—Entiendo —murmuró Tabit, asintiendo. La región de Uskia, donde estaba situada la granja de Yunek, era sin duda la más remota y perdida de toda Darusia.
—Es algo que se le ha metido a Yunek entre ceja y ceja —intervino Bekia, como disculpando a su hijo—. Cuando murió mi esposo… Bueno, fueron malos tiempos. El muchacho juró que conseguiría una buena educación para su hermana. Que no envejecería en estos campos, como todos nosotros. Y la niña es lista, vaya si lo es. Pero nunca ha ido a la escuela. No sé si…
—Todo se puede aprender —dijo Tabit—. Tendrá que estudiar mucho, pero lo conseguirá, si trabaja con esfuerzo y constancia.
A Bekia le agradaron las palabras del joven.
—Maese, no sois… —vaciló—. No sois como imaginaba.
Tabit sonrió, un poco incómodo.
—De acuerdo, pues —afirmó—. ¿Dónde queréis que pinte el portal?
Yunek lo condujo sin dudar hasta la pared del fondo, que estaba muy despejada para pertenecer a una vivienda de campesinos. No había estantes repletos ni ganchos de los que colgaran aperos de labranza. Hacía muchos años que Yunek había decidido que aquel sería el lugar donde se abriría su portal, y lo había mantenido así, en espera de que llegara el gran día en que pudiera mostrárselo al maese que lo dibujaría.
Tabit examinó la pared y asintió para sí mismo. Parecía bastante satisfecho con la elección de Yunek. No obstante, aún limpió bien un trecho del muro e incluso lo frotó con lija para alisarlo un poco más.
—No se pueden eliminar las protuberancias de la piedra —dijo—, pero tendrá que servir. De todas formas, si resultara ser demasiado irregular, siempre puedo pintar sobre una plancha y después colgarlo en la pared.
—Como prefieras —respondió Yunek, pero Tabit no lo escuchaba. Parecía más bien estar hablando consigo mismo, completamente concentrado en lo que estaba haciendo.
—Porque, por supuesto —añadió—, lo más práctico sería hacer un diseño sencillo. Aunque no sé si eso me contará negativamente en la nota final. Pero, en fin, ya llegaremos a eso.
Marcó con tiza un punto en la pared y alzó su enorme compás de madera. Yunek y Yania observaron cómo colocaba el extremo más afilado en el lugar que había señalado. Pero Tabit se detuvo para mirar a Yunek antes de abrir el instrumento.
—¿De qué tamaño lo quieres? —le preguntó.
Él se encogió de hombros, sin saber qué responder.
—¿Qué diferencia hay?
—Normalmente, y a no ser que el cliente especifique lo contrario, trabajamos con el tamaño medio; de hecho, es lo que consta en tu pedido. Pero, si lo hago más pequeño, te saldrá más barato.
—Pero ¿funcionará igual?
—Claro. El único inconveniente es que Yania tendrá que agacharse un poco para pasar.
—No hay problema —aseguró ella—. Ni siquiera soy muy alta para mi edad.
—Entonces, ¿por qué es más caro un portal más grande? —quiso saberYunek.
—En teoría es porque un pintor invierte más horas de trabajo en un portal grande que en uno pequeño… Pero eso no es exactamente así. Un portal pequeño con un diseño complejo puede llevar más tiempo que uno grande de diseño sencillo. La realidad es que un portal grande cuesta más dinero porque, por lo general, se gasta más pintura en él. Y la pintura de bodarita no resulta barata.
—Entiendo —asintió Yunek—. Gracias por avisar. Entonces hazlo más pequeño, por favor.
Tabit ajustó la posición del compás y trazó un círculo en la pared.
—No es rojo —observó Yania—. Yo creía que todos los portales eran rojos.
—De momento solo estoy marcando la posición con tiza —explicó Tabit—. Hoy no voy a pintar el portal definitivo. De hecho, ni siquiera he traído pintura.
—¿Ah, no?
—No; hoy registraré las coordenadas exactas y tomaré nota de la dirección donde he de dibujar el portal gemelo.
—¿El portal gemelo? —repitió Yunek sin entender.
—El que estará situado en Maradia. ¿Has pensado ya dónde quieres que lo dibuje? ¿En casa de algún familiar, tal vez?
Yunek y Yania cruzaron una mirada de apuro.
—No conocemos a nadie en Maradia —admitió el hermano mayor.
—No pasa nada —lo tranquilizó Tabit—. Todas las ciudades grandes tienen una Plaza de los Portales, donde están situados todos los que son de uso público, y también muchos privados. Solicitaré un espacio en el Muro de los Portales de Maradia para dibujar el vuestro allí. El único inconveniente será que, al estar situado en plena calle, quizá os convendría contratar un guardián que se asegure de que no lo utiliza nadie que no deba.
—Entiendo. Pero ¿podremos permitirnos pagar a un guardián?
—Los honorarios de los guardianes corren a cargo de la Academia. Aun así, tendríais que pagar una tarifa especial todos los años… pero tampoco es obligatorio contar con un guardián: todos los portales privados tienen contraseña.
Yunek seguía sus explicaciones con expresión reconcentrada.
—De acuerdo —dijo—. Entonces, nuestro portal estará dibujado aquí y en la Plaza de los Portales de Maradia, de modo que, cuando lo cruce Yania, aparecerá allí. Es así, ¿no?
—Así es —confirmó Tabit—. Por eso debo medir las coordenadas de este lugar y también las del punto exacto en el que dibujaré el portal gemelo, en Maradia. Después volveré a la Academia y diseñaré un portal para vosotros. Y, cuando lo tenga listo, plasmaré ese diseño, el mismo, en los dos sitios, con pintura de bodarita.
—¿Y entonces funcionará? —preguntó Yunek.
—Si he anotado bien las coordenadas y dibujado el portal con exactitud, sí, funcionará. Pero solo cuando ambos portales estén acabados. Si pintase el portal solamente aquí y no lo reprodujese en Maradia, no serviría para nada.
—Porque, cuando sales de un sitio, tienes que llegar a otro, ¿verdad? —dedujo Yania.
—Exacto.
—Ya te dije que es muy lista —sonrió Yunek.
—No tanto —negó la niña, ruborizada—. Ni siquiera sé lo que son las «cordadas».
—Coordenadas —corrigió Tabit—. Enseguida lo verás.
Entonces extrajo de su zurrón el aparato más extraño que Yunek y Yania habían visto en su vida. Tenía una docena de ruedas, todas concéntricas, dispuestas en torno a una esfera central; su contorno estaba dividido en un centenar de muescas, cada una de ellas marcada con un minúsculo símbolo; su centro lo ocupaba una aguja que giraba enloquecida, como si no supiera cuál señalar.
—Es un medidor de coordenadas —explicó Tabit—. También se le llama «medidor Vanhar» en honor al maese que lo inventó, en los inicios de la ciencia de los portales.
Lo fijó a la pared, sobre el punto que había marcado como el centro del futuro portal, y giró las ruedas exteriores hasta ajustar la más grande en una posición concreta. Luego, sacó de su zurrón un gastado cuaderno de tapas de cuero y esperó, expectante.
La aguja giró sobre sí misma unos instantes hasta que, finalmente, se detuvo en uno de los símbolos. Tabit asintió para sí y tomó nota. Luego giró la siguiente rueda, y esperó de nuevo a que la aguja se detuviera. Anotó el resultado y repitió la operación con la tercera rueda.
—Sigo sin entender lo que estás haciendo —dijo Yania.
—Estoy midiendo este lugar —respondió Tabit sin apartar la mirada de la aguja—. Veréis, cada punto concreto del mundo tiene unas características determinadas. Ninguno es igual que otro. Hay una serie de variantes que cambian en cada caso: la luz, la vegetación, el agua… Antes de abrir un portal, los pintores calculamos el valor exacto de cada variable en el lugar que hemos elegido.
Yunek frunció el ceño, pero no quiso admitir que no lo había comprendido.
—Tierra, Agua, Viento, Fuego, Luz, Sombra, Vida, Muerte, Piedra, Metal y Madera —enumeró Tabit—. Esas son las once variables. El medidor determina la cantidad de cada una de ellas que hay en este lugar.
Siguió girando ruedas y tomando nota de los resultados. Yunek y Yania lo observaban en un silencio solo perturbado por el ruido de cacharros que provenía de los fogones, donde Bekia estaba preparando la cena.
—Tal y como sospechaba —dijo Tabit cuando terminó—, hay una puntuación muy alta en Piedra, Sombra, Tierra y Madera, y también en Vida. El valor del Fuego y de la Muerte tampoco es desdeñable; me imagino que será por la influencia de la chimenea, y porque se trata de una casa bastante antigua. Naturalmente, el índice de Viento o de Luz es muy bajo, porque no estamos al aire libre. Algo de Agua, algo de Metal… pero nada fuera de lo común.
—Pero ¿para qué sirve todo esto? —preguntó Yunek, perdiendo la paciencia.
—Como os he dicho antes, la lista de variables me permite trazar el mapa de coordenadas. Cuando dibuje el portal, pintaré en el círculo exterior las coordenadas exactas de este lugar y del lugar a donde conduce. Y lo mismo haré con el portal gemelo. De este modo nos aseguraremos de que ambos portales os llevarán, en ambos sentidos, al lugar adecuado, y no a ningún otro.
—Pero… ¿qué pasará si algo de esa lista cambia? —preguntó Yania—. Por ejemplo, imagina que abrimos una ventana en esta pared. Entonces entraría más luz, ¿no?
Tabit le sonrió aprobadoramente.
—Veo que lo vas entendiendo. Efectivamente, eso cambiaría al menos una de las variables. Pero no afectaría al funcionamiento del portal, porque, una vez dibujado, estará anclado a este lugar en espacio y en tiempo, es decir: los dos portales quedarán ya vinculados de forma definitiva entre sí, y también a las coordenadas registradas en el momento en el que fueron creados. De todas formas, cuando vuelva para pintar el portal tomaré medidas otra vez, por si hubiera cambiado alguna variable. La luz, por ejemplo, depende mucho del momento del día en el que se hace la medición, y por eso debe coincidir también con el instante en el que se termina de pintar el portal. Pero, dejando aparte detalles como ese, supongo que no hace falta que os diga que, hasta entonces, será mejor que no hagáis muchos cambios por aquí.
Yunek suspiró.
—Parece muy complicado —dijo—. Yo creía que lo de pintar portales era algo más…
—… ¿Mágico? ¿Místico? —Tabit sacudió la cabeza—. Es cierto que las propiedades de la bodarita aún no están suficientemente estudiadas, pero esto es una ciencia, y bastante exacta, por cierto. Si no calculamos bien las coordenadas, o si el portal no está correctamente dibujado, podría conducir al lugar equivocado o, directamente, no funcionar en absoluto.
Yania apenas escuchaba. Estaba observando con curiosidad el medidor Vanhar, que Tabit había dejado encima de la mesa.
—Se te ha olvidado usar la última rueda —observó entonces—. Tiene doce, y solo has girado las once primeras.
Tabit recuperó el medidor y lo observó con disgusto.
—Es porque se trata de un cacharro muy viejo —dijo—. Antiguamente, los medidores tenían doce ruedas, pero la última variable no sirve para nada en realidad. Alguien descubrió que podías anotar cualquier cosa, incluso no incluir la duodécima coordenada, sin que ello influyera en el correcto funcionamiento del portal.
—Entonces, ¿por qué hay doce ruedas? —preguntó Yunek, confuso.
—Porque el doce es un bonito número —respondió Tabit—. Doce han sido siempre los miembros del Consejo de la Academia, como los doce maeses que la fundaron hace siglos. El doce es un número cósmico, tiene un simbolismo especial. Así que Vanhar decidió que había que inscribir doce coordenadas en cada portal.
»Los medidores modernos ya solo llevan once ruedas. Por cuestiones prácticas, claro. Pero resulta que yo aún no tengo un medidor propio, así que he tenido que pedir uno prestado en el almacén. Y me han dado este —suspiró—. No importa, en realidad, mientras funcione.
Volvió a repasar sus notas, cerró el cuaderno y lo guardó cuidadosamente en su zurrón. Después replegó el compás y lo dejó apoyado en un rincón, cerca del círculo de tiza que había dibujado en la pared.
—Mañana tomaré medidas otra vez —dijo—. Quiero asegurarme de que no he pasado nada por alto.
Yunek sonrió.
A la mañana siguiente, la familia acudió a despedir a Tabit hasta la valla de entrada. El joven parecía contento, aunque de vez en cuando se rascaba un brazo o una pierna sin poder evitarlo. Estaba claro que las pulgas, chinches y otros molestos habitantes de su jergón se habían cebado con él aquella noche. Yunek se sintió un poco culpable, pese a que, apenas unos días antes, la idea de someter a uno de los pomposos maradienses a los rigores de la vida en el campo le habría parecido muy seductora. Pero Tabit no se ajustaba al concepto que Yunek tenía de la gente de la capital, y mucho menos de los pintores de portales. La noche anterior había cenado con apetito, pero sin exigir más ración de la que le correspondía. Había alabado las virtudes de la cocinera y saciado la insondable curiosidad de Yania, contestando a todas y cada una de sus preguntas. Después había caído como un leño sobre su jergón, sin duda agotado por la caminata. Pero se había levantado puntualmente antes del alba, como el resto de la familia y, tras desayunar las humildes gachas preparadas por Bekia, había vuelto a medir las coordenadas de la pared, tal y como había dicho que haría la noche anterior.
Ahora cargaba con sus bártulos, sonriente a pesar de sus picores y sus ojeras, testimonio de que no había dormido bien.
—Regresaré en cuanto lo tenga todo listo —les prometió—. Tal vez en una semana o dos. Pero, si tardo un poco más de lo esperado, por favor, no os preocupéis. Es que quiero hacerlo bien, y dedicar al diseño de vuestro portal el tiempo que sea necesario.