Tabit no fue capaz de responder, y los demás optaron, prudentemente, por no intervenir. Unven suspiró y se levantó de la mesa. Parecía fatigado y lento como un anciano.
—Me marcho a Esmira —anunció—. Quiero estar cerca de Relia cuando despierte… o en el caso de que…
No fue capaz de completar la frase.
—Te acompaño al patio —se ofreció Tabit, haciendo ademán de incorporarse; pero Unven lo detuvo.
—No; quédate aquí, conspirando con tus amigos. La gente que vive en el mundo real… tiene preocupaciones del mundo real, ¿sabes?
Tabit acusó el golpe. Se dejó caer de nuevo en el banco.
—Te has pasado, Unven —le reprochó Cali.
—No, déjalo —murmuró Tabit—. Seguramente tiene razón.
—Yo te acompañaré —dijo Zaut—. No tengo el menor interés en «conspirar», y mucho menos en acabar como… —iba a decir «como Relia», pero se corrigió a tiempo—, como ese guardián del pescado.
Tabit y Cali murmuraron unas palabras de despedida, mientras Yunek, que se sentía incómodamente fuera de lugar, miraba hacia otro lado.
Unven y Zaut se marcharon. En la mesa reinó un largo silencio, que Tabit se atrevió a romper al cabo de un rato.
—Yo… no me esperaba esto —confesó—. No quería que le pasara nada a Relia.
—Ni tú, ni nadie —murmuró Cali.
—Pues yo no lo lamento —dijo entonces Yunek—, porque por un momento creí… —se detuvo, pero por fin se atrevió a continuar, enrojeciendo levemente—, pensé que era Cali la chica a la que habían atacado.
Les relató sus experiencias en Serena; les habló de su visita al puerto, de su conversación con Nelina y de la amenaza del desconocido. Pero todo aquello solo sirvió para reafirmar a Tabit en la idea de que seguir investigando por ahí era algo muy peligroso.
—Además, ya sabemos lo que pasa: hay una red de traficantes de bodarita que se dedica a borrar portales para acumular pintura. Con esa información ya podemos ir a hablar con el rector y desentendernos del asunto.
—¿Y ya está? —preguntó Yunek, incrédulo—. ¿Piensas dejarlo así?
—¿Y qué más quieres que hagamos? Esas personas son peligrosas, ya lo has visto. Puede que no te importe lo que le ha pasado a Relia, porque no la conoces, pero piensa en el tipo que te ha amenazado en Serena. El próximo podrías ser tú. —Yunek iba a replicar, pero Tabit añadió—: O podría ser Caliandra. ¿Serías capaz de soportar eso sobre tu conciencia?
Yunek no dijo nada. Sin embargo, aquel gesto obstinado no desapareció de su rostro. Tabit no se dio cuenta, pero Cali, que empezaba a conocer bien al joven uskiano, lo interpretó correctamente.
—Yunek, ¿por qué insistes en seguir removiendo todo esto? —le preguntó, inquieta—. ¿Qué esperas conseguir? ¿Tu portal? Sabes que, por mucho que desenmascares a los ladrones de bodarita, eso no hará que el Consejo cambie de opinión.
—Quizá deberías ir considerando la posibilidad de volver a casa —sugirió Tabit con suavidad.
Yunek resopló, molesto.
—Tampoco es que estés ayudando mucho, precisamente —le reprochó.
—¿Y qué quieres que haga? Soy solo un estudiante.
—Y yo soy solo un granjero y, sin embargo, tengo más agallas que tú —le espetó Yunek—. Si salieses de vez en cuando de tu biblioteca y tus libros, quizá habrías podido hacer algo más que quedarte sentado mirando cómo mataban al guardián y atacaban a tu amiga.
En cuanto hubo pronunciado aquellas palabras comprendió, por la expresión de Tabit, que estaba siendo injusto con él, y que sus palabras lo habían herido.
—Se acabó —dijo el estudiante con gesto cansado—. No pienso seguir discutiendo contigo, Yunek. Haz lo que te dé la gana.
El uskiano se dio cuenta de que también Caliandra lo miraba con horror, como si no acabase de creer lo que acababa de escuchar, y eso le resultó tan insoportable que la disculpa brotó espontáneamente de sus labios:
—No quería decir eso, Tabit. Lo siento mucho. Y siento también haberte echado de mi casa aquella noche —añadió de pronto—, y más teniendo en cuenta la tormenta que cayó después.
El estudiante se estremeció, recordando la noche en que había conocido a Tash en casa del terrateniente Darmod.
—No tiene importancia —murmuró—. Hace mucho tiempo de eso.
—Pero yo no me había disculpado aún —insistió Yunek—. No he sido muy amable contigo, y eso que siempre has intentado ayudarme.
Tabit desvió la mirada, incómodo.
—En la medida de mis posibilidades —le recordó—. Lo cierto es que tienes razón al decir que debería implicarme más. Pero no me veo capacitado para enfrentarme a gente que roba portales, asesina guardianes y apalea estudiantes. En toda mi vida solo he sido bueno en dos cosas: huir y estudiar. Así que esto es lo único que puedo ofrecer —añadió, dejando caer sobre la mesa un fajo de papeles repletos de cálculos y símbolos matemáticos—. Y me conformo con que nos ayude a descubrir, al menos, qué le ha pasado a maese Belban.
Cali lo contempló con interés.
—¿Has hecho algún avance?
Tabit le devolvió una mirada confundida.
—Claro, ya os he dicho que he averiguado a qué momento temporal estaba intentando viajar cuando desapareció. ¿No os lo he dicho? —preguntó, desconcertado, al ver que Caliandra abría mucho los ojos—. Ah, claro… con todo lo de Relia… Veréis, es muy curioso, porque maese Belban desarrolló una escala numérica totalmente nueva… y todo para conseguir una gradación temporal más precisa que le permitiera elegir el momento exacto al que quería desplazarse.
—No entiendo ni una palabra —declaró Yunek—, ni tengo la más remota idea de lo que estáis hablando.
—He conseguido descifrarla —prosiguió Tabit sin hacerle caso—. Su punto de destino se sitúa hace exactamente veintitrés años.
—¿Eso fue antes o después de que yo me lo encontrara en el pasado? —preguntó Cali, fascinada.
—Poco antes. Unos meses antes, de hecho. Y, mirad, he estado preguntándome por qué querría volver a ese momento en particular. Claro que no conozco los detalles de la vida de maese Belban, pero se me ha ocurrido que fue aproximadamente en aquella época cuando escogió a su último ayudante. Más tarde pasó algo —y corren muchos rumores siniestros al respecto—, y después de eso maese Belban no volvió a aceptar ningún ayudante ni a dar clases, se encerró en su estudio y fue, poco a poco, convirtiéndose en el ermitaño excéntrico que conocemos.
—Ah, yo también he oído esa historia —asintió Cali—. Era inevitable que me la contaran, sobre todo cuando se corrió la voz de que había presentado un proyecto para trabajar con él. Dicen que maese Belban mató a su último ayudante. Según a quién preguntes, te dirá que fue un accidente o que lo hizo a propósito. ¿Quieres decir que estaba intentando volver atrás, al momento en que murió ese chico?
—Es lo primero que se me ha ocurrido; aunque no sé por qué razón querría revivir algo así.
—¡Pues está claro! —respondió Caliandra, emocionada—. ¡Para tratar de evitar su muerte!
Yunek se quedó contemplando, incómodo, cómo los dos estudiantes se enfrascaban con entusiasmo en una discusión acerca de cosas que él no entendía. Se sentía completamente fuera de lugar, y se dio cuenta de que había algo más que lo alejaba irremediablemente de Cali, algo que no tenía nada que ver con la posición social de ella o con el dinero de su familia. Abatido, murmuró unas palabras de despedida, pero ellos apenas lo escuchaban, inmersos como estaban en un acalorado debate sobre las consecuencias de los propios actos, y sobre si se puede o no cambiar aquello que ya está hecho.
Yunek salió de la Academia y se encaminó a la Plaza de los Portales para regresar a Serena.
Llegó a casa de Rodak cuando ya hacía rato que había anochecido. Se sintió culpable, porque no solo había estado fuera todo el día, sino que ni siquiera había traído nada para la cena. Dado que Rodak y su familia lo alojaban sin pedirle nada a cambio, él había adoptado la costumbre de llevarles algo del mercado, ya fuera carne o verdura fresca, puesto que se le daba muy bien regatear y sabía valorar el género mucho mejor que ellos, que solo entendían de pescado. Sin embargo, aquel día no había tenido tiempo de hacer la compra.
A pesar de ello, la madre de Rodak lo recibió con la calidez de siempre. Aunque la familia ya había comenzado a cenar, le hicieron un sitio en la mesa, entre Rodak y su abuelo, y descubrió que le habían guardado una ración. Se sintió conmovido. La amabilidad de su anfitriona le recordaba a la de su propia madre, y le hizo sentir nostalgia de su hogar.
Se esforzó, no obstante, por no dejarse llevar por la melancolía. Tenía cosas que hacer allí, tanto en Serena como en Maradia, y no podía regresar sin haber solucionado el asunto que lo había llevado tan lejos de casa
—He de hablar contigo —le dijo a Rodak al finalizar la cena.
El muchacho asintió, mostrándose de acuerdo, y ambos salieron a la terraza.
La casa de Rodak estaba situada junto al puerto, y en la parte posterior tenía una pequeña galería descubierta que gozaba de una amplia panorámica sobre el mar. Los dos jóvenes tomaron asiento en el banco y, mientras contemplaban las luces de los barcos que faenaban en altamar bajo el aterciopelado cielo nocturno, Yunek le relató todo lo que había sucedido a lo largo del día. Rodak escuchó en silencio, como solía hacer. Solo fueron interrumpidos en una ocasión, cuando su madre salió a llevarles un par de mantas, por si tenían frío. Se despidió luego con una sonrisa; alentaba la amistad entre ellos con pequeños gestos como aquel, y Yunek no pudo evitar preguntarse si era una actitud inteligente. Después de todo, él mismo se marcharía de vuelta a Uskia, tarde o temprano, y tendrían suerte si volvían a verse en alguna otra ocasión. Si la madre de Rodak necesitaba un hermano mayor para su hijo, pensó, debería buscarlo en otra parte.
—Todo se va complicando —murmuró entonces Rodak, sobresaltándolo.
—¿Cómo dices?
—Todo este asunto —dijo Rodak, sacudiendo la cabeza—. Hasta ahora tenía la sensación de que no estábamos llegando a ninguna parte, pero lo que les ha pasado a los amigos de maese Tabit en Kasiba… no sé. Nadie se molestaría en amenazarlos si no se hubiese sentido amenazado a su vez.
—Pero a mí no me parece que hayamos descubierto nada importante —señaló Yunek—, a no ser que nos tomemos en serio lo que me dijo esa prostituta, Nelina.
—Yo sí me lo tomo en serio —respondió Rodak con gravedad; tras un largo silencio, añadió, con la mirada clavada en la insondable negrura del mar—: Pobre Brot.
Yunek quiso preguntar si lo había conocido mucho, o desde hacía mucho tiempo; pero, por alguna razón, decidió que las palabras estropearían el reflexivo silencio de Rodak, y optó por callar.
Ninguno de los dos dijo nada más aquella noche; tenían demasiadas cosas en qué pensar.
«… El joven Doril de Maradia, hijo del muy respetado Meril de Maradia, presidente del honorable Consejo de nuestra ciudad, ha sido hallado hoy asesinado en las dependencias de la Academia. Yacía en un charco de su propia sangre y un desaprensivo le había destrozado la cabeza a golpes.
Los primeros testimonios recogidos sobre el suceso han resultado ser confusos y contradictorios.»
Informes de Incidencias de la Casa de Alguaciles de Maradia
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Volumen 74, sección 4.ª, relación n.º 23
Bah, se cuentan muchas historias sobre eso —dijo Emin, agitando la mano con indolencia—, pero yo sé lo que pasó en realidad.
Cali dirigió a Tabit una mirada que venía a significar «Te lo dije», pero el joven no se dio por vencido.
Emin era un estudiante de tercer año, cuya altanería resultaba a menudo cargante para sus amigos, e insoportable para los que no lo eran. Se jactaba de saber más cosas que nadie acerca de la Academia, porque era sobrino de maese Askril, el profesor de Geometría y Diseño de Portales, que, según decía, le había desvelado muchos de sus secretos cuando él no era más que un niño. Presumía, también, de tener un futuro asegurado en el Consejo gracias a aquel ascendiente familiar, a pesar de que sus calificaciones eran mediocres, y de que el propio maese Askril, si bien reconocía que eran parientes, se negaba a que lo relacionaran con él más allá de lo imprescindible.
—¿Te contó tu tío, entonces, qué le pasó al ayudante de maese Belban?
—Con pelos y señales —asintió Emin.
—Vamos, ¡pero si, cuando él murió, tú aún no habías nacido! —protestó Cali.
—Déjalo terminar, Caliandra —le pidió Tabit.
La joven asintió, pero no pudo reprimir un gesto de impaciencia. Si de ella dependiera, se habrían limitado a atravesar el portal azul marcando la coordenada temporal que había calculado maese Belban en sus notas. Pero, como de costumbre, Tabit había optado por tomárselo con calma. Decía que, dado que no sabían qué se iban a encontrar al otro lado, lo mejor era recopilar toda la información posible antes de correr el riesgo de cruzarlo.
—No vas a encontrar nada más que rumores —le había advertido Cali—. Todos los maeses que estaban en la Academia hace veinte años se niegan a hablar de ello, y los estudiantes no saben nada en realidad, porque no se encontraban aquí. Si quieres saber qué pasó, atraviesa el portal y lo verás con tus propios ojos.
Pero Tabit había insistido y, dado que solo él conocía la coordenada que había que pintar en el portal azul para llegar al momento adecuado, a Cali no le había quedado más remedio que hacer las cosas a su manera. De modo que ahí estaban, escuchando las fanfarronadas de Emin, que estaba encantado de tener un público diferente al habitual.