Tabit se apresuró a colocarse a su lado y a mirar donde ella señalaba; descubrió una casa vieja, probablemente abandonada, algo apartada de las demás.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que es ahí?
—Porque es muy parecida a la villa de la que venimos, pero mucho más vieja, así que sus coordenadas podrían ser similares. Salvo las lumínicas, claro, porque el portal por el que hemos venido estaba en el patio, al aire libre, y la localización que buscamos podría estar bajo techo. Un techo, por cierto, no muy estable —añadió, señalando la casa—, así que seguro que tiene grietas y goteras, y eso explicaría la abundancia de Agua y Viento, a pesar de que la Luz sea escasa.
Tabit la contempló con la boca abierta.
—No me puedo creer lo que acabas de hacer.
Cali se encogió de hombros.
—¿Es que pensabas medir cada rincón de la isla hasta que dieras con las coordenadas correctas? —bromeó; pero él no sonrió—. Oh, venga, no lo decía en serio. ¿De verdad ibas a hacer eso?
—No pensaba realizar mediciones al azar —se defendió Tabit—. Pero sí elegir el lugar de cada medición en función del resultado de la medición anterior. Ya sabes, como hacíamos en las prácticas con maese Saidon.
—Esto no es tan diferente. Solo me he limitado a saltarme el proceso intermedio.
—Pero ese proceso es importante para asegurarte de que tu conclusión final es la acertada.
—Bien, pues vayamos hasta esa casa y comprobemos si tengo razón o no —lo desafió Cali.
El camino no pasaba por la casa abandonada, por lo que tuvieron que deslizarse, con cuidado, por un terraplén que los condujo hasta la parte trasera, que parecía haber sido un pequeño huerto mucho tiempo atrás. Ahora, las plantas crecían salvajes y rodeadas de malas hierbas.
Rodearon la casa y franquearon la verja de entrada, que no encajaba bien y, por tanto, estaba abierta. Entraron con precaución en un patio solitario, similar al de la villa en la que habían aparecido, pero claramente deshabitado. La fuente estaba seca, y una capa de polvo cubría las baldosas del suelo, agrietadas y descoloridas.
Los dos jóvenes cruzaron el arco de la entrada, que carecía de puerta, y se adentraron en un salón vacío y desangelado.
—¿Hola? —llamó Cali, sobresaltando a Tabit—. ¿Hay alguien?
—¡No grites! —susurró él, alarmado.
—Tranquilo, valiente —se burló ella—. La casa está vacía, ¿no lo ves?
—No —replicó Tabit con sequedad—. Mira.
Señaló el suelo, donde se distinguía una hilera de huellas humanas sobre el polvo. Ambos cruzaron una mirada; Cali se había puesto pálida de pronto.
—¿Crees que seguirá ahí dentro? —preguntó, en voz más baja.
—Las huellas entran, pero no salen.
Los dos siguieron el rastro impreso en el polvo, esta vez con mayores precauciones. Las huellas abandonaban la estancia y subían por una escalera desconchada que había perdido el pasamanos mucho tiempo atrás. Tabit y Cali subieron los escalones, despacio, conteniendo la respiración. Una vez en el piso superior, las huellas los condujeron hasta una puerta cerrada. Tabit la abrió y los goznes emitieron un chirrido similar al maullido de un gato agónico. Cali lo apartó con impaciencia para asomarse al interior…
… Pero no había nadie. Desencantada, abrió la puerta del todo y entró en la estancia. Tabit la siguió.
Estaba claro, sin embargo, que había estado habitada hasta hacía relativamente poco. Se trataba de un cuarto abuhardillado, repleto de bultos y muebles viejos, la mayoría de ellos destrozados o podridos, o ambas cosas. Sin embargo, junto a una pared había una antigua mesa maciza que parecía haber aguantado bastante bien los rigores del tiempo. Alguien había limpiado de cualquier manera el polvo acumulado en su superficie y había depositado sobre ella una serie de objetos a todas luces mucho más modernos. Entre ellos había varios pinceles, un bote de pintura a medio terminar, un montón de papeles arrugados y un medidor de coordenadas roto. A los pies de la mesa descansaba un viejo morral. Cali se agachó para hurgar en su interior, pero se apartó inmediatamente al constatar que solo contenía una muda de ropa sucia.
—Estuvo aquí —murmuró Tabit, desconcertado—. Maese Belban estuvo aquí. Pero… ¿dónde se fue después?
Cali miró a su alrededor en busca de una nueva pista. Sus ojos se posaron sobre una de las paredes y lanzó una exclamación de sorpresa. Tabit se volvió.
—¿Qué…? —empezó, pero no pudo terminar.
Pintado sobre el muro estaba el portal más extraño que había visto jamás. Su diseño era muy sencillo: cinco círculos concéntricos, sin florituras ni adornos innecesarios. Pero no era aquello lo que más llamaba la atención, sino el hecho de que había no dos, sino tres ruedas de coordenadas en torno al portal. Y había otro aspecto extraño…
Cali abrió de pronto los postigos del único ventanuco de la habitación, y la luz incidió directamente sobre el portal.
Fue entonces cuando ambos descubrieron que no era de color granate, ni tampoco azul… sino de una extraña tonalidad violeta.
—¡Es… precioso! —exclamó Cali, extasiada.
Pero Tabit se había abalanzado hacia las coordenadas y las estudiaba con vivo interés.
—Mira, Caliandra —dijo—. La primera secuencia de coordenadas se corresponde exactamente con la lista que tenemos. Estabas en lo cierto: este es el lugar que indicaba. Y hay una duodécima coordenada. —Frunció el ceño, pensativo—. El segundo círculo de coordenadas, que indica el destino, me resulta muy familiar. También son doce… Claro, son las coordenadas de la Academia, las del portal azul del estudio de maese Belban. Exactamente las mismas, incluyendo la coordenada temporal que borró antes de irse y que conducía a la noche en que fue asesinado su ayudante. De modo que, en efecto, no está buscando la forma de llegar a la época prebodariana —comentó con desencanto.
Cali sacudió la cabeza con impaciencia.
—Olvídate de eso y céntrate en el portal, ¿quieres? ¿A qué corresponde el tercer círculo de coordenadas?
Los dedos de Tabit recorrieron los símbolos con suavidad, como si acariciara cada uno de sus trazos.
—No tengo ni idea —confesó—, pero son coordenadas muy complejas, como si estuviesen compuestas de varios símbolos fusionados. —Hizo una pausa, pensando intensamente—. Me recuerda a la nueva escala que inventó maese Belban, pero desarrollada a un nuevo nivel, no sé si me entiendes. Como si hubiese querido mezclar el espacio y el tiempo en un solo círculo de coordenadas.
Una idea prendió de pronto en la mente de Cali; la chica lanzó una exclamación y corrió a examinar el bote de pintura que había sobre la mesa.
—Eso es exactamente lo que ha hecho, Tabit —dijo, emocionada—. Mira, la pintura ya está reseca, pero se nota que mezcló bodarita roja y azul para conseguir ese tono tan sorprendente, quizá con la intención de combinar las propiedades de los dos tipos de mineral.
—¿Para viajar en el espacio y el tiempo? —Tabit negó con la cabeza—. Eso ya se puede hacer con los portales azules. Bastaría con cambiar las once primeras coordenadas de destino de un portal temporal para que te llevara a un lugar distinto de un tiempo diferente.
Cali contempló el bote de pintura, desconcertada.
—Bueno, pero parece claro que el portal funciona; tú mismo dijiste que las huellas entran en la casa, pero no vuelven a salir, por lo que maese Belban, si es que fue él, tuvo que marcharse por ahí.
—Fue él, seguro; no se me ocurre nadie más que pudiera manejar esta escala de coordenadas con tanta soltura. —Suspiró—. Pero no sé para qué puede servir un portal como este. Sé que tiene que ver con la muerte de su ayudante, pero…
—Lo que está hecho no puede cambiarse —murmuró entonces Cali.
—¿Cómo dices?
—Lo que está hecho no puede cambiarse —repitió ella—. Eso fue lo que él te dijo en el pasado, ¿verdad? Así que no importa cuántas veces regrese tratando de cambiarlo, porque no va a conseguirlo…, ya que en su momento no lo hizo. ¿Correcto?
—Sí, eso parece. Pero no veo qué…
—¿Y si, a pesar de eso, maese Belban no se hubiese dado por vencido? —prosiguió Cali—. ¿Y si estuviese buscando la manera de cambiar ese pasado… corriendo el riesgo de generar un presente y un futuro diferentes?
—Pero eso no ha sucedido, Caliandra; ya lo hemos hablado. Si fuera así, nosotros no estaríamos aquí, preguntándonos quién mató a ese estudiante, porque no habría muerto en primer lugar.
—Aquí, no, Tabit. —Cali estaba cada vez más emocionada—. Pero… ¿y si hubiese sucedido… en otra parte? ¿Y si maese Belban hubiese llegado a tiempo para evitar esa muerte y, con ello, hubiera generado un futuro diferente? ¿Y si este portal, que pretende llegar a otro espacio y otro tiempo, es el camino para llegar a la versión del presente… o del pasado… a la que él quería llegar?
—¿Una versión en la que su estudiante estuviese vivo, quieres decir? ¿O en la que él hubiese llegado a tiempo para salvarlo, o para verle la cara al asesino? —Tabit pestañeó, perplejo—. Pero… ¿es eso posible?
—Solo hay una manera de averiguarlo: atravesando el portal.
Tabit sonrió y dio un par de pasos atrás para contemplarlo en conjunto.
—Me temo que eso va a ser un poco difícil, Caliandra —dijo—, porque está sellado con una contraseña.
Los ojos de Cali repararon entonces en el trazo violeta que partía del círculo exterior del portal y se interrumpía en un espacio vacío de la pared, como invitando a ser finalizado por todo aquel que supiese cómo hacerlo. La joven buscó sobre el portal la clave en lenguaje alfabético, pero no la encontró.
—No puede ser —murmuró—. Si no tenemos la contraseña alfabética… ¿cómo vamos a traducirla a lenguaje simbólico?
Tabit se encogió de hombros.
—Quizá maese Belban lo hizo así para impedir que otros pintores de portales lo siguieran hasta el otro lado. En realidad, las contraseñas no son muy secretas porque cualquier maese o estudiante avanzado es capaz de leerlas.
—Y entonces, ¿qué se supone que hemos de hacer? ¿Adivinarla, sin más?
Tabit sonrió de nuevo, divertido ante la desesperación de su compañera y la posibilidad de devolverle la pulla:
—¿Qué problema hay? Después de todo, saltarte los pasos intermedios es tu especialidad, ¿no?
Tash se aferró con fuerza a la borda y cerró los ojos, tratando de olvidar que el horizonte se movía y que el suelo se balanceaba a sus pies. Sintió el brazo de Rodak rodeando sus hombros, pero eso no la tranquilizó. Tenía el estómago revuelto y estaba pálida y algo sudorosa.
—Quiero volver a tierra firme —suplicó—. Por favor.
—Es un velero rápido —respondió él—. No tardaremos mucho en llegar.
Tash deseó fervientemente que fuera cierto. Se recostó contra él, buscando un apoyo sólido en aquel universo bamboleante. Y lo encontró.
—Odio los barcos —murmuró ella—. Por favor, prométeme que no volveremos en barco.
Rodak no se lo prometió.
—Es normal que te marees si es tu primera vez en el mar. Pero pronto te acostumbrarás. —Le levantó el rostro con delicadeza para dirigir su mirada hacia la costa, y Tash se estremeció ante su contacto—. Mantén los ojos fijos en la línea de tierra. Te ayudará tener un punto de referencia.
Por alguna razón, Tash se volvió inmediatamente para mirarlo cuando pronunció esas palabras. Rodak, sorprendido por la intensidad de su mirada, enrojeció ligeramente. Tragó saliva y carraspeó, nervioso.
—Tash… —empezó; le falló la voz y tuvo que comenzar de nuevo—. Bueno, supongo que ya te habrás dado cuenta de que me gustas mucho —confesó por fin.
Tash no fue capaz de decir nada, pero asintió.
—Quizá no sea el mejor momento… con el mareo y todo eso… —prosiguió Rodak—. Pero… en fin, me ha parecido que tú sientes algo parecido. ¿Es… es así?
Tash volvió a asentir enérgicamente, agradeciendo que fuese él quien llevara las riendas de la conversación, porque nunca antes se había encontrado en una situación semejante, y no sabía cómo actuar. Esperó, pues, a que Rodak continuase hablando.
Pero, después de todo, el guardián siempre había sido un chico poco dado a conversaciones largas. De modo que se inclinó y la besó.
Un torrente de intensas emociones la llenó por dentro, como si toda el agua del océano hubiese invadido de golpe el pequeño bote de su alma, amenazando con hacerlo zozobrar. Tuvo miedo y se puso tensa un momento, pero enseguida se abandonó en los brazos de Rodak y dejó que él la estrechara contra su cuerpo. El muchacho la abrazó con todas sus fuerzas… y entonces se detuvo súbitamente y se apartó de ella, perplejo.
Tash lo miró sin comprender. El gesto de espanto y turbación que reflejaba su rostro la hirió profundamente, más que si él la hubiese alejado con una bofetada.
—¿Pasa… pasa algo malo?
Rodak seguía contemplándola como si la viera por primera vez.
—¿Eres… una chica? —preguntó por fin.
Tash estaba tan confundida que no fue capaz de responder.
—Eres una chica —dijo Rodak; un destello de ira cruzó por su mirada, oscureciéndola brevemente—. Y te has hecho pasar por un chico. Te has divertido mucho a mi costa, ¿verdad?
Poco a poco, Tash fue encontrando sentido a todo aquello. Y entonces llegaron la decepción… y el dolor más profundo que había experimentado jamás.
—Yo… no pretendía burlarme. Creía que tú sabías… creía que por eso…
Se sintió estúpida. Claro, ¿cómo no lo había pensado antes? Con aquellos ademanes masculinos y aquel aspecto de muchacho… ¿cómo iba a sentirse atraído hacia ella ningún chico al que le gustaran las chicas?