suficiente, llegarían. Y apostaría a que Grevane no se quedaría a probar suerte teniendo tan cerca su objetivo y se daría a la fuga.

—Tú lo tienes y yo lo quiero.

—Yo también —dijo Grevane—. Supongo que encontró la información en el cadáver del traficante.

—Sí —le dije.

—Y ya sabrás que me la quedé yo.

—Sí.

Hizo un ruido como de estar pensando. Estaba muy cerca de la ventana rota pero no podía verlo.

—Eso supone un problema para mí —dijo Grevane—. No tengo intención compartir la Palabra con nadie. Me temo que va a ser necesario que te silencie.

—Soy la menor de tus preocupaciones —le insinué—. La habitacadáveres y Li Xian me arrebataron la información esta tarde.

Hubo un silencio únicamente perturbado por el golpeteo regular de la puerta.

—Si eso hubiese ocurrido —dijo Grevane—, no estarías vivo para hablar de

—Tuve suerte y me escapé —le dije—. La habitacadáveres estaba muy sulfurada por el tema del Darkhallow que os traéis entre manos.

Oí un gruñido enfadado y un escupitajo.

—Si me estás diciendo la verdad —dijo Grevane—, no obtendré ningún beneficio dejándoos vivir al forense y a ti.

—Es una manera de verlo —le dije—. Pero también podrías pensar que no te costaría nada hacerlo. La otra noche querías proponerme un trato. ¿Todavía quieres hablar de ello?

—¿Con qué objetivo? —me preguntó.

Se oyó el crujido del acero que cedía después de toda la tensión. Una de las esquinas superiores de la puerta se torció y dejó que se colase el frío del exterior.

—Date prisa —me apuró Thomas—. Tenemos que actuar rápido.

—Entrégame a Butters —le dije a Grevane— y te proporcionaré la información que encontré.

—No me estás ofreciendo nada. Ya lo tengo a él —dijo Grevane—. Puedo extraer la información de él yo mismo.

—Podrías —le dije—, si la supiese. Pero no es el caso.

Grevane rezongó algo en una lengua que yo no conocía. Oí unas pisadas, luego el ruido de una bofetada y murmullos de un Butters aturdido.

—¿Es eso verdad? —le preguntó Grevane—. ¿Tienes información sobre la Palabra?

—No sé lo que es —farfulló Butters—. Había un lápiz de memoria. Números. Era una retahíla de números.

—¿Qué números? —gruñó Grevane.

—No lo sé. Un montón. No los recuerdo. Los tiene Harry.

—¡Mentiroso! —dijo Grevane. Se oyó el golpe de otro sopapo y un grito de Butters.

—¡No lo sé! —exclamó Butters—. Había un montón de números y yo solo vi algunos durante un segun…

Otro golpe, esta vez más sordo y pesado, como de un puño golpeando la piel.

Apreté los dientes, la rabia se apoderó de mí.

—No lo sé, no lo sé, no lo sé… —decía Butters. Parecía que estaba llorando.

—Mírame —exclamó Grevane—. ¡Mírame!

Cerré los ojos y me aparté un poco de la ventana. Podía imaginarme lo que estaba sucediendo: Butters estaría probablemente de rodillas, agarrado por dos zombis, y Grevane, de pie con su gabardina, le estaría sosteniendo la barbilla con el pulgar y el índice. Podía imaginar cómo forzaba a Butters a mirarlo a los ojos para iniciar una visión del alma. Grevane estaría intentando mirar en el interior de la cabeza de Butters, en un veloz y urgente intento de llegar a la verdad.

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