—He cambiado de opinión —replicó Yunek, alzando la cabeza con decisión; si le temblaba la voz apenas un poco, lo disimuló a la perfección—. Quiero que pintéis mi portal. Que os encarguéis vosotros de todo el proceso.
Casi pudo adivinar que el desconocido sonreía.
—Oh, ¿de veras? ¿Y qué ha pasado con tu maese? ¿No ha querido pintar el portal para ti?
Yunek apretó los dientes.
—No es asunto tuyo —respondió—. Como bien dijiste una vez, los detalles sobran. Lo único que necesitas saber es dónde quiero el portal y cuánto voy a pagar por él.
Y, con estas palabras, arrojó a los pies del encapuchado la bolsa con todos sus ahorros. Pero él no pareció impresionado por su gesto.
—No es suficiente —le recordó con frialdad.
—Añado al precio todo lo que sé de Tabit y maese Belban —dijo Yunek—. Si no es bastante, averiguaré más cosas. A cambio… pintaréis mi portal.
El embozado acogió la noticia con una palmada de satisfacción.
—Espléndido. Ahora sí que empezamos a entendernos.
«Cuando el portal se activa,
es que las coordenadas no son incorrectas.»
Aforismo de los pintores de portales
Pero esto es imposible, Caliandra —dijo Tabit—. No se puede descubrir una localización concreta solo con la lista de coordenadas.
—Dile entonces a maese Saidon que su asignatura de Interpretación de Coordenadas no sirve para nada —lo desafió ella.
—No he querido insinuar eso. Por supuesto, el estudio de las coordenadas de un portal nos puede decir mucho acerca de su punto de destino, pero no nos puede indicar cuál es el lugar exacto, a no ser que atravesemos el portal y lo descubramos por nosotros mismos.
Cali suspiró y volvió a contemplar aquel papel sucio y arrugado que había sido el origen de la discusión. Se encontraban ambos de vuelta en la Academia, en la sala de estudio de Tabit, donde se habían encerrado para debatir acerca del mensaje que habían traído desde Vanicia. Tras sacar todos sus apuntes sobre la materia, Tabit se había apresurado a pasar a limpio las coordenadas para no perderlas. Cali, por su parte, se limitaba a observar el papel con reconcentrada intensidad.
—Y, de todas formas —añadió el joven—, nada nos asegura que estas coordenadas indiquen el lugar donde se encuentra maese Belban.
—¿Y por qué iba a dárnoslas su hermana, si no?
—Bueno… era una mujer un poco rara.
Cali sacudió la cabeza.
—¡Pero nos estaba esperando a nosotros, Tabit! O, mejor dicho… ¡me estaba esperando a mí! Por eso reaccionó cuando mencionaste mi nombre y me sometió a una especie de prueba… que solo el ayudante de maese Belban pasaría.
Tabit la contempló con escepticismo.
—Te recuerdo que nos dijo que llevaba treinta años sin ver a su hermano, Caliandra. ¿Cómo iba a saber…?
Ella rió sin alegría.
—Tabit, tienes que asumir que la gente miente a menudo —le recordó—. Sobre todo si quieren proteger algo… o a alguien. Sin duda maese Belban fue a ver a su hermana y le dejó esa pista para nosotros, porque sabía que tarde o temprano iríamos a visitarla. Pero quizá era consciente también de que había gente buscándolo… y por eso se aseguró de que solo yo llegaría a recibir estas coordenadas.
—¿Quieres decir que maese Belban está huyendo de la Academia? ¿Como si les temiera, o algo así?
—Quizá «huir» no sea la palabra adecuada —reconoció Cali—. Tal vez no quiere que lo encuentren todavía. Piensa que, si es verdad que está tratando de cambiar el pasado, quizá se haya escondido en algún lugar donde sabe que nadie va a molestarlo mientras trabaja en ello.
Tabit volvió a contemplar las coordenadas, pensativo.
—Ojalá supiésemos cómo demostrar la hipótesis de Belban —suspiró—. Y abrir un portal sin necesidad de dibujar su gemelo. Entonces nos bastaría con pintar un solo portal en el que escribiríamos esta lista de coordenadas. Y nos llevaría directos hasta maese Belban… o lo que quiera que haya al otro lado.
Cali alzó la mirada bruscamente.
—¿Y si lo hacemos? —propuso.
—¿Hacer qué?
—Lo que acabas de decir. Podríamos pintar un portal azul con estas coordenadas, y añadir una duodécima coordenada temporal: sesenta y dos, o lo que quiera que indique ese medidor tuyo tan arcaico. Entonces no necesitaríamos dibujar el portal gemelo en el punto de destino. Nos bastaría con un único portal.
Tabit negó con la cabeza.
—Es una locura, Caliandra.
—Pero ¿por qué? ¡A mí no me parece tan descabellado! Si solo…
—Te voy a dar toda una lista de razones por las cuales no deberíamos ni intentarlo siquiera —cortó él—. En primer lugar, sabes que no podemos dibujar portales funcionales sin permiso de la Academia. Además, no tenemos ni idea de a dónde conduciría ese portal. O a cuándo. Como bien sabes, la coordenada temporal es muy imprecisa y, aunque apareciésemos en el lugar correcto, podríamos llegar hace cinco años, o dentro de siete. Necesitaría aplicar la nueva escala de maese Belban para calcular una coordenada temporal más exacta, y ya sabes que, aun así, siempre hay un margen de error en el resultado. Por otro lado, lo que planteas es solo una teoría. Sabemos que los portales azules nos permiten viajar en el tiempo, pero ¿hasta qué punto podríamos usarlos para viajar solo en el espacio, sin desplazarnos hacia el pasado… o hacia el futuro? No lo hemos probado y, por tanto, no sabemos si funcionaría. Tampoco estamos seguros de que lo que hay ahí apuntado no sean los delirios de una vieja loca. Y, por último, resulta que ya no nos queda pintura azul.
—Podrías haber empezado por ahí —protestó Cali, ceñuda—. De todo lo que has planteado, es el único inconveniente que me parece realmente un inconveniente. Y tampoco es nada que no se pueda solucionar. Estoy segura de que a estas alturas ya habrá llegado más de un cargamento de bodarita azul procedente de las minas de Uskia. Solo tenemos que entrar en el almacén y…
—¿Y qué? ¿Pedir amablemente a maese Orkin que nos deje unos fragmentos para hacer prácticas?
Cali le dirigió una mirada burlona, y Tabit cayó entonces en la cuenta de lo que quería decir.
—Ah. Claro. No pensabas pedir permiso —comentó con sorna.
La joven alzó las manos en señal de derrota.
—De verdad, Tabit, a veces eres tan… Está bien, lo haremos a tu manera.
Y volvió a coger el papel para examinarlo. Tabit respiró hondo, satisfecho, y regresó a sus notas.
—De todas formas —comentó, repasando las coordenadas—, creo que hay algo que está mal aquí. Los valores para Agua y Fuego son exageradamente altos. Y hay mucha menos Madera de lo normal, en comparación con Piedra y Metal, que sí abundan… Vida… veinticinco, no es gran cosa. Y Muerte… setenta y uno. —Frunció el ceño—. ¿Qué clase de lugar podría dar unas coordenadas así?
Cali no contestó. Seguía concentrada en los símbolos, escudriñándolos con el ceño fruncido, como si pudiese ver algo más allá del papel.
—Tal vez… —empezó.
No llegó a terminar, porque alguien llamó a la puerta y, un instante después, asomó por ella la cabeza de Zaut.
—No sé por qué, sospechaba que os encontraría juntos —murmuró, sin sonreír.
Tabit suspiró. Era muy consciente de que su amigo seguía molesto con él por lo que les había sucedido a Unven y Relia en Kasiba.
—Estamos trabajando en algo —le respondió, esforzándose por ser amable—. Nada peligroso, al menos por el momento. Interpretación de coordenadas. ¿Qué tal se te da eso?
Zaut esbozó una breve sonrisa.
—Ni lo menciones —respondió—. Maese Saidon dice que no soy más zoquete porque no me entreno. Pero no he venido hasta aquí para ayudarte con tus tareas, así que no me líes.
Tabit decidió no señalarle que él mismo había ayudado a Zaut con sus estudios en más ocasiones de las que podía recordar.
—¿Tienes noticias de Unven y Relia? —le preguntó sin embargo.
Zaut negó con la cabeza con gesto desalentado.
—Fui a visitarles hace un par de días. Relia sigue igual. No empeora, pero tampoco despierta. Sus padres están destrozados, y Unven… en fin.
Tabit asintió, abatido.
—Deberías ir a verles —sugirió Zaut—. Unven lo agradecerá.
—¿De verdad? No creo que tenga ganas de verme, después de lo que pasó.
—Tú no fuiste quien golpeó a Relia, y tampoco los obligaste a ir hasta Kasiba buscando portales que ya no existen. Así que no te culpes, ¿vale?
Tabit no respondió. Seguía mostrando un gesto triste y sombrío, y sus amigos adivinaron que no podía evitar sentirse responsable por la situación de Relia.
—Entonces, ¿qué te trae por aquí? —preguntó Caliandra, para cambiar de tema.
Zaut recordó de pronto el motivo de su visita a la sala de estudio de Tabit.
—En realidad… venía a buscarte a ti, Cali. Vengo a decirte que tienes visita de fuera. —Sonrió con picardía—. Lo cual no deja de ser curioso, porque creo que es ese incordio de uskiano que acosaba a Tabit. Ahora te busca a ti, pero resulta que tú te pasas el día con Tabit… ¿me he perdido algo?
Tabit frunció el ceño. Recordaba muy bien su última conversación con Yunek, y la forma en que había terminado. Pero Zaut malinterpretó su gesto de disgusto.
—Vaya, Tabit, no me digas que vas a pelearte con el uskiano por el amor de una bella dama…
Tabit enrojeció hasta las orejas, pero Cali sonrió, divertida.
—Si te refieres a mí, no necesito que nadie se pelee por mi amor, muchas gracias. Soy perfectamente capaz de decidir por mí misma a quién quiero entregarlo —añadió, guiñándole un ojo a Zaut—. Voy a reunirme con Yunek, entonces —anunció, levantándose.
Tabit alzó la mirada.
—Espera, Caliandra. Antes de que te vayas… —Respiró hondo—. Bueno, ten cuidado, ¿de acuerdo?
Ella se mostró sorprendida.
—¿Que tenga cuidado? ¿Con Yunek, quieres decir?
Tabit vaciló, reacio a dar más detalles. Finalmente dijo:
—Es solo que… Bueno, si te hace una propuesta que… digamos… no estés segura de que debas aceptar… di que no, ¿de acuerdo?
—¡Ja! —exclamó Zaut, encantado—. ¡Esto es mejor de lo que yo pensaba!
Tabit le disparó una mirada irritada.
—¡No estoy hablando de eso! ¿Te importaría salir y dejarnos hablar en privado?
Pero Cali, que se estaba enfadando por momentos, se cruzó de brazos y declaró:
—¿Y si yo no quiero hablar contigo… «en privado»? Si tienes algo que decir acerca de Yunek, atrévete a decirlo delante de Zaut.
Tabit suspiró. Por un instante, estuvo tentado de contarles lo que Yunek le había propuesto el día anterior. Pero recordó oportunamente que el joven estaba en tratos con la gente del Invisible, y lo que le había pasado a Relia por saber demasiado. Negó con la cabeza.
—No creo que deba, Caliandra. Solo… cuando hables con él… recuerda las consecuencias de romper las normas. Ya sé que en principio puede parecerte que nadie se va a enterar; pero, al final, las cosas siempre se acaban sabiendo y…
Cali bufó, molesta.
—No me lo puedo creer —le espetó con frialdad—. No me lo esperaba de ti, Tabit. De verdad que no.
Tabit fue consciente entonces de que, al igual que Zaut, ella había malinterpretado sus palabras. No alcanzaba a comprender por qué se había molestado tanto, pero lo que le había parecido entender no debía de haberle sentado bien.
Se levantó de un salto, tratando de detenerla.
—Espera, Cali…
Pero ella ya estaba en la puerta; se volvió un momento hacia Tabit, con la lista de coordenadas aún en la mano.
—Es una isla —dictaminó—. Apostaría por la más pequeña de las Belesianas, pero los detalles te los dejo a ti —concluyó, arrugando el papel y guardándoselo en uno de los bolsillos del hábito.
Cerró la puerta antes de que Tabit tuviera ocasión de responderle. Después, se volvió hacia Zaut, que la contemplaba, entre incómodo y maravillado.
—Oye, yo no pretendía…
—Déjame en paz —replicó Cali, con una aspereza que no era propia de ella. Zaut alzó las manos en señal de rendición y no la siguió cuando la joven salió disparada pasillo abajo.
Tabit se quedó solo en la habitación, perplejo; se sentía también molesto, pero no con Caliandra, sino con Yunek, porque parecía obvio que había hecho caso omiso a su petición de mantener a la joven al margen de sus intrigas. Se preguntó si Cali accedería a pintarle el portal que quería. Quizá sí, comprendió desazonado, porque probablemente sentiría lástima por Yania, porque no le importaban gran cosa las normas de la Academia y porque Yunek… Tabit sacudió la cabeza, evitando pensar en ello. Pero le vino a la mente una imagen escalofriante de lo que le sucedería a Cali si descubrían que había pintado un portal sin autorización. Dio un paso al frente, decidido a correr tras ella y detenerla, pero recordó la ira de la muchacha y comprendió que no tenía derecho a tratar de protegerla como si fuera una niña pequeña. Sabía cuidar de sí misma, y debía hacer sus propias elecciones, equivocadas o no.
Tabit apretó los puños, angustiado e impotente. Decidió entonces dos cosas: que iría a la Sala de Cartografía a examinar los mapas de Belesia para mantener la mente ocupada… y que, si Cali accedía a pintar el portal de Yunek, él mismo lo dibujaría antes que ella.