—¿Sensato? ¿Te parece sensato ir a hablar con el Gran Capataz de los
Granates
cuando sabes que uno de ellos está metido en negocios sucios?
—Y no puedes estar seguro de que esa gente no tenga nada que ver con
la otra
gente —apuntó Rodak—. Ya sabes, los que asesinan a guardianes y asaltan a estudiantes en callejones oscuros.
Tabit hundió la cara entre las manos.
—Tenéis razón —murmuró con voz ahogada—. Y lo peor es que yo mismo le sugerí que fuera a hablar con el rector, para contarle todo lo que habíamos averiguado.
Tash se puso en pie de un salto.
—¿Y a qué estás esperando? ¡Vamos a buscarla!
Tabit se incorporó a su vez. Alzó la cabeza con decisión y les dirigió una larga mirada.
—Me voy a la Academia. A ti, Tash, no te permitirán entrar. Rodak, ¿se puede quedar contigo? No tiene a donde ir.
—Claro —asintió el muchacho.
—No necesito niñeras —masculló Tash. Pero no lo dijo muy alto.
Tabit se despidió de ellos y salió corriendo de vuelta a la Academia. Aún no sabía si la desaparición de maese Belban y los portales azules tenían algo que ver con la muerte del guardián de Serena y los traficantes de bodarita, pero, por si acaso, convenía no divulgar lo que habían averiguado. Quizá Caliandra se limitara a decirle a maese Maltun que habían aprendido cómo viajar en el tiempo gracias a la bodarita azul, y no le contara nada acerca de los ladrones de portales, pero… ¿y si lo hacía? ¿Y si el mismo rector estaba implicado? ¿La silenciaría de la misma manera que a Relia o al guardián asesinado?
Tabit no quería ni pensar en ello. Solo deseaba no llegar demasiado tarde.
Caliandra terminó de hablar y aguardó, expectante, la reacción de maese Maltun. El rector no la había interrumpido ni una sola vez a lo largo de su relato, y la joven se preguntó si sería una buena señal. Una parte de ella deseaba que no la creyera; en tal caso, y aunque perdería una ayuda valiosísima para encontrar a Tabit y a maese Belban, por lo menos las cosas seguirían como hasta entonces, y aún podrían seguir fingiendo que todo aquello no era más que un juego emocionante.
Solo que hacía mucho tiempo que había dejado de serlo. Y Cali, en el fondo, era muy consciente de ello.
Tras un largo silencio, maese Maltun clavó en ella una mirada penetrante.
—Bravo, estudiante Caliandra —dijo—. Has desvelado uno de los secretos mejor guardados de la Academia.
—El mérito no es solo mío —murmuró ella—. Si no hubiera sido por Tabit… —Se interrumpió—. Un momento: ¿vos lo sabíais? —preguntó con incredulidad.
Maese Maltun rió suavemente.
—¿Si sabía que la bodarita se está agotando, que los portales azules sirven para viajar en el tiempo y que maese Belban ha atravesado uno de ellos? Por supuesto que sí. ¿Qué clase de rector sería si no estuviera al tanto de lo que ocurre entre los muros de mi propia Academia? Aunque he de reconocer —añadió— que no tenía la certeza de que maese Belban hubiese decidido probar personalmente uno de esos portales azules. Ni que hubiese regresado al momento de aquel trágico incidente. Pero lo sospechaba.
—¿Entonces…? Disculpad, maese Maltun… pero no entiendo nada.
—Por supuesto que sabemos que los yacimientos se están agotando. El de Yeracia fue el primero en hacerlo, y le siguieron los de Uskia y el sur de Maradia. Las vetas de Ymenia y Kasiba no tardarán en extinguirse también.
Una sospecha empezó a germinar en la mente de Cali.
—¿De modo que por eso borra la Academia los portales antiguos? ¿Para hacer acopio de pintura en previsión de lo que pueda suceder?
—Oh, no, no, estudiante Caliandra. Nosotros no borramos portales. Solo… a veces… compramos mineral o pintura a otros… humm… proveedores.
—El Invisible —adivinó Caliandra en voz baja.
—Así se hace llamar, sí. Debo decir que hace honor a su nombre, porque ni yo mismo sé qué aspecto tiene, ni cómo se llama de verdad. Pero de vez en cuando nos consigue pintura de bodarita, y eso no nos viene mal.
—¿Estáis de broma? ¡Pero si roban el mineral de los propios yacimientos de la Academia!
El rector carraspeó.
—No podemos impedir eso, estudiante Caliandra. Cuando llegué al rectorado, hace ocho años, descubrí que mi antecesor ya había luchado en vano contra los traficantes de bodarita. El éxito de nuestra Academia se basa en el hecho de que nadie más que nosotros puede pintar portales. Controlamos a los maeses que incumplen las normas castigándolos de manera que ya no puedan ejercer su profesión. Controlamos el mercado negro de bodarita siendo los que más pagamos por ella. Es un mal necesario.
Cali empezaba a montar en cólera.
—¿Y qué hay de Relia? ¿También su estado es un mal necesario?
El rector se mostró sinceramente apenado.
—Lamento mucho la situación de la estudiante Relia. De verdad que sí. Pero aún no se ha demostrado que la gente del Invisible esté detrás de su… humm… desafortunado accidente.
—¡Accidente! —repitió Cali, estupefacta. Se levantó, dispuesta a decir todo lo que pensaba, pero no encontró las palabras. Se dejó caer de nuevo en la silla—. No puedo creerlo —murmuró—. No puedo creer que toleréis esta situación.
—Tampoco a mí me hace feliz, te lo aseguro —respondió maese Maltun con gravedad—. Por eso llevo todos estos años buscando alternativas. Si nuestro suministro de bodarita fuera de nuevo fluido y abundante, tendríamos más medios para luchar contra los traficantes y no estaríamos a merced de ellos, como, lamentablemente, ocurre en la actualidad. Y ahí es donde entran maese Belban y la bodarita azul.
Cali trató de calmarse, porque la ira le impedía pensar con claridad.
—No veo la relación —comentó fríamente.
—¿Qué sabes de la historia de la bodarita? ¿Recuerdas algo de las clases con maese Torath?
Cali hizo memoria. Recordó la tarde en que había encontrado a Tabit en la biblioteca, absorto en la lectura de
Bodar de Yeracia: vida y semblanza
. «Siempre va dos pasos por delante de mí», pensó, con una punzada de nostalgia. Pero ahora su compañero… su amigo, tal vez… se había perdido en el pasado, quizá para siempre.
Alzó la cabeza. No confiaba del todo en maese Maltun, ni estaba de acuerdo con su forma de manejar aquel asunto, pero no podía negar que sabía muchas cosas. Tal vez conociera también la forma de recuperar a Tabit.
—La descubrió maese Bodar de Yeracia hace mucho tiempo —respondió de mala gana.
—Sí —asintió el rector—. Pero, antes que él, la descubrieron las tribus de Scarvia. Esos salvajes fueron los primeros en fabricar algo parecido a una pintura de bodarita rudimentaria.
Caliandra lo recordaba vagamente. Asintió.
—¿Imaginas la cantidad de bodarita que se desperdició de esa manera, estudiante Caliandra? —prosiguió maese Maltun; le brillaban los ojos de excitación—. Durante siglos, los salvajes scarvianos saquearon los yacimientos de bodarita de sus dominios y embadurnaron sus cuerpos con pintura que podría habernos servido para dibujar portales.
Cali entornó los ojos.
—¿Maese Belban se ofreció a abrir un portal que condujera a la época anterior a Bodar? —adivinó—. ¿Para explotar las minas antes de que lo hicieran los scarvianos?
Maese Maltun carraspeó.
—Eso, en realidad, fue idea mía. Cuando llegó aquella muestra de mineral azul, y maese Kalsen dijo que era como la bodarita de siempre… pensamos que estábamos salvados. Los mineros uskianos aseguraban que la veta era grande. En tal caso, podríamos continuar con nuestra actividad durante mucho más tiempo, y plantar cara a los traficantes.
Cali sonrió para sí, recordando la historia que Tash le había relatado.
—Pero resultó que los portales azules no funcionaban —se anticipó.
El rector asintió.
—Maese Kalsen no podía comprenderlo. Entonces maese Belban mostró un vivo interés por las muestras azules, y solicitó permiso para estudiarlas. Hasta pidió un ayudante —añadió, alzando las cejas significativamente; de nuevo, Cali no pudo reprimir una sonrisa—. ¿Cómo se lo iba a negar? Se trata de uno de los pintores más brillantes que ha conocido nuestra Academia, y apenas había levantado cabeza desde la trágica muerte de su primer discípulo. Aunque te confesaré que, cuando se hizo pública la convocatoria, yo confiaba que elegiría al estudiante Tabit.
—Lógico y comprensible —murmuró Caliandra. Luchó contra aquella corriente de simpatía que empezaba a circular entre ambos. El hecho de sentirse parte de la historia que el rector le estaba contando no lo eximía de su responsabilidad sobre algunas de las decisiones que había tomado.
—Pensé que Tabit le aportaría una buena dosis de realismo y sentido común —prosiguió maese Maltun—. En ambas cualidades, si me permites que te lo diga, te supera ampliamente. —Cali no tenía nada que objetar a aquello. Era la pura verdad—. Y realmente creí que le hacía falta, cuando vino a verme y me dijo que los portales azules servían para viajar en el tiempo. Pensé que había perdido el juicio definitivamente, pero me hizo una demostración y… Bueno, ya te imaginas el resto.
»Discutimos en el Consejo qué podríamos hacer con aquel nuevo descubrimiento. Maese Belban aún no había averiguado cómo graduar la duodécima coordenada para viajar a un punto temporal concreto y, por otro lado, por muy grande que fuera la veta de bodarita azul, probablemente no bastaría para satisfacer toda la demanda de viajes en el tiempo que podría generarse. El propio maese Belban opinaba que no era una buena idea que la gente fuese paseándose por el pasado así como así, y maese Denkar le daba la razón. En el fondo, solo somos viejos maeses que temen la novedad y el cambio. —Sonrió—. Nosotros no queríamos viajar en el tiempo. Solo queríamos más bodarita de siempre para pintar nuestros portales de siempre de la misma forma en que lo habíamos hecho siempre.
—Y por eso se os ocurrió que se podría abrir un portal temporal a la época prebodariana —concluyó Cali—. Sería como encontrar un nuevo yacimiento, pero no en un lugar determinado del espacio, sino del tiempo.
Maese Maltun asintió.
—Aún no conocíamos exactamente cuáles serían las implicaciones de viajar en el tiempo. Alguien, probablemente fue maese Denkar, sugirió que nuestras acciones en el pasado podrían repercutir en el presente. De modo que no tenía sentido explotar nuestros propios yacimientos en el pasado, porque igualmente estaríamos reduciéndolos en el presente. Pero todo el mineral que los salvajes se llevaron en tiempos prebodarianos… había sido mineral perdido. Y podíamos tratar de recuperarlo.
»De modo que encargamos a maese Belban que realizara los cálculos necesarios para abrir un portal a esa época. Maese Saidon se ofreció a ayudarlo… como sabes, es nuestro mayor experto en Cálculo y Medición de Coordenadas… pero él insistió en que quería un ayudante. Y, de nuevo, la mejor opción parecía ser Tabit. A día de hoy… aún no entiendo por qué te escogió. No es que no seas una estudiante brillante, Caliandra, pero Tabit encajaba mejor en el perfil.
Cali no contestó. «Vio mi diseño», pensó. «Y recordó haberlo visto en la pared de su estudio, años atrás, cuando yo lo visité desde mi presente. Y luego, en nuestra primera reunión, me reconoció… y supo que debía ser así; que, si se perdía en el tiempo, yo encontraría la manera de ir a buscarlo, porque ya lo había hecho en una ocasión. Pero él no sabía que, al final, sería Tabit quien resolvería el rompecabezas… por más que fuera yo la que se atreviera a cruzar el portal.»
Maese Maltun carraspeó.
—Comprendo que estés disgustada —dijo, interpretando mal su silencio—. De todos modos, cuando maese Belban desapareció, vi con muy buenos ojos que Tabit y tú os asociarais para tratar de encontrarlo. Sospechábamos que aún no había superado del todo la muerte de su ayudante, y no resultaba descabellado pensar que hubiese utilizado la bodarita azul para sus propios fines. —Suspiró—. ¿Y quién va a reprochárselo? Todos estos años ha vivido torturado por la incertidumbre y los remordimientos, siendo el blanco de habladurías y recelos malintencionados… Y de pronto tenía a su alcance la posibilidad de viajar en el tiempo hasta esa noche para descubrir qué pasó, mirar a los ojos al asesino de ese muchacho, tratar de impedir su muerte, incluso… —Sacudió la cabeza—. Teníamos que haber contado con que lo intentaría, al menos.
»En cualquier caso, no ha vuelto todavía y, por lo que dices, el estudiante Tabit, que trató de seguir sus pasos, tampoco lo ha hecho. Me alegra mucho saber que habéis descifrado la nueva escala de medición que inventó para viajar al pasado, pero estoy empezando a preguntarme si no sería mejor olvidarnos de esos portales azules antes de que se pierda nadie más…
Cali se sentía confusa y aturdida ante aquella avalancha de información. Sin embargo, alzó la cabeza ante las últimas palabras del rector.
—¿Cómo decís? ¿Pretendéis abandonar la búsqueda de maese Belban… y no iniciar siquiera la de Tabit?
Maese Maltun suspiró.
—Por lo que me has contado, ambos saben cómo regresar de donde quiera que estén. Y no conviene que este asunto salga de un círculo… digamos… humm… privado. ¿Me entiendes?
—No —confesó Cali con franqueza—. Porque todavía me cuesta trabajo asimilar que, mientras nosotros actuábamos en solitario y con discreción, al menos media docena de profesores sabía desde el principio todo lo que intentábamos averiguar —concluyó, cada vez más enfadada—. Si a eso llamáis «círculo privado»…