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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (36 page)

BOOK: El libro de los portales
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De modo que el joven respiró hondo y decidió que aprovecharía al máximo aquel día para averiguar todo lo que pudiese. Se encaminó, pues, a la Plaza de los Portales de Maradia, y se puso a la cola de la gente que se dirigía a Serena.

Dado que el portal del Gremio de Pescadores aún no había sido restaurado, el tráfico entre ambas ciudades seguía siendo más caótico que de costumbre. Tanto el Consejo de Serena como el de Maradia habían dispuesto en las Plazas de los Portales un contingente extra de alguaciles para que pusieran orden en el lugar. Los cargamentos de pescado seguían llegando por el portal público, entorpeciendo los desplazamientos en ambos sentidos, pero Yunek no dejó de notar que la gente parecía estar acostumbrándose a ello, adaptándose a la nueva situación con estoica resignación. Por supuesto, el asesinato de Ruris había retrasado y enrarecido las negociaciones entre el Gremio y la Academia; probablemente, la restauración del portal de los pescadores tendría que esperar hasta que se esclareciera aquel espinoso asunto.

Mientras esperaba su turno, Yunek repasó mentalmente todo lo que había averiguado en los últimos días.

Los alguaciles de Serena sospechaban que detrás de la desaparición del portal podía estar algún simpatizante del Gremio de Pescadores de Belesia, que desde tiempo inmemorial rivalizaba con los marineros de Serena por la explotación de los bancos de la bahía. Del mismo modo, pensaban que Ruris les había facilitado la tarea, fingiendo una indigestión para abandonar su puesto y dejar, de esa manera, vía libre a los delincuentes. Los alguaciles creían que alguien del Gremio había descubierto la alianza de Ruris con los pescadores belesianos y, en consecuencia, lo había castigado por su traición.

Pero Rodak estaba seguro de que había algo más. Tal y como le había dicho a Yunek, parecía que existía un patrón, y que alguien se dedicaba a borrar portales en toda Darusia; alguien que, probablemente, no tenía nada personal contra los pescadores de Serena.

Yunek, por su parte, y haciendo caso omiso de las advertencias de Tabit, le había contado a Rodak que sospechaba que la bodarita se estaba agotando y que, por tanto, la pintura de los portales acabaría por convertirse en un bien inestimable. Ambos habían llegado a la conclusión de que alguien se había percatado de ello y había llegado a crear, de alguna manera, una red que operaba por toda Darusia eliminando portales que nadie echaría de menos.

El gran defecto de aquella teoría consistía en el hecho evidente de que el portal de los pescadores de Serena

se estaba echando en falta, y mucho.

—Eso es que han cometido un error —había dicho Rodak, tras meditar largo rato sobre ello.

Entonces le había indicado una serie de personas con las que debía hablar. Estaba convencido de que nadie podría borrar el portal de la lonja sin que alguien lo supiese en alguna parte; de que, tanto si se trataba de un complot belesiano como si había sido obra de los ladrones de portales, alguien tenía que haber oído algo al respecto.

—Antes que nada —le había dicho el joven guardián—, tienes que ir a ver a Brot.

Según le había explicado, Brot era un curtido marinero que solía recorrer toda la costa de Darusia en su viejo barco, el
Dulce Enora
, realizando diversos encargos y trabajos, algunos de ética dudosa. También hacía frecuentes viajes a Belesia, y mantenía relaciones con pescadores y marineros de ambos puertos.

Yunek, obediente, había ido a buscar a Brot en su primera tarde de investigación en Serena. Pero le habían dicho que el
Dulce Enora
había salido del puerto días atrás, y nadie sabía cuándo volvería.

De modo que, mientras tanto, Yunek se dedicaba a recorrer la ciudad, preguntando a unos y a otros, a veces solo, en otras ocasiones acompañado por Cali. Todos los días hacía una visita al puerto, para ver si Brot había regresado, pero siempre obtenía una respuesta negativa. Por lo que parecía, era habitual que zarpara sin decir nada a nadie y regresara al cabo de un tiempo, que podía ser una semana, un mes, o varios. Nadie sabía qué andaba haciendo, y nadie preguntaba al respecto.

Yunek estaba ya cansado de regresar del puerto de Serena con las manos vacías. Pero tampoco estaba obteniendo resultados por ninguna otra vía. De nuevo, lo único que había conseguido hasta el momento era coleccionar una serie de relatos más o menos inverosímiles sobre malcarados pescadores belesianos, esbirros del Invisible y contrabandistas de todos los pelajes.

Cuando llegó su turno, cruzó el portal, y enseguida lo recibió una súbita bofetada de aire marino.

No terminaba de acostumbrarse a aquellos viajes instantáneos. Hasta hacía poco, sus experiencias con portales podían contarse con los dedos de una mano. Estaba más habituado a desplazarse a pie o en carreta, o en la vieja mula que habían tenido en la granja, antes, claro, de que se vieran obligados a venderla para reunir dinero para el portal de Yania.

Tampoco se sentía a gusto en las grandes ciudades. Maradia le resultaba asfixiante, comparada con los amplios espacios abiertos y los interminables campos y praderas que se divisaban desde su casa, en Uskia. Serena tampoco era un destino mejor. Las calles seguían pareciéndole estrechas, y los edificios que las flanqueaban, demasiado altos. Por supuesto, el puerto le devolvía el horizonte infinito que la ciudad le había arrebatado, pero el mar, aquella enorme extensión azul, le producía un extraño desasosiego. Nunca había visto tanta agua junta, y se sentía pequeño y frágil ante tamaña inmensidad.

A Cali, por el contrario, le encantaba el mar. No en vano procedía de Esmira, una ciudad costera, y la continental Maradia le parecía demasiado fría y gris.

Yunek sonrió para sus adentros. Con tal de estar con Caliandra, pensó, volvería al puerto todas las veces que hiciera falta.

Se dio cuenta entonces de que sus pasos lo habían devuelto allí, por pura costumbre, pese a que en aquella ocasión la joven pintora no lo acompañaba. Bien, pensó. Ya que estaba en el puerto, volvería a preguntar por el
Dulce Enora
y su esquivo propietario.

No hizo falta, sin embargo. En cuanto se acercó a un grupo de estibadores que estaba descargando un barco en el muelle, uno de ellos le soltó, antes de que tuviera ocasión de abrir la boca:

—¡Brot no ha vuelto aún, chico de secano! ¿Por qué no te pasas por aquí dentro de un mes, por ejemplo, en lugar de venir a dar la paliza todos los días? ¡No todos podemos permitirnos el lujo de estar ociosos, como tú!

—No tenía intención de molestar —se defendió Yunek—. Y sí tengo trabajo que hacer. Solo… —se interrumpió, aguijoneado por las punzadas del remordimiento. Recordó que, mientras él paseaba por el puerto de Serena con una encantadora estudiante de la Academia, su madre y su hermana estarían a punto de comenzar la temporada de siembra sin él. «Esto lo hago por ellas», se recordó a sí mismo—. No importa —concluyó, con un suspiro—. Gracias por la información. Si el
Dulce Enora
vuelve a puerto, o si veis a Brot…

—Le diremos que su novio lo está buscando desesperadamente —completó otro de los estibadores, arrancando una carcajada a los demás.

Yunek esbozó una sonrisa de disculpa, pensando que, sin duda, se lo merecía por ser tan insistente, y se hizo el firme propósito de no regresar al puerto hasta la semana siguiente por lo menos, por mucho que Rodak reiterara la importancia de hablar con Brot cuanto antes.

Dio media vuelta para marcharse y enfiló por la estrecha callejuela que conducía a la plaza del mercado. Pero entonces, cuando pasaba junto a un soportal en sombras, una voz le susurró:

—Ellos no podrán decirte nada. No saben nada, ni quieren saberlo. Pero yo sí te puedo contar lo que le ha pasado a Brot.

Yunek se volvió, desconcertado. La calle estaba desierta, a excepción de una mujer que se encogía junto a la pared, en la penumbra del soportal.

El joven había pasado suficiente tiempo en la ciudad como para reconocer a una prostituta cuando la veía. Lo que más le llamaba la atención de aquellas mujeres no eran sus ropas provocativas, sus cabellos sueltos, sus rostros pintados o sus modales desenvueltos, sino la mirada vieja y cansada que mostraban los ojos de la mayoría de ellas. Y aquella no era una excepción.

—¿Conoces a Brot? —le preguntó.

Ella miró hacia todos lados, temerosa, y después le hizo una seña para que lo siguiera. Intrigado, Yunek lo hizo, aunque no pudo evitar preguntarse si no se trataría de una treta para atraerlo a su cama.

La mujer lo condujo hasta su casa, un único cuartucho mal iluminado y peor ventilado. Con una sonrisa avergonzada, corrió la cortina que dividía la estancia en dos, ocultando un jergón medio deshecho. En un rincón, sentados sobre una manta vieja, dos niños que no pasarían de uno y dos años, respectivamente, los contemplaban con los ojos muy abiertos.

Había dos sillas que parecían relativamente nuevas. La prostituta lo invitó a sentarse, y Yunek obedeció.

—Fueron un regalo de Brot —dijo ella, acariciando con cariño la madera pulida—. Demasiado elegante para esta casa, le dije. Entonces él me prometió que me traería una cama nueva que hiciera juego con las sillas. Fabricada con madera de los fuertes robles de Vanicia, me dijo. Yo le contesté que, antes que una cama, nos vendría bien una cuna para los niños. Ahora duermen conmigo, pero… —suspiró—, preferiría que no lo hicieran. Por mi trabajo, ¿sabes?

Yunek no supo qué contestar.

—Me llamo Nelina —dijo ella, cambiando de tema al advertir su incomodidad—. Conocí muy bien a Brot. Estábamos juntos, ¿entiendes? Quiero decir que no le cobraba.

—Eras… ¿su novia o algo así?

Nelina respondió con una carcajada.

—Si quieres llamarlo así… Entre nosotros había algo especial; yo no lo llamaría amor, pero sí, quizá, cariño, apego… Confiaba en mí, venía a verme nada más llegar a puerto, trataba a mis hijos como si fuesen suyos. Si los dos fuésemos de otra manera, quizá sí podríamos haber empezado algo más formal. Pero yo no me hago ilusiones. Lo conocía bien; sé que tenía más «novias» en otros puertos. Pero ninguna mujer oficial, de eso estoy segura.

—Salvo Enora, ¿no? La mujer que dio nombre a su barco.

De nuevo, Nelina rió.

—Enora… era su madre. Lo sé, la conocí. Aunque Brot pasase tanto tiempo en el mar, de aquí para allá, nació en Serena.

—¿Por qué hablas de él como si… ya no estuviera aquí?

Ella sacudió la cabeza, y en sus ojos brilló un destello de amarga tristeza.

—Porque es así. No sé quién eres ni lo que buscas, pero pareces buen muchacho, y eres el único que ha preguntado por él estos días. A Brot lo mataron, ¿sabes? Fue hace cosa de dos semanas. Brot estaba muy animado; decía que andaba detrás de un negocio importante y que tenía grandes planes para nosotros. Fue entonces cuando me prometió que me compraría muebles nuevos y otras cosas bonitas. Con el dinero que esperaba ganar, ¿entiendes?

»Pero luego desapareció el portal de la lonja y mataron a ese guardián, y Brot se puso nervioso. Intentaba fingir que no pasaba nada, aunque yo podía ver muy bien que estaba preocupado. Le pregunté si le ocurría algo, pero no me lo quiso contar. La última vez que lo vi, me besó y me dijo que no quería ponerme en peligro. Que lo estaba preparando todo para marcharse lejos porque iban a por él. Y que nuestros planes tendrían que esperar hasta que todo se calmara un poco.

—¿Quién iba a por él? —preguntó Yunek con un estremecimiento.

—No me lo dijo tampoco. Pero tenía mucho miedo. Nunca antes lo había visto así. Cuando se fue, nos prometió que regresaría por la mañana, antes de partir en el
Dulce Enora
, para darles a mis niños un juguetito que les había traído de Kasiba. Pero nunca más volvió.

—Y… —empezó Yunek; vaciló un momento, pero finalmente se atrevió a formular la duda que le rondaba por la cabeza—. ¿Y no existe la posibilidad de que… ya sabes… simplemente decidiera partir antes de tiempo?

Nelina negó con la cabeza.

—Brot no hacía muchas promesas. Pero las que hacía, siempre las cumplía. Y nunca les falló a mis niños. Ni una sola vez. En todo el tiempo que estuvimos juntos, jamás les faltó comida ni abrigo cuando él estaba en la ciudad.

—Entiendo —asintió Yunek—. Pero, si hubiesen matado a Brot, el
Dulce Enora
seguiría en el puerto.

—Lo hundieron. Estoy convencida de que se lo llevaron a aguas más profundas y allí lo dejaron, quizá a la deriva, o con un agujero en el casco. Pero nadie lo encontrará jamás. Brot siempre decía que ellos no dejan cabos sueltos.

—¿Y qué esperan que piense la gente cuando vean que pasa el tiempo y Brot no regresa?

—Nadie pensará nada. Brot iba y venía cuando le venía en gana, y no decía nunca cuándo tenía intención de volver. Quizá dentro de un año, o dos, alguien se pregunte qué habrá sido de él. Pero esto es una ciudad marinera. En ocasiones, los barcos no regresan a puerto. Todo el mundo lo sabe. —Sonrió con amargura—. La mar es una amante caprichosa y despiadada.

Yunek asintió.

—Entiendo —murmuró—. Pero, dime, ¿por qué me has contado todo esto a mí?

—Porque estás haciendo preguntas. Sé que quieres descubrir qué ha pasado en la lonja, y también estás buscando a Brot, todo el mundo lo sabe. Pensé que… —Vaciló—. No sé, sabía que los alguaciles no me escucharían, que dirían que son figuraciones mías, que nadie ha encontrado el cuerpo de Brot y… bueno, tú preguntabas por él. Quizá… quizá me equivoqué, pero pensé…

Su voz se apagó, y sus ojos parecieron hacerlo también.

Aún alargaron un poco la conversación, pero no había mucho más que hablar. Nelina no sabía quién amenazaba a Brot, ni por qué, aunque pensaba que estaba relacionado con la muerte del guardián y la desaparición del portal de los pescadores.

Yunek se despidió de ella y se encaminó a la plaza del mercado, sumido en hondas reflexiones. De nuevo, pensó, no sin cierta frustración, lo único que tenía eran conjeturas. No sabía con certeza si Brot estaba vivo o no; quizá todo fueran imaginaciones de Nelina, y en todo caso, ¿quién iba a querer asesinar al patrón del
Dulce Enora
, y qué relación tenía con la muerte de Ruris y el robo del portal… si es que había alguna?

Dobló una esquina cuando, de pronto, una figura se deslizó tras él, lo aferró con fuerza y lo arrastró a las sombras. Quiso debatirse, pero sintió la fría mordedura de un filo contra su cuello, y se quedó quieto, con el corazón latiéndole con fuerza.

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