Tabit negó con la cabeza.
—Si fuera así, me habría encontrado con él en el pasillo. Fui directo al almacén y… no, espera —recordó de pronto—: entré en un aula vacía para dejar mis cosas. En ese momento pudo cruzar el corredor sin que yo lo viera y entrar en el almacén…
—¿Y eso fue antes o después de que vieras el cuerpo del ayudante?
—Antes —respondió Tabit con un estremecimiento—. Eso significa que el maese Belban de nuestro tiempo sí pudo haberlo matado, aunque hubiese llegado al pasado unos instantes después que yo.
—Pero quizá no lo viste todo —insistió ella, reacia a creer en la culpabilidad del profesor—. Quizá el estudiante ya estaba muerto cuando llegasteis vosotros, y no te cruzaste con el asesino por cuestión de minutos. ¿Recuerdas lo que nos contó maesa Inantra? Lo vieron escapar por el patio de portales y… —Se interrumpió, de pronto, y miró a su compañero con los ojos muy abiertos—. Tabit, el profesor tenía razón —exclamó—. Lo que está hecho no puede cambiarse, ¿entiendes? Tabit…, el asesino eres tú.
El joven se quedó con la boca abierta.
—¿Insinúas… —pudo decir por fin, aunque aún estupefacto que hace veintitrés años maté a otro estudiante a golpes con un medidor de coordenadas?
Pero ella agitó la mano con impaciencia.
—No, no, claro que no. Pero recuerda lo que dijo maesa Inantra: aquella noche vieron a un misterioso estudiante desconocido rondando por los pasillos de la Academia. Nadie lo vio entrar, pero dicen que se fue por uno de los portales del patio. —Le lanzó una mirada de soslayo—. ¿Te suena de algo?
Tabit seguía sin salir de su asombro, aunque esta vez por motivos diferentes.
—¡Era yo! —comprendió—. Entonces, eso significa… —murmuró, temblando de la impresión—, que todos estos años han estado siguiendo una pista equivocada. Claro que no me conocían. ¿Cómo iban a hacerlo? Si yo ni siquiera había nacido… —se estremeció; recordaba muy bien todos los detalles del relato de maesa Inantra, y la idea de que él mismo, sin saberlo, había sido uno de los protagonistas, le resultaba extraña e inquietante—. ¿Cómo pudo la maesa contar una historia sobre algo que ya había pasado, pero que yo todavía no había hecho? Y en cuanto a maese Belban… Caliandra, él también estaba allí, la propia maesa Inantra nos lo dijo —comprendió de pronto—. ¿Recuerdas la historia de la criada que había visto a su fantasma…?
—… ¡paseando por los pasillos con las manos ensangrentadas! —completó Cali—. ¡A quien vio es a nuestro maese Belban, una versión más vieja del que ella conocía, que había llegado desde el futuro para tratar de impedir el asesinato…!
Tabit sacudía la cabeza, perplejo.
—¿Cómo puede ser todo tan absurdo —se preguntó—, y a la vez tan lógico?
Cali suspiró.
—No lo sé —reconoció—, pero creo que sí entiendo lo que quiso decir maese Belban aquella noche. Lo que está hecho no puede cambiarse. No habría podido impedir el asesinato de su ayudante, porque ya había sucedido. Todo. No solo la muerte del estudiante, sino también su propio intento por salvarlo.
Tabit asintió, pensativo.
—Cierto —dijo—. Porque, si hubiese llegado a tiempo para impedirlo, probablemente él estaría vivo todavía, por lo que maese Belban no habría tenido la necesidad de abrir un portal azul para salvarle la vida, y por tanto no lo habría hecho. ¿O sí?
A pesar de que aún le brillaban los ojos de la emoción, Cali bostezó.
—No son horas para debates complejos, Tabit —dijo—. Solo sé que maese Belban trató de salvar a su ayudante y no lo consiguió.
—Ni lo ha vuelto a intentar; porque, en ese caso, quizá yo me habría encontrado en el pasado a varias versiones más de maese Belban, tal vez por triplicado o cuadruplicado, dependiendo de las veces que hubiese cruzado el portal. —Tabit sacudió la cabeza para apartar de sí aquella imagen.
—Pero eso nos devuelve al punto de partida. Y seguimos sin saber nada, ni a dónde fue maese Belban tras su excursión al pasado, ni quién mató a su ayudante.
—Suponiendo, claro, que no lo hiciera él mismo…
—No fue él —insistió Cali con obstinación—. Lo que pasa es que los dos llegasteis demasiado tarde y no visteis al verdadero asesino.
—Pero el caso es que seguimos sin la menor pista de ese supuesto asesino, Caliandra. Y, aunque me duela admitirlo, tenemos que barajar la posibilidad de que maese Belban no viajara al pasado para salvar a su ayudante, sino para matarlo.
—¿Y por qué iba a hacer algo así?
—Bueno… piénsalo. La noche en que mataron a su ayudante, él estaba tranquilamente durmiendo en su habitación. Pero sospecharon de él, y ha pasado todos estos años obsesionado con la idea de descubrir la verdad. Entonces empezó a experimentar con los viajes en el tiempo. ¿Y si, al regresar a aquella noche y no ver a nadie más, comprendió que él mismo había llegado desde el futuro para matar a su ayudante? «Lo que está hecho no puede cambiarse», me dijo. Como si siempre hubiese sabido que su destino era cometer ese crimen y creyera que no podía escapar de él.
Cali negaba con vehemencia.
—Eso implica suponer que maese Belban estaba loco. Y sí, era excéntrico… pero a mí siempre me pareció una persona muy lúcida.
—Tú no lo viste la otra noche, Caliandra. Allí, en la escalinata, con las manos llenas de sangre… parecía de todo menos cuerdo.
—Me da igual lo que pareciera. Yo sé que no fue él. Y tú te aprovechas de que estoy medio dormida para bombardearme con argumentos que soy incapaz de rebatirte ahora porque me caigo de sueño —acusó.
Tabit no quiso discutir. Su mente bullía de ideas, pero estaba claro que su compañera no estaba de humor para compartirlas. Después de todo, Tabit había dormido varias horas seguidas, y se sentía despierto y despejado, mientras que ella aún no se había acostado.
—Está bien, de acuerdo —respondió, conciliador—. Lo dejamos aquí, si quieres. Podemos continuar mañana.
Cali se llevó la mano a la boca para reprimir un nuevo bostezo.
—Te lo agradezco de verdad —murmuró—, pero mañana tenemos algo más urgente que hacer.
—¿Ah, sí? —Tabit repasó mentalmente su horario de clases; le costó un poco, porque aún no estaba del todo seguro de qué día era—. Ah, sí, yo tengo prácticas de Diseño. Maese Askril me dijo que no hacía falta que asistiera mientras estuviese trabajando en mi proyecto final, pero, como lo han cancelado, debería…
Cali lo interrumpió con impaciencia.
—No estoy hablando de las clases, Tabit. —Le dirigió una mirada de reproche—. ¿No habías dicho que Yunek se fue a Kasiba a buscar a los traficantes de bodarita y Rodak no sabe nada de él? —Se removió, inquieta. En aquel momento, ni siquiera Tabit fue capaz de pasar por alto la intensa preocupación que reflejaba su rostro—. Está claro que tenemos que ir a buscarlo.
—¿Tenemos? —repitió Tabit.
Cali respondió con un suspiro exasperado.
—Pues iré yo sola, o con Rodak, o con quien quiera acompañarme. Vamos, piénsalo: si Yunek no hubiera conseguido contactar con el Invisible, ya estaría de vuelta. Y, si lo ha hecho… —Se estremeció—. Bueno, ya sabes que esos tipos no bromean. Si le ha pasado algo… —Se mordió una uña, angustiada.
Tabit la miró, y, de golpe, comprendió el comentario del guardián acerca de que no le costaría nada convencer a Caliandra para que lo llevase a Kasiba.
—Ah —dijo; no se le ocurrió qué otra cosa añadir, de modo que añadió, turbado—: ah. Claro. Bien, pues cuenta conmigo. Mañana iremos a Kasiba a buscar a Yunek.
«… queda establecido, por tanto, que todo Maese que incumpliere el Juramento será Disciplinado de la forma que sigue: por decreto de Derecho y Justicia será expulsado de nuestra Institución, y asimismo Determinamos que ha de perder ojos, lengua y pulgares para que nunca más pueda Mancillar nuestro noble Oficio ni el insigne Nombre de la Academia de los Portales.»
Normativa General de la Academia de los Portales
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Capítulo 13, sección 4, epígrafe 2.º
Alguien despertó a Yunek de madrugada con modales bruscos. El joven se incorporó en la cama, sobresaltado, y miró a su alrededor. Pero no vio otra cosa que una negra silueta recortada en la penumbra.
—¿Qué… quién eres? —murmuró, buscando a tientas el cuchillo que guardaba bajo el jergón; era más una herramienta que un arma, pero no se había separado de él desde el asalto sufrido días atrás en Serena.
—¿Estás interesado en los servicios del Invisible? —inquirió el desconocido a su vez, sin responder a la pregunta.
Yunek se despejó del todo.
—¿Me vais a llevar ante él por fin? —preguntó.
Llevaba varios días perdiendo el tiempo en Kasiba, esperando una señal por parte de las personas que habían contactado con él en el puerto. Hasta aquel momento no había vuelto a tener noticias de ellos.
—Levanta y vístete —replicó la figura—. No tenemos mucho tiempo.
Después salió del cuarto, y Yunek adivinó que lo estaba aguardando fuera. Se levantó y buscó su ropa a tientas en la oscuridad, entre los ronquidos de los otros huéspedes de la posada. El establecimiento disponía, por descontado, de algunas habitaciones individuales, pero eran caras, y Yunek no podía permitirse despilfarrar en lujos el dinero del portal de Yania.
Salió al pasillo, pero no encontró allí a su misterioso visitante nocturno. Tampoco lo halló en el comedor, que estaba a aquellas horas vacío, silencioso y oscuro. Solo cuando franqueó la puerta principal y puso los pies en la calle le llegó un susurro procedente de una esquina:
—Por aquí, uskiano. Deprisa y calladito, ¿eh?
Yunek obedeció.
A la luz de las estrellas pudo vislumbrar que su guía era un hombre bajo y fornido, pero nada más, porque iba embozado en una capa que lo cubría casi por completo. Tras un breve momento de duda, lo siguió por el laberíntico entramado de calles del centro de la ciudad, por donde dieron vueltas hasta que Yunek perdió por completo la orientación. Entonces el desconocido se detuvo ante la puerta de lo que parecía un viejo establo.
—¿Sigues ahí, uskiano? —se burló—. ¿Qué pasa? —añadió al ver que Yunek titubeaba—. No te irás a echar atrás ahora, ¿verdad?
El joven negó con la cabeza. Su guía se rió desde las profundidades de su capucha y empujó el portón de entrada, que se abrió con un chirrido.
Entró en el recinto, y Yunek lo siguió, receloso, temiendo algún tipo de trampa o engaño.
El establo no era muy grande, y estaba vacío, a excepción de la figura que los contemplaba acomodada sobre un montón de balas de paja acumuladas contra la pared del fondo. También se ocultaba bajo una capa, y la luz del único candil que había en la estancia no contribuía gran cosa a desvelar su aspecto, puesto que su rostro permanecía fuera del círculo iluminado, en un rincón en sombras.
Yunek miró a su alrededor, pero no vio a nadie más. Tras él, su guía cerró el portón de golpe, haciéndole dar un respingo.
—¿Estás nervioso, Yunek? —le preguntó el hombre del establo—. No deberías. Al fin y al cabo, eres tú el que me ha buscado a mí. Con irritante insistencia, debo añadir.
Yunek decidió no preguntarle cómo había averiguado su nombre. Después de todo, no le habría resultado demasiado difícil, dadas las circunstancias.
Además, había muchas otras cosas que deseaba saber.
—¿Eres el Invisible? —preguntó a bocajarro.
El desconocido se rió.
—¿Me estás viendo ahora mismo? —replicó—. Sí, ¿verdad? Entonces, ¿qué te hace pensar que te encuentras ante el Invisible?
Yunek ignoró deliberadamente el matiz de ironía que destilaban sus palabras.
—Si tú no eres el Invisible, ¿quién eres?
Su interlocutor se enderezó sobre su sitial de paja; Yunek pudo percibir la leve tensión en su voz cuando dijo:
—Un intermediario. El único con el que vas a tratar, si quieres que hablemos de negocios. Así que puedes ahorrarte las preguntas, o esta entrevista se habrá terminado antes de empezar. ¿Queda claro?
Yunek se mordió la lengua para no replicar y asintió, conforme. El desconocido pareció relajarse un tanto.
—Bien, Yunek… De modo que quieres un portal, ¿verdad?
—Sí —asintió él—. Es para que mi hermana pequeña pueda…
Pero el otro lo cortó con un gesto.
—Los detalles me sobran. Lo único que necesito saber es dónde quieres el portal y cuánto estás dispuesto a pagar por él.
Yunek pensó en sus ahorros, que guardaba en casa de Rodak, en Serena. Respiró hondo.
—Puedo pagar la tarifa de la Academia —respondió—. Ni una moneda más.
—No es una buena manera de comenzar una negociación, Yunek. Sospecho que puedes pagar la tarifa que la Academia aplicaba el año pasado, ¿no es así? Pero los precios han subido y, por otro lado… nosotros no somos la Academia. La gente que solicita nuestros servicios lo hace porque no puede recurrir a los medios convencionales. Somos la segunda opción, sí, pero también la única cuando fallan los maeses. ¿Verdad que sí?
Yunek no respondió.
—Claro que sí —prosiguió el desconocido—. El año pasado, si no recuerdo mal, un portal de tamaño medio costaba trescientas monedas de plata. Este año son trescientas cincuenta, me temo.
A Yunek se le cayó el alma a los pies. Tabit nunca había llegado a decirle cuánto había subido el precio… y ahora comprendía que tardaría años en ahorrar lo que le faltaba.