Rodak la contempló con cierta ternura. Se acostó y pensó antes de cerrar los ojos que, aunque no llegase a descubrir nada más sobre el portal desaparecido, el viaje había valido la pena solo por el hecho de estar junto a Tash.
Al día siguiente, la joven minera durmió hasta muy tarde. Además, se levantó con una terrible resaca.
—Es esa porquería que beben aquí —se quejó—. No sabe a nada y sube demasiado deprisa.
Rodak le propuso que fueran a dar un paseo por el puerto para despejarse. Pero la sola mención del agua en movimiento le producía a Tash un fuerte mareo. Decidieron salir al exterior y se sentaron en el suelo, junto a la puerta del albergue, mientras esperaban a que la chica se fuese encontrando un poco mejor.
Apenas hablaron, pero no hizo falta. Tash agradecía la presencia callada de Rodak, sus largos silencios cargados de sentido, su tranquilizadora sombra junto a ella. Dado que no sabía cómo comportarse en esos casos, no decía nada; pero al guardián no parecía importarle.
Aquella mañana, todo le daba vueltas y no estaba para pensar en ello; ahogó un gemido malhumorado y hundió el rostro en las rodillas.
Rodak le cogió la mano con ademán consolador. Tash no reaccionó, pero tampoco retiró la mano. Mientras su corazón latía con fuerza, tardó un instante en volver a levantar la cabeza para mirar a Rodak de reojo.
Pero él tenía la vista fija en la gente que pasaba por la plaza, como si aquel gesto fuera lo más natural del mundo.
Tash decidió que, en realidad, las cosas estaban perfectas exactamente así. Salvo por la resaca, claro.
Algunas personas los miraban al pasar, pero Rodak les devolvía una mirada tranquila y segura, y Tash empezó a relajarse también. Había un maese, sin embargo, que los observaba con insistencia desde el otro lado. Rodak se tensó un poco cuando el pintor se dirigió hacia ellos, con el hábito granate ondeando en torno a sus sandalias.
Ambos se quedaron estupefactos al reconocerlo.
—¡Tabit! —exclamó Tash. Retiró la mano que le sostenía Rodak—. ¿Qué haces aquí?
El estudiante parecía tan sorprendido como ellos.
—Yo podría haceros la misma pregunta —comentó.
—Lo de siempre —dijo Rodak—. Buscando a los que borraron el portal del Gremio.
Tabit dirigió una mirada a Tash, como preguntándose qué interés tendría ella en el portal del Gremio, pero no hizo ningún comentario al respecto.
—Parece que todos los caminos nos llevan al mismo sitio —comentó—, porque nosotros también hemos venido aquí siguiendo un indicio que podría conducirnos hasta… —hizo una pausa, recordando que tampoco a Rodak tenía por qué importarle si maese Belban reaparecía o no—. Es igual. El caso es que también nosotros tenemos asuntos que resolver en Belesia.
Rodak asintió, pero Tash preguntó, curiosa:
—¿Tú y quién más?
—Caliandra y yo —respondió Tabit—. Habíamos quedado en encontrarnos aquí, pero ella no ha llegado todavía —explicó, volviéndose hacia la concurrida plaza en busca de su compañera.
No tardaron en verla aparecer; su hábito granate destacaba entre la multitud. Llamaron su atención, y Cali se acercó a ellos con paso ligero. Si se sentía desconcertada ante la presencia de Tash y Rodak, no dio muestras de ello.
Sonrió ampliamente al ver a Tash y la abrazó con sincera alegría.
—¡Cuánto tiempo! —exclamó—. Ya me ha contado Tabit cómo regresaste de la mina. ¡Hay que tener mucho valor para hacer algo así!
—O mucho descaro —suspiró Tabit. Cali le restó importancia con un gesto.
—¿Y qué esperabas? ¿Que regresara caminando desde Ymenia? Y tú, Tash —añadió, volviéndose hacia ella—, te fuiste de la Academia sin despedirte.
—Tampoco tú parecías muy interesada en decir adiós —se defendió ella.
Cali sacudió la cabeza.
—Hemos tenido muchas cosas en qué pensar en los últimos días —se justificó—. Pero me alegro de volver a verte. De verdad.
Tash desvió la mirada, incómoda.
—Han llegado hasta aquí buscando a los borradores de portales —explicó Tabit a Cali; ella frunció el ceño, pensativa.
—Qué coincidencia. ¿No encontrasteis nada en Kasiba, entonces?
Rodak miró a su alrededor con gesto elocuente, y Cali comprendió sin necesidad de más palabras.
Los cuatro abandonaron la concurrida Plaza de los Portales y, buscando un lugar más discreto para compartir impresiones, llegaron hasta una pequeña playa desierta a las afueras de la ciudad.
—Yunek contactó con los borradores de portales en Kasiba —les confió entonces Rodak a los estudiantes. Cali dejó escapar una exclamación de sorpresa; Tabit no hizo ningún comentario, y el joven guardián lo miró—. Pero tú ya lo sabías, ¿verdad?
Cali se volvió hacia él, desconcertada.
—¿Lo sabías? ¿De qué estáis hablando? Yo estuve ayer con él y no me dijo nada sobre el tema.
Rodak asintió, con los ojos brillantes.
—Yunek se las arregló para localizar a la gente del Invisible y hacerles creer que quería que le pintasen un portal —explicó.
Tabit abrió la boca para intervenir, pero finalmente decidió permanecer en silencio mientras Rodak les contaba todo lo que Yunek le había relatado.
—Y por eso estamos aquí —concluyó—: para demostrar que fueron los pescadores de Belesia quienes contrataron al grupo del Invisible para borrar nuestro portal. Aunque hasta ahora no hemos tenido suerte.
Cali reflexionó un momento sobre aquella información. Después miró a Tabit.
—Entonces, ¿Yunek ya te había hablado de esto? ¿Y cuándo pensabas compartirlo conmigo? —le reprochó.
Pero Tabit negó con la cabeza.
—No, Yunek no me dijo nada de esto. Solo que había conseguido hablar con un portavoz del Invisible, pero… no me contó que vistiera el hábito de los maeses, ni que le hubiese revelado que Brot y Ruris murieron por negociar a sus espaldas la eliminación del portal de Serena. En realidad, lo único que me explicó fue… —se detuvo un momento, dudoso, preguntándose si valía la pena explicarles a sus compañeros que los motivos de Yunek no habían sido tan altruistas como ellos parecían pensar; finalmente decidió que era mejor dejar las cosas como estaban—. Es igual. El caso es que discutimos por otro asunto y supongo que por esa razón no terminó de contarme todo lo que sabía.
Los cuatro se miraron en silencio.
—Y ahora, ¿qué vais a hacer? —quiso saber Cali.
Rodak inclinó la cabeza, pensativo.
—Los belesianos se protegen unos a otros y no hablarán con un serenense sobre el robo de nuestro portal —dijo—. Pero sé de un pueblo de pescadores donde vive mucha gente de otras partes de Darusia.
—¿Te refieres a Varos? —interrumpió Tabit.
Rodak asintió.
—¿Vosotros vais allí también? —se sorprendió Tash.
—No es tan extraño. Varos tiene una ensenada orientada al este, protegida de los vientos del mar abierto, así que el clima es bastante agradable. Por eso, desde hace varias generaciones, ha sido el destino elegido por algunas familias pudientes de Esmira, Rodia y Maradia para períodos de descanso y segundas residencias. También es un sitio lo bastante apartado y tranquilo como para que nadie vaya a buscarte en mucho tiempo —añadió, dirigiendo una mirada elocuente a Caliandra.
—Pensamos que quizá podríamos encontrar allí a maese Belban —les explicó ella a Tash y a Rodak—. Ya sabéis, el profesor que ha desaparecido.
Tash se rió.
—¡No me digas que todavía andáis buscándolo!
—Pues sí —replicó Cali, algo molesta—. Por lo menos yo estoy haciendo algo importante, y sé por qué razón. Pero tú… ¿qué vas a hacer con tu vida? ¿Aún esperas encontrar trabajo en alguna mina, a estas alturas?
Tash puso mala cara, pero no respondió.
—¿Cómo vais a llegar hasta Varos? —preguntó Tabit—. El portal público a Vaia Bel os dejará en la otra punta de la isla.
—Hay barcos que pasan por allí —le recordó Rodak.
Tash se puso verde solo de pensarlo.
—Eh, eh, un momento —protestó—. ¿Qué quieres decir? ¡Me prometiste que nada de barcos!
Rodak se limitó a encogerse de hombros, como si no tuviera nada más que añadir. Tash señaló a los estudiantes con un dedo acusador.
—¡Seguro que los
granates
no van a ir en barco!
—Hay un portal privado —respondió Tabit, casi como excusándose—. Pero es privado y…
—Tú sabes que esa norma se puede romper —cortó Tash—. Me llevaste hasta Maradia saltando de portal en portal la noche que nos conocimos, ¿recuerdas?
Tabit suspiró.
—¿Cuántas veces he de decirte que eso fue una emergencia? ¿O es que necesitas que te recuerde por qué te saqué de aquella casa con tantas prisas?
Tash lanzó una rápida mirada a Rodak y bajó la cabeza.
—No —gruñó.
Cali observaba a Tabit con asombro.
—¿Te trajiste a Tash por los portales? ¿Desde Uskia?
—Basta ya —cortó ella—. Dejad el tema, ¿vale? Si no queda más remedio, iré en ese maldito barco.
Rodak la contemplaba con una ternura que no pasó desapercibida a nadie; incluso Tash fue consciente de ello y desvió la mirada, incómoda, sin saber cómo actuar.
—No pasa nada —le dijo con suavidad—. No tienes que acompañarme, si no quieres. Puedes esperarme aquí o volver a Serena.
Tash masculló una maldición por lo bajo, pero finalmente dijo, tratando de ignorar la sonrisilla cómplice de Cali:
—Iré contigo.
Los cuatro cruzaron juntos el portal hasta Vaia Bel, la segunda de las tres islas principales de Belesia; pero, una vez allí, tuvieron que despedirse. Tash y Rodak tomaron la empinada calle que descendía hasta el puerto, y Cali y Tabit se encaminaron a las afueras de la población, hacia una villa perteneciente al presidente del Consejo de la isla, donde, según tenían entendido, se encontraba el portal que los conduciría hasta el pueblo de Varos.
—Una vez —recordó Cali mientras aguardaban ante la verjafui a usar un portal privado y resultó que los dueños no estaban en casa. Me tocó dar un rodeo por cuatro portales diferentes y caminar dos horas para poder llegar a mi destino. —Hizo una pausa, pensativa—. No me imagino cómo debe de ser tener que caminar todo el tiempo, sin la comodidad de poder usar los portales cuando los necesitamos.
—No es tan desagradable —respondió Tabit—. A veces es un engorro, claro, sobre todo cuando tienes prisa o hace mal tiempo, o no llevas el calzado adecuado y te salen ampollas en los pies. Pero tiene su encanto, ¿sabes? Y, de todas formas, hay muchos portales públicos. No es como si solo nosotros pudiésemos utilizarlos. Además, el mundo funcionaba de todas formas, mejor o peor, antes de que existiera la Academia. En el fondo, la gente es perfectamente capaz de vivir sin portales; solo que lo han olvidado.
—Pero a ti te gustan mucho los portales —observó ella—. Más allá de las ventajas de poder usarlos cuando te conviene, quiero decir.
Tabit asintió, con una sonrisa y con los ojos brillantes.
—Me encantan los portales. Me parecen fascinantes. Cómo funcionan, cómo rompen las limitaciones del espacio… incluso del tiempo. Si no hubiese más portales, sería un inconveniente para mucha gente… pero todos saldrían adelante. En cambio, yo… —suspiró—, no me imagino mi vida sin los portales. Por eso, por muy intrigado que me tenga el misterio de un asesinato cometido hace veinte años… espero sinceramente que maese Belban se haya decidido a buscar una manera de viajar a la época prebodariana para conseguir más mineral. De lo contrario…
No pudo seguir hablando, porque una criada les abrió la puerta y, al advertir el color granate de sus hábitos, los invitó a pasar.
El portal estaba situado en el recibidor de la casa, por lo que no tuvieron que molestar a sus dueños para usarlo. De la misma manera, su gemelo se localizaba en el patio delantero de una luminosa villa en lo alto de una loma, desde la que se dominaba una impresionante vista de la ensenada de Varos. Tabit y Cali franquearon la puerta de salida y descendieron por el camino que conducía al pueblo, disfrutando de la caricia del sol y la brisa marina.
—Seguro que ahora mismo Tash y Rodak siguen en el puerto, buscando un barco que los traiga hasta aquí —comentó Cali—. Y pensar que nosotros ya hemos llegado…
—Pues no perdamos el tiempo —cortó Tabit, sacando su medidor de coordenadas—, y empecemos a trabajar.
Cali asintió.
Pasaron un buen rato haciendo mediciones por la zona. Tenían dos referentes: las coordenadas del portal que acababan de atravesar, y que Tabit llevaba anotadas en su cuaderno, y las que la mujer de Vanicia les había proporcionado. Las dos series eran muy similares, por lo que Tabit estaba convencido de que el lugar que buscaban no debía de andar muy lejos.
Se detuvo un momento y contempló a Caliandra. La joven había trepado hasta un pequeño risco al borde del camino y contemplaba el paisaje desde allí, escudriñando las blancas casas que se desparramaban a sus pies por la ladera de la colina. El viento sacudía su cabello negro y su hábito de estudiante, y Tabit se sorprendió a sí mismo contemplándola con admiración.
—¡Está allí! —exclamó Cali de pronto, sobresaltándolo.
Se volvió hacia él con los ojos brillantes, y Tabit desvió la vista, sonrojado, temiendo que ella se hubiese dado cuenta de que la estaba mirando. Pero Cali estaba concentrada en su descubrimiento y no lo advirtió.
—¡Vamos, sube! —lo apremió—. Desde aquí se ve una casa que podría coincidir con las coordenadas que tenemos.