Tabit lo miró sin comprender.
—¿Cómo…?
—Venían con nosotros en el barco —explicó Tash—. El
granate
que estaba conchabado con el capataz de la mina. Te lo conté, ¿recuerdas? Era él, seguro. Y está aquí, en el pueblo.
A Tabit le daba vueltas la cabeza.
—¿Y no puede ser una coincidencia?
Rodak sacudió la cabeza.
—Sería demasiada casualidad. Os han seguido hasta aquí, Tabit. No sé qué pretenden, pero no será nada bueno.
—No, no puede ser —replicó Tabit—. Nadie nos siguió desde la Academia. El patio de portales estaba desierto cuando crucé, y estoy seguro de que Caliandra tomó iguales precauciones. No comentamos con nadie que veníamos a Belesia; no podían saberlo.
—Bueno, Tabit, pues lo saben —dijo Tash con impaciencia—. En el barco había solo dos tipos, pero dijeron que iban a reunirse con más gente.
—Y eso significa que os estaban esperando —dijo Rodak—. Así que quizá no les hizo falta seguiros, porque ya sabían hacia dónde veníais.
Tabit seguía negando con la cabeza.
—Te digo que eso es imposible, Rodak. No hemos hablado de esto con nadie.
—¿Seguro? Porque la persona que iba en el barco era un estudiante, como tú.
Tabit abrió la boca para repetir que aquello no podía ser cuando, de pronto, una idea cruzó por su mente.
Zaut, pensó. Zaut estaba en el estudio cuando él y Cali habían discutido, y ella había sugerido que las coordenadas podían corresponder a una de las islas de Belesia. Pero no podía ser. De todos los estudiantes de la Academia, Zaut era, quizá…
Volvió a la realidad al sentir que Tash lo zarandeaba con urgencia.
—¡No te quedes ahí pasmado! Tienes que irte antes de que te encuentren. Y quitarte esa ropa de
granate
. Llamas demasiado la atención.
Tabit parpadeó y trató de centrarse.
—No, espera, no podemos irnos. He dejado a Caliandra sola junto al portal.
—¿Qué portal?
—Os lo explicaré por el camino. ¡Seguidme, deprisa!
—¡Por fin! —resopló Tash.
Encontraron a Cali exactamente donde Tabit la había dejado, aún desconcertada ante el portal violeta.
—Esto es inútil, Tabit —se quejó en cuanto lo vio aparecer por la puerta—. He probado un par de veces más, pero no he dado con la contraseña correcta. Y solo queda…
—Olvídate de eso —cortó él—. Tenemos que irnos de aquí ahora mismo.
—¿Por qué…? ¡Tash! ¡Rodak! —exclamó Cali al verlos aparecer tras el estudiante—. Pero ¿a qué vienen esas caras?
—¡Nos han seguido! La gente del Invisible, los traficantes de bodarita, el Consejo de la Academia, no sé quién está detrás de esto en realidad; pero están aquí y, como afirma Rodak, no puede ser casual.
Ella sacudió la cabeza con incredulidad.
—Pero tiene que serlo, Tabit. Tomamos muchas precauciones antes de venir aquí. Nadie sabía…
—Zaut lo sabía —interrumpió él—. Sabía que veníamos a Belesia, porque nos oyó discutir sobre la serie de coordenadas.
Cali seguía negando con la cabeza.
—Aun así, Tabit, yo dije que las coordenadas correspondían a la isla más pequeña, ¿recuerdas? Zaut no tenía manera de saber que vendríamos aquí, salvo que tuviese una copia de la lista original. Y tú no se la has enseñado a nadie, ¿verdad que no?
—Dejad de discutir por tonterías —cortó Tash, impaciente—. Yo conozco a ese tal Zaut de cuando estuve en la Academia y os puedo decir que el tipo del barco no era él.
Tabit respiró hondo mientras lo inundaba una oleada de alivio. Sin embargo, no por ello dejó de comprobar que su cuaderno de notas seguía en su zurrón.
—Mi lista no la ha visto nadie más que yo —dijo—. Pero el papel original te lo llevaste tú, Caliandra. ¿Se lo mostraste a alguien?
Cali frunció el ceño, tratando de recordar.
—Sí —dijo de pronto—. Se lo enseñé a Yunek ayer por la tarde, cuando salimos juntos a dar un paseo. Pero eso no tiene la menor importancia, porque Yunek no sabe leer, y mucho menos descifrar las coordenadas de nuestro lenguaje simbólico.
Sonrió, pero Tabit la miraba fijamente, con expresión severa.
—¿Le enseñaste la lista de coordenadas a Yunek? ¿Y qué más le contaste?
Cali le devolvió una mirada desconcertada.
—Tabit, ¿qué te pasa? Yunek está de nuestro lado, ¿recuerdas? Nos estaba ayudando a seguir la pista de los traficantes de bodarita… antes de que se marchara de regreso a Uskia.
Tabit sacudió la cabeza, consternado.
—No, Caliandra. Yo… no sé si realmente Yunek estaba de nuestra parte.
No pudo seguir hablando, porque el gesto de temor e incomprensión que se apoderó del rostro de Caliandra le resultaba insoportable. La joven se llevó la mano al bolsillo del hábito en busca de la lista de coordenadas que le había entregado la mujer de Vanicia… pero no la encontró.
—Caliandra, lo siento —fue todo lo que pudo decirle Tabit.
—No —replicó ella—. Es una coincidencia, ¿de acuerdo? Todo esto no es más que una maldita y estúpida coincidencia. Se me habrá caído, o la habré perdido…
—
Granates
—los llamó Tash desde la ventana—. ¿Se supone que ese Yunek del que estáis hablando debería estar ahora mismo de camino a Uskia? Porque, o tiene muy mal sentido de la orientación, o esto no tiene nada de coincidencia.
Cali se precipitó hacia la ventana y apartó a Tash para asomarse al exterior.
Por la ladera subían cuatro hombres y una mujer. Con ellos iba Yunek, y Cali comprendió, de pronto, el alcance de su traición. Se sintió herida y furiosa consigo misma por haber vuelto a confiar en alguien… por haberse dejado engañar de nuevo por tiernas sonrisas y bellas palabras. Contempló la figura del joven campesino, casi sin verlo. Pero le dolía tanto que tuvo que apartar la mirada. Procurando no pensar en ello, se fijó en sus acompañantes.
Uno de ellos era un estudiante de la Academia, pero llevaba calada la capucha de su capa, a pesar del calor, y Cali no fue capaz de descubrir quién era. La mujer y dos de los hombres tenían aspecto de ser marineros, quizá piratas, comprendió Cali de pronto al detectar las armas que pendían de sus cintos. El cuarto hombre, por el contrario, parecía una rata de ciudad, la clase de individuo que uno podría encontrarse en un callejón oscuro de un barrio poco recomendable. Tenía la nariz torcida y una corta perilla bajo el labio inferior, y se movía con gestos rápidos y decididos.
En cualquier caso, eran gente peligrosa. Estaban armados, y los superaban en número.
—Esos dos iban en el barco —murmuró Tash—. El
granate
y el tipo de la barba, un tal Redkil. A los otros tres no los he visto nunca.
Cali y Tash se retiraron de la ventana y se volvieron hacia el interior de la habitación para informar a sus compañeros.
—Esto no tiene buena pinta —dijo Tash—. Son seis, y no parecen amistosos… ya me entendéis.
Tabit miró a Cali, que desvió la vista y murmuró:
—Sí, Yunek va con ellos.
Tabit sacudió la cabeza con un suspiro pesaroso. Cali alzó la mirada hacia él, profundamente abatida.
—Tabit, ¿por qué…?
—Ya hablaremos de eso más tarde —cortó él—. Ahora tenemos que salir de aquí, como sea.
Echó un vistazo calculador a la ventana, pero era demasiado pequeña. Tal vez Tash lograra escapar por ella, pero ni siquiera estaba del todo seguro de eso.
—¿Esta casa no tiene puerta trasera? —intervino Rodak.
—No; y ya no tenemos tiempo de salir por la principal. Nuestra única opción es conseguir que se abra este portal y escapar por él…, a dondequiera que nos lleve.
Tash lanzó una mirada desconfiada al portal violeta, pero no dijo nada. Rodak asintió, y se dio la vuelta para salir de la habitación. Tabit se volvió hacia Cali.
—Intentaremos entretenerlos todo lo que podamos. Tú trata de abrir el portal, ¿de acuerdo?
Cali negó con la cabeza.
—Tabit, no sé si…
Él le puso las manos sobre los hombros y la miró a los ojos.
—Caliandra, tú puedes. Nunca has dejado que nada te detenga, y no vas a hacerlo ahora.
Ella le devolvió la mirada. Tabit sonrió. Cali sonrió a su vez y asintió.
Tabit le dio un golpecito amistoso en la espalda y se reunió con Tash y Rodak fuera de la habitación. Cuando llegaron a la escalera descubrieron que Yunek y los demás ya habían entrado en la casa, y se disponían a subir al piso superior.
—¡Quietos ahí! —exclamó Tabit, fingiendo un valor que estaba muy lejos de sentir—. ¿Quiénes sois, y por qué habéis entrado aquí?
—Acabemos ya con esto, Tabit —dijo entonces el estudiante con aire aburrido—. No tenéis ninguna posibilidad, y lo sabes.
—Tú no sabes cuántos somos nosotros —replicó él—. Porque pensabas que nos encontrarías a Caliandra y a mí solos, ¿verdad? —añadió, colocando una mano sobre el brazo de Rodak, consciente de que la envergadura del joven guardián intimidaba a muchos adultos.
Le pareció que el estudiante vacilaba.
—Es un farol —dijo Redkil.
Los piratas avanzaron hacia el pie de la escalera, con las armas preparadas. Yunek, sin embargo, se quedó atrás, incómodo, incapaz de sostener la mirada a Tabit y sus amigos.
—Yunek —dijo entonces Rodak, con suavidad—. ¿Qué se supone que haces aquí?
Él sacudió la cabeza.
—No lo entenderías, Rodak. Lo siento; no es nada personal.
—¡Nos has vendido, sucio traidor! —estalló Tash.
—¡No os he vendido! —replicó él con desesperación—. ¡Me prometieron que no os harían ningún daño!
—Esa es nuestra intención, sí —dijo el estudiante—. Pero, claro, todo depende de cómo se desarrollen los acontecimientos, ¿no es así? Hagámoslo por las buenas: ¿dónde está maese Belban?
—No está aquí —respondió Tabit—. ¿Por qué lo buscas? ¿Acaso quieres que dirija tu proyecto final?
El estudiante rió suavemente.
—¿Ese viejo loco? Ni por asomo.
Tabit oyó entonces una exclamación de espanto tras él. Al darse la vuelta, descubrió a Cali, que espiaba la escena por encima del hombro de Tash.
—Caliandra… —empezó Tabit, tratando de alejarla de allí.
Pero los ojos de Cali no estaban fijos en Yunek, a quien evitaban deliberadamente… sino en el estudiante al que acompañaba.
—Kelan —susurró—. ¿Así que tú eres el Invisible?
El joven se rió. Se retiró la capucha, descubriendo bajo ella al líder del grupo de Restauración de la Academia.
—¿A que no te lo esperabas? Hay muchas cosas que no sabes de mí, Cal.
Ella desvió la mirada, mordiéndose los labios con rabia.
—Es evidente que no —murmuró.
—En cambio, podría decirse que tú no tienes secretos para mí —prosiguió él—. ¿Verdad?
La recorrió con la mirada, de la cabeza a los pies, de un modo que hizo que ella se sonrojase violentamente. Tabit sintió ganas de estrangularlo, y le pareció que Yunek reaccionaba de manera similar.
Pero nadie se movió. Cali se repuso enseguida y le dedicó a Kelan una mueca de desdén.
—¿Nunca te vas a cansar de este juego? —le preguntó, hastiada—. ¿Hasta cuándo vas a seguir intentando llamar mi atención de un modo tan patético?
Kelan se irguió, herido en su orgullo.
—¿Crees que todo esto lo hago por ti, niña vanidosa? Está claro que tienes un alto concepto de ti misma. ¿Creías también, acaso, que tu adorado campesino te rondaba por tus bonitos ojos y tu gran inteligencia?
Yunek se puso tenso.
—A mí no me metas en esto, pintapuertas —le espetó, de mal humor—. Comprobemos de una vez si ese maese tuyo está ahí arriba. Si no, aquí no se nos ha perdido nada.
Pero Kelan negó con la cabeza.
—Las cosas no son tan fáciles, uskiano. Lo habrían sido si Brot se hubiese encargado del trabajo sucio. Pero, como él ya no está y yo me he visto obligado a revelar mi identidad… me temo que no voy a poder dejaros marchar a ninguno. A ti sí, tal vez —añadió, pensativo—, si te marchas a tu granja, mantienes la boca bien cerrada y no vuelves a salir de allí nunca más.
—No me iré sin mi portal —replicó él.
Kelan dejó escapar un suspiro.
—Ah, sí, tu portal. Sí, recuerdo nuestro trato. Pero aún no hemos encontrado a maese Belban, ¿verdad?
—¡Ese no era nuestro trato! —protestó Yunek.
Tash los observaba, sin poder creer lo que veían sus ojos. Se volvió hacia Cali.
—¿Saliste con ese tipo? ¿Y con el otro también? Serás muy lista, pero no tienes muy buen olfato para los hombres, ¿eh?
Cali no le replicó. Tabit la miró de reojo, todavía sin saber cómo actuar. Tampoco es que hubiese nada que pudiesen hacer, en realidad. Sus contrarios los superaban en número y estaban armados. Y Kelan había insinuado que no tenía intención de dejarlos marchar con vida.
Sin embargo, en aquel momento, Tabit solo podía pensar en Cali. Había algo de lo que había dicho Tash que rondaba su mente una y otra vez, como un insecto molesto.
Olfato… olfato… Perspicacia… Percepción…
Y la luz se hizo en su mente como un relámpago en una noche sin luna. Se puso de puntillas y susurró al oído de Rodak:
—Entretenlos todo lo que puedas. Yo voy a abrir ese portal.
Rodak asintió. Mientras Yunek y Kelan seguían discutiendo los términos de su acuerdo, Tabit se deslizó por detrás de sus amigos hasta el interior de la habitación.
Pero uno de los sicarios lo notó.
—¡Eh, el pintapuertas se escapa!
Kelan se detuvo un momento, desconcertado. Y entonces Rodak lanzó un salvaje grito de guerra y se precipitó escaleras abajo. Tras un breve instante de duda, las chicas lo siguieron.
—¡Id a por el guardián y olvidaos de…! —empezó a decir Kelan; pero Yunek se lanzó sobre él por la espalda y lo derribó al suelo.
Se inició una lucha confusa, algo más equilibrada ahora que Yunek se había vuelto contra Kelan y los suyos. Rodak peleaba a puñetazos, arriesgándose a ser herido por las dagas de sus enemigos; Cali había arrancado una pata a una silla desvencijada y la utilizaba como garrote, manteniendo a los matones a cierta distancia de ella.
Pero era Tash quien tenía ventaja, porque, como solía sucederle, sus contrarios la habían subestimado. Aunque parecía pequeña y enclenque, peleaba con fiera saña, y los largos años de duro trabajo en la mina la habían dotado de músculos de acero.
Sin embargo, todos eran conscientes de que no aguantarían mucho más. Tash y Cali no se habían detenido a pensar si se trataba de un último gesto valiente y desesperado o si realmente esperaban salvar sus vidas en aquella pelea. Rodak era el único que sabía que existía una ínfima posibilidad… si Tabit, en el piso de arriba, lograba abrir el portal. Solo tenían que aguantar un poco más…