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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (7 page)

Cuando llegó al comedor, el resto de los estudiantes estaban ya terminando. Tabit dejó caer su zurrón y su compás junto al banco de la mesa donde estaban sus amigos.

—¡Sí que has tardado! —comentó Unven, su compañero de cuarto—. ¿Dónde has ido a hacer la medición? ¿Al fin del mundo?

—Casi —respondió Tabit entre dientes—. Luego te cuento.

Regresó apenas unos minutos más tarde, cargado con un vaso y una escudilla de sopa. Se sentó junto a Unven y otros dos estudiantes y les relató en pocas palabras el resultado de su viaje.

—¡Vaya! —comentó Zaut, el más joven del grupo—. Un portal para un campesino… ¿Cómo es posible que la Academia atienda ese tipo de peticiones?

No lo decía con mala intención, así que Tabit no se lo tuvo en cuenta. Zaut provenía de Yeracia, una de las ciudades capitales más pequeñas, y había crecido en un ambiente que algunos no dudaban en calificar de «pueblerino». Las sutilezas de las relaciones sociales de la gran ciudad se le escapaban por completo, de modo que tendía a repetir, con cierta ingenuidad, algunas de las ideas que escuchaba por ahí, sin detenerse a rumiarlas y a desarrollarlas por su cuenta, en un intento desesperado por no desentonar entre sus compañeros de la Academia.

—Mientras paguen lo convenido, ¿qué más da dónde se pinta el portal, y para quién? —replicó Unven, encogiéndose de hombros con un gesto indolente.

Tabit sonrió. Su compañero de habitación, que era también su mejor amigo, era hijo de un terrateniente que poseía algunas propiedades en la vasta región de Rodia. También tenía muchos hijos, lo que había obligado a algunos de ellos a buscarse la vida lejos del hogar familiar. El porqué le había tocado a Unven, que era el menor de ellos, matricularse en la Academia cuando no tenía vocación ni deseo alguno de estudiar era un misterio para todo el mundo. Cada vez que Tabit le preguntaba al respecto, de hecho, Unven se aclaraba la garganta y cambiaba rápidamente de tema.

También resultaba incomprensible para muchos la amistad que se había creado entre Unven, cuya fama de vago y juerguista era bien merecida, y el serio y aplicado Tabit, que era en todo opuesto a él.

Ellos, sin embargo, no lo veían algo tan descabellado. Unven, consciente de sus defectos, reconocía y admiraba el tesón, la sensatez y la fuerza de voluntad de Tabit. Y este agradecía la alegría refrescante de su amigo. En el fondo, a veces le sentaba bien tener cerca a alguien que no se tomaba los estudios tan a pecho, que le ayudara a aflojar un poco las riendas cuando era necesario. Ambos, en fin, se complementaban y aprendían el uno del otro.

—Pero un talento como el de Tabit no debería desperdiciarse en algo tan nimio —insistió Zaut.

Tabit se removió, incómodo, como cada vez que alguien mencionaba públicamente su éxito en los estudios. Y Zaut, que tenía por costumbre decir lo primero que le pasaba por la cabeza sin preocuparse por las consecuencias, lo hacía a menudo.

—Yo no… —empezó a defenderse; pero Unven se enderezó un poco y lo detuvo con un gesto.

—Mira, en eso sí estoy de acuerdo —cortó—. Eres el mejor de nuestro curso, y lo sabes.

—Estudio mucho —continuó Tabit, encogiéndose de hombros.

—No, no, pero lo tuyo es algo más. Muchos se matriculan en la Academia porque quieren asegurarse buenos ingresos en el futuro, porque sus padres se empeñaron o simplemente porque les hace ilusión que los llamen «maeses» —suspiró—. Pero tú eres distinto. Tú tienes… ¿cómo se llama?

—Vocación —apuntó Relia, la cuarta ocupante de la mesa, con seriedad. Había estado leyendo un libro, con calma, mientras los demás hablaban, como si la conversación no fuera con ella. Pero sus amigos sabían que Relia pocas veces pasaba por alto lo que sucedía a su alrededor.

—Estudio mucho —insistió Tabit, tozudo.

Unven alzó las manos en señal de rendición.

—Vale, lo que tú quieras. Hablemos de estudios, entonces. Como has estado dos días fuera, quizá no te has enterado, pero se rumorea que maese Belban anunciará mañana el nombre de su nuevo ayudante.

—¿Y qué? —dijo Zaut.

—Tabit presentó la solicitud.

Zaut los miró, aún sin comprender.

—Pero ¿por qué querría nadie ser el ayudante de maese Belban? —preguntó, desconcertado—. Todos saben que está loco.

—No está loco, es un genio —replicó Tabit en voz baja—. Formuló la hipótesis Belban, ¿no la conocéis? Lo estudiamos el trimestre pasado en Teoría de Portales. Desarrolló un modelo teórico según el cual un portal podría abrirse sin necesidad de dibujar su gemelo en el punto de llegada.

Zaut se quedó mirándolo sin entender, pero Unven suspiró con impaciencia, y Relia, tras meditarlo detenidamente, preguntó con voz pausada:

—¿Y a dónde conduciría un portal semejante? Todo el mundo sabe que hacen falta dos, uno en el punto de salida y otro en el punto de llegada, para que se establezca una conexión entre ambos lugares.

Relia era la más sensata y práctica de los tres. Su padre era comerciante en Esmira, y siempre había sentido interés por las facilidades de transporte que otorgaban los portales de viaje, cuyo buen funcionamiento no dependía, como en el caso de los barcos o las caravanas, de adversidades como el mal tiempo atmosférico o los ataques de bandidos y piratas. Relia era la heredera del negocio y desde muy pequeña había ayudado a su padre con la contabilidad; tiempo después, él había pagado una generosa suma para que la muchacha pudiera estudiar en la Academia y llegar a ser, con el tiempo, pintora de portales. Relia se tomaba muy en serio su papel en el presente y el futuro del negocio familiar. A diferencia de Unven, sabía muy bien por qué y para qué estudiaba.

Naturalmente, Tabit y ella se llevaban muy bien, y eso dejaba a Unven en cierta situación de desventaja. Sin embargo, desde hacía un tiempo Tabit había notado que su amigo se esforzaba por parecer más formal y menos tarambana, y se aplicaba más en los estudios, en un intento por llamar la atención de Relia. También participaba más a menudo en conversaciones relacionadas con las diferentes asignaturas, tratando de demostrar que tenía más conocimientos de los que se le suponían.

—Por eso es un modelo teórico —debatió—, porque no hay ninguna manera de probarlo. Y por eso se llama «la hipótesis de Belban». Pero eso no lo convierte en un genio. Si ahora voy yo y digo que puedo pintar un portal que se active solo con mi fuerza de voluntad, maese Denkar me suspendería, no iría corriendo a ver al rector para decirle que ha descubierto un gran talento en mí.

Zaut rió, y Relia se permitió una media sonrisa que no pasó desapercibida a Unven.

—Ya sé que la mayoría de las cosas que estudiamos en Teoría de Portales no sirven para mucho —se defendió Tabit—, pero esto es diferente. Si te hubieses molestado en leer su libro…

—Pero todos dicen que maese Belban está loco —insistió Zaut—. Y que mató al último ayudante que tuvo, hace más de veinte años.

Zaut era muy dado a escuchar y repetir todo tipo de historias truculentas. Para burlarse de él, los estudiantes mayores solían relatarle cuentos y chismes sobre el oscuro pasado de la Academia o de algunos de sus integrantes. La mayor parte de ellos no tenía ninguna base real, pero Zaut se los creía de todas formas, y los repetía fascinado a sus compañeros, que los acogían con escépticos alzamientos de cejas, miradas cómplices o sonrisas divertidas.

Sin embargo, en aquella ocasión su comentario solo recibió un breve silencio circunspecto.

—Yo había oído que a su ayudante lo mató la gente del Invisible —apuntó entonces Relia en voz baja.

—Ah, sí, a mí también me han contado esa historia —añadió Unven, estremeciéndose—. En serio, Tabit, no sé por qué tienes tanto interés en trabajar con ese hombre. Es siniestro, lo mires por donde lo mires.

—Eso no son más que cuentos —replicó Tabit, casi perdiendo la paciencia—. He leído todo lo que ha escrito maese Belban y me parece absolutamente brillante. Tiene una concepción de los portales tan… nueva, tan osada y a la vez tan lógica…

—Vale, ya nos ha quedado claro: te has enamorado de él —concluyó Unven, mientras Zaut y Relia estallaban en carcajadas.

—De su mente, tal vez —replicó Tabit—. Escuchad, esto va en serio: ser el ayudante de maese Belban es lo que he querido siempre, desde que leí su manual en primero. El día que me enteré de que aún vivía, y estaba aquí, en la Academia…

—Lo recuerdo —suspiró Unven—. Estuviste hablando de él sin parar durante un mes entero. Y me parece muy bien que lo admires tanto, pero a distancia, como has hecho siempre. Es un tipo raro. Casi no sale de su habitación, hace años que no imparte lecciones y ahora, de repente, necesita un ayudante. ¿No te parece extraño?

—Estará trabajando en algún proyecto nuevo. ¿Qué tiene eso de extraño?

Unven suspiró de nuevo.

—Como quieras. Pero, si terminas volviéndote huraño y solitario como él, luego no digas que no te lo advertí.

—Dejadlo ya —intervino Relia—. Si Tabit consigue el puesto, nos alegraremos mucho por él, lo felicitaremos y ya está.

—¿Cómo que «si» lo consigue? —replicó Unven, ofendido—. ¡Es nuestro Tabit! Yo vi el proyecto que presentó; era muy bueno.

—Caliandra también se ha presentado.

Las cuatro cabezas se volvieron hacia una mesa cercana, donde una joven de cabello negro, largo y espeso que llevaba suelto sobre los hombros se reía de algún chiste que acababa de contar otra estudiante.

—¿Estás segura?

Relia asintió.

—Estamos en el mismo grupo de Arte de Portales, y el otro día maesa Ashda comentó en clase algo sobre su proyecto. Dijo que maese Belban lo encontraría… interesante.

Tabit no supo cómo tomarse esa información.

—¿Qué se le habrá perdido a ella con maese Belban? —murmuró con disgusto.

—¿Y qué te pasa a ti con Caliandra, si puede saberse? —preguntó Zaut, sorprendido por la acidez de su tono.

Tabit no respondió.

—Fue la primera de la clase en Diseño de Trazado —informó Unven—. Maesa Ashda le dio a su proyecto la máxima nota, por encima de la de Tabit, y eso que Caliandra apenas lo preparó.

—Es muy inteligente —apuntó Relia.

Tabit sacudió la cabeza.

—Pero casi ni se la ve por la biblioteca —protestó.

Zaut disimuló una risilla.

—Sí, dicen que tiene una vida social de lo más… interesante —insinuó.

Tabit bufó por lo bajo.

—No se trata de eso —protestó—. Lo que haga con su vida privada es problema suyo. Pero no puede pretender, además, obtener buenos resultados académicos sin estudiar apenas. No es… —se calló antes de concluir la frase, porque sabía que iba a sonar como una pataleta infantil.

«No es justo», iba a decir. Caliandra lo tenía todo: era divertida, inteligente, buena compañera… Procedía de una familia pudiente y no le faltaban amigos en la Academia. Y, al mismo tiempo, se las arreglaba para sacar excelentes puntuaciones en casi todas las asignaturas. Sus profesores valoraban en ella su imaginación y la forma que tenía de plantear preguntas que nadie era capaz de responder. «Pero su formación es tan deficiente…», se lamentó Tabit para sus adentros. «No estudia los datos, simplemente hace conjeturas… y actúa por instinto.» Eso era algo que al joven le horrorizaba. La ciencia de los portales era algo serio y, sobre todo, exacto. No podía dejarse nada a la improvisación. Por eso no entendía cómo era posible que Caliandra, tan alocada, tan intuitiva, hubiera llegado a superarlo en algunas materias, por muy lista que fuera.

Se obligó a tranquilizarse. Había presentado un buen proyecto. Había trabajado en él durante semanas, había estudiando minuciosamente cada variable y desarrollando cada pequeño detalle. Seguro que maese Belban sabría apreciarlo.

El portal que debía pintar para Yunek y su familia había quedado olvidado. Ahora, en el horizonte de Tabit solo estaba su futuro en la Academia, como ayudante de maese Belban… y se trataba de un futuro que ni siquiera Caliandra sería capaz de oscurecer.

Un secreto que ocultar

«El mineral que denominamos «bodarita» en honor a su descubridor, maese Bodar de Yeracia, se encuentra en abundancia en las entrañas de Darusia.

La Academia de los Portales es la propietaria de todos los yacimientos hallados hasta el momento y gestiona su correcta explotación, así como el transporte, almacenamiento y utilización del mineral extraído.

En este manual los estudiantes encontrarán provechosa información sobre el funcionamiento, normativa y situación de las minas de bodarita que les resultará de gran utilidad para el estudio de esta materia.»

Minas y explotaciones de la Academia
,
maese Kalsen de Maradia.
Capítulo introductorio

El capataz Tembuk contempló con ojo crítico el resultado del trabajo de la «cuadrilla de Tash». Llamaba así al grupo de mineros que había destinado a picar en la grieta que había encontrado el muchacho, donde había descubierto la veta de mineral azul. Tal y como Tash había advertido, el pasadizo era estrecho e incómodo, así que los hombres de la cuadrilla se veían obligados a turnarse para trabajar la veta, porque en la cámara solo cabían tres mineros a la vez, y solo si uno de ellos era Tash u otro chico de envergadura similar.

Tembuk resopló y sacudió la cabeza con disgusto; se había hartado de ver siempre a la mitad del grupo haraganeando en los alrededores de la grieta mientras el resto trabajaba en el interior.

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