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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (50 page)

BOOK: El libro de los portales
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—Nosotros —concluyó el hombre del establo—, pintaríamos tu portal por cuatrocientas monedas. Ya sé que está fuera de tu alcance, pero no podemos hacer rebajas. Piensa en los riesgos que corremos, lo mucho que nos cuesta conseguir el material al margen de la Academia, que mantiene el monopolio del negocio de los portales.

»Pero, al contrario que ellos, nosotros nunca te daremos un “no” por respuesta… siempre que pagues el precio, por supuesto. Sin molestos papeleos, sin normas obsoletas ni esperas interminables. ¿Quieres un portal? Págalo y te lo pintamos mañana mismo. Es así de simple.

—La oferta es tentadora —reconoció Yunek—. Pero no tengo cuatrocientas monedas.

—Qué lástima —suspiró su interlocutor—. Entonces, esta conversación ha terminado. A no ser… —añadió de pronto, como si se le acabara de ocurrir—. A no ser, claro… que puedas ayudarnos de otra forma. En ese caso, haríamos la vista gorda. Te aplicaríamos una… digamos… «tarifa de amigo».

Yunek lo contempló con suspicacia.

Era muy consciente de que, probablemente, aquellas personas hacían mucho más que pintar y borrar portales. Una parte de él sentía repugnancia ante la sola idea de tratar con gente que podía estar implicada, que él supiera, en el asesinato de un guardián, la desaparición de un marino y el ataque a una joven estudiante… como mínimo. Pero hasta aquel momento había acallado su conciencia con el argumento de que, después de todo, él no iba a participar en nada de aquello. Solo quería un portal. Un portal que, además, no haría daño a nadie, pero podía beneficiar mucho a una niña que merecía un futuro mejor que el de ser la esposa obediente de un zafio granjero.

En realidad, lo único que lo atormentaba era la certeza de haber engañado a Cali con respecto a sus verdaderas intenciones. Sin embargo, no le había mentido del todo. Su interés por los borradores de portales era genuino; pero no por razones altruistas, sino porque veía en ellos un modo de llegar hasta alguien que podía darle aquello que la Academia le negaba.

De todas formas, pensó que no había nada de malo en informarse mejor, y preguntó, con precaución:

—¿De qué forma tendría que… ayudaros?

El desconocido agitó la mano, como restándole importancia al asunto.

—Oh, nada demasiado complicado… Solo tendrías que facilitarnos cierta información que nos resultaría de suma utilidad para el ejercicio de nuestras… actividades.

A Yunek le costó un poco comprender la frase. Se preguntó qué necesidad tendría un vulgar contrabandista de expresarse de un modo tan pomposo, y lo observó con mayor atención.

—¿Qué podría saber yo que os interese a vosotros?

—Tienes contactos dentro de la Academia, ¿no es así?

Yunek frunció el ceño.

—Si llamas «contactos» al hecho de conocer a un guardián que no tiene portal que guardar…

—No te recomiendo que vuelvas a mencionar eso —interrumpió el hombre del establo; habló con suavidad, pero había una velada amenaza en sus palabras.

Yunek decidió provocarlo:

—Fuisteis vosotros quienes degollasteis a ese pobre desgraciado de Ruris, ¿no? Un asunto muy desagradable. ¿Y Brot? ¿Lo habéis convertido en alimento para los peces? —Había escuchado aquella expresión en boca de uno de los marineros del puerto de Serena, y la había encontrado fascinantemente explícita.

El esbirro que custodiaba el portón reprimió una risita. Su superior le lanzó una mirada furiosa desde las profundidades de su capucha y replicó:

—Ellos se lo buscaron. De hecho, si Brot no hubiese hecho negocios con los belesianos a nuestras espaldas, estaría aquí en mi lugar, y yo no me vería obligado a perder mi tiempo hablando contigo —añadió, con evidente fastidio—. Y tú no necesitas saber más. Sé de sobra que has estado metiéndote donde no te llaman, pero no deberías seguir indagando en ese asunto. Por tu propio bien.

—Entiendo —asintió él; no añadió más, porque quería que el desconocido siguiera hablando. Por su tono de voz había deducido que era un hombre joven y bien instruido, y su acento le había indicado que procedía de la capital.

—Sin embargo… no me refería a ese tipo de contactos. No me chupo el dedo, Yunek. Te han visto muchas veces con Caliandra de Esmira.

Algo en su interior se convulsionó ante la forma en que el hombre encapuchado pronunció el nombre de Cali. Dio un paso adelante, tenso, olvidando toda precaución.

—Sí, ¿y qué? —ladró—. Ni se os ocurra meterla en esto, porque ella no…

El desconocido estalló en carcajadas.

—Calma, calma. No tenemos nada contra ella. De hecho, nos interesa más su amigo… Tabit.

—¿Tabit? —repitió Yunek, desconcertado.

Se preguntó por qué razón podrían estar interesados en él. Los que habían investigado más activamente sobre los negocios del Invisible habían sido Rodak y el propio Yunek. Incluso aquellos dos estudiantes, Unven y su amiga Relia, habían podido llegar a molestarlo más que él. Tabit, de hecho, se había limitado a quedarse encerrado en su Academia todo el día, sacando la nariz de sus libros solo para hablar con Cali sobre galimatías acerca de portales azules y coordenadas que había que calcular.

—Queremos saber en qué anda metido. Cuáles son sus planes. Qué es lo que sabe. Todo.

—¿Qué es lo que sabe? —repitió Yunek, todavía estupefacto—. Que la bodarita se está agotando. Pero eso lo sabéis también vosotros, y mucha más gente en la Academia, por lo que tengo entendido.

El desconocido reprimió un gesto de irritación y cambió de postura. Al hacerlo, un pliegue de su capa se deslizó sobre la paja, revelando debajo una porción de tela de color granate. El hombre volvió a colocar la prenda en su lugar y Yunek fingió que no lo había visto, aunque su corazón latía con fuerza. ¿Sería posible que el portavoz del Invisible fuera un pintor de portales? Si fuera así… ¿lo sabían los altos cargos de la Academia? ¿Estaba corrupta la institución a la que pertenecían Tabit y sus amigos? ¿O acaso sería aquel el falso maese del que habían hablado los estudiantes, el que borraba portales supuestamente en nombre de la Academia?

Yunek decidió que tenía que consultarlo con Rodak. Después recordó con cierta pena que, si llegaba a algún tipo de trato con aquel individuo, no podría hablarle a su amigo de aquella entrevista nocturna.

—Todo eso ya lo sabemos —suspiró el desconocido, haciéndolo volver a la realidad—. Por supuesto que lo sabemos. Pero no es el tipo de información que nos interesa. Dime, Yunek, ¿te ha hablado Tabit, o quizá tu amiga Cali, de alguien llamado maese Belban?

Yunek trató de simular que aquel nombre no le decía nada, pero era demasiado consciente de que había reaccionado de forma automática ante aquellas palabras. Decidió avanzar solo un paso:

—Es un profesor de la Academia. Caliandra es su ayudante. —Eso lo sabía todo el mundo, ¿no? Se arriesgó un poco más, deseando que la información que iba a facilitar fuese también de dominio público—. Y se ha ido a alguna parte. Hace semanas que nadie sabe nada de él.

Recordó la forma en que Cali había compartido con él su preocupación acerca del viejo maese. Evocó la tarde en que habían hablado de ello, en Serena, junto al mar, y lamentó que las cosas no fueran diferentes.

El hombre del establo se recostó contra la pared, satisfecho.

—¿Lo ves? Por ahí sí que podemos llegar a alguna parte. ¿Qué más sabes? Lo están buscando, ¿verdad? ¿Tienen idea de dónde encontrarlo?

Yunek decidió que ya había puesto demasiadas cartas sobre la mesa.

—Si os cuento lo que sé, ¿pintaréis mi portal por un precio razonable?

—Trescientas monedas —fue la respuesta—. Lo que tú estabas dispuesto a pagar. Si añades al precio la información sobre Tabit y maese Belban, claro.

—¿Y qué pasaría si yo le dijese a Tabit que tenéis tanto interés en él? —tanteó Yunek.

—Que no volverías a vernos nunca más. Y tu única opción de conseguir tu portal se esfumaría para siempre. No es mucho lo que te pedimos. Solo que nos cuentes algunas cosas y que pagues la tarifa rebajada en lugar de la habitual. De ti depende aceptar o no… y de hasta qué punto necesitas ese portal.

Yunek cerró los ojos un momento. La oferta era tentadora, pero había demasiadas cosas que le resultaban sospechosas. De entrada, si aquel sujeto era un maese de verdad, no quería hacer ningún trato con él. Después de todo, la Academia le había negado el portal sin ninguna razón. Si realmente podían pintarle el portal sin papeleos a cambio de trescientas monedas, él no tenía la menor intención de seguirles el juego y fingir además que estaba muy agradecido.

Por otro lado, si Tabit resultaba herido, o algo peor, como consecuencia de algo que él hubiese contado, Yunek no quería tener que cargar con aquel peso en su conciencia.

Al pensar en Tabit se le ocurrió una solución intermedia.

—¿Y cuánto cobráis por la pintura? —preguntó de pronto.

El encapuchado se mostró desconcertado.

—¿Disculpa?

—¿Y si no quiero que me pintéis el portal? ¿Y si solo necesito que me vendáis un poco de pintura de bodarita?

El desconocido se inclinó hacia delante en ademán reflexivo.

—Ya veo —dijo—. De modo que pretendes pintarte el portal tú solo.

Yunek no respondió.

—O buscar a un maese que lo pinte por ti; alguien que no tenga reparos en actuar al margen de la Academia, ¿verdad? Pues tengo una mala noticia para ti, chico uskiano: nadie hace eso, salvo nosotros.

Yunek siguió sin responder. Aún estaba aguardando una contestación a su pregunta, de modo que el desconocido suspiró y dijo:

—Pero en fin, no voy a ser yo quien deje escapar un negocio. Si quieres malgastar tu dinero, allá tú. Luego no digas que no te lo advertí.

—¿Cuánto? —insistió Yunek.

—Doscientas monedas de plata por un bote de pintura de tamaño medio. Suficiente para dibujar un portal, siempre que tu maese sea hábil con el pincel y no te diseñe nada demasiado recargado.

Yunek sacudió la cabeza.

—Es demasiado caro.

Su interlocutor se encogió de hombros.

—Pero está a tu alcance. No te quejes tanto; la pintura de bodarita no es barata, ya sabes —añadió, y Yunek pudo adivinar la sonrisa socarrona que se ocultaba en el fondo de aquella capucha. Sintió ganas de estrangularlo, y eso influyó en su determinación de no revelarles nada más acerca de Tabit.

—¿Y los demás utensilios? —preguntó.

—Oh, ¿de veras los necesitas? Si vas a encargarle el trabajo a un maese que vaya por libre, seguro que él ya contará con un compás, pinceles y un medidor Vanhar. Y todos esos cacharros que usan los pintapuertas, ya sabes —añadió de pronto, como si se hubiese sentido obligado a hacerlo.

«Eso es», pensó Yunek. Había cometido un desliz. Se había dado cuenta de que estaba exhibiendo conocimientos que no corresponderían a alguien ajeno a la Academia, pero su intento de disimularlo había sonado forzado y poco natural.

El joven uskiano sacudió la cabeza. Ya había tomado una decisión.

—Me quedo con la pintura —dijo—. Por doscientas monedas, y nada más. Me temo que no podría pagarte un portal, ni por cuatrocientas monedas, ni tan siquiera por trescientas, porque no sé nada más sobre ese tal maese Belban.

El desconocido ladeó la cabeza, decepcionado.

—Muy bien. Tú lo has querido, pues. Mañana tendrás la pintura, si traes el dinero. Pero te advierto de que no te servirá de nada sin un maese. Antes de una semana volverás a buscarnos para suplicarnos que te pintemos el portal pero, para entonces, el precio habrá subido.

Esta vez fue Yunek quien se encogió de hombros.

—Correré el riesgo.

No hablaron mucho más. Quedaron en que, de nuevo, la gente del Invisible se pondría en contacto con él. Para ello debía estar en Kasiba al día siguiente al atardecer.

Yunek se mostró conforme. Tenía, pues, un día entero para regresar a Serena a buscar sus ahorros. Y probablemente hasta le sobraría tiempo para hacer una breve visita a la Academia.

Tabit se levantó antes del amanecer. Dado que la tarde anterior había dormido muchas horas seguidas, apenas había logrado dar un par de cabezadas tras su encuentro con Caliandra en el estudio de maese Belban. Finalmente, y a pesar de que habían quedado en el patio de portales cuando sonara la primera campanada, Tabit había decidido que se marcharía a Kasiba sin ella.

Tenía muchas razones para ello. En primer lugar, necesitaba estar solo y pensar acerca de todo lo que habían averiguado, particularmente sobre la implicación del rector y del Consejo de la Academia en aquel asunto. Por otro lado, y ya que se había levantado primero, no veía la necesidad de esperar dos horas más a Cali, pudiendo partir en aquel mismo momento. Además, si a Yunek le había sucedido algo relacionado con los contrabandistas de bodarita, Tabit no quería involucrar a su compañera en un asunto tan turbio. Sin duda Caliandra era valiente, lista y decidida, pero no dejaba de ser una muchacha de buena familia que no sabía lo que era moverse por los barrios bajos de una ciudad. Y por último, Tabit sospechaba que un solo pintor de portales llamaría menos la atención que dos. Por tal motivo, además, llevaba ropa más discreta debajo del hábito granate, que pensaba quitarse en cuanto llegara a Kasiba.

Con un poco de suerte, pensó al llegar al patio de portales, no tardaría en encontrar a Yunek y regresar para tranquilizar a Caliandra.

Sonrió al pensar en lo furiosa que se pondría cuando descubriera que había partido sin ella. Pero ya afrontaría aquello después, se dijo mientras atravesaba el portal. De momento, había asuntos más urgentes que resolver.

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