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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (2 page)

—Algaliarept, yo te invoco —susurré con el corazón desbocado. La mayoría utilizaba todo tipo de accesorios para invocar y sujetar a un demonio, pero como yo ya tenía un acuerdo con él, solamente tendría que decir su nombre y desear su presencia para hacerle cruzar las líneas. Qué suerte.

Se me encogió el estómago cuando un pequeño trozo de nieve se derritió entre el ángel y yo. La nieve humeaba; una nube de vapor rojizo se elevaba dibujando la silueta de un cuerpo que aún no tenía forma. Esperé; mi tensión se acrecentaba. Algaliarept alteraba su forma, atravesando mi mente sin que yo lo supiera para decidir qué era lo que más me asustaba. Una vez había sido Ivy. Después Kisten; hasta que lo inmovilicé en un ascensor, durante un absurdo instante de pasión vampírica. Es duro tenerle miedo a alguien después de haberle besado con lengua. Nick, mi novio, siempre obtenía un perro rabioso del tamaño de un poni.

Sin embargo, esta vez la niebla tenía una forma indudablemente humana, y supuse que se mostraría con la forma de Piscary; el vampiro que acababa de enviar a prisión; o quizá su imagen más típica de un joven caballero británico con un abrigo verde de falso terciopelo con faldones.

—Ya nada te asusta —dijo una voz desde la niebla, llamando mi atención.

Se trataba de mi propia voz.

—Oh, mierda —maldije antes de recoger mi recipiente para hechizos y retroceder hasta casi romper mi círculo. Iba a aparecer con mi forma. Odiaba que hiciera eso—. ¡No tengo miedo de mí misma! —grité, incluso antes de que terminara de formarse.

—Oh, sí que lo tienes.

Tenía el sonido correcto, pero la cadencia y el acento no eran los mismos. Me quedé mirando, fascinada, como Algaliarept adoptaba mi silueta, la dibujaba sugerentemente hacia abajo con sus manos, aplanaba su pecho hasta que este alcanzó el tamaño de mis lamentables formas femeninas y me otorgaba unas caderas que probablemente eran más curvilíneas de lo que merecían. Llevaba unos pantalones de cuero negro, un ajustado top rojo y unas sandalias negras de tacón alto que tenían un aspecto ridículo en mitad de un cementerio nevado.

Agitó su cabeza con los párpados levemente cerrados y la boca abierta para que mis rojos y ondulados rizos, que llegaban hasta los hombros, tomasen forma en la ralentizada neblina de siempre jamás. Lucía más pecas de las que yo pudiera tener, y mis ojos eran verdes, no las esferas rojas que mostraba al abrirlos. Los míos tampoco eran rasgados, como los de una cabra.

—Los ojos están mal —le aseguré antes de colocar mi recipiente para hechizos al borde del círculo. Apreté los dientes, maldiciendo que hubiese oído un temblor en mi voz.

Inclinando sus caderas, el demonio adelantó uno de sus pies calzados con sandalias y chasqueó los dedos. Unas gafas de sol se materializaron en sus manos, y se las puso, ocultando sus ojos antinaturales.

—Ahora están bien —contestó, y me estremecí de lo parecida que era su voz a la mía.

—No te pareces en nada a mí —le dije, sin ser consciente de haber perdido tanto peso, y decidí que podía volver a tomar batidos y patatas fritas. Algaliarept sonrió.

—¿Y si me recojo el pelo? —se burló con falsa timidez mientras recogía la indómita masa de pelo y la sostenía en lo alto de mi, digo, de su cabeza. Se mordisqueaba los labios para enrojecerlos, y gemía retorciéndose como si tuviera atadas sus manos sobre la cabeza, igual que si estuviera practicando algún juego sexual. Se reclinó sobre la espada que sostenía el ángel, posando como si fuera una puta.

Me encogí hacia dentro en mi abrigo, con el cuello rodeado por la piel de imitación. Se oyó el pausado ruido de un coche al pasar en una calle lejana.

—¿Podemos ir al grano? Se me están congelando los pies. Levantó su cabeza y sonrió.

—Eres tan aguafiestas, Rachel Mariana Morgan —pronunció con mi voz, pero después cambió a su habitual y exquisito acento británico—. Pero una rival más que digna. No obligarme a arrastrarte a siempre jamás demuestra una gran fortaleza mental. Voy a disfrutar doblegándote.

Me agité cuando una capa de energía de siempre jamás inundó su presencia. Estaba cambiando de forma otra vez; pero mis hombros se relajaron cuando adoptó su habitual imagen con encajes y terciopelo verde. Un oscuro y largo cabello y unas redondeadas gafas tintadas cobraron forma. Apareció su pálida piel y su rostro de rasgos acentuados, a juego con la elegancia de su cuidada silueta de cintura estrecha. Unas botas de tacón alto y un abrigo exquisitamente confeccionado le ponían la guinda al disfraz, convirtiendo al demonio en un carismático y joven hombre de negocios del siglo dieciocho, con gran capacidad y seguridad en sí mismo.

Mis pensamientos me llevaron hasta la horripilante escena del crimen que había estropeado el pasado otoño, al tratar de relacionar los asesinatos de las mejores brujas luminosas de Cincinnati con Trent Kalamack. Al las había masacrado por orden de Piscary. Cada una de ellas había sufrido una muerte cruel para que él pudiera divertirse. Al era un sádico, el buen aspecto que lucía el demonio carecía de importancia.

—Sí, vayamos al grano —dijo al tiempo que tomaba un tarro con un polvo negro que olía a azufre, y esnifó profundamente una pizca. Se frotó la nariz y avanzó hasta golpear mi círculo con una bota, haciéndome retroceder.

—Es firme y bonito. Pero es frío. A Ceri le gusta que sea cálido.

«¿Ceri?» me pregunté mientras toda la nieve del interior del círculo se fundía con un destello de condensación. El aroma del asfalto mojado se elevó con fuerza, y después se desvaneció cuando el cemento se secó hasta quedar de un color rojo claro.

—Ceri —dijo Algaliarept; su voz me impresionaba con su tono suave, tan persuasivo como exigente—. Ven.

Contemplé cómo aparecía una mujer desde detrás de Algaliarept, aparentemente de la nada. Era delgada, su ovalado rostro estaba amarillento y sus pómulos se mostraban de una forma demasiado acentuada. Era bastante más baja que yo, con aspecto frágil y casi infantil. Tenía la cabeza agachada, y su pálido y translúcido cabello colgaba hasta la mitad de su espalda. Llevaba puesto un hermoso vestido que le caía sobre sus pies descalzos. Era algo exquisito; una exuberante seda teñida con intensos púrpuras, verdes y dorados; y se ajustaba a su voluptuosa figura como si lo llevara pintado sobre ella. A pesar de ser pequeña, estaba bien proporcionada, aunque tenía un aire quebradizo.

—Ceri —dijo Algaliarept, usando una de sus manos enguantadas de blanco para alzarle la cabeza. Sus ojos eran verdes, grandes y vacíos—. ¿Qué te dije sobre lo de andar descalza?

Un brillo de fastidio apareció en el rostro de la chica, lejano y distante tras el abstraído estado en el que se encontraba. Llamaron mi atención un par de zapatillas bordadas a juego que se materializaron junto a sus pies.

—Eso está mejor. —Algaliarept se apartó de ella y me sorprendió la imagen de la perfecta pareja que representaban en sus atuendos. Ella estaba preciosa con sus ropajes, pero su mente estaba tan vacía como lo hermosa que era; enajenada debido a la magia pura que el demonio la obligaba a contener, filtrando el poder de la línea luminosa a través de su mente para mantenerse él a salvo. El miedo encogió mi estómago.

—No la mates —susurré con la boca seca—. Ya no la necesitas. Déjala vivir.

Algaliarept se bajó sus gafas tintadas para mirar por encima de ellas, fijando sus ojos rojos sobre mí.

—¿Te gusta? —preguntó—. Es guapa, ¿verdad? Tiene más de mil años y no ha envejecido ni uno solo desde el día en que tomé su alma. Para serte sincero, ella es la razón por la que me invitan a la mayoría de las fiestas. Se entrega sin una sola queja. Aunque, por supuesto, durante los primeros cien años todo eran lágrimas y llantos. Divertido, pero termina cansando. Vas a resistirte a mí, ¿no es así?

Apreté los dientes con fuerza.

—Devuélvele su alma, ahora que ya la has utilizado.

Algaliarept rió.

—¡Oh, eres un encanto! —exclamó dando una palmada con sus manos enguantadas—. Pero voy a devolvérsela de todas formas. La he mancillado más allá de la redención, dejando la mía razonablemente pura. Y la mataré antes de que tenga la ocasión de rogar misericordia a su dios. —Sus gruesos labios se abrieron en una desagradable sonrisa—. De todas formas, no es más que un truco, ya sabes.

Me quedé helada cuando la mujer se derrumbó, sin voluntad propia, en un pequeño amasijo púrpura, verde y dorado a sus pies. Moriría antes de permitir que me arrastrase a siempre jamás para convertirme en… convertirme en eso.

—Cabrón —musité.

Algaliarept hizo un gesto como diciendo: «¿Y qué?». Me volví hacia Ceri; localicé su pequeño rostro en la masa de tela y la ayudé a levantarse. De nuevo estaba descalza.

—Ceri —ordenó el demonio antes de dirigir su mirada hacia mí—. Debí haberla reemplazado hace cuarenta años, pero la Revelación lo hizo todo más difícil. Ni siquiera puede oír, a no ser que antes pronuncies su nombre. —Se volvió de nuevo hacia la mujer—. Ceri, se buena y trae el medio de transferencia que preparaste al anochecer.

Sentí un pinchazo en el estómago.

—Yo he preparado un poco —dije, y Ceri parpadeó; era el primer signo de comprensión que aparecía en su rostro. Me miró con unos ojos vacíos y solemnes, como si me estuviera viendo por primera vez. Dirigió su atención hacia el recipiente de hechizos que estaba a mis pies y las velas color verde lechoso a nuestro lado. El pánico invadió sus ojos al permanecer frente al monumento del ángel. Pensé que acababa de comprender lo que estaba pasando.

—Maravilloso —espetó Algaliarept—. Ya tratas de serme de utilidad, pero quiero el de Ceri. —Miró hacia Ceri; ella abrió su boca para mostrar unos diminutos y blancos dientes—. Sí, mi amor. Es la hora de tu jubilación. Tráeme mi caldero y el medio de transferencia.

Ceri realizó un ademán, nerviosa y reticente, y apareció entre nosotras un pequeño caldero con unas paredes de cobre más gruesas que mi muñeca. Ya estaba lleno de un líquido ambarino, con restos de geranio silvestre en la superficie como si se tratase de un gel.

El aroma a ozono se elevó al hacer más calor, y yo me desabroché el abrigo Algaliarept tarareaba complacido, obviamente de muy buen humor. Me hizo una señal para que me acercara y avancé un paso, mientras palpaba el cuchillo de plata escondido en mi manga. Mi pulso se aceleró y me pregunte si mi contrato bastaría para salvarme. Un cuchillo no iba a ser de mucha ayuda.

El demonio sonrió, mostrándome unos dientes lisos y regulares mientras se dirigía a Ceri.

—Mi espejo —solicitó; y la delicada mujer se inclinó para recoger un espejo mágico que no se encontraba allí un momento antes. Lo sostuvo ante Algaliarept como si fuera una mesa.

Tragué saliva al recordar la asquerosa sensación de expulsar mi aura hacia el interior de mi espejo mágico el pasado otoño. El demonio se quitó los guantes, dedo a dedo, y colocó sus rojizas manos de grandes nudillos sobre el cristal, extendidas. Tembló y cerró los ojos mientras su aura se precipitaba hacia el interior del espejo, derramándose desde sus manos como si fuera tinta, y cayendo sobre su reflejo.

—Introdúcelo en el medio, Ceri, cariño. Date prisa.

Ella casi jadeaba al llevar el espejo que contenía el aura de Algaliarept hasta el caldero. No debido al peso del espejo; era por el peso de lo que estaba ocurriendo. Me imagino que estaba reviviendo la noche en la que había estado en el lugar donde yo estaba ahora, contemplando a su predecesora como yo la contemplaba a ella. Debía de saber lo que iba a suceder, pero estaba tan muerta por dentro que tan solo podía hacer lo que se esperaba de ella. Y dado su evidente e inevitable pánico, yo sabía que quedaba algo en ella que merecía la pena salvar.

—Libérala —dije, encogida en mi horroroso abrigo mientras mis ojos saltaban de Ceri hasta el caldero, y después a Algaliarept—. Primero, libérala.

—¿Por qué? —Se miró desdeñosamente las uñas antes de volver a ponerse los guantes.

—Te mataré antes de permitir que me arrastres a siempre jamás, y quiero que primero la liberes.

Algaliarept rió larga y profundamente ante esa afirmación. El demonio apoyó una mano contra el ángel y se dobló casi hasta abajo. Un golpe apagado reverberó hacia arriba a través de mis pies, y la base de piedra se resquebrajó con el sonido de un disparo. Ceri se quedó mirando, con sus pálidos labios inmóviles y sus ojos moviéndose inquietos sobre mí. Parecía que algunas cosas empezaban a funcionar en ella, recuerdos y pensamientos, largamente contenidos.

—Vas a resistirte —apuntó Algaliarept, entusiasmado—. Estupendo. Sabía que lo harías. —Sus ojos se encontraron con los míos y sonrió con satisfacción mientras ajustaba el puente de sus gafas—.
Adsimulo calefacio
.

El cuchillo dentro de mi manga estalló en llamas. Con un sonoro quejido me deshice del abrigo. Chocó contra el borde de mi burbuja y se deslizó hacia abajo. El demonio me observaba.

—Rachel Mariana Morgan. Deja de colmar mi paciencia. Ven hasta aquí y recita la maldita invocación.

No tenía opción. Si no lo hacía, daría el acuerdo por violado, tomaría mi alma como prenda y me arrastraría a siempre jamás. Mi única oportunidad era concluir el acuerdo. Miré a Ceri, deseando que se apartara de Algaliarept, pero se encontraba pasando sus dedos sobre las fechas grabadas en la agrietada lápida; su piel cetrina estaba ahora incluso más pálida.

—¿Recuerdas la maldición? —inquirió Algaliarept cuando me puse a la altura del caldero, que me llegaba hasta las rodillas.

Le eché un vistazo a su interior, sin sorprenderme de que el aura del demonio fuese negra. Asentí, sintiéndome desfallecer mientras mis pensamientos retrocedían a cuando había convertido a Nick en mi familiar accidentalmente. ¿Había sido tan solo hacía tres meses?

—Sí, aunque solo traducida —susurré.
Nick. Oh, Dios. No te he dicho adiós
. Se había mostrado tan distante últimamente que no había encontrado el valor para decírselo. No se lo había dicho a nadie.

—Eso bastará. —Sus gafas se desvanecieron y sus malditos ojos de cabra se clavaron en mí. Mi corazón se aceleró, pero ya había tomado esa decisión. Por ella viviría o moriría.

La voz de Algaliarept se deslizó entre sus labios, profunda y resonante, haciendo que todo mi interior pareciera vibrar. Hablaba en latín, con palabras familiares, aunque no conocidas; era como la visión de un sueño.


Pars tihi, totum mihi. Vinctus vinculis, prece factis
.

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