Apareció en la sede de la Academia en Kasiba. Al salir del edificio, calculó mentalmente cuánto tiempo habría necesitado Rodak para llegar hasta allí por su propios medios, incluso utilizando la red de portales públicos, gratuitos o de pago. Suspiró. Sí; sin duda era mucho más rápido así.
Se preguntó por dónde debía empezar. Probablemente lo más práctico sería recorrer los albergues de la ciudad preguntando por Yunek. No conocía muy bien Kasiba, pero todas las ciudades tenían una o dos posadas en la Plaza de los Portales, y le pareció un buen punto de partida.
Se quitó el hábito y lo guardó, cuidadosamente doblado, en su zurrón, que estaba prácticamente vacío, porque se había dejado en la Academia sus útiles de trabajo, que no tenía previsto utilizar allí. Sabía que, si vestía ropa corriente, podría pasar por un muchacho cualquiera, ya que ni siquiera estaba obligado a llevar la trenza como los maeses titulados.
Una vez en la plaza, paseó la mirada en derredor y, tal y como había imaginado, descubrió dos albergues, uno en cada extremo. Respiró hondo; se disponía a encaminarse hacia uno de ellos cuando alguien lo llamó a sus espaldas.
Tabit se volvió, extrañado. Sonrió al descubrir que se trataba de Yunek, que hacía cola ante el portal que conducía a Rodia. Se reunió con él.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó el uskiano, que parecía estar de un humor excelente aquella mañana—. ¿Y dónde te has dejado tu ropa de maese?
—Se llama «hábito» —replicó Tabit, sonriendo también—. Pues, de hecho, venía a buscarte. Rodak me pidió que lo hiciera, porque hace días que no sabe de ti, y estaba preocupado. —«Y Cali también», quiso añadir; pero, por alguna razón, no lo hizo—. Y no sé, me pareció que sería sensato vestirme de otra manera, por si te habías metido en líos con gente a la que no le gustan los «pintapuertas» —añadió, encogiéndose de hombros.
Yunek entornó los ojos.
—Últimamente hay muchos «pintapuertas» que pretenden fingir que no lo son —comentó.
—¿Qué quieres decir?
Pero el joven sacudió la cabeza.
—Nada importante. Bueno, gracias por tomarte la molestia de venir a buscarme, pero ya ves que no hacía falta. Precisamente voy de camino a Serena; tengo que recoger algo que dejé en casa de Rodak. Pero escucha… —miró a su alrededor para asegurarse de que nadie les estaba prestando atención, se acercó a Tabit y susurró—: he contactado con los traficantes de bodarita.
—¿¡Qué!?
—¡Baja la voz! No he descubierto mucho, pero he de encontrarme con ellos de nuevo esta noche. El tipo con el que he contactado dice que él no es el Invisible; y yo me lo creo, porque es bastante fanfarrón, ¿sabes? Uno pensaría que un contrabandista tan esquivo como el Invisible sería mucho más prudente y discreto.
Tabit todavía estaba perplejo.
—Pero… pero… no lo entiendo. ¿Dices que has contactado con ellos? ¿Y cómo es posible que hayan accedido a citarse contigo otra vez?
Yunek suspiró. Vaciló un instante antes de decir:
—Les he dicho que quiero que me pinten un portal.
Tabit se lo quedó mirando.
—Un portal extraoficial, quiero decir —siguió explicando Yunek—. Al margen de la Academia. Y, la verdad, no me han puesto tantas trabas como los maeses —concluyó, con un cierto tono desafiante.
—Pero, naturalmente, eso era solo una treta para llegar hasta ellos, ¿verdad? —quiso asegurarse Tabit.
Yunek suspiró de nuevo.
—Tabit, tú sabes que necesito el portal —dijo solamente.
El estudiante se detuvo en seco y lo miró, sin poder creer lo que oía.
—¡Debes de estar de broma! ¡Ya sabes cómo es esa gente, Yunek! ¡Sabes a qué se dedican, y las cosas que hacen para conseguir sus propósitos! ¿Y aun así… haces tratos con ellos? ¿Sabiendo, además, la delicada situación por la que está pasando la Academia?
—¡La Academia! —repitió Yunek con amargura—. Dime, ¿qué es lo que ha hecho por mí tu preciosa Academia? Si me hubieseis pintado ese portal, como acordamos, yo no me encontraría en esta situación, y no tendría que recurrir…
—¿… A un grupo de ladrones y asesinos?
Yunek se detuvo, incómodo. Miró a su alrededor y vio que algunas personas los miraban de reojo.
—Baja la voz —advirtió a su compañero.
Lo guió lejos de la fila, hasta un lugar más apartado de la plaza, donde podrían hablar con más libertad. Retomó entonces la conversación, intentando convencerlo con otra estrategia:
—Tabit, ellos no me van a pintar el portal. Cobran un precio demasiado alto, más incluso que la Academia. Pero les puedo comprar pintura de bodarita. Sé que no es gran cosa, pero he pensado que, con ese material, quizá tú pudieras… —Se interrumpió, porque Tabit lo miraba, escandalizado, como si fuera la propuesta más absurda que le hubiesen planteado jamás—. Oye, no es para tanto —se defendió el uskiano—. Ya tienes el diseño casi terminado, tienes los números que necesitas… solo te falta la pintura, ¿no?
—Y la autorización de la Academia —le recordó Tabit—. Sin ella, ningún maese puede dibujar un portal en ninguna parte, incluso aunque cuente con pintura de contrabando.
—¿En serio? Pues que sepas que hay maeses que sí lo hacen. Algunos trabajan para el Invisible a espaldas de la Academia.
Tabit iba a responder que eso no era posible, pero entonces recordó la historia que le había relatado Tash sobre el misterioso maese que se presentaba en la mina a horas intempestivas.
Y le dio la única respuesta que podía ofrecerle:
—Tal vez. Pero yo no soy así.
—¿Por qué crees que estarías haciendo algo malo? —insistió Yunek—. No harías daño a nadie… y te aseguro que podrías ayudar mucho a mi hermana Yania.
Tabit negó con la cabeza.
—Mira, no tengo nada personal contra ti, y mucho menos contra tu hermana, que me parece una niña excepcional. Pero no voy a pintar ningún portal sin la autorización de la Academia. El sistema de portales funciona precisamente porque hay un control. Si los maeses pudiesen pintar portales donde y cuando les apeteciera, la Academia no tendría modo de registrar todos los nuevos enlaces que se producen. Y eso sería un desastre para la seguridad en general. ¿Te imaginas que cualquiera pudiese contratar a un maese para que le pintara un portal «sin hacer preguntas»?
—Pero tú sabes para qué quiero yo mi portal…
Tabit lo miró fijamente.
—A veces tengo la impresión de que no lo sé, Yunek —admitió—. Tú quieres que Yania estudie en la Academia, ¿no es así? Para eso no necesitas ningún portal. Con el dinero que has ahorrado podrías pagar alojamiento para tu hermana en la misma Maradia durante uno o dos años, suficiente para que ella prepare los exámenes de ingreso, si es aplicada. Si necesitara más tiempo, podrías buscarle una casa en otra ciudad con portal público… Esmira es cara, pero la vida en Rodia o Serena es más asequible; hay personas que cruzan los portales públicos todos los días desde ambas ciudades para ir a trabajar a Maradia, y ella podría hacerlo también, hasta que obtuviera la beca y pudiera instalarse en las dependencias de estudiantes de la Academia. Así que, dime… ¿por qué estás tan obsesionado en pagar una fortuna para abrirle un portal desde el mismo salón de tu casa?
Yunek desvió la mirada, incómodo.
—Mi madre no quiere dejarla marchar —confesó—. Cree que le van a pasar cosas horribles si se va de casa para vivir sola en una ciudad desconocida. Tuvimos una discusión muy desagradable cuando lo sugerí.
—Lo lamento mucho —cortó Tabit—, pero sigo sin creer que estés dispuesto a sacrificar los ahorros de tu familia solo porque tu madre sea un poco sobreprotectora.
—¿Un poco? —se rió Yunek con amargura—. Pero no, tienes razón. Hay más. —Respiró hondo y añadió, aún con la vista baja—: Cuando mi padre murió… fueron muy malos tiempos. Yo tenía doce años, y mi madre estaba enferma. Y había un hombre que quería comprarnos la granja a cambio de una miseria. Impedí que cortejara a mi madre con ese fin, pero… —vaciló; parecía muerto de vergüenza, y Tabit sospechó que nunca antes había contado aquello a nadie—, pero le prometí que podría casarse con mi hermana cuando ella fuera mayor, si nos prestaba el dinero necesario para saldar nuestras deudas. Entonces yo era un crío, y Yania poco más que un bebé, así que pensé que habría tiempo de sobra para arreglar las cosas hasta que se hiciera mayor. En fin, tomé aquella decisión porque estaba desesperado. Con el tiempo, Yania fue creciendo y nuestro vecino me recordaba nuestro trato de vez en cuando. Una vez le respondí que estaba pensando en cambiar de opinión, y me dijo que no se me ocurriera enviar lejos a Yania, porque entonces recurriría a la justicia. Les diría que incumplí mi parte del trato y nos lo quitarían todo. Todo, Tabit. La granja, los animales, las tierras… Y no tenemos ningún otro sitio a donde ir.
—Pero eso es… —empezó Tabit, impresionado a su pesar.
Yunek dejó escapar una carcajada cargada de tristeza.
—Ya lo sé. Por si fuera poco, el prometido de Yania es primo de un alguacil muy influyente en Uskia. Una palabra suya y podríamos acabar todos en prisión.
—Pero… pero… ¿no podéis pagarle con el dinero que habéis ahorrado para el portal? ¿O marcharos todos y empezar en otro lugar?
Yunek negó con la cabeza.
—Ya he pensado en todo eso, créeme. Pero no es una cuestión de dinero. Para él se trata ya de algo personal. Y no podríamos marcharnos sin que se enterase. Una vez lo intentamos… y nos alcanzó en el camino. Amenazó con llevarse a Yania, con denunciarnos a la justicia, con echarnos de casa… Además —añadió, pesaroso—, tiene un papel que yo firmé cuando era crío y que ni siquiera sé lo que dice. En su momento pensé que solo me comprometía a casar a mi hermana con él, y creí que, si ella no quería, no habría más que hablar… pero, según parece, firmé muchas cosas más. Como que le tendría que entregar todas nuestras posesiones si la boda no se celebraba. O que Yania no podría irse a vivir a ninguna otra parte sin su permiso. Porque era su prometida y, por tanto, le pertenecía, o algo así. —Apretó los dientes—. Dioses, Tabit, entonces ella tenía solo tres años. Si hubiese sabido…
—Está bien —lo tranquilizó el estudiante—. Creo que ya empiezo a entenderlo. Con un portal en tu casa, Yania podría ir a Maradia todos los días a prepararse para el examen de ingreso, sin que tu vecino lo supiese. Y, si obtuviese la beca y entrase a estudiar en la Academia…
—Entonces él no podría hacer nada al respecto. No se atreverá a ir a la Academia a exigir a los maeses que le devuelvan a Yania; y después, cuando ella sea pintora de portales… ningún alguacil, ni mucho menos un granjero uskiano, se atrevería a casarla contra su voluntad.
Tabit asintió.
—Comprendo. Pero… ¿no exigiría una compensación? ¿No tendríais que entregarle la casa?
Yunek sonrió maliciosamente.
—¿Con un portal pintado en su interior? Me he informado. Sé que su valor habría subido tantísimo que el dinero que nos prestó en su día no lo cubriría ni de lejos.
Tabit asintió de nuevo.
—Sería una buena jugada, sí —admitió—. Y ¿qué dice Yania al respecto? ¿Qué le parece que su hermano decida primero que se casará con un hombre viejo, y después que debe ser pintora de portales?
—Yania no dice nada. No sabe lo de la boda. Y mi madre solo sabe algunas cosas, no todo. Pero no te mentí: ella es muy inteligente y sé que podría estudiar y conseguir la beca. Y sí le gusta la idea de ser maesa, sobre todo ahora que te conoce. Tendrías que haber visto cómo hablaba de ti después de tu primera visita. Creo que le enseñaste que la magia también puede estar al alcance de una campesina pobre e ignorante como ella.
—No es magia…
—Lo sé, lo sé. Pero tú ya me entiendes.
Tabit suspiró y movió la cabeza.
—Te entiendo, Yunek. Pero, a pesar de todo, no pintaré tu portal.
El joven lo miró, sin poder creer lo que acababa de escuchar.
—Pero… ¿no has oído todo lo que te he contado? ¿No has comprendido…?
—Sí, Yunek. He comprendido que tu hermana debe pagar el error que cometiste tú hace muchos años; y que, para arreglar las cosas, ahora pretendes que lo pague yo. Pero esa no es la solución, ¿sabes?
Yunek resopló, exasperado.
—De verdad, Tabit. Hablar contigo es como hacerlo con una pared. ¿Qué te puede costar pintar un portal pequeño?
—No sabes cuál es el castigo por traicionar a la Academia, ¿verdad?
Él se encogió de hombros.
—¿Qué es lo más grave que puede pasarte? ¿Que te expulsen, si te pillan? No te preocupes; basta con ser discretos y no decir nada a nadie. El portal de Yania, en realidad, no tiene por qué estar en el Muro de los Portales; se puede buscar un sitio más escondido, donde nadie sepa…
—No, Yunek —cortó Tabit, con firmeza—. Créeme, el castigo que recibiría «si me pillasen», como tú dices, es mucho mayor que una simple expulsión. Pero ese no es el motivo por el que me niego a hacer lo que me pides. Es que no es correcto. No está bien. ¿Tanto te cuesta de entender?
—Lo único que entiendo, Tabit —replicó Yunek, molesto—, es que las normas están bien para la gente rica que puede permitirse cumplirlas, como tú. Pero a nosotros, los desesperados, no nos queda más remedio que sobrevivir a cualquier precio, ¿sabes?
Tabit negaba con la cabeza.
—Te equivocas, Yunek. Siempre hay opciones. Quizá no sean las más fáciles, pero…
—¿Qué sabes tú de eso? —interrumpió el uskiano, cada vez más enfadado—. ¡Eres un condenado pintor de portales! No has tenido que trabajar de verdad en tu vida…
—¿Y qué sabes tú de mi vida? —replicó Tabit, perdiendo la calma—. Te diré algo: sé muy bien lo que es estar desesperado, lo que es no tener nada, no tener a nadie. Y también sé que, al final, la decisión sigue siendo tuya. Así que no me vengas con excusas ni eches la culpa a otros de tus meteduras de pata. La vida es dura, ya lo sé. Pero ¿sabes una cosa? El mundo sería un lugar infinitamente mejor si la gente eligiera el camino correcto, en lugar de seguir el camino fácil.
—¿¡Fácil!? —estalló Yunek—. ¿Llamas fácil a todo lo que estoy haciendo para ayudar a mi hermana?
—Obviamente es mucho más fácil cargarme a mí con la responsabilidad que asumir que metiste la pata, Yunek —replicó Tabit con frialdad—. Insisto en que, si algún día la Academia aprueba tu portal, estaré encantado de pintarlo y me esmeraré al máximo. Pero así, no.
Dio la vuelta para marcharse, dejando a Yunek temblando de ira. En el último momento se volvió de nuevo para añadir: