Rachel Morgan ya ha puesto en serio peligro su vida amorosa y su alma a través de sus esfuerzos por llevar a las criaturas de la noche criminales ante la justicia.
Entre caza y caza, mantiene las manos ocupadas desviando las atenciones de su compañera bebedora de sangre, protegiendo un mortal secreto de su pasado y resistiendo los envites de un nuevo y tórrido pretendiente vampiro.
Rachel también debe elegir un bando en la guerra que arde en el inframundo de la ciudad, debido a que ayudó a destronar a su último jerarca vampiro; y para ello hizo un pacto con un poderoso demonio que pudo costarle una eternidad de dolor, tormento y degradación.
Kim Harrison
Antes bruja que muerta
ePUB v1.0
zxcvb6631.07.12
Título original:
Every Which Way But Dead
Kim Harrison, Junio 2005.
Traducción: Javier Fernández Córdoba y Marta García Martínez
Editor original: zxcvb66 (v1.0)
ePub base v2.0
Para el chico que me regaló mi primer par de esposas.
Gracias por estar ahí.
Me gustaría dar las gracias a las personas más cercanas a mí por su comprensión mientras me embrollaba con todo esto. Pero, lo más importante, me gustaría darle las gracias a mi agente, Richard Curtis, quien vio las posibilidades antes de que supiera que existían, y a mi editora, Diana Gill, quien condujo esas posibilidades y las hizo cobrar vida.
Respiré profundamente para tranquilizarme y tiré del borde de mis guantes para tapar la franja desnuda de piel en mi muñeca. Sentía los dedos entumecidos bajo el chaquetón mientras colocaba mi segundo recipiente más grande para hechizos junto a una pequeña lápida agrietada, con cuidado de no volcar el medio de transferencia. Hacía frío, y mi aliento salía en forma de vapor a la luz de la vela blanca y barata que había comprado de saldo hacía dos semanas.
Tras derramar algo de cera, dejé pegada la vela sobre la parte superior de la lápida. Sentí formarse un nudo en el estómago al fijar mi atención en la creciente bruma del horizonte, apenas discernible de las luces que envolvían la ciudad. La luna una pronto ascendería, empezando ya a menguar tras haber pasado la luna llena. No era una buena ocasión para invocar demonios, pero vendría de todas formas aunque no lo llamase. Prefería encontrarme con Algaliarept bajo mis condiciones: antes de medianoche.
Mi rostro se contrajo al mirar hacia la iglesia brillantemente iluminada detrás de mí, donde vivíamos Ivy y yo. Ivy estaba encargándose de unos asuntos, ni siquiera era consciente de que yo había hecho un trato con un demonio, y mucho menos de que había llegado la hora de pagar sus servicios. Supongo que podría estar haciendo esto en la calidez del interior, en mi preciosa cocina, con mis materiales de hechicería y todas las comodidades modernas, pero invocar demonios en mitad de un cementerio poseía una perversa idoneidad, incluso con la nieve y el frío.
Además, deseaba llevar a cabo allí el encuentro para que mañana Ivy no tuviera que pasarse el día limpiando la sangre del techo.
Si resultaba ser sangre de demonio o la mía propia era una pregunta que esperaba no tener que responder. No me dejaría arrastrar a siempre jamás para convertirme en la sirvienta de Algaliarept. No podía permitirlo. Le había cortado en una ocasión y había sangrado. Si podía sangrar, es que podía morir.
Dios, ayúdame a sobrevivir a esto. Ayúdame a encontrar una forma de hacerlo bien
.
El tejido de mi abrigo hizo ruido al rodear mi cuerpo con los brazos mientras usaba mi bota para trazar torpemente un círculo de dos centímetros de profundidad en la crepitante nieve que se asentaba sobre la capa de arcilla roja donde había visto grabado un gran círculo. El bloque de piedra que abarcaba toda aquella extensión era un significativo indicador de dónde acababa la gracia de Dios para que el caos tomase el relevo. El anterior clérigo lo había dispuesto sobre la impura zona de tierra que una vez fue sagrada, bien para asegurarse de que nadie más era enterrado allí accidentalmente, o bien para desagraviar al elaborado ángel abatido y postrado que aprisionaba en el suelo. El nombre grabado en la enorme lápida había sido borrado a cincel, dejando tan solo las fechas. Quienquiera que fuese, había muerto en 1852, a la edad de veinticuatro años. Deseé que no fuese un presagio.
Enterrar a alguien bajo cemento para evitar que no volviese a surgir era algo que a veces funcionaba, y a veces no; pero en cualquier caso, el lugar ya no estaba santificado. Y como se encontraba rodeado por un terreno que aún estaba consagrado, lo convertía en un buen sitio para invocar a un demonio. En el peor de los casos, siempre podría escabullirme al terreno santificado y estar a salvo hasta que saliera el sol y Algaliarept fuese arrastrado a siempre jamás.
Mis dedos se mostraron temblorosos al extraer del bolsillo de mi abrigo un saquito de seda blanca lleno de sal que había sacado de mi bolsa de diez kilos. La cantidad era excesiva, pero yo quería un círculo resistente, y parte de la sal se diluiría al fundirse con la nieve. Miré al cielo para calcular dónde estaba el norte, descubriendo una marca sobre el círculo grabado, justo donde pensaba que debía estar. El hecho de que alguien hubiera usado aquel círculo para invocar demonios con anterioridad no me hacía sentir más segura. Invocar demonios no era ilegal ni inmoral; simplemente era algo muy, muy estúpido.
Realicé un lento recorrido desde el norte en el sentido de las agujas del reloj, pisando en paralelo a la parte exterior del rastro de sal mientras la dejaba caer cercando el monolito del ángel junto a la mayor parte del impío terreno. El círculo tendría unos cinco metros de diámetro, un recinto bastante amplio que por lo general requería al menos tres brujas para realizarlo y mantenerlo, pero yo era lo bastante buena como para canalizar todo ese poder de la línea luminosa por mi cuenta. Lo cual, ahora que lo pensaba, podría ser el motivo por el que el demonio estaba tan interesado en atraparme como su servidora más reciente.
Esta noche descubriría si mi contrato verbal, tan cuidadosamente pronunciado hacía tres meses, me mantendría con vida y sobre el lado correcto de las líneas luminosas. Había acordado convertirme voluntariamente en servidora de Algaliarept si testificaba contra Piscary; el truco estaba en que tenía que conservar mi alma.
El proceso había concluido oficialmente esta noche, dos horas después de la puesta de sol, sellando el demonio su parte del pacto y convirtiendo la mía en obligatoria. El hecho de que el vampiro no muerto que controlaba la mayor parte del inframundo de Cincinnati hubiera sido condenado a cinco siglos por los asesinatos de las mejores brujas luminosas de la ciudad apenas parecía tener importancia ahora. Especialmente cuando esperaba que sus abogados lo sacasen en un miserable siglo.
En este momento, la pregunta que estaba en la cabeza de todos a ambos lados de la ley era si Kisten, su principal sucesor, sería capaz de arreglárselas hasta que el vampiro no muerto saliese, porque Ivy no iba a hacerlo, sucesora o no. Si conseguía acabar la noche viva y con mi alma intacta, empezaría a preocuparme un poco menos por mí misma y un poco más por mi compañera, pero primero tenía que arreglar las cosas con ese demonio.
Con una dolorosa rigidez en los hombros, extraje del bolsillo de mi abrigo las velas de color verde lechoso y las situé sobre el círculo de forma que representaban las puntas de un pentáculo invisible. Las encendí con la vela blanca que había utilizado para realizar el medio de transferencia. Las diminutas llamas temblaron, y las vigilé por un momento para asegurarme de que no iban a apagarse antes de volver a fijar la vela sobre la agrietada lápida que había en el exterior del círculo.
El lejano sonido de un coche distrajo mi atención hacia las altas paredes que separaban el cementerio de nuestros vecinos. Me preparé para utilizar la línea luminosa; tiré de mi gorra de lana hacia abajo, me sacudí la nieve del dobladillo de mis vaqueros e hice una última comprobación de que tenía todo lo necesario. Pero no había nada más para retrasar el momento.
Dejé escapar otro lento suspiro y concentré mi atención en la diminuta línea luminosa que atravesaba el cementerio de la iglesia. Mi aliento silbó al pasar por mi nariz y, al estar tan entumecida, estuve a punto de perder el equilibrio y caer. La línea luminosa parecía haber absorbido el frío invernal, y me atravesaba con una frigidez poco habitual. Extendí una de mis enguantadas manos para sostenerme con la ayuda de la lápida adornada con la vela encendida, mientras la incipiente energía continuaba acumulándose.
Una vez que las fuerzas se equilibraran, la energía sobrante fluiría de vuelta hacia la línea. Hasta entonces tenía que apretar los dientes y resistir que unas hormigueantes sensaciones ondearan sobre las falsas extremidades en mi mente que reflejaban mis auténticos dedos de las manos y pies. Cada vez era peor. Cada vez era más rápido. Cada vez era más parecido a una invasión.
A pesar de que pareció durar una eternidad, la energía se equilibró en un santiamén. Mis manos comenzaron a sudar y me invadió una incómoda sensación de frío y calor al mismo tiempo, como si tuviera fiebre. Me quité los guantes y los introduje en el fondo de un bolsillo. Los amuletos de mi pulsera tintineaban con claridad en el invernal silencio. No me serían de ayuda. Ni siquiera la cruz.
Quería establecer rápidamente mi círculo. De alguna manera, Algaliarept sabía cuándo activaba una línea, y tenía que invocarlo antes de que se mostrara por su cuenta y me arrebatase el hilo de poder que podría utilizar como su invocador. El recipiente de cobre para hechizos con el medio de transferencia estaba frío cuando lo recogí e hice algo que ninguna bruja que hubiera vivido para contarlo había hecho antes; di un paso hacia delante, situándome en el interior del mismo círculo en el que iba a invocar a Algaliarept.
Exhalé una bocanada de aire mientras permanecía frente al monumento del tamaño de una persona, fijado al suelo con cemento. El monolito estaba cubierto por una capa de oscura carbonilla, a causa de las bacterias y la polución de la ciudad, otorgándole el aspecto de un ángel caído. La figura estaba inclinada, llorando sobre una espada sostenida horizontalmente en sus manos, como una ofrenda, tan solo añadida para incrementar la tétrica sensación. Había un nido de pájaros posado en el pliegue de las alas al juntarse con el cuerpo, y su superficie no parecía ser la correcta. Los brazos también eran demasiado largos para pertenecer a un humano o inframundano. Ni siquiera Jenks permitía que sus hijos jugasen a su alrededor.
—Por favor, que lo haga bien —le susurré a la estatua mientras movía mentalmente el blanquecino rastro de sal desde esta realidad a la de siempre jamás. Me tambaleé cuando la mayor parte de la energía acumulada en mi centro, salió para forzar el cambio. El medio borboteó en el recipiente de cobre y, aun sin haber encontrado el equilibrio, lo coloqué sobre la nieve antes de que se derramase. Mis ojos se dirigieron hacia las velas verdes. Se habían vuelto inexplicablemente transparentes al ser desplazadas a siempre jamás junto a la sal. Sin embargo, las llamas existían en ambos mundos, aportando su brillo a la noche.
El poder de la línea comenzó de nuevo a establecerse; el pausado crecimiento era tan incómodo como el raudo flujo inicial al activar una línea, pero el cerco de sal había sido reemplazado por la misma cantidad de realidad de siempre jamás, que se arqueaba en lo alto, cerrándose sobre mi cabeza. Nada más sólido que el aire podía atravesar las ondeantes líneas de realidad y, como era yo quien había dispuesto el círculo, solamente yo podía romperlo; suponiendo que, para empezar, lo hubiese hecho adecuadamente.