—Buenas noches —saludó Cali con una amplia sonrisa—. No os importará que nos quedemos aquí, ¿verdad?
—¡En absoluto! —se apresuró a responder Zaut—. Mira, Relia, este es Tash. Viene de las minas de Uskia. Dicen que es una chica, pero, la verdad, a mí no me lo parece…
—Cierra el pico, Zaut —protestó Unven—. ¿Por qué siempre tienes que ser tan bocazas?
Relia miraba a sus amigos y a las recién llegadas con un brillo de sospecha en sus inteligentes ojos castaños.
—Parece que han pasado muchas cosas en mi ausencia —comentó—. ¿Seríais tan amables de ponerme al día?
Tabit dudó. Cruzó una mirada con Cali, que se encogió de hombros.
—No es ningún secreto, ¿no? —dijo—. Además, maese Maltun me pidió que le informara si descubría algo sobre maese Belban. Creo que eso implica que podemos preguntar a otras personas.
—No estoy seguro de que maese Maltun pensara precisamente en Zaut cuando te lo comentó —gruñó Tabit—. Una cosa es hacer alguna pregunta puntual sobre el tema y otra, bien distinta, que mañana lo sepa toda la Academia.
—¿Qué insinúas? —protestó Zaut.
—Pero bien, de acuerdo, bajo tu responsabilidad —prosiguió Tabit sin hacerle caso—. Después de todo, seis cabezas piensan mejor que tres.
De modo que, entre Cali y Tabit, relataron a los demás todo lo que había sucedido en los últimos días: la bodarita azul, la desaparición de maese Belban, el portal perdido de Serena, la agonía de las minas de Uskia e, incluso, la presencia de Yunek en la ciudad.
—¿Así que tu campesino ha venido hasta Maradia para exigir su portal? —comentó Zaut—. Hay que tener valor.
—Valor y, sobre todo, mucho tiempo que perder —suspiró Relia—. De aquí a que el Consejo tome una decisión al respecto pueden pasar meses. Eso si toman algún tipo de decisión, claro.
—¿Tú crees? —preguntó Tabit, inquieto; sospechaba que Yunek no se marcharía a su casa hasta que le dieran una respuesta.
Relia asintió.
—El Consejo se reúne solo una vez al mes —dijo—, y normalmente tratan asuntos de trámite, temas económicos, nuevas peticiones… Si ya cancelaron su encargo, no sé si se molestarán en volver a revisar su caso. Sobre todo si tienen que enfrentarse a otras cosas como profesores y portales desaparecidos.
—¿Sabéis…? —dijo de pronto Unven—, esa historia del portal de los pescadores me recuerda a algo que oí hace tiempo, en casa de mis padres. —Arrugó el entrecejo, pensativo—. Era una de esas veladas largas y aburridas en que los terratenientes de Rodia se reúnen para contar batallitas del pasado, ya me entendéis. Alguien comentó que tenía en casa un portal antiquísimo que conducía a una mansión abandonada. Parece ser que, hace un par de siglos, un noble lo mandó pintar en la alcoba de su amante para poder reunirse con ella sin que nadie lo supiese. Pero la familia de él, o la de ella, no recuerdo bien, cayó en desgracia, tuvieron que dejar sus propiedades y mudarse a otra ciudad, no sé si a Esmira, o Maradia, bueno, qué más da. —Agitó la mano en el aire, cada vez más entusiasmado—. El caso es que el portal dejó de usarse. Y hace unos años, el dueño de la otra casa, descendiente de uno de los amantes, quiso mostrarlo a un invitado, posiblemente para impresionarlo, o porque la historia le parecía muy picante, o qué sé yo. Y resultó que el portal no se activaba. Así que, escamado, el terrateniente se desplazó hasta la casa abandonada y buscó el portal gemelo… y no lo encontró.
—Parece una de esas historias absurdas que la gente cuenta sobre los pintores de portales —comentó Tabit—. Ya sabéis, el Invisible y todas esas cosas.
—Eso pensé yo —asintió Unven—. Además, casi todas las anécdotas que se relatan en este tipo de reuniones son inventadas o están muy exageradas. Me pareció que aquella no tenía mucho fundamento, y no me molesté en informar a la Academia. Quiero decir… los portales no desaparecen así como así, ¿no?
—En teoría, no —murmuró Tabit—; pero os aseguro que el portal de los pescadores ha desaparecido. Alguien lo ha borrado, sin más.
Relia frunció el ceño, pensativa.
—Pero los volverán a pintar, ¿verdad?
—El del Gremio de Pescadores sí deberían pintarlo otra vez —dijo Tabit—. Aunque solo sea para evitar el caos de tráfico que hay en la plaza desde que ya no está.
—¿Creéis… que hay más? —preguntó de pronto Cali.
—¿Más qué?
—Más portales desaparecidos. Quiero decir… Tabit dijo que alguien había borrado el portal de los pescadores. ¿Y si ese alguien borró también el de la casa abandonada de Rodia? Quizá han hecho desaparecer más portales y no nos hemos dado cuenta —añadió, sorprendida ante su propia idea.
Relia negó con la cabeza.
—Si fuera así, maesa Ashda lo sabría.
—¿Maesa Ashda? —repitió Unven—. ¿La profesora de Arte?
—También imparte Restauración. —Relia paseó la mirada por sus compañeros—. ¿Ninguno de vosotros ha cursado la asignatura de Restauración de Portales?
Cali bajó la mirada, un poco sonrojada, pero no respondió.
—¿Restauración, dices? —bufó Zaut con desdén—. ¿Para qué pasar horas enteras repasando portales que otros han pintado, en lugar de diseñar los tuyos propios?
—Sospecho que no es una materia muy popular —comentó Tabit.
—Bien —prosiguió Relia—, yo sí hice Restauración el año pasado. Ya sabéis que hay portales antiguos que se estropean con el tiempo, se desdibujan… Entonces la Academia envía a maesa Ashda y sus ayudantes a repintarlos. Yo estuve con ellos en una práctica. Consultan el diseño original y repasan la pintura en las zonas en las que se ha borrado. Sobre todo les toca restaurar portales pintados al aire libre, que están sometidos a las inclemencias del tiempo.
—Pero —insistió Caliandra, remisa a abandonar su idea—, si hay alguien que está borrando portales… abandonados, o poco utilizados… es posible que esas desapariciones no hayan llegado a oídos de la Academia.
Unven asintió, pensativo.
—Tiene parte de razón —comentó—. A mí, por ejemplo, no se me ocurrió informar de la pérdida del «portal de los amantes».
—¿Y por qué no le preguntáis al guardián? —dijo de pronto Tash.
Los cinco estudiantes se volvieron hacia ella.
—¿A qué guardián?
—Al que vigilaba ese portal que ha desaparecido, el que vino para quejarse. En la mina teníamos un portal —explicó—. Y Raf
el Gandul
estaba sentado junto a él todo el día. Si alguien se llevase ese portal, lo borrase o lo que sea… Raf lo sabría. Además, he visto a los guardianes haraganeando en la plaza de la ciudad. Cuando sus portales no se usan, se pasan el tiempo contándose chismes unos a otros. Así que, aunque ese guardián de los pescadores no sepa nada, quizá conozca a otros guardianes que hayan oído historias parecidas.
—Valdría la pena investigar un poco —asintió Unven—. Tengo pendiente un viaje a casa. Hace semanas que mi madre insiste en que vaya a conocer al prometido de mi hermana, y me he estado escaqueando… pero, si vuelvo a Rodia con esa excusa, tal vez pueda echar un vistazo al «portal de los amantes». Y tú podrías venir conmigo, Relia —añadió, súbitamente inspirado—, ya que eres la única de nosotros que sabe algo de Restauración.
Pareció que Cali iba a decir algo al respecto, pero en el último momento decidió guardar silencio y esperar a que Relia respondiera a la propuesta de su compañero.
—Bueno, yo… —vaciló ella—, acabo de volver de un viaje, y no sé si me puedo permitir perder más clases…
—¡Claro que sí! —exclamó Unven, cada vez más emocionado—. Eres muy lista, seguro que no tendrás problema en ponerte al día.
Cali esbozó una sonrisilla. Zaut abrió la boca para hacer algún comentario, pero Tabit lo calló de un codazo.
—Entonces, ¿iréis vosotros a Rodia a ver ese portal? Nosotros podemos preguntar a maesa Ashda, y también decirle a Rodak que investigue entre los guardianes.
—¿Y qué hay de maese Belban? —les recordó Cali—. Aún no sabemos dónde está, por qué se ha ido ni por dónde empezar a buscarlo.
Nadie supo qué contestarle.
—Me temo que no podemos ayudarte en eso —dijo Relia—. Si yo me encontrara con maese Belban por los pasillos, ni siquiera lo reconocería. Es como un ermitaño; casi nunca se deja ver.
—Aunque no lo reconocieras, te llamaría la atención —dijo Tabit—, porque lleva el pelo suelto y revuelto. En realidad, que yo recuerde, nunca lo he visto con la trenza.
—¡Anda! ¿Maese Belban es el tipo de los pelos de loco? —se carcajeó Zaut.
—¿Por qué os importa tanto el peinado que lleve? —preguntó Tash.
—Según la normativa —explicó Tabit—, todos los maeses deben llevar el pelo recogido; parece ser que en el pasado hubo problemas con algunos portales que no funcionaban bien, debido a que al pintor se le había caído algún pelo en la pintura, o había rozado sin querer el trazo con las puntas de los cabellos al inclinarse para dibujarlo… Así que se decidió que todos los maeses debían llevar el pelo recogido, y al final se adoptó la trenza como peinado «oficial», podríamos decir. Como parte del uniforme, igual que el hábito granate y las sandalias.
—Pero vosotros no lleváis trenzas —observó Tash.
—Porque no somos maeses todavía. Afortunadamente —suspiró Zaut, pasándose una mano por su media melena, rizada y pelirroja, de la que estaba muy orgulloso.
—A lo mejor por eso no funciona su portal azul —comentó Tash—. Porque el
granate
loco ha llenado la pintura de pelos.
Su ocurrencia fue acogida con una carcajada por parte de los estudiantes. La única que no se rió fue Caliandra.
—No tiene ninguna gracia —protestó—. Ya sé que bastantes pensáis que maese Belban está loco, pero yo estoy preocupada por él.
—No era un chiste —se defendió Tash—. Lo he dicho en serio, ¿sabéis?
—Y yo no creo que esté loco —añadió Tabit—. Yo creo que es un genio.
—Doy fe de que lo crees —corroboró Unven.
Cali sacudió la cabeza.
—Mirad, todo eso de la desaparición de los portales es muy interesante, pero creo que nos olvidamos de que lo más urgente es encontrar a maese Belban. Así que, si me disculpáis —añadió, levantándose de la mesa—, me iré a mi estudio a repasar sus notas, y mañana volveré a su habitación para seguir estudiando ese portal.
—Para ver si hay pelos, claro —comentó Zaut, tratando de contener la risa.
—Estoy segura de que encontraría más pelos en tu plato, Zaut —replicó Cali mordazmente antes de alejarse.
El joven calló enseguida, se pasó una mano por el cabello y contempló su escudilla con cierta suspicacia.
A la mañana siguiente, Tash fue a buscar a Tabit a la salida de su clase de Lenguaje Simbólico.
—Buenos días —la saludó él—. ¿Qué haces aquí? ¿Y Caliandra?
—Se levantó temprano esta mañana y se fue a mirar el portal azul. Dijo que tú me acompañarías al almacén, a vender mis piedras.
—¿Eso dijo? Bien, supongo que no hay problema. Pero primero tengo que ir a hablar con maesa Ashda. Vamos, acompáñame.
Tash siguió a Tabit a través de los pasillos del círculo intermedio de la Academia, entre estudiantes que entraban y salían de las diferentes aulas. Muchos los miraban de reojo, porque Tash, como persona ajena a la Academia, no tenía permiso para estar allí. Tabit también era consciente de ello; pero no dejaba de repetirse a sí mismo que, después de todo, la chica minera era la invitada de Caliandra y estaba, por tanto, bajo su responsabilidad.
Finalmente, ambos entraron en una sala amplia, de techo bajo, cuyas paredes estaban recubiertas de paneles de madera. Varios estudiantes dibujaban portales sobre los paneles, dirigidos por una maesa bajita y enérgica, de cabello castaño, recogido en una corta trenza.
Tabit se detuvo junto a la puerta, para no interrumpirlos. Tash se quedó a su lado.
Contemplaron cómo los estudiantes trazaban afanosamente sus portales. Dos de ellos habían optado por diseños florales, mientras que otros tres habían elegido modelos poligonales, un pentágono y dos octógonos, respectivamente. Tabit observó con curiosidad el último de los portales, diseñado sobre la base de una estrella de siete puntas. Los modelos estelares eran poco habituales, porque el resultado final era muy parecido al de las bases poligonales y, sin embargo, requerían bastante más trabajo.
La voz de Tash interrumpió sus pensamientos.
—¿A dónde llevan esos portales que están pintando? —le susurró la muchacha.
—A ninguna parte —respondió él en el mismo tono—. Esto es una clase de prácticas. Los estudiantes están utilizando pintura roja corriente. La pintura de bodarita se emplea solo para los portales de verdad, no para los ejercicios de clase.
—Ah —dijo ella—. Pues parece que les va a llevar bastante tiempo, ¿no?
—Es un trabajo muy laborioso —asintió él—. Un pintor competente puede tardar hasta dos semanas en dibujar un portal de tamaño medio y no demasiado complejo. Y eso sin contar con el tiempo empleado en la medición de las coordenadas, el diseño…
Se quedaron allí, junto a la puerta, hasta que la clase terminó. Entonces aguardaron hasta que todos los estudiantes hubieron recogido sus bártulos y abandonado el aula. La profesora y su ayudante, por su parte, se quedaron a despejar la sala, retirando hasta un rincón los paneles de madera a medio pintar. Tabit se acercó.
—Buenos días, maesa Ashda —saludó.
—Hola, estudiante Tabit —sonrió ella—. Te has equivocado de clase, ¿no? El primer nivel de prácticas de Dibujo lo superaste hace tres años por lo menos. Y con nota, si no recuerdo mal.