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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (11 page)

BOOK: El libro de los portales
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—… Por supuesto, no estoy defendiendo que no deban utilizarse los diseños básicos en el trazado de portales —decía—. Un portal estilo «Espiral» será siempre muy llamativo, y hay pocas cosas más elegantes que un diseño de tipo «Floral».

Tabit la observó atentamente. La muchacha se había recogido la larga melena negra, y hablaba con gran pasión y convicción. De hecho, con cada palabra que pronunciaba, su oponente, un chico rubio algo entrado en carnes, parecía hacerse más y más pequeño en su asiento.

—Pero creo que los pintores de portales deberíamos ir más allá —prosiguió Caliandra—. Sí, es cierto que la historia nos ha demostrado que se pueden crear verdaderas obras de arte sin salirse de los diseños básicos, pero ¿por qué no buscar algo más? Hay multitud de modelos que podrían servirnos de inspiración, así que ¿por qué no idear un portal basado en algo diferente? Por ejemplo, las olas del mar, la luna… una mariposa…

Tabit no pudo reprimir un resoplido de desdén que sonó más alto de lo que había pretendido. Maese Denkar le dirigió una mirada penetrante, y el joven enrojeció y tragó saliva. Intuía lo que iba a suceder a continuación.

—Tal vez el estudiante Tabit quiera desarrollar su opinión en el estrado —lo invitó el maese, confirmando sus sospechas.

Tabit contuvo un suspiro, se levantó y subió a la tarima, intentando que no se notara demasiado que le temblaban las piernas. Se colocó ante el atril, junto a Caliandra, y le disparó una mirada irritada. Ella se encogió de hombros y se quedó observándolo, como el resto de sus compañeros. Tabit comprendió que estaban esperando a que hablara, pero no fue capaz de pronunciar palabra, porque se había quedado en blanco.

—¿Algo que objetar al razonamiento de la estudiante Caliandra? —dijo maese Denkar.

Entonces Tabit volvió a la realidad. Recordó lo que había dicho su compañera durante su discurso, y su indignación pudo más que su azoramiento.

—Sí, eh… —Sacudió la cabeza, respiró hondo y trató de ordenar sus ideas—. Mi objeción es la siguiente —comenzó—: tenemos siete diseños básicos y algunos de ellos, a su vez, se subdividen en varios tipos. Tampoco hay que olvidar que el diseño Compuesto nos permite combinar varios modelos distintos y nos ofrece una gama de posibilidades prácticamente infinita. Así que, si con estas bases podemos pintar portales bellos y eficaces, con multitud de aspectos diferentes… ¿para qué cambiar? Los siete diseños se utilizan por una razón en concreto: son sencillos, versátiles y prácticos. Incluso, como la propia Caliandra admitía, si de arte estamos hablando, se pueden hacer auténticas maravillas con ellos. Y no me malinterpretéis, no estoy en contra de que cambien las cosas… pero deberían cambiar por algún motivo determinado, no a capricho. ¿En qué es mejor un portal con un diseño nuevo a uno de los clásicos? ¿En la apariencia? ¿De verdad vamos a ampliar la lista de diseños básicos por una simple cuestión de estética? ¿Acaso un portal funcionará mejor solo por representar… a una mariposa? —concluyó, sin poder reprimir un deje burlón en su voz.

Los demás estudiantes asentían, pero él no fue consciente de ello. En realidad, había olvidado al resto de sus compañeros; hacía rato que hablaba solo para Caliandra.

—No estoy de acuerdo —estalló entonces ella—. Hay más cosas importantes, además de las cuestiones prácticas. La belleza, por ejemplo. El arte de los portales…

—Olvidas —interrumpió Tabit, molesto— que nuestra disciplina es una ciencia, no un arte. La belleza de un portal es algo secundario; tiene que estar supeditada a su buen funcionamiento. Si me demuestras que un nuevo diseño básico hará que el portal funcione mejor, entonces te daré la razón —concluyó, cruzándose de brazos.

—Muy bien —replicó ella, picada—, te hablaré en tu idioma, ya que es el único que pareces comprender: ampliar el catálogo de diseños básicos daría más libertad a los pintores de portales. Podrían diseñar más trazados diferentes, sin necesidad de quemarse las pestañas durante horas en la biblioteca, consultando los diseños de los portales existentes para asegurarse de no repetirlos. Porque, como ya sabemos, para que un portal funcione correctamente no solo es importante medir bien las coordenadas, sino también diseñar un trazado único para ese portal y su gemelo; de lo contrario, la ruta podría interferir con otras cuyos portales tengan un diseño similar. Así que, sí, creo que es importante que exista al menos la posibilidad de ampliar el catálogo de modelos básicos. Pero, sobre todo, me parece que es todavía más importante mantener la mente abierta a los cambios y no limitarse a repetir lo que otros maeses han dicho antes que tú.

Tabit fue consciente entonces de que su propia argumentación no había aportado nada que no estuviese ya recogido en los textos de maesa Kalena que habían tenido que leer en la clase de Diseño de Portales impartida por maese Askril. Enrojeció levemente antes de replicar:

—Yo, al menos, me molesto en leer lo que han dicho otros maeses más sabios que yo, en lugar de hacer perder el tiempo a los demás con ideas absurdas sobre asuntos que están todavía muy por encima de mi entendimiento y capacidad.

—Los grandes maeses fueron una vez jóvenes estudiantes —señaló Caliandra—. ¿Qué habría sido de la Academia si todos hubiesen pensado como tú? ¿A dónde habrían llegado? Te lo voy a decir: a ninguna parte en absoluto, con portales o sin ellos.

Caliandra calló y se quedó mirando a su oponente, ceñuda, retándolo a replicar. Los estudiantes estallaron en aplausos, celebrando la rotundidad de su intervención. De pronto, Tabit fue otra vez consciente de su presencia; intentó hablar, pero solo le salieron un par de balbuceos sin sentido.

—¿Y bien?… —preguntó maese Denkar—. ¿Tienes algo que añadir?

A Tabit se le ocurrían muchas cosas; por ejemplo, que los siete modelos básicos aún no estaban agotados, y que un buen pintor de portales no debería tener ningún problema en desarrollar diseños diferentes partiendo de ellos; que se llamaban «básicos» por una razón muy simple: porque permitían generar miles de portales distintos, cosa que no sucedía con modelos más complejos, como los que Caliandra sugería; que…

Pero no fue capaz de expresar sus pensamientos con palabras.

—Entiendo —asintió maese Denkar, mientras Caliandra sonreía, triunfante.

«No, no lo entendéis», quiso decir Tabit. El debate aún no había finalizado. Él tenía argumentos para replicar a su oponente. Ella no tenía razón, y podía demostrarlo.

Hizo un esfuerzo por apartar de su mente al resto de los estudiantes y centrarse, de nuevo, en Caliandra y en lo que quería decirle. Pero no tuvo tiempo de hablar: la puerta del aula se abrió de pronto y entró maese Maltun, el rector de la Academia.

Todos los estudiantes se pusieron en pie, como muestra de respeto.

—Volved a vuestros sitios —indicó maese Denkar, y Tabit y Caliandra obedecieron, lanzándose miradas desafiantes de reojo.

Los estudiantes contemplaron, expectantes, cómo maese Denkar y el rector conferenciaban en voz baja. Finalmente, el profesor de Teoría de Portales retrocedió un par de pasos, cediendo el puesto ante el atril a maese Maltun.

—Podéis sentaros —dijo el rector, y todos tomaron asiento—. He venido a anunciar algo que a algunos de los estudiantes de este curso os resultará de especial interés. Como ya sabéis, hace unas semanas uno de nuestros más ilustres profesores decidió tomar un ayudante. Está trabajando en un proyecto cuyos resultados podrían ser de gran interés para esta Academia y, por tanto, para todos los pintores de portales. Todos vosotros habéis oído hablar de maese Belban; muchos habéis leído sus obras sobre la ciencia de los portales.

El corazón de Tabit latía tan fuerte que apenas podía escuchar las palabras del rector. En el otro extremo del aula, Caliandra, en cambio, apenas parecía prestarle atención.

—Varios estudiantes de último año presentasteis vuestra solicitud para ocupar ese puesto —prosiguió maese Maltun—. Se os pidió que incluyerais un proyecto que evaluaría el propio maese Belban. —A Tabit le pareció que el rector suspiraba casi imperceptiblemente—. Y soy consciente de que los aspirantes han tenido que trabajar mucho para poder presentarlo a tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que también estáis todos muy ocupados con vuestro proyecto final.

Tabit dedicó un breve pensamiento a Yunek. Se preguntó si el profesor Belban le dejaría tiempo libre para finalizar su portal cuando fuera su ayudante.

—Debo decir que, pese a ello, algunos de los proyectos presentados tienen…hummm… un nivel muy alto. —Tabit tuvo la sensación de que la mirada del rector se desviaba hacia él un instante—. Enhorabuena a todos.

»Sin embargo, ya sabéis que maese Belban quería un único ayudante, por lo que solo uno de los aspirantes obtendrá el puesto. Insisto en que vuestros proyectos han sido, en general, muy buenos. Pero maese Belban… hummm… ha destacado uno entre todos ellos. Felicidades, estudiante Caliandra —concluyó—. En adelante, trabajarás con maese Belban.

Tabit sintió como si le echaran un jarro de agua fría por la cabeza, mientras todos aplaudían a Caliandra y ella levantaba la cabeza, sorprendida.

—¿Yo? —acertó a decir—. Pero, si yo… —lanzó una breve mirada a Tabit, y este descubrió que hasta parecía sentirse algo culpable.

Eso, sin embargo, no lo consoló.

El rector siguió hablando, pero Tabit no lo escuchaba. Había clavado la mirada en él, sin apenas verlo. Tenía que ser un error. Debía de tratarse de una equivocación, seguro. Quiso gritar, declarar ante todo el mundo que no era posible que maese Belban hubiese elegido a Caliandra y no a él, pero todavía estaba paralizado por la impresión, y no fue capaz de moverse. Solo reaccionó cuando el rector se dispuso a salir del aula, y todos los estudiantes tuvieron que levantarse, de nuevo, y permanecer en pie hasta que se hubo marchado.

—Es una gran oportunidad —dijo entonces maese Denkar—. No es habitual que un profesor de la Academia requiera un ayudante. No sucede todos los años. Mis felicitaciones, estudiante Caliandra.

Ella asintió. Aún parecía aturdida, como si le hubiesen hecho un regalo totalmente inesperado.

—Se ha terminado la clase por hoy —anunció el maese—. Podéis marcharos.

Los estudiantes se dirigieron a la puerta del aula. Cuando Tabit pasó junto al estrado, caminando como un autómata, maese Denkar le dio una suave palmada en el hombro.

—Lo siento, muchacho —susurró.

Tabit respiró hondo. No fue capaz de mirar a la cara al profesor, y tampoco a Caliandra, al salir al corredor. No se volvió cuando oyó a sus espaldas la voz de Relia llamándolo, ni se detuvo junto a Unven al cruzarse con él al final del pasillo. Se limitó a llegar hasta su habitación lo más deprisa que pudo para dejarse caer sobre la cama y hundir la cara en la manta.

Imaginó, por un glorioso momento, que todo era una pesadilla; que se despertaría y descubriría que el día acababa de empezar, que todavía existía una oportunidad de que las cosas fueran diferentes.

Pero sabía de sobra que no era así.

Permaneció quieto, tendido sobre la cama, hasta que sus amigos entraron en su habitación. Los oyó cerrar la puerta tras ellos con suavidad, pero ni siquiera entonces se molestó en mirarlos.

—Lo siento mucho, Tabit —dijo Unven—. Sé que era muy importante para ti.

Él no contestó.

—Esa estirada de Caliandra —resopló Relia, dando una patada en el suelo—. ¿Quién se ha creído que es? ¿Cómo se atreve a quitarte el puesto?

Tabit pensó que, después de todo, aquello era injusto. Los dos habían presentado un proyecto, pero había sido maese Belban quien había tomado la decisión final. Además, Caliandra sería muchas cosas, pero no una estirada.

Sin embargo, el joven sabía por qué lo decía.

—Y lo peor es que ella no lo necesita para nada —prosiguió Relia—. Todo el mundo sabe que viene de buena familia. Dicen que está emparentada con la antigua realeza, nada menos.

—Para lo que va a servir… —comentó Unven, encogiéndose de hombros; también su propia familia procedía de un linaje ilustre, pero eso no significaba gran cosa en la Darusia moderna.

—No es solo una cuestión de genealogía —dijo Relia, sacudiendo la cabeza; su cabello, corto, liso y de color rubio oscuro, se le metió en los ojos, y ella lo apartó de un manotazo—; su familia es una de las más pudientes de Esmira. De noble alcurnia, sí, pero también se han hecho ricos comerciando con otras tierras. Sus barcos llegan a todas partes, y sus caravanas son tan grandes que nadie se atreve a asaltarlas. Pueden permitirse pagar a los mejores soldados para defenderlas.

Unven sonrió; el padre de Relia también era mercader, pero su poder e influencia no llegaban, ni de lejos, a los que poseía la familia de Caliandra.

—Bueno, ¿y qué importancia tiene eso? —dijo Tabit, despegando los labios por fin; su voz sonó ahogada por la manta—. No creo que maese Belban la haya escogido por el dinero de su familia.

—¡Pero estamos hablando de tu futuro, Tabit! —protestó Relia—. A ella no le hacía ninguna falta ese puesto de ayudante, mientras que tú… —se calló de pronto, azorada, consciente de lo que iba a decir.

—Puedes decirlo tranquilamente —respondió Tabit, dándose la vuelta sobre la cama para mirar al techo—: mientras que yo no tengo donde caerme muerto.

—No quería decir eso…

—Pero es la verdad. Todos los que estudiáis para maeses venís de familias más o menos acomodadas. Todo el mundo sabe que la Academia es cara. —Hizo una pausa; sus amigos no se atrevieron a hacer ningún comentario—. Pero yo no tengo nada, no soy nadie. Cuando termine mis estudios, y ya que no he conseguido ese puesto que me permitiría quedarme en la Academia, tendré que ganarme la vida como pintor de portales, viajando de aquí para allá. No es tan mal plan, después de todo. ¿Verdad? —añadió, volviéndose para mirarlos.

Unven sacudió la cabeza.

—No, Tabit —protestó—. Pero tú estás aquí por méritos propios. Trabajaste mucho para ganar esa beca y, una vez en la Academia, no has dejado de estudiar ni un solo día. Te merecías ese puesto.

—Vales más que todos nosotros juntos —dijo Relia con suavidad.

—Ya, claro —se limitó a contestar él, volviéndose hacia la pared.

—No dejes que esto te desanime, ¿de acuerdo? —dijo Unven; al no obtener respuesta por parte de Tabit, añadió—: Nos vamos a clase. Si no te apetece venir, cosa comprensible, ya nos veremos en el comedor a la hora del almuerzo.

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