De pronto sintió un dolor agudo y ardiente en su vientre, y lanzó un gemido de dolor. Se sacudió de encima al hombre que lo había apuñalado y miró a su alrededor justo a tiempo para ver que golpeaban a Tash con una tranca, dejándola inconsciente sobre el sucio suelo.
Rodak lo veía todo rojo; bramó como un toro furioso, se cargó a Tash al hombro y se arrastró hacia el piso superior. Por el camino arrojó escaleras abajo a la mujer pirata, que lo había seguido, y gritó:
—¡Arriba, Caliandra!
Ella gritó de dolor cuando trató de abrirse paso y una de las dagas cortó profundamente su antebrazo derecho. Pero se las arregló para seguir a Rodak y a Tash, sin detenerse a pensar en lo que hacía, sujetándose con la otra mano la herida sangrante.
—¡Cogedlos! —aulló Kelan.
Yunek quedó en el suelo, herido y magullado tras la escaramuza. A pesar de eso, sonrió al verlos marchar.
—Corre, Cali —susurró.
En la buhardilla, Tabit había rascado frenéticamente el bote de pintura para extraer de él hasta la mínima partícula de polvo de bodarita. Después se untó los dedos en él y, tras detenerse ante la tabla de la contraseña, respiró profundamente, tratando de pensar.
¿Qué era lo que Cali tenía que ningún otro estudiante podía igualar? Maese Belban había sido muy claro al respecto, y Tabit no había olvidado la breve conversación que ambos habían mantenido ante el despacho del rector, a pesar de que parecían haber transcurrido siglos desde entonces.
«Intuición», había dicho él.
Eso era exactamente lo que se necesitaba para abrir el portal.
Tabit reflexionó, intentando recordar cómo se expresaba aquel concepto en el lenguaje simbólico de la Academia. Al ser un término abstracto, el signo correspondiente sería complejo y enrevesado. Cerró los ojos y lo visualizó en su mente. Por fortuna, en su momento había memorizado de principio a fin todos los diccionarios hasta el quinto nivel, que era el más elevado. Respiró hondo y comenzó a trazarlo en la tabla, deseando tener suficiente tiempo y polvo de bodarita para escribirlo hasta el final.
Cuando ya estaba terminando, entraron a la carrera Cali y Rodak; este último arrastraba tras de sí a Tash, que avanzaba a trompicones tras él, pálida y desorientada, como si no supiera dónde se encontraba.
Tabit no les prestó atención. Siguió con la vista clavada en lo que estaba haciendo, porque el signo que estaba dibujando no se veía reflejado en la tabla, y si apartaba la mirada, aunque solo fuera un momento, podría trazarlo mal.
Finalmente perfiló la última espiral y, de pronto, el símbolo correspondiente a la palabra «Intuición» se iluminó un instante, con un suave resplandor violeta, y volvió a apagarse de inmediato.
Y el portal se activó.
Cali lo contempló maravillada.
—¡Lo has conseguido, Tabit!
Él no las tenía todas consigo. Echó el enésimo vistazo a la ventana, solo para constatar, como todas las veces anteriores, que era demasiado pequeña para que pasaran por ahí. Por la escalera se oían las voces y los pasos de Kelan y los suyos, por lo que aquella era la única vía de escape que les quedaba.
Tabit y Cali cruzaron una mirada. Ella asintió, y cruzó el portal violeta sin mirar atrás, sujetándose el brazo sangrante. Rodak la siguió, arrastrando consigo a Tash.
Tabit dudó solo un instante. Cogió su zurrón y, justo en el momento en que la puerta volvía a abrirse con violencia, atravesó el portal violeta, un instante antes de que este se apagara de nuevo.
Aún llegó a oír, antes de que aquel retortijón tan familiar se apoderara de su cuerpo, el grito de frustración de su compañero de estudios.
«Pero las posibilidades que nos brinda la ciencia de los portales son infinitas.
¿Quién puede asegurar que no existen otras dimensiones similares a la nuestra, o incluso muy diferentes? ¿Y si pudiésemos llegar hasta ellas a través de un portal?»
¿
Dónde están las fronteras?
Un ensayo sobre el presente y el futuro de la ciencia de los portales
,
maese Belban de Vanicia. Capítulo introductorio
Tabit emergió del portal y no halló suelo sólido bajo sus pies. Con una aterradora sensación de vértigo, se precipitó al vacío en medio de un extraño resplandor de color amarillento. Abrió la boca para gritar, pero entonces su cuerpo chocó contra una superficie inclinada, dura y salpicada de aristas por la que rodó durante unos penosos instantes hasta quedar dolorosamente enganchado en algo puntiagudo. Abrió los ojos, magullado. La luz había desaparecido, y ahora se hallaba rodeado de una extraña penumbra verde. Miró a su alrededor, sobrecogido, y divisó un paisaje completamente diferente a cualquier cosa que hubiese visto con anterioridad. El suelo estaba compuesto por rocas afiladas que se elevaban en espirales retorcidas, en distintas alturas, hacia un inaudito cielo del color del musgo. Tabit dejó escapar una pequeña exclamación horrorizada cuando vio una sinuosa luminiscencia amarilla surcar aquel cielo verdoso como una culebra en el agua. La luz se apagó enseguida, pero detectó otras, iluminando el firmamento en breves intervalos, en colores blancos, anaranjados o rojizos, como retazos de un amanecer inquieto que hubiesen cobrado vida para aventurarse a explorar el cielo en busca de un sol inexistente.
Pero aún más sorprendente que todo aquello era la enorme forma redondeada, rojiza y con estrías blancas, que asomaba por el horizonte. Tabit pensó primero que se trataba de una luna gigantesca; pero luego rectificó al darse cuenta de que quizá fuera un mundo entero, inmenso, y aquella posibilidad lo sobrecogió profundamente.
El joven se dejó caer de rodillas, anonadado.
—¿Dónde… dónde estoy? —murmuró.
Le faltaba un poco el aliento, de modo que inspiró hondo. El aire olía de forma extraña. La luz tenía una rara densidad también, como si descendiese en lentas oleadas, tiñéndolo todo con un irreal tono verdoso. Tabit se frotó los ojos. Aquello debía de ser un sueño.
Se volvió en todas direcciones, en busca de alguna referencia reconocible. Había rodado por un talud hasta que su avance se había visto detenido por una de aquellas espirales rocosas. Localizó su zurrón un poco más allá, y trepó como pudo por las rocas hasta alcanzarlo.
Cuando tocó aquel objeto tan familiar para él empezó a hilvanar detalles de lo que había sucedido. Alzó la mirada hacia el lugar donde debería estar el portal, pero solo divisó un resplandor violeta que se debilitaba por momentos, hasta desvanecerse por completo. Se había abierto un par de metros por encima de la superficie, y Tabit comprendió horrorizado que, de no ser por aquella providencial elevación rocosa, podría haberse precipitado desde una altura mucho mayor hacia una muerte horrible entre las agujas de piedra.
Decidió no pensar en ello. Recordó entonces a sus compañeros, y miró a su alrededor. Distinguió, no lejos de allí, la figura inerte de Cali.
Le costó un poco alcanzarla. Por alguna razón, se cansaba mucho al moverse por allí, y respirar también le resultaba difícil. Se inclinó a su lado con ansiedad, y solo se relajó al ver que ella estaba inconsciente, pero viva.
—¡Tabit! —oyó de pronto la voz de Rodak.
Alzó la mirada y lo vio avanzando hacia él junto a Tash. Los dos caminaban con torpeza, sosteniéndose mutuamente. A Tabit le pareció que el guardián no tenía buen aspecto, pero no podía estar seguro de que aquel tono cetrino de su piel no fuese un efecto de la luz que lo bañaba todo.
Tash, por su parte, estaba fuera de sí:
—¿¡Dónde estamos!? —chilló—. ¿A dónde diablos nos has traído, condenado
granate
?
—Cálmate, Tash —la detuvo Rodak con suavidad; pero también él miró a Tabit, interrogante.
El joven apenas les prestaba atención, porque Cali parecía estar volviendo en sí. Tabit la alzó con delicadeza.
—Tranquila —le dijo en voz baja cuando ella abrió los ojos con asombro—. Soy yo, Tabit.
Caliandra jadeó y trató de incorporarse un poco más.
—Caí… y me di un buen golpe en la cabeza —gimió, frotándosela con cuidado.
Tabit se apresuró a apartarle el pelo para examinar la zona dañada.
—Te saldrá un buen chichón —observó—, pero no parece grave. —La ayudó a levantarse y se volvió hacia sus compañeros—. No sé dónde estamos —les confesó—. Yo no escribí las coordenadas del portal, solo me limité a desentrañar la contraseña que lo abría. En teoría, debíamos haber aparecido en la Academia, veintitrés años atrás.
Rodak entrecerró los ojos.
—¿Veintitrés años…? —repitió—. ¿Cómo podríamos hacer eso? Si ni siquiera habíamos nacido entonces.
—Es largo de explicar. Pero hemos venido siguiendo a maese Belban, que atravesó este portal… así que él debería estar por aquí.
Miró a Cali, pero ella estaba extasiada, contemplando el extraño paisaje que la rodeaba. Tabit vio otra de aquellas serpientes de luz anaranjada reflejándose en sus ojos, abiertos de par en par, y, a pesar de la situación en la que se encontraban, no pudo reprimir una media sonrisa.
—Pues muy bien —gruñó Tash, de mal humor—. Así que nos traéis a este… este… lo que sea… solo para buscar a ese estúpido
granate
loco. Yo no pienso seguiros el juego, ¿sabes? Llévame de vuelta a casa o te juro que te haré una cara nueva. Y no te va a gustar.
Tabit la miró y no le pareció que estuviese bromeando. Sin embargo, no se lo tuvo en cuenta porque no le costó adivinar que, bajo aquella actitud beligerante, Tash se sentía absolutamente aterrorizada.
—No vinimos solo para encontrar a maese Belban, Tash —le recordó—. Estábamos huyendo de unas personas que amenazaban con matarnos, ¿recuerdas?
—Lo que sea —replicó ella, con un nervioso gesto de impaciencia—. Haz otro portal y llévanos a casa. Este sitio me pone los pelos de punta y…
Se calló al notar que Rodak aflojaba su abrazo en torno a ella y su cuerpo se deslizaba hacia abajo. Trató de sostenerlo, pero no pudo evitar que el muchacho se desplomara sobre el suelo de roca, exánime.
—¡Rodak! —chilló ella. Se precipitó sobre su amigo, y fue entonces cuando se dio cuenta de que las ropas de él estaban manchadas de sangre.
—¡Nos hirieron en la pelea! —exclamó Cali, llevándose la mano a su propio brazo lesionado—. Lo mío es solo superficial, pero Rodak…
Tash le apartó la ropa hasta descubrir la profunda herida que el joven había recibido en el vientre. Lanzó una exclamación horrorizada.
—¡Ha perdido mucha sangre! —dijo, volviéndose hacia los estudiantes—. ¡Rápido, necesito vendas!
Ellos se quedaron quietos, incapaces de reaccionar. Con un resoplido de impaciencia, Tash le arrebató a Tabit el zurrón y comenzó a hurgar en él, arrojando al suelo el contenido que consideraba innecesario: el cuaderno, un bote de pintura de bodarita, varios pinceles… Su dueño reaccionó a tiempo de recuperar el medidor Vanhar antes de que Tash lo lanzara contra las rocas.
—¡Condenados
granates
! —le chilló ella—. ¿Cuándo vais a hacer algo útil, para variar?
—¡La pintura de portales es una ciencia muy útil! —se defendió Tabit.
Pero Tash no lo escuchaba. Había hallado una cantimplora de agua y, tras arrodillarse de nuevo junto a Rodak, le limpiaba la herida con sumo cuidado. Después se arrancó las mangas de la camisa desde los hombros, dejando al descubierto sus brazos enjutos y musculosos, y vendó con ella el vientre de su amigo. Cuando terminó, respiró profundamente y pareció relajarse un tanto.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Tabit.
Tash se encogió de hombros.
—Parece que las tripas siguen todas en su sitio, y eso es buena cosa —respondió—. Pero ha perdido mucha sangre, así que dependerá del aguante que tenga… y de que la herida no esté sucia y cierre bien.
Tabit asintió.
—Es una suerte que al menos uno de nosotros entienda de estas cosas —comentó.
—En la mina hay accidentes a menudo —respondió ella—. Techos que se derrumban, suelos que se hunden… A veces un solo momento de duda supone la diferencia entre la vida y la muerte. —Contempló el rostro de Rodak con expresión indescifrable y sacudió la cabeza—. Debería haberme dado cuenta antes de que estaba herido. Si le pasa algo…
Tabit colocó una mano consoladora sobre el hombro de la muchacha.
—Ha sido todo muy confuso —dijo—, pero ahora ya no estás sola. Aunque no sepamos qué hay que hacer para curar a Rodak, te garantizo que te ayudaremos en todo lo que sea necesario.