Pero Cali sacudió la cabeza con energía.
—¡No, no, no! Deja de ser tan cuadriculado, Tabit. Piensa en las posibilidades. Atrévete a ir un poco más allá. Déjate llevar por tu intuición.
Aquellas palabras recordaron a Tabit lo que maese Belban le había dicho ante el despacho del rector, cuando le había explicado por qué había escogido a Caliandra como ayudante, y no a él. Pero reprimió su irritación y logró decir, esforzándose por ser amable:
—Muy bien. ¿Cuál es tu teoría, pues?
Caliandra inspiró hondo antes de inclinarse hacia delante y decir, en voz baja:
—Lo he pensado mucho, Tabit. Yo vi ayer a maese Belban en su estudio cuando crucé el portal… pero ni la habitación era exactamente la misma, ni maese Belban parecía reconocerme.
—Bueno, tienes que admitir que a veces se comporta de forma un tanto… excéntrica.
Cali negó con la cabeza.
—Pero él tenía razón al sorprenderse. Era verdad que no me conocía… aún.
—¿Qué quieres decir?
—Piénsalo: las once variables señalaban el mismo sitio. Solo cambiamos la duodécima. Así, cuando el portal se activó… no me condujo a un lugar diferente, sino al mismo… pero en otro tiempo.
Tabit se irguió, atónito, mientras trataba de comprender todas las implicaciones de aquella declaración.
—Hace meses, o incluso años —prosiguió Cali, cada vez más entusiasmada—, el profesor Belban ya trabajaba en ese mismo estudio, pero todavía no me conocía, ni había pintado el portal azul en la pared. Pienso que, igual que con la bodarita granate podemos dibujar portales que nos permiten desplazarnos en el espacio… la bodarita azul genera portales con los que podemos viajar en el tiempo.
Tabit inspiró hondo, con los ojos muy abiertos.
—Pero eso es una locura…
—No lo es tanto. Piensa en las mediciones que hicimos. El presente es siempre el mismo, por eso la duodécima variable no parecía cambiar. Por eso, si dibujas un portal azul solo con las coordenadas del «aquí», no se activará; pero, si le añades la duodécima coordenada, la del «ahora», se activará para devolverte exactamente al mismo lugar en el que estás, y al mismo tiempo. Si, por el contrario, cambias la coordenada y señalas como destino un tiempo diferente… el portal azul te llevará al «aquí», sí, pero será un «aquí» situado en algún punto del «ayer»… o del «mañana» —añadió de pronto, como si acabase de ocurrírsele, con los ojos muy abiertos.
—Pero eso es imp…
—No vuelvas a decir que es imposible, Tabit, por favor, porque así no vamos a avanzar —se quejó ella—. Imagina que esto es una clase de Teoría de los Portales, ¿vale? Imagina, por un momento, que, en efecto, existiera una variedad de bodarita con esas propiedades. Que pudiéramos utilizarla para pintar portales temporales. Que la duodécima coordenada, que podríamos llamar «Tiempo», nos marcase el punto exacto de la historia al que podemos llegar.
Tabit cerró los ojos un momento y reordenó sus esquemas mentales, como pudo, con aquella nueva información.
—Bien —dijo finalmente, exhalando aire con lentitud—, bien. Imaginémoslo, como si fuera un debate de Teoría de los Portales, de acuerdo. Has dicho que la duodécima coordenada es el Tiempo, ¿no? ¿Y por qué llamarla «Indefinida», pues? ¿Por qué no utilizar en el medidor el símbolo correspondiente al Tiempo?
—Puede que maese Vanhar y sus sucesores no supieran realmente a qué correspondía la duodécima variable —argumentó ella—. O tal vez… —añadió, y los ojos se le iluminaron de pronto—, tal vez hayamos interpretado mal el símbolo. Quizá no signifique exactamente «Indefinido»…
—Es exactamente lo que significa, Caliandra —cortó Tabit—. Me he tomado la molestia de mirarlo en el diccionario, solo para asegurarme. «Indefinido, indeterminado, impreciso» —recitó de memoria—. Literalmente.
Cali arrugó el ceño y se mordisqueó la punta de la trenza, pensativa.
—Indefinido —repitió—. Sin definir. Sin delimitar. Ilimitado. Infinito. Eterno. ¿Lo ves? —añadió, con una radiante sonrisa—. Sigue siendo el Tiempo: infinito, hasta que le añades la variable numérica y lo sitúas en el «Ahora». Es otra interpretación del símbolo.
—No es lo que pone en el diccionario… —protestó Tabit, pero Cali lo interrumpió:
—¡Los diccionarios académicos solo incluyen las definiciones más comunes de cada símbolo! Maese Eldrad lo repite constantemente en clase. El lenguaje simbólico no es tan preciso como el alfabético, pero en su origen era mucho más rico y complejo que la variante que usamos ahora. El diccionario básico es una herramienta de trabajo; es fundamental para crear y traducir contraseñas, y con los años lo hemos reducido a eso, pero los diccionarios más antiguos contenían muchísimos más matices y acepciones.
—De acuerdo, no te lo discuto. Pero ¿de dónde te has sacado que este símbolo en concreto puede interpretarse como «Tiempo»? ¿Has consultado algún diccionario antiguo en el que aparezca algo así?
Cali se ruborizó levemente; pese a ello, respondió con dignidad:
—Lo he deducido yo sola.
—Te lo has inventado, que no es lo mismo —replicó Tabit, que empezaba a perder la paciencia—. Piensa con un poco de lógica por una vez: nuestro lenguaje ya posee un símbolo para representar el concepto «Tiempo». ¿Por qué no lo emplearon en los medidores primitivos? ¿Por qué razón iban a utilizar un símbolo que signifique «Indefinido» y que quizá, tal vez, a lo mejor… puede interpretarse como «Tiempo»?
—Han pasado siglos desde que se fabricaron los primeros medidores, Tabit —señaló ella—. El lenguaje cambia, evoluciona. Tampoco el símbolo que utilizamos en los medidores para el concepto «Agua» es el más habitual. Todos sabemos que es un símbolo arcaico que, fuera de la relación de coordenadas, no se utiliza para nada más en la actualidad. Pero sabemos que significa «Agua» porque esa coordenada la usamos constantemente. Y ahora imagina que los antiguos ya previeron una coordenada «Tiempo» y la marcaron con ese símbolo. Y con el tiempo se olvidó lo que significaba, porque, como muy bien dijiste, no hace falta poner la duodécima coordenada para que un portal funcione… al menos, en el caso de los portales granates de siempre. Pero estamos hablando de portales azules.
Tabit iba a replicar, pero se detuvo un instante a meditar sobre lo que ella proponía.
—Es una hipótesis muy rebuscada, pero tiene su lógica —aceptó—. Te podría valer en una clase de Teoría de los Portales. Ahora bien, de ahí a que se corresponda con la realidad…
—Entonces, ¿partimos de la base de que la duodécima coordenada, «Indefinido» o «Infinito», corresponde en realidad al Tiempo? —se impacientó Cali.
—Si es la base de tu argumentación, sí, partamos de ahí. Pero, si la duodécima coordenada es el Tiempo… no sé, ¿cómo mides algo así?
—De la misma manera que mides los factores Fuego, Metal o Luz de un lugar en concreto —replicó Cali—. En una escala del uno al cien.
—Pero, del uno al cien… ¿desde cuándo y hasta cuándo? Porque sabes que un lugar que tenga un valor de uno en, por ejemplo, Agua, implica una carencia casi total. ¿Cuál sería el valor uno del Tiempo? ¿Y el cien?
Cali se mordisqueó el labio mientras pensaba intensamente.
—Tal vez el principio de los tiempos. O la activación del primer portal. O la formación de la primera veta de bodarita. No tengo ni idea. Pero el cien, desde luego, podría ser algo parecido al fin del mundo. Desde ese punto de vista —añadió, más animada—, es un alivio que nuestro Tiempo sea sesenta y dos. Aún nos queda un trecho hasta llegar al cien.
Tabit negaba con la cabeza, no muy convencido.
—Pero ¿cuál es el intervalo entre los distintos valores consecutivos? Por ejemplo, ¿cuántos años hay entre el sesenta y uno y el sesenta y dos? ¿O días, o meses? ¿O siglos?
—No tengo ni idea —admitió Caliandra—, pero puede que fuera lo que maese Belban estaba tratando de calcular ahí —añadió, señalando los papeles que reposaban sobre la mesa, delante de Tabit.
El joven se detuvo un instante, perplejo, y después contempló las hojas garabateadas por Belban con un renovado respeto.
—Sí… podría ser —reconoció—. Pero hay muchas cosas que no me cuadran. En primer lugar, que necesitemos once coordenadas para definir un punto espacialmente, y solo una para situarlo en el tiempo.
—Quizá por eso la medición es tan imprecisa —sugirió Caliandra—. Quiero decir que si, por ejemplo, yo quisiera pintar un portal que me condujera a un año en concreto, o a un momento mucho más delimitado incluso, como, pongamos, el día de mi nacimiento…
—Entiendo lo que quieres decir. Parece que una escala de cien puntos no basta para recoger todas las posibilidades temporales que podríamos llegar a necesitar. Y puede que de eso precisamente traten estas notas. Pero, entonces, si Belban lo había descubierto… —Tabit calló un momento, pensando, y luego sacudió la cabeza—. No puede ser, Cali, tu teoría no se sostiene. Si ayer viajaste en el tiempo y te encontraste con maese Belban en algún punto del pasado, él ya te conocería en el presente, habría visto el portal azul, sabría…
—¿Y quién te dice que no es así? —lo interrumpió Cali, cada vez más excitada—. ¡No es tan descabellado! Imagina que maese Belban tuvo, en el pasado, un extraño encuentro con una estudiante desconocida que entró en su habitación a través de un misterioso portal azul. Imagina que ha pasado años dándole vueltas al asunto. Y de pronto llega a sus manos una muestra de bodarita azul, y el Consejo le encarga investigarla, o él se presenta voluntario para hacerlo, y solicita un ayudante… ah, vaya, yo le dije en el pasado que era su ayudante —recordó de pronto, perpleja—. Y vio la huella luminosa del portal azul en su pared. ¿Y si… vio el diseño que presenté y lo reconoció? ¿Y si…?
—¿… Y si, cuando te presentaste ante él por primera vez, te reconoció, porque ya te había visto antes, aunque tú a él aún no? —completó Tabit—. ¡Y quizá por eso te eligió a ti como ayudante! —concluyó, sin poder disimular su alegría.
—Eh, eh, no tan deprisa —protestó ella—. Me eligió a mí porque le gustó mi proyecto, no porque me reconociera de…
—Si te encontraste con él en el pasado —cortóTabit con rotundidad—, es algo que ya ha sucedido y no se puede cambiar y, por tanto, forma parte de las vivencias de maese Belban, así que, sí, es altamente probable que te reconociera cuando presentaste tu proyecto, que recordara que le dijiste que eras su ayudante, y que te eligiera por eso. Y —añadió, antes de que Cali pudiera replicarsi de verdad crees que él no te conocía de antes, y que te escogió solo por tus méritos, entonces tienes que admitir que tu teoría del viaje temporal no se sostiene y que entra dentro de lo posible que sufrieses algún tipo de extraña alucinación. Fin del debate, gano yo —concluyó, ceñudo, cruzándose de brazos.
Caliandra se quedó con la boca abierta.
—Vaya —fue lo único que pudo decir—. Se te da bien esto, ¿sabes? ¿Cómo es que siempre haces el ridíc… quiero decir, cómo es que no lo demuestras en Teoría de Portales?
Tabit enrojeció de pronto y se revolvió el pelo, incómodo.
—Hago el ridículo en los debates, puedes decirlo tranquilamente —farfulló, inseguro de pronto—. Es por toda esa gente que me está mirando cuando hablo. Me pone nervioso.
Cali tuvo el detalle de no reírse, aunque le hacía gracia la situación.
—Entiendo —se limitó a comentar, con amabilidad—. Bueno, reconozco que no tengo nada con qué rebatirte. Ya sé que mi teoría es una locura, pero… es la única que tiene algo de sentido.
Tabit se rascó la cabeza, pensativo, mientras volvía a examinar los cálculos del profesor.
—Entonces, si no he entendido mal, tú piensas que maese Belban atravesó uno de esos portales azules y ahora anda perdido en el pasado…
—…O en el futuro —apostilló Cali, pero Tabit negó con vehemencia.
—Prefiero ir paso a paso, si no te importa. Pensar en viajar al pasado ya me produce vértigo, y si hablamos del futuro… uf —se estremeció.
—Bien, pues supongamos que maese Belban está en algún lugar en el pasado, si eso te hace sentir mejor.
—No demasiado, pero gracias. —Tabit había sacado su cuaderno y tomaba notas, tratando de ordenar sus pensamientos; alzó la cabeza de pronto—. Pero, si maese Belban hubiese atravesado el portal azul y no hubiese regresado… no habría podido borrar el duodécimo símbolo de la pared, como sabemos que hizo.
—¿Y si no fue él? —dijo de pronto Cali, con los ojos muy abiertos—. ¿Y si alguien borró el símbolo del portal y lo dejó atrapado para siempre en el pasado? —gimió, angustiada.
—¿Quién iba a querer hacer eso? En cualquier caso —añadió, cambiando de tema, porque la idea sugerida por Cali le parecía muy inquietante—, creo que podríamos tratar de averiguar a dónde fue exactamente si desciframos estos papeles. Quizá anotó en alguna parte las coordenadas de sus viajes experimentales. Quizá podamos seguirlo y encontrarlo. Independientemente de que esos viajes lo llevaran o no al pasado… podría ser una pista.
—Me parece bien.
—De acuerdo —asintió Tabit, levantándose—. Voy a ir entonces a hablar con maese Maltun para contarle todo lo que hemos descubierto.
Cali tardó apenas unos instantes en reaccionar, pero, cuando lo hizo, se incorporó y lo retuvo, horrorizada.
—¿Al rector? ¿Qué dices? ¡Ni hablar!
—¿Por qué no? Tenemos una pista y hemos descubierto cómo activar los portales azules. Es muchísima información importante y deberíamos compartirla.
—¡Pero, si le cuentas todo lo que sabemos, los maeses querrán investigarlo ellos y…! —se interrumpió, comprendiendo que aquel no era el argumento adecuado para convencer a Tabit—. Además, todavía no estamos seguros de tener razón —le recordó—. Si estás en lo cierto y lo que vi fue una alucinación… —no terminó la frase, pero Tabit se imaginó lo demás, y se dejó caer de nuevo en el asiento, indeciso.
—Pero, entonces… ¿qué hacemos?
—Lo que estábamos haciendo hasta ahora: investigar. Creo que se nos da muy bien.
Tabit sacudió la cabeza.
—No, no, ni hablar. Sé lo que pasará después: te pondrás a pintar coordenadas temporales en el portal azul y a atravesarlo alegremente sin ninguna precaución, y yo no quiero volver a pasar por eso, ¿sabes? La última vez casi me matas del susto.
—Eres un exagerado y un timorato, Tabit —protestó ella.
—Y tú, una atolondrada y una irresponsable —contraatacó él.
Los dos habían alzado la voz sin darse cuenta. Se detuvieron de pronto, cohibidos, al percatarse de que el comedor de estudiantes estaba bastante más lleno ahora, y de que muchos los miraban sin disimulo. Para colmo, Zaut estaba de pie, a tres pasos de su mesa, contemplándolos con un brillo de diversión en los ojos.