Rodak se detuvo, impresionado, al comprender, de golpe, las circunstancias que habían llevado al mendigo a aquella situación. Se estremeció de horror.
—Habría sido más compasivo matarlo —comentó.
—Sí —asintió Tabit—, pero sirve de ejemplo. Un criminal muerto se olvida rápidamente y puede convertirse en un mártir. Un criminal lisiado, en cambio, siempre está ahí para recordarte lo que puede ocurrir si traicionas los principios de la Academia. Y también para recordar a la gente corriente que los pintores de portales no toleramos la corrupción en nuestras filas. Para que sigan confiando en que la red de portales es segura.
Rodak cabeceó.
—Por eso es imposible que exista alguien como el Invisible —concluyó Tabit—. Precisamente porque la red de portales es segura, y nadie que no sea un maese puede utilizarla libremente. Y porque, si un maese cometiera el tipo de crímenes que se le atribuyen a ese individuo… bien, no habría tardado en acabar como ese pobre hombre que acabamos de ver.
Rodak asintió de nuevo, dando a entender que había comprendido la lección.
—Bien —dijo Tabit, deteniéndose ante la verja de una elegante casa de tres plantas—, yo me quedo aquí. Volveré a la Academia y contaré lo que he visto en la lonja. Espero que lo solucionen pronto.
—Muchas gracias, maese —respondió el joven guardián—. Por todo.
Tabit sonrió.
Caliandra paseó la mirada por la enorme y vetusta mesa del despacho del rector, impresionada por la gran cantidad de papeles, libros y legajos que se amontonaban en ella. Maese Maltun apoyó la barbilla sobre sus manos cruzadas y la miró con seriedad.
—Estudiante Caliandra —empezó—. ¿Sabes por qué te he mandado llamar?
A Cali se le ocurrían algunas cosas que podrían haber molestado a algún maese, pero no hasta el punto de merecer una llamada del rector.
—¿Debido a Tash? —aventuró.
El rector frunció el ceño.
—¿Quién es Tash?
—Es una chica que se aloja conmigo —explicó ella, lamentando ya haber mencionado el tema—. Tiene por costumbre vestir como un muchacho, y ha habido comentarios…
Maese Maltun agitó la mano en el aire, dando a entender que aquel asunto le parecía una minucia. Cali calló; si no se trataba de Tash, quizá se refiriera a sus indagaciones entre los criados. La joven creía que el reglamento no prohibía que los estudiantes rondaran las áreas de la Academia destinadas al servicio, o que hablaran más de la cuenta con los criados, pero tenía que reconocer que no estaba del todo segura.
—Estudiante Caliandra —empezó de nuevo el rector—. Eres una alumna bastante destacada de nuestra Academia. Obtendrías mejores resultados, no obstante, si fueses algo más… hummmm… aplicada en todas las materias, y no solo en las que te interesan —añadió; Cali se encogió levemente de hombros—. Llevas un tiempo trabajando con maese Belban, ¿no es así?
—Técnicamente, sí —respondió ella—, pero la verdad es que solo he entrado en su estudio dos veces. La primera fue cuando me presenté como su ayudante, y la segunda al día siguiente, cuando fui a consultarle una duda. —En realidad, se había tratado del día en que le había presentado a Tash, pero decidió que el rector no necesitaba saber tantos detalles.
—Comprendo. ¿Te habló de la investigación que estaba llevando a cabo?
—Sí, hablamos de ello el primer día. Está trabajando con un nuevo tipo de bodarita de color azul. Está tratando de averiguar si tiene las mismas propiedades que la bodarita de siempre y si, por tanto, se puede utilizar para elaborar pintura de portales.
—¿Te dijo si había llegado a alguna conclusión?
Cali negó con la cabeza.
—Estaba un tanto desconcertado por el hecho de que, aparentemente, la nueva bodarita es, en efecto, bodarita, aunque presente una coloración diferente a la habitual. Había preparado algo de pintura con las muestras que tenía. Incluso había dibujado un portal en la pared de su estudio, y su gemelo justo al lado.
La joven hizo una pausa. Nunca olvidaría la impresión que le había causado entrar en el estudio de maese Belban y descubrir aquellos dos portales gemelos, tan azules, que reproducían el diseño que ella misma había realizado en su proyecto. Maese Belban le había explicado que había elegido aquel diseño precisamente porque era diferente a todos los demás. «Y me pareció apropiado para un portal que, debido a su color, no se parece tampoco a ningún otro que se haya pintado antes. Así, además, me he ahorrado mucho tiempo, porque no tendré que proyectar un nuevo portal ni pasar una tarde larga y tediosa consultando el catálogo de diseños», gruñó.
—¿Y bien? —preguntó el rector—. ¿Funcionaba ese portal?
—No, maese Maltun. Repasamos las coordenadas y nos aseguramos de que no había ningún fallo en el diseño y, sin embargo, el portal no se activó. Incluso borramos algunos trazos y volvimos a pintarlos, por si se había producido algún error en el momento del enlace… pero no conseguimos nada.
»Maese Belban, sin embargo, estaba convencido de que tenía que funcionar. La bodarita azul presentaba las mismas cualidades que la granate; tanto él como maese Kalsen habían realizado multitud de experimentos con ambas muestras y las dos reaccionaban igual en todos los casos. Así que él dijo que era cuestión de tiempo que descubriera dónde estaba el problema. De hecho —añadió, pensativa—, la segunda vez que nos vimos comentó que ya tenía una teoría al respecto.
—¿Y cuál era esa… hummm… teoría?
—No la compartió conmigo, maese Maltun —respondió Cali; recordó el esmero con el que maese Belban tomaba notas en su diario de trabajo, un voluminoso libro del que nunca se separaba, y que en aquel momento había sentido una gran curiosidad por saber qué estaba escribiendo allí.
El rector permaneció un rato en silencio, cavilando.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a maese Belban, estudiante Caliandra?
—Hará unos diez días, maese.
El rector le dirigió una mirada penetrante.
—¿Estás segura? ¿No serían menos?
Cali se detuvo un instante antes de responder:
—Sí, estoy segura, hace diez días que no lo veo. Pero he hablado con él a menudo —añadió—, a través de la puerta de su despacho. Llevo toda la semana llamando, pero nunca me abre y, a veces, ni siquiera me contesta. Imagino que estará muy ensimismado en su investigación.
El rector respiró hondo antes de preguntar:
—¿Te dijo si tenía pensado ausentarse? ¿Te dijo a dónde iba, o cuándo volvería?
—No, maese.
«Ya entiendo», comprendió Cali. «Maese Belban se ha ido sin avisar a nadie. No ha dejado constancia en el libro de registro de que salía, ni ha dicho a dónde iba ni cuándo tenía pensado volver. Y eso no solo supone una falta de consideración hacia el resto de la comunidad académica sino que, además, es muy extraño en él.»
—Bien —dijo el maese Maltun, mirándola fijamente—, estudiante Caliandra, como ya habrás podido adivinar, maese Belban falta de la Academia desde hace varios días.
«Exactamente tres», pensó Cali. Lo había averiguado gracias a su incursión en la zona del servicio, donde, apenas un rato antes, Tash y ella habían dado con la muchacha que solía subir las comidas a maese Belban. Esta no había tenido inconveniente en decirles cuánto tiempo llevaba retirando las bandejas intactas.
—Tampoco solicitó permiso ni informó a nadie de que tenía intención de marcharse de la Academia. Probablemente no sea nada importante —añadió el rector— y simplemente se le olvidó comunicarlo; pero, si conoces a alguien que pueda darnos noticias de él, o si recuerdas algo que pudiera darnos alguna pista, te agradecería que me lo notificaras. —Exhaló un profundo suspiro—. Quizá no te lo transmitiera en su momento, pero la investigación que está llevando a cabo es… hummm… de gran importancia para la Academia; no conviene que sufra retrasos.
Caliandra asintió. El rector le indicó que podía marcharse, y la joven así lo hizo, pensativa. No había llegado a conocer a maese Belban lo suficiente como para poder hacer conjeturas sobre sus planes o motivaciones, pero, aunque a Tash no le caía bien, Cali sentía cierta afinidad hacia el excéntrico profesor. «Espero que no le haya sucedido nada malo…», pensó.
Interrumpió sus pensamientos otro estudiante que llegaba, de forma un tanto precipitada, a la puerta del despacho de maese Maltun. Cali lo reconoció: era Tabit.
Era extraño, se dijo Caliandra, cómo de pronto, en tan pocos días, se estaba topando con él tan a menudo, cuando en cuatro años de Academia habían hecho todo lo posible por ignorarse cordialmente el uno al otro. Primero, ella había ganado el puesto de ayudante que Tabit tanto ansiaba; en segundo lugar, tras la confusión de la noche en que había llegado Tash, Cali había tenido que alojarla en su propia habitación; y, por último, se daba la circunstancia de que el portal prometido a Yunek, el joven a quien había «rescatado» en Administración, había sido el proyecto de Tabit.
—Parece que últimamente ayudo a tus amigos más que tú —comentó al verlo pasar, sin poder evitarlo.
Tabit se detuvo y la miró desconcertado.
—Perdón, ¿cómo dices?
Siempre tenía aquel aspecto de no saber muy bien dónde se encontraba, quizá porque su mente estaba ocupada en docenas de ideas a la vez. Y, sin embargo, su aire despistado era totalmente engañoso, porque Tabit era una de las personas más lúcidas que Cali había conocido en su vida.
La joven ladeó la cabeza, lamentando ya haberlo entretenido.
—Oh, no era importante. Hacía alusión al hecho de que Tash sigue viviendo en mi cuarto, y de que hoy he tenido que echar una mano a tu amigo, el uskiano, porque maesa Berila estaba a punto de echarlo de Administración a patadas.
Tabit cerró los ojos un momento.
—Ahora no tengo tiempo para esto, Caliandra —replicó—. Si tienes alguna queja, ya lo hablaremos a la hora de la cena. Y, además —añadió cuando casi se iba—, ni Yunek ni Tash son amigos míos.
—Pues, para no serlo, te tomas muchas molestias por ellos —comentó Cali.
Tabit no contestó. Se despidió con un gesto, y estaba a punto de marcharse cuando ella añadió:
—A propósito, quizá te interese saber que maese Belban ha desaparecido.
Tabit se detuvo en seco.
—¿Desaparecido? ¿Qué quieres decir?
—Hace tres días que nadie sabe nada de él. Se ha ido, y no ha dicho a dónde, ni cuánto tiempo estará fuera.
—Pero habrá constancia de su permiso en el libro de registro —razonó Tabit—. ¿Qué? ¿Que no pidió permiso siquiera? —preguntó, horrorizado, al ver que Cali negaba con la cabeza.
—No es un crimen olvidarse de pasar por Administración antes de salir de viaje, ¿sabes? Solo se trata de una falta menor.
Tabit la ignoró.
—Qué coincidencia tan peculiar —comentó—, que desaparezca un maese, casi en el mismo momento en que también desaparece un portal.
—¿Un portal? —repitió Cali—. ¿Qué quieres decir?
Tabit la miró fijamente, como evaluándola. Después, respiró hondo antes de decir:
—Seré franco: no me caes bien, por una serie de razones que no vienen al caso y que no voy a detallar ahora.
—¿Como, por ejemplo, que me dieron a mí el puesto de ayudante de maese Belban?
—Sí, esa era una de ellas. Pero no voy por ahí, Caliandra.
—Cali.
—Caliandra —repitió él—, creo que deberíamos ir a algún sitio tranquilo y hablar largo y tendido. Hay demasiadas cosas… irregulares a mi alrededor últimamente. Gente relacionada de algún modo con la Academia que trae información extraña. Un guardián que se queda sin portal que guardar… un cliente al que de repente no le van a pintar el portal prometido… incluso… una muchacha minera que abandona su aldea porque los túneles son improductivos.
—¿Improductivos? —repitió Cali—. No exactamente: parece que tienen una veta de un tipo de bodarita de color azul.
—¿Bodarita azul? —Tabit recordó que Cali había comentado algo al respecto en el jardín—. Entonces, ¿no era una broma?
Cali sacudió la cabeza.
—Para nada. De hecho, es el eje de la nueva línea de investigación de maese Belban. Por eso requirió un ayudante, y en eso estaba trabajando cuando… bueno, se marchó.
Los dos jóvenes se miraron. Tabit alzó las cejas significativamente. Cali suspiró.
—De acuerdo, me has convencido —aceptó—. Tenemos que hablar.
«Próxima práctica con maesa Ashda: restaurar el viejo portal del palacio del terrateniente Belris en Esmira.
Repasar manual y apuntes de Arte sobre el estilo de maese Veril de Belesia.
Me toca en el grupo de Kelan. ¡Bien! »