Dejó la frase sin terminar, pero Cali lo había entendido.
—Comprendo —asintió—. Pero, si maese Belban logró salir de aquí dibujando un portal… tal vez, si somos capaces de encontrarlo, podamos usarlo nosotros también.
—Exacto —asintió Tabit.
Cali echó un vistazo al exterior.
—Parece que está amainando —murmuró—. Quizá no tarde en detenerse del todo.
—Saldremos entonces a buscar a maese Belban, el portal de salida o lo que podamos encontrar —le prometió Tabit—, pero, por el momento, será mejor esperar.
Una nueva oleada de luz reveló que Tash se había quedado dormida junto a Rodak, de puro agotamiento.
—Te parecerá estúpido —dijo entonces Cali, contemplándolos con cierta ternura—, pero, a pesar de todo lo que nos está pasando… yo no puedo dejar de pensar en Yunek, y en lo que nos ha hecho.
—No lo juzgues con demasiada severidad —dijo Tabit—. De verdad necesitaba ese portal, y parece ser que Kelan le prometió que se lo pintaría.
—Pero ¿era necesario que recurriera a ellos? Si hubiese esperado…
—Con todo lo que sé ahora, Caliandra —cortó Tabit—, estoy convencido de que la Academia jamás le habría concedido su portal. Salvo que hubiese estado dispuesto a pagar una cantidad que no podía permitirse, o se encontrase una nueva veta de bodarita en alguna parte. Y Yunek… o, mejor dicho, su hermana… no podía esperar tanto.
—¿Lo defiendes? —le espetó Cali, indignada—. Precisamente tú…
—No. De hecho, le dije en su momento que existían otras alternativas, que podía tratar de traer a su hermana a Maradia por otros medios… que, en el fondo, no necesitaba ese portal.
—¿Tú sabías que iba a recurrir al Invisible? —comprendió Cali—. ¿Desde cuándo?
Tabit suspiró. Decidió que había llegado la hora de contarle a Caliandra todo lo que sabía porque, a aquellas alturas, ya no tenía sentido seguir protegiéndola de la verdad.
—En realidad, el Invisible fue su segunda opción, en cierto modo —confesó.
Y le relató la conversación que había mantenido con él en Kasiba. Cali se rió amargamente.
—Yunek debería haber adivinado que te ibas a negar —comentó.
Tabit se encogió de hombros, esbozando una sonrisa de disculpa.
—Ya sé que a veces puedo ser muy puntilloso —dijo—, y que no debería defender tan a rajatabla las normas de una Academia cuyo funcionamiento interno no es del todo limpio. Pero de verdad creo que el mundo sería un lugar mejor si la gente intentara hacer las cosas bien, por difíciles que parezcan. Imagínatelo: si Yunek, Kelan, Ruris, Brot, maese Maltun… incluso maese Belban… si todos ellos hubiesen tomado una decisión diferente en un momento determinado… nosotros no estaríamos aquí ahora. Rodak estaría bien, guardando tranquilamente el portal de la lonja de Serena. Y Relia iría a clase, como todos los días, y a estas alturas quizá Unven ya se habría armado de valor para decirle lo que siente, algo que tal vez ya no pueda hacer jamás. Y todo porque en un momento dado algunas personas decidieron escoger el camino fácil.
Cali lo observaba, anonadada.
—De verdad crees todo eso —comprendió—. No lo dices por decir.
Tabit se mostró ligeramente avergonzado.
—Lo siento. Sé que suena tonto, incluso infantil, pero es lo que creo en realidad.
Cali sacudió la cabeza, entre apenada y divertida.
—No te disculpes. Todos sabemos que eres así. Por eso me sorprende que Yunek no me pidiera a mí que pintara su portal.
—Yo le pedí que no lo hiciera. Por las consecuencias, ya sabes. Él no conoce el reglamento de la Academia al respecto y…
—Cuando me dijiste que no aceptara su propuesta, la tarde que discutimos —comprendió de pronto Cali—, ¿te referías a eso?
Tabit enrojeció.
—Sí. Pero no podía ser más explícito delante de Zaut, ya sabes. Siento haberte incomodado.
Caliandra estaba perpleja.
—Pero yo creí… ah, qué estúpida soy. Pensaba que ya me había acostumbrado a todo tipo de cotilleos y en el fondo… —calló, pensativa, y alzó la mirada hacia Tabit—. Tengo que contarte algo. Sobre mí… y sobre Kelan.
—No tienes que darme explicaciones, Caliandra —repuso Tabit, muy serio.
Ella seguía con su mirada clavada en los ojos de él.
—Pero quiero hacerlo. Entre otras cosas porque, después de todo, Kelan es el Invisible, y yo… —calló, un tanto azorada.
—Saliste con él, ¿verdad? Eso no es ningún delito. Ni siquiera las normas de la Academia…
—Sé lo que dicen las normas —cortó Cali—. Las relaciones entre estudiantes no están prohibidas, siempre que se desarrollen con discreción. —Suspiró—. Que fue exactamente lo que yo eché de menos en su momento.
»Conocí a Kelan en clase de maesa Ashda. Estudié Restauración de Portales en tercero y coincidí con él en el grupo de prácticas. Me enamoré como una tonta. Pensé que era el hombre de mi vida, que seríamos muy felices juntos… Pero él solo estaba jugando conmigo. Me engañó desde el principio y yo… supongo que me dejé engañar. El caso es que, después de nuestra primera noche juntos, él decidió terminar nuestra relación. Así, sin más. Le he dado muchas vueltas desde entonces… Primero pensé que se debía a que yo le había decepcionado… en algún sentido, o en todos ellos. Pero él comenzó a alardear ante sus amigos, y al poco tiempo toda la Academia sabía lo que había pasado entre nosotros. Con pelos y señales —concluyó con un suspiro.
Tabit no respondió a eso, pero le oprimió suavemente el brazo, en señal de consuelo.
—Como comprenderás, no le tengo aprecio —prosiguió ella—. No solo me rompió el corazón, sino que destrozó mis sentimientos, mi orgullo y mi reputación. Yo era poco más que una niña, y Kelan se aprovechó de ello. Quería que supieras que, a pesar de lo que diga, hace ya mucho que no tengo nada que ver con él.
—Ya lo imaginaba —la tranquilizó Tabit.
—Así que no tenía ni idea de su doble identidad, ni he estado involucrada en ninguno de sus negocios sucios —insistió Cali—. Lo juro.
—No lo he dudado ni un solo momento —le aseguró él.
Caliandra sacudió la cabeza, entre molesta y desconsolada.
—Me siento tan estúpida… Creí que había aprendido algo de aquella primera relación, pero luego conocí a Yunek y me convencí a mí misma de que él era diferente. —Suspiró—. Tendría que haberme dado cuenta de lo que pretendía al acercarse a mí. Después de todo, ya no soy aquella quinceañera que bebía los vientos por ese idiota de Kelan —resopló.
—¿Quinceañera? —repitió Tabit, frunciendo el ceño—. ¿Cuántos años tienes ahora, Caliandra?
—Diecisiete —sonrió ella—. Me creías mayor, ¿verdad? Todo el mundo lo hace. Porque estoy en quinto y todo eso.
—Pero… pero… —Tabit seguía perplejo—. ¿Eso quiere decir que entraste en la Academia con…?
—Trece —asintió Cali—. Sé que la edad establecida para los estudiantes de primero está en quince como mínimo y dieciocho como máximo, pero mi padre tenía muchas ganas de librarse de mí, y consiguió arrancar al Consejo la promesa de que me permitirían entrar si superaba el examen de los aspirantes a la beca. En realidad, si de maese Revor hubiese dependido, no me habrían admitido. Pero a maese Denkar le gustó mi disertación, lo sometieron a votación y creo que me aprobaron por los pelos.
—Aun así, resulta impresionante —comentó Tabit; la contempló con renovado interés—. Eso significa que debimos de hacer el examen al mismo tiempo, ¿no?
Cali sonrió levemente.
—Pareces sorprendido. ¿Creías que eras el único que había tenido que estudiar para entrar en la Academia? ¿Que mis padres se limitaron a pagar mi matrícula, como pasa con todos?
Tabit sacudió la cabeza.
—Eres muy inteligente, Caliandra —respondió—. Pero el examen de ingreso requiere muchas horas de estudio previo… y reconoce que eso no se te da demasiado bien.
Cali le dedicó una alegre carcajada.
—Lo reconozco. Pero ya te he dicho que entré por los pelos y, además, soy perfectamente capaz de trabajar muy duro si algo me interesa de verdad.
Tabit asintió. Permanecieron un momento en silencio, contemplando las luces cambiantes de aquel desconcertante mundo. Entonces el joven dijo en voz baja:
—A Yunek le importas de verdad, Caliandra. Él no es como Kelan.
—No puedo saberlo —replicó ella con acidez—. También Kelan parecía muy enamorado al principio, ¿sabes? Solo con el tiempo descubrí qué clase de gusano es. De hecho, pensándolo bien, no debería sorprenderme que esté detrás de la trama del Invisible.
—Tendríamos que haberlo imaginado antes —admitió Tabit—. Después de todo, se está especializando en Restauración. Ha tenido que recorrer toda Darusia examinando portales antiguos, y sabe muy bien cuáles se usan y cuáles podrían desaparecer sin que nadie lo advirtiera. Está acostumbrado a trabajar con portales ya existentes y domina los materiales, pinceles, disolventes, espátulas… mucho mejor que la mayoría de los maeses. De ahí que pudiera borrar los portales sin dejar ni rastro de la pintura original.
—¿Quieres decir que fue él quien borró el portal de Rodak?
—Y todos los demás —asintió Tabit—. Apostaría por ello. De hecho, se me ocurre que no debió de costarle trabajo fingir que era un falso maese. Por ejemplo, como todavía no está obligado a llevar la trenza reglamentaria, podría haber utilizado una peluca más o menos burda para simular un disfraz que engañaría a sus clientes, pero no a cualquiera que conociera de verdad a los pintores de portales. Así, si alguien se molestaba en indagar un poco más, llegaría a la conclusión de que no era un maese de verdad, lo cual apartaría las sospechas de la Academia.
—Pero eso no tiene sentido —objetó Cali—. Se supone que a Ruris y Brot los mató el Invisible porque concertaron a sus espaldas la eliminación del portal de Serena. ¿Cómo iba Kelan a borrar el portal y después matar a sus cómplices por haberlo hecho?
—Eh —los sorprendió entonces la voz de Tash—. Me he dormido, ¿ha pasado algo mientras tanto?
Tabit echó un rápido vistazo a la boca de la cueva.
—Diría que el tiempo se ha estabilizado —informó—. La luz vuelve a ser verde.
—Me maravilla que eso sea una buena noticia —comentó Cali—. ¿Cómo está Rodak?
—Parece que va mejorando —repuso Tash—. Respira bien, y no tiene fiebre. Es fuerte; con un poco de suerte, saldrá de esta.
Tabit se había arrastrado por el túnel hasta el exterior. Se asomó con precaución y descubrió que la enorme bola de luz había desaparecido. El cielo había recuperado su aspecto inicial, y aquellos sinuosos relámpagos serpenteaban perezosamente sobre un fondo del color del musgo. En el horizonte permanecía el enorme cuerpo celeste de estrías blancas y rojizas. Tabit se sorprendió a sí mismo pensando que aquel paisaje parecía hasta hermoso.
Apartó aquellos pensamientos de su mente y volvió a entrar en la cueva.
—Todo está tranquilo ahí fuera —anunció—. Quizá haya llegado el momento de salir a estirar las piernas… y de buscar a maese Belban.
—Estupendo —asintió Tash—. Id vosotros, entonces. Yo me quedaré a cuidar de Rodak, y ya me contaréis si encontráis a vuestro
granate
loco… o alguna manera de llegar a casa.
Tabit se volvió hacia Cali, interrogante. Ella asintió.
—Bien —dijo Tabit—. Nos vamos, pues. Pero no tardaremos.
—Lo que sea —replicó Tash—. Y traed algo de agua cuando volváis, ¿vale? Me estoy quedando seca.
Los dos estudiantes intercambiaron una segunda mirada significativa. Pero ninguno de los dos hizo ningún comentario al respecto.
Momentos después, caminaban juntos por aquel inhóspito paraje.
—Quizá sería lo más práctico —opinó Tabit entonces—. Buscar agua, quiero decir. O comida. Por si acaso tenemos que quedarnos aquí más tiempo del que hemos calculado.
Cali se detuvo y miró a su alrededor.
—Es impresionante —comentó—. Tan extraño… tan diferente… Pero no quiero engañarme: es un mundo muerto, lo sabes tan bien como yo. Y si Tash no se ha dado cuenta aún es porque está demasiado preocupada por Rodak como para pensar en nada más. Pero no es tonta, y cuando se haga cargo de la situación…
Tabit suspiró.
—¿Qué le vamos a decir, pues? ¿Que los hemos salvado de Kelan y los suyos para traerlos a morir a un mundo inconcebiblemente lejano?
—Si utilizas delante de Tash la palabra «inconcebiblemente», no puedo garantizarte que no vaya a hacerte una cara nueva —observó Cali—. De todas formas… —Se detuvo de pronto, paralizada por la sorpresa.
—¿Qué?
Ella no respondió. Tenía la vista clavada en algo que había llamado su atención a lo lejos. Tabit siguió la dirección de su mirada, pero no vio nada extraño allí.
—¿Qué es, Caliandra?
—No lo sé, pero se mueve —murmuró ella y, justo en ese momento, Tabit lo detectó también: un pequeño punto oscuro que se deslizaba por entre las crestas rocosas que se alzaban en el horizonte—. ¡Tengo que verlo! —exclamó; y, antes de que Tabit lograse detenerla, la joven echó a correr.
—¡Espera, Caliandra! —la llamó él; pero el simple hecho de gritar le hizo perder el aliento, y tuvo que parar un instante, mientras observaba impotente cómo la figura granate de su compañera avanzaba por entre las estalagmitas espiraladas.
Sin embargo, Cali no tardó en quedarse sin resuello. Cuando Tabit la alcanzó, un poco más allá, se había apoyado contra una de las agujas rocosas y contemplaba el horizonte con frustración.
—Lo he perdido de vista —se lamentó—. No sé qué era, pero tú lo has visto también, ¿verdad? Y eso significa que no se trata de un mundo muerto, como pensábamos. Si algo puede sobrevivir aquí… tal vez nosotros también podamos.
Tabit habría podido objetar muchas cosas a aquel razonamiento, pero no lo hizo. Se encogió de hombros y siguió a Cali cuando ella reemprendió la marcha hacia la cresta donde había visto aquella forma animada.
Como no había sol, y aquel planeta rojizo parecía permanecer inalterable en la línea del horizonte, no tenían modo de calcular el paso del tiempo. Para cuando se detuvieron a descansar, a Tabit le parecía que habían pasado al menos dos horas, mientras que Cali sostenía que no había sido ni la mitad. En cualquier caso, no habían hallado señal de vida. Tampoco había agua, y ambos empezaban a sentirse espantosamente sedientos.
—Tenemos que volver —dijo Tabit—. Si nos alejamos más, corremos el riesgo de perder de vista nuestro refugio.