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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (37 page)

BOOK: El libro de los portales
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—Así me gusta —susurró una voz áspera junto a su oído.

Yunek tragó saliva. Al hacerlo, la hoja del cuchillo se hundió un poco más en su piel.

—No tengo dinero —pudo decir, lo cual era cierto; como no le gustaba andar por ahí cargando con los fondos que había reunido para el portal de Yania, se había acostumbrado a dejar su saquillo a buen recaudo en casa de Rodak.

—No quiero tu dinero —replicó la voz—. Solo quiero que dejes de husmear en lo que no te importa.

—¿Qué?

—Tú y tus amigos pintapuertas —prosiguió su atacante sin hacerle caso—. Dejadlo todo como está, o iremos a por vosotros.

Yunek jadeó, sin poder asimilar lo que oía.

—¿No me crees? —susurró de nuevo la voz—. No estoy bromeando. Pregúntaselo a la chica pintapuertas. Aunque no podrá responderte, claro —añadió con una risita repulsiva—, porque ya nos hemos encargado de ella.

Un miedo espantoso estalló de pronto en las entrañas de Yunek. Un miedo que no tenía nada que ver con el filo que amenazaba su garganta.

—¡Cali! —exclamó, furioso—. ¿Qué le habéis hecho?

Se volvió con brusquedad, sin preocuparse ya por la presencia del cuchillo.

Pero este había desaparecido, y la sombra que lo empuñaba, también.

Yunek no se entretuvo en buscarla. Corrió, desesperado, a la Plaza de los Portales, y una vez allí se abrió paso a codazos entre la gente que aguardaba ante el portal de Maradia. Levantó un coro de protestas, insultos y amenazas, pero no se detuvo a responder, y se zafó de los alguaciles para precipitarse a través del resplandor rojizo.

Cayó de bruces sobre el empedrado de la Plaza de los Portales de Maradia, ante la mirada desconcertada de la gente que se encontraba a su alrededor. Apenas se había puesto en pie cuando asomó por el portal uno de los alguaciles de Serena.

—¡Detenedlo! —gritó—. ¡Es un alborotador!

Pero Yunek, que solo pensaba en Cali, ya había echado a correr hacia la Academia.

El portero, que ya lo conocía, lo dejó pasar, aunque a regañadientes, y advirtiéndole de que solo tenía permiso para entrar en el círculo exterior del edificio, donde se encontraban las habitaciones de los estudiantes, el comedor y otros espacios comunes. En teoría, no estaba bien visto que los visitantes masculinos rondaran el pasillo de las chicas, pero Yunek ya se había saltado la norma aquella misma mañana para ir a buscar a Cali, y no le importó hacerlo por segunda vez.

En su precipitación, casi resbaló ante la puerta de la habitación de la muchacha, pero recuperó el equilibrio y llamó con urgencia.

—¡Cali! ¡Caliandra! ¿Estás bien?

No hubo respuesta.

Yunek insistió, sin resultado. Cuando estaba planteándose seriamente la posibilidad de echar la puerta abajo, oyó la voz de Caliandra tras él.

—¿Yunek? ¿Qué haces?

El joven se volvió, y de nuevo lo asaltó aquel intenso terror cuando descubrió una mancha de sangre en el rostro de la chica.

—¿Yunek? —repitió ella—. ¿Te encuentras bien? Parece que hayas visto un fantasma…

Entonces Yunek se dio cuenta de que lo que había tomado por sangre no era más que una mancha de pintura roja, que embadurnaba la mejilla izquierda de Cali, y quiso llorar y reír de alivio. En lugar de eso, la abrazó, incapaz de decir una palabra.

Cali soltó su bolsa, sorprendida, sin comprender lo que estaba pasando. Alzó las manos, que también mostraban algunos restos de pintura, y, tras un breve titubeo, le devolvió el abrazo. Pero enseguida se estremeció, como si no se sintiera cómoda con aquel contacto tan íntimo. Yunek detectó que se ponía tensa; se apresuró a separarse de ella y la miró a los ojos.

—Tienes… pintura en la cara —fue lo único que pudo decirle.

Alzó los dedos para tocarle la mejilla.

—Sí, es que… he tenido una clase de prácticas. ¿Qué es, Yunek? ¿Qué pasa?

El joven pareció volver a la realidad. Se apartó de ella, un tanto cohibido.

—Yo… he estado en Serena y… —Sacudió la cabeza, en un intento por poner en orden sus pensamientos y volver a empezar—. Tengo que volver; he de hablar con Rodak —dijo.

—Espera, espera, no puedes marcharte así. Cuéntame lo que ha pasado.

—Bien; acompáñame de vuelta a Serena y te lo diré por el camino.

—¿A Serena? Pero… ahora no puedo. Tengo clase de Cálculo de Coordenadas con maese Saidon, y no sé si…

—Es importante —insistió él.

Cali lo miró a los ojos y comprendió que, en efecto, lo era. Asintió, sin una palabra, y lo acompañó pasillo abajo.

En el descansillo de la escalera se encontraron con Tabit, que subía fatigosamente. El joven se detuvo, sin embargo, al verlos llegar juntos por el corredor.

—¿Yunek? ¿Qué haces aquí? No sabía que…

Lo interrumpió, de pronto, alguien que subía tras él a toda velocidad. Los dos estudiantes se quedaron sorprendidos al ver que se trataba de Unven, que corría hacia ellos, pálido y con gesto desencajado. Tras él venía Zaut, más serio de lo que era habitual en él.

Unven se detuvo junto a Tabit, pero, antes de que este pudiera saludarlo, su amigo lo aferró por los hombros y lo sacudió con violencia; dado que era más alto y fuerte que Tabit, los demás temieron que lo echara a rodar escaleras abajo.

—¡No vuelvas a meternos en tus líos! —vociferó, furioso—. ¿Me oyes? ¡Nunca más!

Tabit se quedó mirándolo, perplejo.

—No… no sé de qué me hablas —balbuceó—. ¿Cuándo has vuelto de Rodia?

Unven respondió con una amarga carcajada. Parecía desquiciado, como si hubiera perdido la razón.

—Es Relia —dijo Zaut con gravedad, deteniéndose junto a ellos—. Ella y Unven fueron a examinar un portal que había desaparecido, y alguien les tendió una especie de emboscada y los atacó. Ella…

Tabit y Cali lo miraron, horrorizados.

—¿Está…? —se atrevió a preguntar Tabit.

Unven sollozó.

—Está gravemente herida —dijo Zaut en voz baja—. La han llevado a Esmira, a casa de su padre, pero no despierta, y los médicos no saben si lo hará alguna vez.

—Todo esto es culpa tuya —susurró Unven, mirando a Tabit con un odio que lo dejó helado.

—No —intervino Yunek inesperadamente—. Es culpa mía. Por hacer demasiadas preguntas en Serena. —Calló un momento antes de añadir, sorprendido—. Y porque estaba encontrando respuestas.

Unven quería regresar a Esmira inmediatamente para cuidar de Relia, pero sus amigos lo convencieron para que se quedara a cenar con ellos y recuperara fuerzas. De modo que ocuparon una mesa en el comedor y escucharon su historia, sobrecogidos.

Toda su ira parecía haberse esfumado, dejando paso a un profundo abatimiento. Con voz apagada les contó que habían ido a investigar el «portal de los amantes» de Rodia. Habían hablado con el dueño de la casa, pero este les había dicho, desconcertado, que ya no existía ningún portal. Dado que el de la mansión a la que conducía había desaparecido y, por tanto, el suyo propio ya no servía para nada, tiempo atrás se había presentado en su casa un maese de la Academia y se había ofrecido a eliminarlo; incluso le había pagado por las molestias.

Los estudiantes escucharon aquella historia sin dar crédito a lo que oían.

—¿Quieres decir… que los portales los borra la gente de la Academia? —preguntó Yunek, estupefacto.

—No, eso no puede ser —dijo Cali—. La Academia jamás destruye portales. Cada uno de ellos es una obra de arte y, si además son antiguos, con mayor motivo. Forman parte de nuestra historia. —Suspiró—. A maesa Ashda le daría un ataque si se enterase.

—Relia opinaba igual —murmuró Unven—, de modo que examinamos la pared en la que había estado el portal, y luego fuimos a la mansión abandonada, donde desapareció su gemelo el año pasado. Los dos habían sido borrados de forma parecida.

—¿Sin dejar un solo resto de pintura, ni en la pared ni en el suelo? —adivinó Tabit.

Unven asintió.

—Nosotros estamos convencidos de que el maese que borró el «portal de los amantes» no era un verdadero maese —explicó—. Por lo que sabemos, vestía la túnica granate, lucía la trenza y las sandalias, llevaba el zurrón con el instrumental… pero, por dos o tres cosas que le dijo al dueño, sospechamos que era un impostor. Alguien que se hizo pasar por un pintor de la Academia para que le franquearan el paso hasta el portal, y así poder borrarlo sin despertar sospechas.

Tabit se pasó la mano por el pelo, inquieto.

—Están muy organizados —comentó—. Demasiado para tratarse de ataques esporádicos.

Unven asintió.

—Relia pensaba que la red podría estar relacionada con los tradicionales ataques a las minas de bodarita.

—Tiene sentido —dijo Cali—. Todo el mundo sabe que los cargamentos de bodarita han sufrido ataques de bandidos desde que se abrieron las minas. Por eso se pintaron portales directos entre la Academia y cada una de las explotaciones, para evitar que se perdieran contenedores por el camino. Eso redujo el bandidaje en torno a las minas, pero aún quedan algunas cuadrillas lo bastante osadas como para asaltar algún yacimiento de vez en cuando. Si todos esos grupos están organizados, imagino que se habrán dado cuenta de que las minas de Uskia y Kasiba producen menos mineral… y quizá por eso, para mantener a flote su negocio, han comenzado a borrar portales abandonados o marginales.

—¿Por toda Darusia? —Tabit sacudió la cabeza—. Estamos hablando entonces de una organización criminal muy extensa…

—O muy bien coordinada. Y muy bien dirigida, porque, si es cierto que llevan tanto tiempo traficando con bodarita sin que nadie se haya dado cuenta, eso significa que son condenadamente buenos.

—Y nosotros vamos tras sus pasos —dijo Yunek—. Y se sienten amenazados. Por eso han atacado a vuestra amiga. Pero ¿qué pasó exactamente?

Unven suspiró y cerró los ojos con cansancio, como si tuviera que hacer un enorme esfuerzo para seguir recordando.

—Pasamos unos días en casa de mi familia —rememoró—, pero Relia no se sentía del todo a gusto. Ya sabéis, mi madre es muy entrometida, y mi padre es de la vieja escuela, y por alguna razón pensaron que ella y yo… bien, no importa, el caso es que no les gustó enterarse de que Relia no descendía de la antigua nobleza. —Suspiró—. Como si eso tuviera alguna importancia hoy día.

—Ninguna en absoluto —coincidió Cali.

—Ya no teníamos nada que hacer en Rodia, porque el portal que habíamos ido a examinar ya no existía. Así que pensamos en regresar a la Academia. Pero entonces mi tío nos contó que un amigo suyo de Kasiba tenía en casa un antiguo portal que ya no utilizaba, y que un maese de la Academia se había ofrecido a borrarlo y hasta le pagaría por ello.

—Como le sucedió al dueño del «portal de los amantes» —murmuró Tabit.

—Eso dijo Relia también. De modo que decidimos pasar por Kasiba antes de volver a la Academia. Allí, nos entrevistamos con el amigo de mi tío y descubrimos que no hacía ni tres semanas que el falso maese había borrado su portal. Pensamos ir a la casa donde se encontraba el portal gemelo, pero, cuando nos dirigíamos hacia allí, un grupo de matones nos atacó en un callejón oscuro. Forcejeamos; no pude impedir que golpearan a Relia, y quién sabe lo que nos habrían hecho si los alguaciles no llegan a aparecer en ese momento. Los matones se llevaron mi bolsa, así que los tomaron por simples ladrones. Pero yo sé que no lo eran. Antes de salir huyendo, uno de ellos nos amenazó y nos dijo que, si seguíamos metiendo las narices en sus asuntos, la próxima vez nos matarían.

La voz se le quebró, y no pudo seguir hablando. Zaut le palmeó el hombro en un gesto de consuelo, mientras Unven hundía el rostro entre las manos.

—Y eso es todo, más o menos —concluyó, sobreponiéndose—. Llevé a Relia a casa de su padre, y he vuelto solo para informar en Administración de que ni ella ni yo volveremos a clase hasta que… bueno, hasta que las cosas mejoren. Lo que sí tengo claro es que para nosotros se acabó el juego. Si alguien está borrando portales, que les aproveche. Yo no quiero saber nada más.

Y se cruzó de brazos mientras clavaba la mirada en Tabit, como desafiándolo a tratar de convencerlo de lo contrario.

Sin embargo, su amigo asintió, pesaroso.

—Lo entiendo —dijo—. Y me parece bien. En realidad, tras el asesinato del guardián de Serena ya me quedó claro que esa gente es muy peligrosa; será mejor que nos mantengamos alejados de ellos en lo sucesivo.

Unven se mostró desconcertado, y también Zaut lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Asesinato? ¿De qué estás hablando?

Tabit suspiró, recordando, de pronto, que no había compartido con ellos todo lo que sabía. Ni por asomo.

—Poco después de que borraran el portal del Gremio de Pescadores de Serena —explicó—, uno de sus guardianes apareció allí, asesinado. Os ahorraré los detalles, porque no son agradables. Los alguaciles aún están intentando averiguar quién está detrás, pero es muy probable que se trate de las mismas personas que os atacaron en Kasiba.

Unven sacudió la cabeza, sin poder creerlo.

—¿Me estás diciendo que sabías que esos tipos son unos asesinos? ¿Y no me lo habías contado?

—Ya os habíais marchado a Rodia cuando pasó todo eso —se defendió Tabit—. Además, ¿cómo iba a imaginar que algo que sucedió en Serena podía afectaros a vosotros en Rodia… o en Kasiba?

—Esto es Darusia —le recordó su amigo con sequedad—, la tierra de los portales. No existen las distancias para quien pueda utilizarlos a voluntad.

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