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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales (38 page)

BOOK: Latidos mortales
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—La verdad es que no —le dije—. ¿Qué es lo que quieres?

Se abrió el abrigo. El puño de una pistola sobresalía por su cinturón, era mi revolver.

—Artemis Bock se acercó a mi casa. Dijo que había tenido algunos problemas en la tienda.

—Sí —le dije—, los malos intentaron darle una paliza. Tuve una discusión con ellos por ese tema.

Billy hizo un gesto afirmativo.

—Eso fue lo que dijo. Encontró esto en el callejón. Dijo que había sangre.

—Uno de ellos me trasquiló la pierna —le dije—. Pero lo tengo todo bajo control.

Billy asintió, intranquilo.

—Eh… parecía preocupado por ti.

—Estoy bien —me levanté teniendo cuidado con la pierna—. ¿Bock está bien?

—Eh… —dijo Billy. Me miró y su expresión reveló mucha inquietud—. Sí. Es decir, no está herido. La tienda sufrió algunos daños, pero dijo que no tenía importancia. Quería que te diese las gracias en su nombre. —Se desenganchó la pistola del cinturón y añadió—: Y yo pensé que podrías necesitar esto.

—No deberías llevarla en los pantalones así —le dije—. A no ser que quieras acabar con voz de soprano.

—Está vacía —me dijo, y me la pasó.

La cogí, abrí el cargador y lo hice girar para comprobarlo. La pistola no estaba cargada. Me la metí en el bolsillo del guardapolvo, luego abrí el cajón de mi escritorio y saqué una cajita con munición que reservaba allí. La guardé también en el bolsillo.

—Gracias por traérmela —le dije—. ¿Cómo se te ocurrió buscarme aquí?

—No contestabas al teléfono de tu apartamento. Me acerqué por allí. Parecía como si alguien hubiese intentando tirarte la puerta abajo.

—Y así fue —señalé.

—Pero ¿estás bien? —La pregunta era más seria de lo que yo hubiese esperado.

—Estoy bien —le dije impacientándome—. Campanas infernales, Billy. Si quieres decirme algo, dímelo de una vez.

Cogió aire.

—Eh, bueno…, es que me da un poco de miedo.

Arqueé una ceja mientras lo miraba y volví a fruncir el ceño.

—Mira. Creo que… no estás haciendo bien las cosas, Harry.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté.

—Quiero decir que no estás siendo tú mismo —me dijo Billy—. La gente lo está notando.

—¿La gente? —le pregunté. La pierna me tembló. No tenía tiempo para este tipo de jueguecito psicológico—. ¿Qué gente?

—La gente que te respeta —me dijo cautelosamente—. Tal vez aquellos que incluso te temen un poco.

Lo miré fijamente.

—No sé si sabes esto, Harry, pero puedes llegar a dar mucho miedo. Quiero decir, he visto lo que puedes hacer. E incluso la gente que no lo ha visto con sus propios ojos ha oído historias. Créeme, estamos contentos de que seas uno de los buenos, pero si no lo fueras…

—¿Qué? —le pregunté, sintiéndome de repente mucho más cansado—. Si no lo fuera, ¿qué?

—Darías miedo. Mucho miedo.

—¿Adónde coño quieres llegar?

Asintió.

—Hablas con las cosas.

—¿Perdona? Levantó las manos.

—Hablas con las cosas. Me refiero a que estabas hablando con las cosas cuando estaba al otro lado de la puerta.

—Eso no fue nada —le dije.

—Vale —dijo Billy, aunque por su tono se sobrentendía que me estaba apaciguando y no dándome la razón.

—¿Qué es esta mierda de hablar con las cosas? ¿Fue Bock el que dijo que yo hacía eso?

—Harry… —empezó a hablar Billy.

—Porque no es verdad —le dije—. Dios mío. A veces cometo alguna locura, pero es el tipo de locura que cuando la vas a hacer piensas: no creo que funcione, pero tengo que intentarlo. No estoy loco.

Billy se cruzó de brazos y sus ojos buscaron mi cara.

—¿Ves?, a eso me refiero. Si estuvieras loco de verdad, ¿te darías cuenta?

Me acaricié el puente de la nariz.

—Vamos a ver si me he enterado bien. Como Bock ha dicho no sé qué cosa sobre mí y porque me has oído hablando solo, de repente, estoy listo para que me encierren en una habitación blanca con paredes acolchadas.

—No —dijo—. Más o menos. Harry, mira, no
es
que te esté acusando..

—Pues tiene gracia, porque tiene toda la pinta de ser una acusación.

—Yo solo…

Se me cayó el bastón al suelo y Billy
se
estremeció.

Intentó disimularlo pero yo había visto el movimiento. Billy se había estremecido como si de verdad temiese que yo le pudiese hacer daño.

¿Qué demonios?

—Billy —dije despacio—. Están sucediendo cosas muy malas. No tengo tiempo para esto. No sé lo que te habrá dicho Bock, pero ha pasado un par de días muy duros. Estará nervioso. No tengo nada contra él.

—Está bien —respondió en voz baja.

—Quiero que te vayas a casa —afirmé—. Y quiero que empieces a correr la hola por ahí. Todo el mundo debe permanecer detrás del umbral esta noche.

Frunció el ceño, se quitó las gafas y se puso a limpiarlas con una esquina de la camiseta.

—¿Por qué?

—Porque el Consejo Blanco va a enviar un pequeño ejército y estoy seguro de que no te gustaría que nadie que conozcas acabe atrapado en los efectos secundarios de esta visita.

Billy tragó saliva.

—Entonces esto va a ser muy grande.

—Y yo tengo que irme. No tengo tiempo para distracciones. —Di un paso hacia él y le puse la mano en el hombro—. Oye, soy yo, Harry. Estoy tan cuerdo como siempre y necesito que confíes en mí durante un tiempo. Dile a la gente que esconda la cabeza, ¿vale?

Respiró profundamente y asintió vehementemente.

—Lo haré, tío.

—Bien. No sé por qué estás tan preocupado por mí. Pero nos sentaremos a hablar del tema cuando
se
calme un poco la tormenta y averiguaremos qué es lo que pasa. Y comprueba que no
me
haya cargado ninguna aplicación del coche sin querer. Hablaremos,
te
lo prometo.

—Vale —dijo asintiendo—. Gracias. Siento si esto ha sido…, buf, tío.

—Ya vale de compartir emociones por hoy —le interrumpí—. Si seguimos así nos acabaremos afeminando. Vamos allá.

Me golpeó el brazo con un suave puñetazo y se fue.

Esperé a que se hubiese marchado. No me apetecía nada bajar con él en el ascensor preguntándome todo el tiempo si estaría temiendo que pudiese saltarle encima con un hacha o un cuchillo carnicero.

Me apoyé en mi bastón y pensé en ello durante un segundo. Billy estaba realmente preocupado por mí. Tan preocupado que temía que yo pudiese hacerle algo. ¿Qué coño había hecho yo para que me saliese con estas?

Pero había una pregunta aun mejor que debía hacerme a continuación de esta:

¿Y si Billy tenía razón?

Me golpeé el cráneo con un dedo. No lo notaba blando ni nada parecido. No me sentía loco. Pero cuando se pierde la cordura, ¿te queda algo ahí arriba que haga que te percates? Los locos nunca piensan que lo están.

—Siempre he hablado con las cosas —dije—. Y conmigo mismo… Bien dicho —me respondí—. A no ser que eso signifique que siempre has estado loco… No me hacen ninguna falta estos comentarios de listillo —me dije inflexible—. Tengo muchas cosas que hacer. Cállate.

Lo único que se me ocurría era que tenía que haber sido idea de Georgia. Siempre estaba dando la brasa con sus libros de psicología. Tal vez se había convertido en víctima de alguna especie de hipocondría psicológica invertida.

Un trueno retumbó en el exterior y la lluvia empezó a caer con mayor intensidad.

No me venía nada bien distraerme con ningún tipo de dudas. Me encogí de hombros pensando en la conversación con Billy y posponiendo mis reflexiones sobre ella para más tarde. Cargué mi pistola, ya que no haberla cargado habría sido prácticamente igual que no llevarla, y me la volví a meter en el bolsillo. Cerré mi oficina al salir y me dirigí al coche.

Tenía que ir a buscar a Shiela y ver si su extraordinaria memoria podía recordar los poemas y las estrofas de aquel estúpido libro. Después, tenía que averiguar la manera de invocar al salvaje y letal señor del mágico Mundo de las Tinieblas y pensar en cómo entretenerlo para que los herederos de Kemmler no pudieran utilizarlo para ascender a la condición de semidioses. Y además de todo eso, debía encontrar
La palabra de Kemmler y
dársela a Mavra sin que el Consejo Blanco se enterase de nada de lo que había estado haciendo.

Tan fácil como respirar.

Mientras bajaba en el ascensor tuve que admitirlo, Billy tenía algo de razón.

28

El vecindario de Cabrini-Green, donde vivía Shiela, había vivido épocas mejores. Pero también las había vivido peores. La ciudad había tirado muchísimo dinero en proyectos de renovación urbana por aquella zona, y muchos todavía estaban a medias. El edificio de Shiela aún se hallaba en proceso de renovación y el vestíbulo y muchos de los pisos todavía se encontraban a medio terminar. No había ningún obrero en la zona cuando accedí al vestíbulo, pero había docenas de lonas, pilas de ladrillos, trastos, pesados armarios de herramientas que habían sido atornillados al suelo y otros tantos cachivaches que evidenciaban que los obreros probablemente tampoco estarían trabajando si no se hubiese ido la luz en la ciudad.

Caminé hacia los ascensores y hacia el panel de seguridad. Encontré el botón del apartamento de Shiela en el noveno piso. Lo presioné y lo mantuve apretado durante un minuto hasta que me di cuenta de que, ejem, se había ido la luz y por lo tanto no podría llamar a Shiela por el telefonillo.

Puse cara de tonto y miré alrededor buscando las escaleras. Subir nueve pisos no iba a ser plato del gusto de mi pierna, pero tampoco es que tuviera otras opciones.

La puerta de las escaleras estaba cerrada, pero por el otro lado; era la típica puerta de incendios con una de esas barras para empujar. Levanté el bastón, miré alrededor, en el vestíbulo, para asegurarme de que no había nadie por allí que pudiera verme y, acto seguido, hice un ademán con el bastón y murmuré:

—¡
Forzare
!

Envié un débil soplido de mi poder a través de la puerta, que hizo que esta se abriese hacia mí en una acción precisa. Alcancé la barra abatible que había del otro lado y la puerta tembló primero y se balanceó después, para finalmente abrirse unos cinco o seis centímetros. Clavé un extremo de mi bastón en ella para mantenerla abierta, agarrarla y por fin empujarla. Me fijé en las escaleras durante un segundo, pero no se volvieron más cortas ni se convirtieron en escaleras mecánicas ni nada. Así que suspiré y empecé a arrastrarme con mucho dolor escaleras arriba, de escalón en escalón.

Nueve pisos, es decir, ciento sesenta y dos escalones más tarde hice un descanso para recuperar el aliento. Después abrí la puerta del descansillo del noveno piso de la misma manera que la del vestíbulo. El descansillo del noveno piso todavía estaba en construcción y algunos de los apartamentos que allí había aún no tenían puerta, y otros ni siquiera paredes. Fui atravesándolo hasta que llegué al apartamento de Shiela. Llamé a la puerta.

Sentí un cosquilleo en cuanto toqué la puerta; un conjuro de protección de alguna clase. No se acercaba ni un poco a la fuerza de los de mi apartamento, pero estaba equilibrado. Era bastante admirable. Shiela podía no tener una tonelada de talento innato, pero obviamente tenía suficiente disciplina como para suplir esa falta. Levanté la mano y la sostuve sobre la superficie de la puerta, mandando mis sentidos a través del conjuro, obteniendo una sensación más detallada de su fuerza. No podría haberme parado si hubiese usado mi poder para abrirme paso, pero era bastante fuerte para darme un buen golpe en los dientes si intentaba cruzar la puerta físicamente. Sin duda dejaría muy asustado a cualquier ladronzuelo que pasase por allí. No estaba nada mal.

Un minuto después oí pisadas y la puerta se entreabrió ligeramente. Vi una cadena de seguridad y una fina rayita de su cara que coincidía con sus oscuros y chispeantes ojos. Se le escapó un gritito de sorpresa y luego dijo:

—Harry, espera un momento.

Esperé mientras cerraba la puerta y quitaba la cadena de seguridad. Luego volvió a abrir la puerta, sonriéndome. Su sonrisa resultaba contagiosa, así que me descubrí a mí mismo correspondiéndole con un gesto similar.

Llevaba un corpiño rojo de lentejuelas que hacía que no mirar su pecho fuese una misión imposible. Tenía puestos unos
baggysanchos
, casi transparentes, sandalias de cuero atadas alrededor de sus pantorrillas y ocho millones de pulseras en sus brazos y tobillos. Se había recogido el pelo en una coleta alta con una especie de rejilla decorada. Y, por último, sus desnudos y tersos hombros lucían fuertes y preciosos.

—Hola —dijo ella.

—Hola, genio de la lámpara —le contesté—. ¿Está dentro tu compañera de piso Shiela?

Se echó a reír.

—Me coges saliendo por la puerta. Estaba a punto de irme, he quedado con unos amigos.

—¿Vas a una fiesta de disfraces? —le preguntó.

—No, siempre me visto así. —Sus ojos brillaron—. Es Halloween.

—¿Aunque no haya luces?

Levantó las cejas y arrugó la frente. Su sonrisa se debilitó por un segundo.

—¿Quién sabe? Tal vez eso lo haga más divertido.

Tenía razón sobre las curvas que se escondían bajo la ropa holgada que vestía en la tienda de Bock. Eran increíbles. Tenía que hacer un esfuerzo para concentrarme en su cara, especialmente cuando se reía. Su risa hacía que un montón de temblores interesantes recorriesen su cuerpo.

—¿Tienes un minuto? —le pregunté.

—Tal vez tenga dos —dijo ella—, ¿qué tienes en mente?

—Necesito tu ayuda con un asunto —afirmé. Miré de un extremo a otro del pasillo. Que yo supiese nadie me había seguido, y me había estado fijando, pero eso no significaba que no hubiese nadie allí. Era bastante bueno descubriendo este tipo de cosas, pero había muchas personas (y no-personas) que eran mejores que yo—.,Si no te importa, ¿podemos hablar dentro?

Su expresión se volvió un poco precavida y esta vez fue ella quien miró de un extremo a otro del pasillo.

—¿Estás metido en algún lío? ¿Es por lo de la gente de la tienda?

—Digamos que sí —le dije—. ¿Puedo pasar?

—Claro, claro —dijo dando un paso hacia dentro y sujetándome la puerta. Entré—. Madre mía —exclamó al observarme con detenimiento—,¿qué te ha pasado?

—Un necrófago me clavó un cuchillo en la pierna —respondí. Abrió los ojos como platos.

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