—Eh, eh, ¿qué pasa aquí? —dijo, inclinándose junto a ellos—. ¿Una pelea de enamorados? ¿Cómo no me había enterado de que estabais juntos?
Tabit respiró hondo, tratando de calmarse, y recogió los papeles de maese Belban, aparentando indiferencia.
—No estamos juntos —replicó, cortante.
—Es solo una práctica de debate para Teoría de los Portales que se nos ha ido un poco de las manos —masculló Cali, mirando hacia otro lado.
Tabit se sintió aliviado al advertir que Caliandra había optado tácitamente por no hacer partícipe a Zaut de sus últimos descubrimientos. Le pareció bien; apreciaba mucho a su amigo, pero no era precisamente el estudiante más discreto de la Academia.
—Bueno, he venido a decirte que tienes visita —prosiguió Zaut—. Hay un tipo que quiere verte. No quiso esperar en la entrada, e insistió tanto que me han encargado que lo acompañara hasta aquí. Mira, está ahí, en la puerta. ¿De verdad lo conoces?
Tabit se volvió hacia el lugar indicado por Zaut y suspiró al descubrir allí a Yunek, que aguardaba, visiblemente incómodo, apoyado contra el marco de la puerta del comedor.
—Sí, es el chico que encargó el portal de mi proyecto —dijo.
Cali también lo vio. Al reconocerlo, su corazón latió un poco más deprisa.
—¿El granjero uskiano? —Zaut se volvió para contemplar a Yunek con descaro—. Sí que es insistente, por no decir pesado.
Tabit no respondió. Se había dado cuenta de que Yunek se mostraba pálido y agitado, e intuyó que tenía algo importante que decirle. Algo que quizá no tuviera nada que ver con sus reclamaciones a la Academia.
—Voy a ver qué quiere —murmuró, inquieto; recogió sus papeles y se levantó de la mesa.
—Voy contigo —dijo enseguida Cali.
—Eh, yo venía a desayunar con vosotros —se lamentó Zaut.
—Ya hemos terminado —se disculpó Tabit—. Hasta luego, Zaut. Nos vemos en el almuerzo, ¿de acuerdo?
Zaut suspiró y los observó mientras se alejaban.
—Y luego dicen que no hay nada entre ellos —rezongó.
Yunek vio llegar a Tabit y se enderezó inmediatamente.
—¡Tabit! —lo saludó—. Escucha, tenemos un problema muy serio. Rodak… —se interrumpió de pronto cuando descubrió a Cali junto al pintor de portales.
—Esta es Caliandra, una compañera de estudios —la presentó Tabit; se volvió hacia ella—. Él es Yunek; viene de Uskia, y está aquí porque el Consejo ha cancelado el portal que encargó.
—Lo sé —respondió Cali con una media sonrisa—. Ya nos conocemos.
—¿En serio? Ah, es cierto, os encontrasteis en Administración.
—Pero no habíamos sido formalmente presentados. Yunek… puedes llamarme Cali —le dijo, aún sonriendo.
Yunek le devolvió la sonrisa. Hubo un silencio mientras los dos se miraban a los ojos. Tabit, ajeno a la conexión invisible que parecía existir entre ellos, devolvió al uskiano a la realidad:
—Bueno, Yunek, ¿qué es eso que tenías que decirme? Puedes hablar delante de Caliandra; estamos en esto juntos —añadió, malinterpretando la mirada que el joven había dirigido a Cali.
Yunek miró a su alrededor. Era muy consciente de que en aquel lugar, repleto de hábitos granates, llamaba mucho la atención.
—¿Podemos ir a hablar a un lugar más discreto? Ha pasado algo serio en Serena. No tardarán en llegaros las noticias, pero preferiría contároslo en persona.
—Claro —asintió Tabit—. Podemos usar mi sala de estudio, si quieres. La comparto con otros tres chicos, pero Unven todavía no ha vuelto de Rodia, y los otros dos están en un grupo de prácticas de Observación de Portales y pasarán toda la mañana fuera.
—Eso será perfecto —asintió Cali.
Un rato más tarde, reunidos los tres en torno a la mesa del estudio de Tabit, Yunek les contó lo que había sucedido la noche anterior en la lonja del puerto de Serena.
—El alguacil ha ordenado a Rodak que no salga de casa —concluyó Yunek—, pero su madre teme por él. Piensa que quien mató a Ruris podría tener algo contra los guardianes del portal, y que Rodak podría ser el próximo. —Se estremeció—. Aunque no lo parece, por ser tan alto y grande, el chico solo tiene dieciséis años. Su madre me ha invitado a quedarme en su casa, así que estaré con ellos, de momento, aunque solo sea para que ella se sienta un poco más segura. Y, mientras tanto, intentaré descubrir quién está detrás de todo esto.
—No sé —respondió Tabit, dudoso—. ¿Crees que es una buena idea?
—Alguien ha matado a un guardián, y Rodak podría estar en peligro —le recordó Yunek—. A mí me parece un asunto bastante serio.
—Lo es —asintió Tabit con cansancio—, pero estoy seguro de que los alguaciles de Serena sabrán encontrar al asesino, y que los maeses también colaborarán. No creo que debamos entrometernos en algo así, la verdad. Precisamente porque es un asunto bastante serio.
—Pero ¿quién podría querer matar al guardián de un portal de pescadores? —se preguntó Cali, aún impresionada por el relato de Yunek.
El joven sacudió la cabeza.
—Rodak y yo estuvimos hablando acerca de eso —dijo—. Tenemos varias ideas. Pensad que el muerto tenía a su cargo el portal robado. Así que podría haberlo matado alguien del Gremio, como escarmiento. O, incluso… algún pintor de portales al que no le ha sentado bien que Ruris faltara a su deber.
—Eso es absurdo —declaró Tabit, indignado—. Ningún maese degollaría a un guardián por encontrarse indispuesto.
—¿Y si no estaba indispuesto? —apostilló Yunek—. Piensa en lo que el asesino escribió en la pared: «Muerte a todos los traidores». ¿Y si el guardián estaba compinchado con los ladrones de portales, y fingió estar enfermo para marcharse a su casa y dejarles el campo libre?
—¿Y qué ganaría él con eso?
—Por supuesto, ese tipo de favores se pagan.
—¿Tú crees? ¿Y qué opina Rodak de todo eso?
Yunek suspiró.
—Es tan leal a la Academia como tú. Opina que ningún guardián faltaría a su deber, por mucho que le pagasen. Y, hablando de eso… con todo lo del asesinato, no os he contado lo que descubrimos ayer preguntando a los otros guardianes.
Les resumió, en pocas palabras, los relatos que habían ido recogiendo. Les habló también de la teoría de Rodak, según la cual había alguien que, en efecto, estaba haciendo desaparecer discretamente algunos portales en distintas partes de Darusia, portales abandonados o situados en poblaciones pequeñas, y utilizaba a menudo diversos métodos para hacer pasar sus actividades por accidentes de diversas clases.
—Pero es que sigo sin entender por qué querría nadie ir borrando portales aquí y allá —comentó Cali—. ¿Para fastidiar a la Academia, tal vez?
Yunek miró a Tabit significativamente. Este calló un momento, con la mirada fija en la mesa. Después dijo:
—No los borran por capricho. Están robando pintura de bodarita.
—¿Y para qué? La pintura por sí sola no sirve para nada a menos que esté en manos de un maese que sepa utilizarla. Y no tiene sentido intentar venderla a la Academia, porque todas las minas de bodarita que hay en Darusia nos pertenecen. Mira, te voy a poner un ejemplo: entre otras muchas cosas, mi padre es propietario de una factoría de sedas en Singalia. ¿Te imaginas que un ladrón de tres al cuarto le robara un vestido a una dama esmirana para tratar de vendérmelo a mí? ¿A ti te parece que yo me molestaría en comprarlo?
Tabit no respondió. Parecía tener una idea al respecto, pero Cali tuvo la sensación de que se resistía a compartirla con ellos.
Yunek se aclaró la garganta. No se atrevió a mirar a la muchacha, aún impresionado por aquella revelación sobre su familia.
—Cerca de donde yo vivo —dijo, un tanto cohibido—, había un hombre que criaba gallinas. Era el mayor vendedor de pollos y huevos de la zona, y solo había otro que podía competir con él, cinco aldeas más allá.
—Perdona —le interrumpió Cali—, pero, ¿qué tiene eso que ver…?
—Déjame acabar, por favor —cortó Yunek, con cierta brusquedad.
Cali miró a Tabit, pero este no dijo nada. Seguía concentrado en contemplar el dibujo que las vetas de la madera formaban en la superficie de la mesa, como si fuera algo absolutamente fascinante.
—Está bien, sigue —suspiró ella—. Te escucho.
—Resultó que un día —continuó Yunek—, las gallinas enfermaron y, en poco tiempo, murieron casi todas. El dueño no se lo contó a nadie, porque tenía miedo de que la gente dejara de comprarle huevos si se corría la voz. Se deshizo de los animales muertos, limpió bien el corral y fingió que no había pasado nada.
»Pero, como ya casi no le quedaban gallinas, no tenía suficientes huevos para todos sus clientes. Empezó por venderlos más caros; además, puso a criar a la mayoría de sus gallinas ponedoras para repoblar el corral, así el precio de los huevos subió aún más. Mientras tanto, él y su familia se privaban de muchas cosas para ahorrar el dinero que necesitaban para comprar más animales.
»Todo esto, claro, de puertas para adentro; pero de todas formas perdieron clientes, porque no tenían género para todos y porque muchos de ellos dejaron de comprarles después de la subida de precios. Así que terminaron por vender solo a los más ricos, a los que no les importaba pagar un poco más por los huevos, los pollos y las gallinas de la granja.
»Pero entonces alguien en el pueblo descubrió los apuros por los que estaban pasando, y, de pronto, los vecinos que tenían gallineros particulares empezaron a sufrir ataques de zorros, que entraban en los corrales y se llevaban una o dos gallinas cada vez. Al principio, todo el mundo creyó que de verdad eran zorros; pero, con el tiempo, y como las trampas no funcionaban, la gente empezó a hacerse preguntas…
—¿Quieres decir…?
Yunek asintió.
—Había un ladrón que robaba los animales de los corrales y después los vendía baratos al criador de pollos. No le explicaba de dónde los había sacado, y él no preguntaba, aunque yo creo que, en el fondo, lo sabía muy bien.
—¿Y qué pasó al final?
—¿Qué iba a pasar? Se descubrió el pastel. La familia quedó en la ruina, porque, aunque no hubiesen robado aquellas gallinas, la gente les echó la culpa a ellos y empezó a comprar los huevos al otro granjero; además, para entonces ya les salía a cuenta hacer el viaje hasta su aldea, aunque estuviese más lejos, porque sus productos eran mucho más baratos.
—¿Y la moraleja de la historia es…?
Yunek suspiró.
—Explícaselo, Tabit —le pidió al estudiante; como él no contestó, el joven se volvió hacia Caliandra para mirarla fijamente a los ojos antes de decir—: lo que estoy intentando que entiendas es que os estáis quedando sin material, Cali. La pintura que usáis para los portales… la hacéis con un mineral especial, ¿verdad? Bueno, pues se está agotando.
—¿Qué dices? —se extrañó ella—. ¿Cómo va a agotarse la bodarita? ¿De dónde has sacado esa idea?
—Bueno, no es difícil de adivinar. Ese chico que fue ayer con Tabit a la plaza, el minero… iba en busca de trabajo, ¿no?
—Pero hay más minas. La de Uskia no es la única que posee la Academia.
—Y, sin embargo, los precios de los portales suben año tras año —señaló Yunek—, y cada vez se aceptan menos encargos. Algunos, como el mío, se echan atrás. —Cali iba a replicar, pero Yunek alzó la mano para indicarle que no había terminado de hablar—. Mientras tengas huevos, no dejarás de venderlos, ¿entiendes? No hay razón para decirle a alguien que no puedes atender su pedido, si está dispuesto a pagar el precio… salvo que, en realidad, no tengas huevos para venderle. Puedes hacer creer a la gente que solo quieres vender a clientes ricos pero, en realidad, el dinero de un campesino vale lo mismo que el del presidente del Gremio de Comerciantes de Esmira.
Cali se sonrojó violentamente.
—Yo jamás he insinuado lo contrario —se defendió, muy digna.
Tabit alzó al fin la cabeza, con un suspiro.
—El padre de Caliandra es el presidente del Gremio de Comerciantes de Esmira —le explicó a Yunek.
En esta ocasión, fue el uskiano quien enrojeció.
—Yo… vaya… —balbuceó—. No quería decir… No lo sabía… Era solo un ejemplo…
—Dejad de hablar ya de gallinas y de comerciantes —dijo entonces Tabit—. Me temo que lo que dice Yunek es verdad, Caliandra: la bodarita se está agotando.
Cali lo miró, incrédula, pero no dijo nada.
—¡Sabía que tú también te habías dado cuenta! —exclamó Yunek, triunfante.
—También a mí me pareció extraño que anularan el encargo de un cliente dispuesto a pagar —prosiguió Tabit—. Y era evidente que habían borrado el portal de los pescadores para llevarse la pintura. Además, no es solo la mina de Tash la que está casi agotada. Ayer, en el almacén, vi el cargamento procedente de la explotación de Kasiba. Los contenedores iban casi vacíos.
—¿Y por eso has enviado a Tash a Ymenia? —comprendió Cali—. ¿Para que compruebe si pasa lo mismo allí?
—Bueno, se ha ido porque buscaba trabajo. Pero sí, le he dicho que me acercaré por la mina en unos días para preguntarle cómo está la situación allí.
—Pero la bodarita… no puede acabarse. ¿Cómo vamos a elaborar la pintura entonces? Y, sin pintura, ¿cómo vamos a dibujar portales?
—Exacto —asintió Tabit.
Los tres permanecieron un instante en silencio. Después, Cali dijo a media voz:
—¿Cuánto hace que lo sabías, Tabit? ¿Y por qué no has dicho nada?
—No lo sabía, en realidad, pero lo sospechaba —respondió él—. Y no he dicho nada porque… bueno, porque hay muchas cosas de las que no estoy seguro. Por ejemplo, no sé si maese Maltun o alguien en el Consejo tiene idea…