Me invadió un escalofrío. El aroma a cuero se hizo denso y cálido. Allí donde me tocaba sentía una punzada de calor que me hacía cosquillear los dedos. Dejé caer la cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro. Quería poner los labios allí, sabía lo que sentiría él, sabía a qué sabría si me atreviera. Pero no lo hice, me conformé con que notara mi aliento allí, nada más, temía lo que haría él si lo tocaban mis labios.
Con el corazón desbocado le llevé las manos a mi espalda y las dejé allí, moviéndose, presionándome, masajeándome. Alcé las manos y entrelacé los dedos detrás de su cabeza. Mis pensamientos volvieron a aquel momento en el ascensor, cuando pensé que Piscary iba a matarme. Era imposible de resistir, el recuerdo de mi marca demoníaca viva y encendida.
—Por favor —susurré, le rocé el cuello con los labios para hacerlo temblar. Tenía su lóbulo rasgado a milímetros de mí, tentándome—. Quiero que lo hagas. —Levanté los ojos y busqué su mirada, vi pero no temí la franja cada vez más estrecha de azul—. Confío en ti. Pero no confío en tus instintos.
Una comprensión profunda y un gran alivio recorrieron sus ojos. Bajó más las manos y me acarició hasta que encontró la parte superior de mis piernas, después invirtió el movimiento, nos movíamos, no dejábamos de movernos, nos mecíamos con la música.
—Yo tampoco confío en ellos —dijo, el acento falso había desaparecido por completo—. Contigo no.
Contuve el aliento cuando trazó con los dedos un camino desde mi espalda a mi vientre, un susurro contra mis vaqueros. Tiró del botón de arriba. Una insinuación.
—Llevo fundas —dijo—. Al vampiro le han quitado los colmillos.
Sorprendida, abrí los labios cuando sonrió y me mostró que era cierto que se había puesto unas fundas en los puntiagudos caninos. Sentí una oleada de calor que me recorrió entera, inquietante e insinuante. Cierto, no podía hacerme sangre, pero lo iba a dejar que explorara mucho más. Y él lo sabía. ¿Pero seguro? No. Era más peligroso así que si no se hubiera puesto fundas en los dientes.
—Oh, Dios —susurré, sabía que estaba perdida cuando metió la cabeza en el hueco de mi hombro y me besó con suavidad. Cerré los ojos y le metí los dedos en el pelo, apreté cuando movió el beso y se acercó al borde de la clavícula, donde comenzaba mi marca.
Unas oleadas de deseo la hicieron palpitar y me fallaron las rodillas.
—Perdona —dijo Kisten con voz ronca mientras me cogía por los codos e impedía que me cayera—. No sabía que estaba tan sensible. ¿Pero cuánta saliva te inoculó?
Los labios de Kisten me abandonaron el cuello y partieron rumbo a la oreja. Me incliné hacia él, casi jadeando. La sangre se me había desbocado, quería que hiciera algo.
—Estuve a punto de morir —respondí—. Kisten…
—Tendré cuidado —dijo, aquella ternura me llegó a lo más hondo. Seguí de buena gana su ejemplo cuando me sentó en el sofá y me acurrucó entre el respaldo y el brazo del sillón. Lo cogí de las manos y lo atraje a mi lado. Me cosquilleaba la marca y me invadían oleadas de promesas. ¿Adónde íbamos?
—¿Rachel?
Oí la misma pregunta en su voz pero no quise responder. Lo atraje hacia mí con una sonrisa.
—Hablas demasiado —susurré y le cubrí la boca con la mía.
Mi vampiro emitió un sonido bajo cuando abrió los labios, la barba incipiente era áspera. Me sujetó con los dedos la mejilla y me impidió moverme mientras yo lo atraía todavía más hacia mí. Me dio un golpecito en la cadera y se hizo un sitio para la rodilla entre mi cuerpo y el respaldo del sofá.
Sentí un cosquilleo en la piel, en la mandíbula, donde me tocaba con los dedos. Deslicé mi lengua vacilante entre sus labios y me quedé sin aliento cuando la suya entró disparada en lo más profundo de mi boca. Sabía un poco a almendras y cuando se movió para apartarse, entrelacé los dedos en su nuca para mantenerlo allí solo un segundo más. Emitió un sonido de sorpresa y empujó con más agresividad. Yo tiré de él y de camino le recorrí los suaves dientes con la lengua.
Kisten se estremeció, sentí el temblor con toda claridad porque sostenía su peso sobre mí. Yo no sabía hasta dónde quería llegar. ¿Pero eso? Eso era un placer. Aunque no podía darle falsas esperanzas, prometerle más de lo que le podía dar.
—Espera… —dije de mala gana mientras lo miraba a los ojos.
Pero al verlo sobre mí, sin aliento, con la pasión contenida, dudé. Tenía los ojos negros, embriagados de deseo y necesidad. Busqué y encontré su sed de sangre mantenida a raya con cuidado. Tenía los hombros tensos bajo la camisa y una mano en mi costado, firme, me masajeaba con el pulgar bajo la camiseta La expresión de deseo que había en él me envió una oleada de adrenalina que me llegó a lo más hondo y me excitó más que aquel roce suave y tosco que iba subiendo y me buscaba el pecho.
Ah, que te deseen, que te necesiten
.
—¿Qué? —dijo él, sereno, a la espera.
A la mierda con todo
.
—No importa —dije mientras jugaba con el pelo que le rodeaba la oreja. La mano suave que me acariciaba bajo la camiseta se detuvo.
—¿Quieres que pare?
Me atravesó una segunda punzada de emoción y sentí que se me cerraban los ojos.
—No —dije sin aliento y en esa palabra oí morir cien convicciones bien pensadas. Me quité los amuletos con el corazón desbocado y los dejé en la alfombra (quería sentirlo todo) pero hasta que estiré la mano hacia la hebilla de su cinturón, Kisten no lo entendió.
Se le escapó un sonido bajo y gutural y dejó caer la cabeza sobre la mía. Sentí la presión y la calidez bienvenida de su peso cuando sus labios encontraron mi marca demoníaca y la acariciaron.
El fuego se derramó por mi cuerpo como piedra fundida, hasta la ingle, y ahogué un grito cuando la sensación rebotó y se multiplicó. Los dolores sordos de mi reciente ataque demoníaco se convirtieron en placer, cortesía de la saliva del viejo vampiro que Kisten estaba aprovechando. No podía pensar. No podía respirar. Saqué las manos de donde había estado intentando desabrocharle los pantalones y me aferré a su hombro.
—Kisten —dije sin aliento cuando al fin pude coger aire con un estremecimiento.
Pero él no paró, me empujó hasta que apoyé la cabeza en el brazo del sofá. Le clavé los dedos cuando unos dientes suaves sustituyeron a sus labios. Se me escapó un gemido y él siguió acariciándome la marca, con los dientes suaves y el aliento ahogado. Deseaba a aquel hombre. Lo deseaba entero.
—Kisten… —lo empujé. Tenía que preguntárselo antes. Tenía que saber.
—¿Qué? —dijo tajante al tiempo que me subía la camisa y la camiseta y sus dedos se topaban con mi pecho y empezaban a moverse, a prometer mucho más.
En la brecha que quedaba entre nosotros por fin pude desabrocharle el cinturón. Di un tirón y oí que se rasgaba un remache. Volvió a bajar la cabeza hacia mí y antes de que pudiera meterse de nuevo en mi cuello y dejarme inmersa en un éxtasis de inconsciencia, le bajé la cremallera y lo busqué con las manos.
Que Dios me ayude
, pensé cuando lo encontré, con la piel suave y tensa bajo mis dedos curiosos.
—¿Te has acostado alguna vez con una bruja? —susurré mientras le bajaba los vaqueros y le acariciaba el trasero con una mano.
—Sé en lo que me estoy metiendo —dijo sin aliento.
Sentí que me fundía en el sofá y me relajé física y mentalmente. Mis manos lo volvieron a buscar y él exhaló una bocanada de aire larga y lenta.
—No quería dar por sentado… —dije y después ahogué un grito cuando bajó más el cuerpo y me subió la camiseta—. No quería que te sorprendieras… Oh, Dios. Kisten —jadeé, casi frenética de deseo cuando bajó los labios por mi mandíbula, siguió por la clavícula y me llegó al pecho. Unas oleadas de grandes promesas se alzaron al aire y arqueé la espalda cuando tiró de mí, con las manos cálidas contra mi piel. ¿Dónde estaba aquel hombre? No podía llegar hasta ahí de verdad.
Silenció mi susurro levantando la cara y besándome. Ya podía alcanzarlo y me quedé sin aliento, maravillada, me aferré a él y seguí bajando los dedos.
—Kisten…
—Hablas demasiado —dijo moviendo los labios sobre mi piel—. ¿Alguna vez te has acostado con un vampiro? —dijo con los ojos medio cerrados, observándome.
Exhalé cuando Kisten volvió a concentrarse en mi cuello. Trazó con los dedos el camino que iban a seguir sus labios y me invadieron unas oleadas de éxtasis.
—No —jadeé mientras le bajaba los pantalones de un tirón. Jamás conseguiría quitárselos con las botas puestas—. ¿Algo que debería saber?
Me pasó las manos por debajo del pecho, trazando de nuevo el camino que no tardarían en recorrer sus labios. Con la espalda arqueada intenté no gemir de deseo, después bajé las manos para intentar encontrarlo entero.
—Mordemos —dijo y grité cuando eso fue lo que hizo, cuando me pellizcó con suavidad con los dientes.
—Quítame los pantalones antes de que te mate —jadeé, casi loca de deseo.
—A sus órdenes, señora —gruñó y me raspó con el leve rastro de su barba al apartarse.
Aspiré la bocanada de aire que tanto necesitaba, me levanté con él y lo volví a tumbar de un empujón para sentarme a horcajadas sobre él. Me bajó la cremallera mientras yo intentaba quitarle la camisa. Se me escapó un suspiro al desabrocharle el último botón y recorrerlo con las manos, trazando con los dedos la definición del pecho y los abdominales. Me incliné sobre él y oculté con el pelo lo que estaba haciendo, fui subiendo con los labios, con besos breves y ligeros, desde la cintura al hueco del cuello de Kisten. Me detuve allí, vacilante, pero me atreví a recorrerle la piel con los dientes, a tirar de ella con una ligerísima presión. Debajo de mí, Kisten se estremeció y le temblaron las manos que me bajaban los vaqueros por las caderas.
Me aparté con los ojos muy abiertos, se me ocurrió que había ido demasiado lejos.
—No —susurró mientras me ponía las manos en la cintura para que no me apartara. Tenía el rostro tenso de la emoción—. No pares. Es… No te voy a rasgar la piel. —Abrió los ojos con un destello—. Oh, Dios, Rachel. Te prometo que no te voy a rasgar la piel.
Me sorprendió la pasión de su voz. Me abandoné y le empujé contra el sofá, con una rodilla a cada lado. Lo busqué con los labios, le encontré el cuello y convertí los besos en algo más sólido. Sus jadeos densos y aquellas manos ligeras convirtieron mi deseo en una palpitación descarnada que me golpeaba al ritmo de los latidos de mi corazón. Sustituí los labios por los dientes y se le entrecortó el aliento.
Me cogió por la cintura y me levantó lo suficiente para que me pudiera quitar los vaqueros. Se me engancharon en los calcetines y con un grito de impaciencia arranqué los labios de su piel el tiempo justo para quitármelos de un par de patadas. Y después volví, con la piel caliente allí donde lo tocaba debajo de mí. Me incliné sobre él, le inmovilicé el cuello y usé los dientes contra su piel en lugar de los labios.
El aliento de Kisten se convirtió en un sonido estremecido.
—Rachel —suspiró, me sujetó con firmeza el estómago mientras bajaba una mano en busca de algo.
Emití un sonido profundo, apenas audible cuando me rozó con los dedos. En aquella caricia sentí que la necesidad de Kisten se convertía en una exigencia. Cerré los ojos, empecé a bajar una mano y lo encontré.
Lo sentí contra mí, me moví hacia delante y después hacia atrás. Exhalamos al unísono al unirnos. Pesados y potentes, se alzaron a la vez en mi interior el deseo y el alivio. Kisten se deslizó en lo más profundo de mí.
Pronto, que Dios me ayude
. Si no era pronto me iba a morir allí mismo. Su dulce aliento se alzó, dibujó un torbellino en mis pensamientos y envió oleadas que me invadieron entera, del cuello a la ingle.
Se me desbocó el corazón y Kisten me trazó el cuello con los dedos antes de posarlos en el pulso que levantaba mi piel. Nos movimos juntos, con un ritmo constante y lleno de promesas. Me envolvió con el brazo libre y me estrechó todavía más, el peso de aquel brazo me aprisionaba y me hacía sentirme segura a la vez.
—Dámelo —susurró al tiempo que me atraía todavía más hacia él y yo me sometí con gusto a su voluntad y dejé que me encontrara con los labios la marca demoníaca.
Exhalé casi con un grito. Me estremecí y cambiamos el ritmo. Me estrechó con fuerza, las oleadas de deseo se iban acumulando una tras otra. Los labios que me susurraban en el cuello se convirtieron en dientes, ávidos, exigentes. No sentí dolor y lo alenté a que hiciera lo que quisiera. Una parte de mí sabía que si no llevara las fundas puestas, me habría mordido, lo que solo me provocó un deseo todavía más frenético. Me oí gritar y las manos de Kisten temblaron y me apretaron un poco más.
Me aferré a sus hombros, loca de pasión. Estaba allí, solo tenía que cogerlo con los dedos. Se me aceleró la respiración contra su cuello. No había nada más que él, y yo, y nuestros cuerpos moviéndose al unísono. Kisten cambió de ritmo y al sentir que su pasión comenzaba a alcanzar la cima, le busqué el cuello y le clavé los dientes.
—Más fuerte —susurró—. No puedes hacerme daño. Te prometo que no puedes hacerme daño.
Me volví loca mientras jugaba a los vampiros con mi vampiro y me abalancé sobre él con avidez, sin pensar en lo que podía dejar atrás.
Kisten gimió estrechándome con fuerza entre sus brazos. Me apartó la cabeza con la suya y con un sonido gutural, enterró la cara en mi cuello.
Grité cuando me buscó la marca con los labios. Un fuego me incendió el cuerpo entero. Y con eso, me invadió la satisfacción absoluta con un estallido y llegué al clímax. Se alzó en oleadas, una tras otra se elevaban sobre la anterior. Kisten se estremeció y sus movimientos cesaron cuando su pasión llegó a la cima un instante después de la mía. Exhalé con un sonido de dolor y me puse a temblar, incapaz de moverme, temiendo y deseando las últimas sacudidas y cosquilleos.
—¿Kisten? —conseguí decir cuando se desvanecieron en la nada y me encontré jadeando contra él.
Los brazos que me rodeaban vacilaron un segundo y después dejó caer las manos. Posé la frente en su pecho y respiré hondo, temblando, agotada y exhausta. No podía hacer nada, allí echada sobre él, con los ojos medio cerrados. Poco a poco me di cuenta de que tenía la espalda fría y que la mano de Kisten me trazaba un camino cálido por la columna. Podía oír el latido de su corazón y oler nuestros aromas mezclados. Con los músculos temblando de cansancio, levanté la cabeza y me lo encontré con los ojos cerrados y una sonrisa satisfecha.