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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (58 page)

BOOK: El libro de los portales
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«A Rodak le gusto», pensó. «O le gustaba. Pero eso era porque pensaba que era un chico. Porque él prefiere a los chicos. Así que en realidad no le gusto yo. Y nunca le gustaré.»

Rodak leyó en su rostro la comprensión y la desilusión que se iban apoderando de ella. Y su enfado desapareció como por encanto.

—Así que ¿no lo sabías? —tanteó—. ¿Pensabas que me había dado cuenta de que eres una chica?

Ella asintió, muerta de vergüenza. Ya no era capaz de sostenerle la mirada. Rodak empezó a intuir hasta qué punto la había herido, y sintió la necesidad de justificarse:

—¿Cómo iba a saberlo? Te comportas como un chico, hablas como un chico y hasta te refieres a ti mismo… a ti misma… —se corrigió, sacudiendo la cabeza, confundido—, bueno, lo que sea… como si fueras un chico.

Tash cerró los ojos. Las náuseas regresaban con más intensidad que antes.

—Yo… fingía que era un chico para poder trabajar en la mina —dijo con esfuerzo—. Es lo que he hecho siempre. No sé ser una chica. Pero entonces tú empezaste a tratarme de manera especial, y yo creí… pensé…

Rodak la contempló dividido entre la compasión y la perplejidad.

—Tash…

—Tashia —corrigió ella; escupió el nombre con rabia y sonó como el azote de un verdugo.

—No tenía intención de herirte. También yo estoy… —se interrumpió antes de decir «decepcionado», porque sospechaba que era lo último que su amiga necesitaba escuchar en aquellos momentos—, desconcertado. Te juro que yo creía que eras un chico… muy guapo, por cierto. Y que la atracción era mutua.

—Lo era —dijo Tash—. Y lo es, al menos por mi parte. Pero ya no puede ser, ¿verdad? —añadió, lanzándole una mirada preñada de rabia y dolor—, porque no tengo el cuerpo adecuado. Para variar.

Rodak no supo qué contestar. La atrajo hacia sí para abrazarla, pero ella lo apartó de un manotazo.

—Tash, lo siento.

Ella quiso responder «Yo también», pero no llegó a hacerlo. Le sobrevino una nueva arcada que la obligó a inclinarse sobre la borda y a echar al mar el contenido de sus tripas. Se sintió más miserable que nunca. Notó las manos de Rodak sobre los hombros, tratando de confortarla, pero su contacto le dolía y le quemaba como un atizador al rojo. Se apartó de él, temblando, mientras sentía que el pequeño barco que transportaba su corazón se hundía en las profundidades hasta tocar fondo.

—No —dijo con esfuerzo—. Déjame en paz.

Pretendió salir corriendo, pero solo logró arrastrarse penosamente por la cubierta, en precario equilibrio, hasta alcanzar la escotilla.

Rodak se preguntó si debía seguirla o, por el contrario, sería mejor que la dejase un rato a solas. Optó por esto último, no solo porque ella se lo había pedido, sino también porque, en realidad, no tenía ni idea de cómo afrontar aquella situación. Se apoyó en la borda, todavía confuso. Se tomó un tiempo para volver a repasar lo que sabía de Tash, recordándose a sí mismo que era una chica, y no el muchacho que él había creído ver en ella. Se sentía dolido y decepcionado porque, aunque era consciente de que el cariño que sentía por Tash nunca desaparecería del todo, no podría ser para él la pareja que había imaginado. Ahora que sabía que era una mujer, ya no era capaz de verla del mismo modo. Suspiró; tendría que despedirse de aquel muchacho para siempre. ¿Se había enamorado de verdad de una quimera, de algo que no existía? Y, si era así… ¿sería capaz de superarlo y de iniciar algún tipo de amistad con Tash… con Tashia?

Una parte de él aún sentía rencor hacia la chica que, involuntariamente o no, lo había engañado, haciéndole concebir falsas ilusiones. El dolor que sentía tardaría en mitigarse. Sin embargo, sospechaba que el de ella era más intenso y profundo, y también duraría más tiempo. Porque en el caso de Tash había mucho más que un desengaño amoroso. Ella seguiría enamorada de él, si es que sentía algo parecido, porque no había descubierto de repente que su sexo era otro distinto al que le había atribuido. Y por otro lado…

El joven suspiró. No olvidaría jamás la expresión de Tash al comprender que a Rodak no le gustaba ella en realidad, sino «él».

«Porque no tengo el cuerpo adecuado», había dicho la chica. «Para variar.»

—Oh, Tash —murmuró Rodak, apenado. Intuía que detrás de aquellas palabras había un profundo sufrimiento que venía de lejos, de mucho antes de que los caminos de ambos se cruzaran por primera vez ante las puertas de la Academia. Rodak superaría aquella decepción. Era fuerte, y no era aquella la primera vez que se enfrentaba al rechazo o al desengaño. Pero a Tash le costaría mucho tiempo sacudirse de encima la idea de que ella «no tenía el cuerpo adecuado». Significara lo que significase aquello.

Rodak decidió que debía hablar con la muchacha. Ofrecerle su apoyo y su amistad incondicional. A medida que se iba haciendo a la idea de que «él» era en realidad «ella», la atracción que había sentido se desvanecía lentamente, como la neblina matinal bajo los rayos del sol. Pero el cariño seguía ahí, inquebrantable como una roca. Y Rodak estaba dispuesto a entregárselo a Tash, si ella quería aceptarlo.

Se separó de la borda con intención de seguirla hasta la bodega, pero entonces una voz llamó su atención.

—… los encontremos. Si llegamos tarde, Redkil, te juro que te arrepentirás de haberme impedido cruzar ese portal.

Rodak se detuvo y se volvió, buscando el origen de la voz.

Eran dos las personas que hablaban, y estaban asomadas a la proa, como si el hecho de contemplar el horizonte con aire de aves rapaces los acercase más deprisa a su destino. Uno de ellos, un individuo no muy alto, de aspecto ladino y gestos nerviosos, que llevaba ropas oscuras y el pelo castaño recogido en la nuca, trataba de calmar al otro, un joven que vestía de granate. Rodak dedujo, por el peinado y el tipo de hábito que llevaba, que no era un maese, sino un estudiante. Le sorprendió verlo en el mismo barco en el que iban él y Tash. Pensó que podría ser una coincidencia pero, por si acaso, se ocultó tras el mástil, tratando de pasar desapercibido, y escuchó con atención.

El tipo nervioso, al que el estudiante había llamado Redkil, respondió algo a su compañero que Rodak no llegó a captar. El muchacho replicó con impaciencia:

—¡No me importa cuáles fueran las instrucciones! Me juego mucho en esto, y lo sabes.

De nuevo, Redkil contestó y Rodak se quedó sin saber qué había dicho. Hablaba a media voz, consciente quizá de que podrían estar escuchándolo. En un momento dado echó un fugaz vistazo atrás, y el guardián vio que tenía la nariz torcida y unos ojos grises y desconfiados que, por fortuna, no llegaron a descubrirlo.

Por su parte, el estudiante estaba demasiado alterado como para tomar precauciones.

—¡Pero este barco es demasiado lento! —se quejó—. Si no tuviera que cargar contigo, habría cruzado el portal y ya estaríamos allí. ¡Capitán! —llamó, volviéndose hacia el belesiano que estaba al timón—. ¿Cuánto falta para llegar?

—Media hora menos que hace media hora —respondió el marino, imperturbable.

El estudiante gruñó por lo bajo, pero pareció conformarse con aquella contestación. Rodak aprovechó para observarlo atentamente. No lo conocía, ni recordaba haberlo visto en sus breves visitas a la Academia. Se relajó un tanto. Tal vez no tuviese nada que ver con el Invisible y se tratase de una coincidencia, después de todo. «Si nos estuviese siguiendo», reflexionó, «sabría que estamos en este barco y se mostraría más discreto. ¿O no?», se preguntó, recordando las imprudencias que había cometido el misterioso encapuchado que había hablado con Yunek en Kasiba. Reparó entonces en el hecho de que él mismo no llevaba su uniforme de guardián. Lo había decidido así para pasar desapercibido en Belesia, pero existía la posibilidad de que, debido a ello, los dos pasajeros impacientes no lo hubiesen reconocido.

Los observó con discreción durante el resto del trayecto, pero ellos no volvieron a levantar la voz, ni llegó a descubrir nada más acerca de su identidad o el motivo de su viaje.

Cuando por fin el barco atracó en el puerto de Varos, Rodak pensó en ir a buscar a Tash a la bodega, pero temía perder de vista al estudiante y su compañero. Sin embargo, Tash decidió por él: salió al exterior, pálida y con un aspecto entre fiero y desvalido que a Rodak le pareció muy tierno. «Es una chica», se recordó a sí mismo.

Y era su amiga, de modo que acudió a su encuentro para ver si necesitaba ayuda.

—Estoy bien —dijo ella de mal talante—. Y estaré mejor en cuanto ponga los pies en un suelo que no se mueva.

Rodak se encogió de hombros, pero permaneció a su lado, dejando su brazo cerca por si ella necesitaba de su apoyo en algún momento.

Se encontraron con los otros dos pasajeros junto a la borda. Rodak miró hacia otro lado, tratando de que no se fijasen en él. Tash, por su parte, palideció aún más al ver la tabla por la que tenía que descender hasta el muelle. El estudiante y su compañero aprovecharon su vacilación para tomarle la delantera y bajar ellos en primer lugar.

—Date prisa, Redkil —lo apremió el joven—. Si aún tenemos que reunirnos con los demás, puede que no lleguemos a tiempo.

Rodak le dio vueltas a aquellas palabras, preguntándose qué significarían. Se dio cuenta entonces de que Tash se había quedado quieta junto a la borda, y la cogió suavemente del brazo.

—¿Estás bien? Si necesitas ayuda…

Pero ella negó con la cabeza y lo miró con los ojos muy abiertos.

—¡Es ese
granate
! —susurró—. Lo conozco. Estuvo en Ymenia, en la mina.

Se puso de puntillas para tratar de distinguir su rostro, pero el joven ya se alejaba por el muelle con su compañero, dándoles la espalda.

—Es el que vino por la noche y tenía tratos con el capataz —prosiguió Tash en voz baja, cada vez más excitada—. No le vi la cara, pero juraría que era él. Reconozco su voz.

Rodak frunció el ceño y contempló a los dos misteriosos pasajeros, que se dirigían hacia el pueblo, aparentemente ajenos a los dos muchachos que los observaban desde el barco. Estaba claro que su presencia en Varos no era una coincidencia.

Pero no los estaban buscando a ellos, comprendió Rodak de pronto.

—Van siguiendo a Tabit y a Caliandra —dijo—. Tenemos que avisarlos antes de que los encuentren.

—Vamos, piensa —la apremió Tabit—. Si maese Belban quisiera que tú atravesaras ese portal, no habría puesto una contraseña que no fueras capaz de descubrir por ti misma.

Pero Cali sacudió la cabeza, desesperada.

—¡Ya he probado todo lo que se me ha ocurrido! Pero ¿y si la contraseña es un dato que nosotros no conocemos, pero que maese Belban cree que deberíamos saber? Por ejemplo, los nombres de su hermana o de su antiguo ayudante.

Tabit reflexionó sobre aquella posibilidad.

—Podemos intentar averiguar ambas cosas —dijo—. Pero perderíamos mucho tiempo y, si nosotros somos capaces de encontrar esos datos, cualquiera podría. No, Caliandra; tiene que ser algo que solamente sepas tú. Piensa en las cosas de las que habéis hablado, en todo lo que has aprendido como ayudante de maese Belban…

—Pues, en realidad, no he aprendido gran cosa —replicó ella, de mal humor—, porque solo llegamos a reunirnos dos veces antes de que decidiera largarse sin decir nada a nadie.

—Entonces tiene que ser algo que surgiera en una de esas dos reuniones. Como lo que le dijiste a su hermana en Vanicia.

Cali suspiró.

—¿«No hay fronteras»? Ya lo he intentado con eso. Y no se me ocurre nada más.

Llevaban toda la mañana así. Tabit había rascado los restos de la pintura reseca del bote hasta conseguir un poco de polvo de bodarita de aquel extraño color violeta. Ambos esperaban que hubiera suficiente para escribir en la tabla varias contraseñas hasta dar con la buena, pero hasta el momento no habían tenido suerte.

Tabit se puso en pie.

—¡Qué tarde es! —dijo—. Tendríamos que ir al pueblo a ver si Tash y Rodak han conseguido llegar ya.

—Vete tú —respondió Cali—. Yo me quedaré aquí, dándole vueltas a esta condenada contraseña.

Tabit la miró fijamente.

—Caliandra, prométeme que, si logras abrir ese portal, no te marcharás sin mí.

—Lo prometo —suspiró ella—. Pero no te preocupes; no creo que llegue a abrirlo de ninguna manera, así que…

—Si alguien puede llegar a alguna conclusión con los pocos datos que tenemos, esa eres tú, no me cabe duda.

La joven le dirigió una cálida sonrisa.

—Gracias por tu confianza, pero creo que me sobrevaloras.

—Ya lo veremos —replicó él antes de salir por la puerta.

Dejó, pues, a Caliandra sola con aquel nuevo enigma y descendió por la ladera hasta las afueras del pueblo. Desde lo alto de la colina había visto que acababa de arribar a puerto un barco, bastante más grande que los pesqueros que faenaban por los alrededores; se apresuró hacia allí con la esperanza de que sus amigos hubiesen llegado en él.

Mientras caminaba por las calles empedradas de la villa, alguien lo llamó desde una esquina. Tabit se volvió, intrigado. Se le iluminó la cara al ver allí a Tash y Rodak, y se reunió con ellos. Sin embargo, antes de que pudiera saludarlos siquiera, el guardián tiró de él con urgencia hasta conducirlo a un rincón apartado.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Tabit, molesto, sacudiéndoselo de encima.

—Los traficantes de bodarita os están buscando —respondió Rodak.

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