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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (31 page)

Cali sacudió la cabeza.

—Tabit, Tabit… —lo regañó—. ¿Aún no te has dado cuenta de que los portales azules no funcionan de la misma manera que los demás? Habrá que revisar todo lo que sabemos al respecto y buscar nuevas leyes para ellos.

Tabit acercó la mano al portal activo, maravillado, sin atreverse a tocarlo. Los trazos ondulantes del diseño de Cali tenían un aspecto hipnótico. Casi parecía un pequeño sol azul engastado en la pared de piedra.

—Pero… ¿a dónde conducirá? —se preguntó—. Tal vez nos hayamos equivocado, y estos no sean portales gemelos. Quizá sus gemelos estén en otra parte. Quizá…

—Se han activado a la vez, Tabit —le recordó Caliandra mientras se afanaba de nuevo con el pincel empapado de pintura azul.

—Quizá no deberíamos malgastar tanta pintura en experimentos al azar —comentó él con cierta preocupación.

Cali sacudió la cabeza. La trenza se le deshizo un poco más, y las puntas de su flequillo casi rozaron peligrosamente la pared.

—Estamos a punto de descubrir algo importantísimo —le recordó—. Y Tash dijo que en su mina había toda una veta de bodarita azul.

—Pero, que sepamos, no existe en ninguna otra explotación. Ni hay constancia en los anales de la Academia de que alguna vez se haya encontrado algo semejante. Probablemente es mucho más rara que la bodarita normal, ¿sabes?

Caliandra no respondió. Terminó de trazar el símbolo y el portal se activó de nuevo.

—¡Eh! ¿Lo ves?

—¿Has vuelto a pintar el sesenta y dos? —preguntóTabit, frunciendo el ceño—. Si eso no es malgastar pintura, sea roja o azul, no sé…

—No —negó ella—. No soy tan tonta, ¿sabes? He probado con otra variable. He escrito sesenta y uno.

—No puede ser —dijo Tabit otra vez, y tuvo la extraña sensación de que, con aquellos portales azules, iba a repetir aquella frase con más frecuencia de la que le gustaría—. No pueden estar conectados si no coinciden todas las coordenadas.

Caliandra se había levantado y retrocedió un poco para mirar ambos portales.

—Dijiste que los portales normales no dependían de la duodécima variable, ¿verdad? —comentó—. Que funcionaban igualmente, la pusieras o no. A lo mejor estos portales azules necesitan esa coordenada, pero no importa qué coordenada sea, siempre que escribas algo ahí. Por eso es «Indefinida».

Tabit negó con la cabeza.

—Eso no tiene ningún sentido.

Caliandra suspiró.

—Está bien, lo haremos otra vez —dijo—, solo para demostrarte que tengo razón.

Y saltó al interior del portal que tenía anotado el símbolo que había indicado el medidor. Tabit esperó, maldiciéndose a sí mismo por no haber sido lo bastante rápido como para detenerla… otra vez.

Un instante después, Cali reapareció por el mismo portal por el que había entrado.

—¿Lo ves? —dijo, triunfante; después se volvió y le cambió la expresión—. Un momento…

A Tabit estaba a punto de estallarle la cabeza.

—Esto no puede ser —dijo—. ¿Dónde has estado?

—En ninguna parte —respondió ella, no menos estupefacta que él—. He entrado y salido… por el mismo portal.

Tabit se frotó las sienes con las yemas de los dedos.

—A ver, pensemos con lógica. Has cambiado la duodécima coordenada en uno de los portales y, por tanto, y como yo ya suponía, el enlace entre ellos se ha roto. Pero, en tal caso, no debería funcionar ninguno de los dos. Porque el portal de entrada no puede ser el mismo que el de salida.

—Ya lo has visto —respondió Cali—. He salido por donde entré, ¿verdad?

—Eso me ha parecido.

—Lo voy a probar otra vez… solo para estar seguros.

—¡No! —la detuvo él—. Ni se te ocurra. Con estas cosas no se juega, ¿sabes? Si no tienes ni idea de a dónde conduce un portal, no hay que cruzarlo nunca, ya lo sabes. Podría no estar bien enlazado… Y no sabemos cómo se comportan estos portales azules. Quién sabe si maese Belban no se cansó de hacer cálculos y decidió hacer experimentos por su cuenta… y se perdió en algún lugar entre portales.

—¿Existen esos sitios? Pensaba que eran cuentos para asustar a los nuevos.

—Parece ser que ha habido gente, a lo largo de la historia, que ha atravesado portales mal enlazados y no ha aparecido nunca más. O ha aparecido… a trozos —se estremeció.

—¿Cómo que a trozos? —se extrañó ella—. ¿Como, por ejemplo, el torso en Belesia, las piernas en Uskia y la cabeza en Rodia, o algo así?

—O algo así —asintió él.

—No me lo creo.

—Bueno, puede que eso sí sea una especie de leyenda sin fundamento, pero es cierto que ha habido maeses que se han perdido entre portales y nunca más se ha sabido de ellos.

Tabit esperaba que aquellas palabras asustaran a Caliandra, pero tuvieron en ella un efecto muy distinto al que había calculado. La muchacha contemplaba el portal azul, pensativa.

—Quieres decir que tal vez maese Belban esté vagando en medio de ninguna parte. En tal caso —añadió, alzando la cabeza con decisión—, eso es un motivo más para ir en su busca. Deséame suerte.

Tabit se lanzó hacia delante, tratando de detenerla, pero apenas logró rozar su hábito con la punta de los dedos antes de que Caliandra desapareciera por el otro portal, aquel cuya duodécima coordenada era «sesenta y uno».

En el fondo, Cali estaba aterrorizada, pero no se había parado a pensar en su decisión, porque sabía que, si lo hacía, jamás se atrevería a cruzar el portal, no después de las advertencias de Tabit. Sintió aquel tirón familiar en el estómago, un leve mareo y, de pronto, salió del portal… de nuevo, al estudio de maese Belban.

—¡Vaya! —comentó, desencantada—. Al final sí será verdad que la duodécima variable es en realidad una constante.

La figura envuelta en un hábito granate, que ella en la penumbra había tomado por Tabit, dio un respingo al oírla y se volvió, estupefacto.

—¿Quién eres tú? ¿Y qué haces aquí?

Cali fue consciente entonces de las diferencias que se le habían pasado por alto hasta el momento. La habitación de maese Belban no era exactamente la misma. La chimenea estaba encendida y, a la luz de las llamas, la joven pudo ver que tanto la cama como el arcón habían desaparecido; además, el escritorio se encontraba al fondo de la estancia, y no apartado junto a la pared. Era noche cerrada, y la persona que la contemplaba, como si hubiera visto un fantasma, desde luego no era Tabit.

—¿Maese… maese Belban? —pudo decir ella.

El profesor parecía no haber dormido en mucho tiempo. Unas profundas ojeras marcaban su rostro cansado, y daba la sensación de que no se había cambiado de ropa en varios días. Cali no dejó de notar que, en contra de su costumbre, su cabeza lucía la trenza reglamentaria, aunque ya algo deshecha, como si hiciera tiempo que no se peinaba. Además, su pelo era gris, y no blanco.

—Maese… Belban —repitió Cali—. Pero ¿cómo…? ¿Dónde habéis estado todo este tiempo?

—¿Yo? —El pintor de portales parpadeó, desconcertado—. He estado aquí mismo, jovencita, toda la tarde. ¿Y quién eres tú? ¿Y cómo has entrado aquí?

—Soy… Caliandra, vuestra ayudante. ¿No me recordáis? He venido…

Sacudió la cabeza, confusa. Se volvió hacia la pared, pero, ante su sorpresa, descubrió que allí ya no había dos portales azules, sino uno solo, el que acababa de atravesar. Y ni siquiera podía asegurar que fuese un portal, porque no estaba pintado en ninguna parte: era solo un tenue brillo que seguía el patrón del diseño que ella había hecho y que el propio maese Belban había dibujado en la pared de su estudio… ¿o no?

—Yo… no lo entiendo —balbuceó.

También el profesor se había quedado contemplando aquel portal que no era un portal, fascinado. Parecía la huella fantasmal del portal azul, apenas un resplandor etéreo, sin unos trazos firmes de pintura que lo sostuvieran.

Y, como si del espíritu del portal se tratase, como una estrella entre la niebla, la luz azul del portal empezó a desvanecerse lentamente.

Él reaccionó.

—¡Seas quien seas, no puedes quedarte aquí! ¿No lo ves? ¡Va a desaparecer!

Cali seguía sin entender gran cosa, pero lo peculiar de la situación y el tono apremiante de maese Belban la inundaron de pánico de repente. En vistas de que parecía incapaz de moverse, el profesor la empujó de golpe y la precipitó hacia el círculo de luz azul. Cali gritó, pensando que chocaría contra el muro de piedra.

Sin embargo…

… atravesó el portal de luz, el portal que no estaba pintado en ninguna pared, perdió el equilibrio y cayó de bruces…

… sobre el suelo del estudio de maese Belban.

—¡Cali! —oyó de pronto la voz de Tabit.

La joven, aturdida, apenas sintió cómo él se abalanzaba sobre ella para sostenerla. Aún temblaba de miedo.

—¿Dónde has estado? —le preguntó Tabit, ansioso—. ¿Por qué has tardado tanto?

Ella lo miró, tratando de asimilar que estaba de nuevo donde debía estar, o eso parecía. Paseó la mirada por la estancia y lo encontró todo tal y como estaba antes de atravesar el portal azul.

—Yo… —musitó—. He visto a maese Belban.

Tabit la soltó y la miró fijamente, boquiabierto.

—¿Qué? ¿Dónde?

—Aquí —pudo decir ella; Tabit se volvió de pronto, como si esperara verlo aparecer a su espalda—. Pero no era… aquí. No lo sé. No me conocía. No sabía quién era yo. Me dijo…

Parpadeó para retener las lágrimas. Tabit la abrazó con cierta torpeza.

—Aquí no ha estado maese Belban, Caliandra. ¿No será que has sufrido algún tipo de alucinación?

Ella negó con la cabeza. Cuando logró tranquilizarse, le explicó a Tabit todo lo que había pasado. Él la escuchó, sin decir una sola palabra. Cuando acabó, contempló los dos portales azules con gesto serio.

—Creo que ya hemos hecho bastante por hoy —decidió—. Y me parece que hasta se nos ha hecho tarde para cenar. Sugiero que vayamos a dormir, y ya pensaremos en esto mañana.

Cali asintió, sin fuerzas para oponerse. Tampoco dijo nada cuando Tabit cogió un paño y restregó el duodécimo símbolo de cada uno de los portales azules, emborronando la pintura, que todavía estaba húmeda. Ambos se apagaron al instante.

—Esta vez, dejaré bien cerrada la puerta —declaró Tabit—, para que no se te ocurra venir en plena noche a seguir haciendo experimentos descabellados.

Cali no dijo nada.

Ya acababa de anochecer cuando los dos salieron al pasillo y dejaron atrás el estudio de maese Belban, y, con él, un misterio mucho más insondable de lo que ninguno de ellos había alcanzado a imaginar.

A la mañana siguiente Tabit, bastante más despejado, llegó temprano al comedor, considerablemente hambriento, puesto que la noche anterior no había cenado. Había poca gente, de modo que se sentó en una mesa solitaria y, después de dar cuenta de su desayuno, y dado que tenía un rato libre antes de su primera clase, volvió a sumergirse en los apuntes de maese Belban.

Tal y como Caliandra le había anticipado, estaban escritos en una especie de clave, y Tabit se preguntó qué necesidad tendría el profesor de hacer algo así. Los cálculos en torno al número sesenta y dos, en cambio, estaban realizados con los signos matemáticos de siempre, un entramado de puntos trenzados en torno a los símbolos que ya conocía. Trató de reproducirlos mentalmente, pero seguía encontrándose con el problema de que no tenía ni la menor idea de lo que estaba buscando. Entendía las operaciones matemáticas, pero no su finalidad. Y no ayudaba en nada el hecho de que aquel símbolo «Indefinido» estuviera por todas partes.

Estaba tan ensimismado en el estudio de aquellos papeles que se sobresaltó cuando alguien se sentó frente a él. Alzó la cabeza y vio a Caliandra.

Se encontraba en un estado lamentable, pálida, despeinada, con los ojos hundidos y con aspecto de no haber dormido en toda la noche. Sostenía entre sus manos un tazón humeante y se aferraba a él como si fuera a desplomarse encima.

Con todo, temblaba de excitación, y su mirada presentaba ese brillo decidido que Tabit ya estaba aprendiendo a temer.

—Buenos días —empezó él—. ¿Cómo…?

—Ya sé lo que está pasando, Tabit —cortó ella.

El joven la miró sin comprender.

—¿Lo que está pasando? ¿Te refieres a la desaparición de los portales?

Pero Cali agitó la mano en el aire, impaciente.

—¡Por favor! —le reprochó—. ¿Descubrimos cómo funciona un tipo de portal totalmente nuevo y a ti solo te preocupa la desaparición del portal de los pescadores?

—Es importante para ellos —se defendió Tabit, molesto.

Cali se detuvo y se obligó a sí misma a respirar hondo.

—Lo sé —dijo, con más suavidad—. Lo siento. Es que estoy emocionada.

Tomó un largo sorbo de su infusión, y Tabit no pudo reprimir una mueca de dolor, porque parecía estar demasiado caliente como para tocar la taza siquiera. Sin embargo, Cali no dio muestras de haberse quemado la lengua. Cuando volvió a dejar el tazón sobre la mesa, Tabit observó que le temblaban ligeramente las manos.

—Ya lo veo —comentó—. ¿Eso es algún tipo de infusión estimulante? Porque no sé si es lo que más te conviene ahora mismo.

Cali sacudió la cabeza.

—Nos estamos yendo por las ramas —dijo—. Empecemos otra vez: hola, Tabit, ya sé para qué sirven los portales azules, ya sé qué significa la duodécima variable y sé, también, a dónde fui anoche, cuando atravesé el portal.

—En cuanto a eso… tengo una teoría. Pienso que el portal no estaba bien enlazado; probablemente ni siquiera tenía que haberse activado, y por eso hacía cosas raras. Seguramente el hecho de atravesarlo te trastornó un poco y…

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