—Sí, señora —respondió Jenks, de forma sumisa—. ¿Puedo Irme ya?
Ceri elevó una de sus pálidas cejas, una destreza que yo envidiaba, y luego me miró esperando una orden. Asentí enérgicamente, todavía impresionada de lo rápida que había sido. Ceri lo soltó sin mostrar sonrisa alguna.
—Supongo que no eres tan lenta como creía —espetó Jenks, malhumorado.
El disgustado pixie me trajo su aroma a fertilizante al retirarse hacia mi hombro; fruncí el ceño cuando le di la espalda a Ceri para buscar a tientas una tetera bajo la encimera. Oí el suave y familiar tintineo de los bolígrafos, y comprendí que era Ceri ordenando el escritorio de Ivy. Aquellos siglos de esclavitud volvían a aparecer. La mezcla de humilde servidumbre y súbito orgullo en esa mujer hacía que no supiera cómo tratarla.
—¿Quién es? —me susurró Jenks al oído.
Me agaché para rebuscar en la alacena y di con una tetera de cobre tan deslustrada que era casi granate.
—Era el familiar del Gran Al.
—¡El Gran Al! —chilló el pixie, antes de elevarse y aterrizar sobre el grifo—. ¿Es eso lo que estabas haciendo allí? ¡Por los calzones de Campanilla, Rachel, te estás volviendo peor que Nick! ¡Sabes que eso es peligroso!
Ahora podía contárselo. Ahora que se había acabado. Consciente de que Ceri escuchaba detrás de nosotros, eché agua a la tetera y la removí en su interior para enjuagarla.
—El Gran Al no accedió a testificar contra Piscary por la bondad de su corazón. Tuve que pagar por ello.
Con una seca sacudida de sus alas, Jenks se movió hasta situarse delante de mí. Su rostro reflejó sorpresa, incredulidad y luego rabia.
—¿Qué le prometiste a ese tipo? —preguntó con frialdad.
—No es un hombre, es una cosa —respondí—. Y ya está hecho. —No era capaz de mirarle a la cara—. Le prometí convertirme en su familiar siempre que me permitiese conservar mi alma.
—¡Rachel! —Una cascada de polvo de pixie iluminó el fregadero—. ¿Cuándo? ¿Cuándo va a venir a por ti? Tenemos que encontrar una forma de escapar. ¡Tiene que haber algo! —Voló dejando una brillante estela hasta mis libros de hechizos, bajo la encimera central, y volvió—. ¿Pone algo en tus libros? Llama a Nick. ¡Él lo sabrá!
Molesta por su aleteo, tiré el agua del fondo de la tetera. Los tacones de mis botas resonaron con fuerza sobre el suelo de linóleo al cruzar la cocina. El gas prendió con un bufido y mi rostro se acaloró de vergüenza.
—Es demasiado tarde —repetí—. Soy su familiar. Pero el vínculo no es lo bastante fuerte para que me utilice si me encuentro a este lado de las líneas luminosas y, mientras pueda evitar que me arrastre a siempre jamás, no habrá problema. —Me volví desde la hornilla para encontrar a Ceri, sentada ante el ordenador de Ivy, mirándome con una profunda admiración—. Puedo negarme. Está hecho.
Jenks se plantó ruidosamente frente a mí.
—¿Por qué, Rachel? Encerrar a Piscary no vale tanto.
—¡No tuve elección! —Frustrada, me crucé de brazos y me incliné sobre la encimera—. Piscary estaba intentando matarme y, de salir con vida, quería tenerlo entre rejas, no en libertad para que viniera de nuevo a por mí. Se acabó. El demonio no puede utilizarme. He engañado a esa cosa.
—A ese —corrigió Ceri suavemente, y Jenks se giró. Me había olvidado de que ella estaba allí, tan silenciosa—. Al es varón. Los demonios hembra no permiten que las arrastren al otro lado de las líneas. Así es como puedes saberlo. Sobre todo.
Parpadeé, sorprendida.
—¿Al es macho? ¿Y por qué sigue dejando que lo trate como si no tuviese género?
Ella se encogió de hombros con un gesto de confusión muy contemporáneo.
Dejé salir mi aliento con un suspiro y me volví hacia Jenks. Me sobresalté al encontrarle suspendido justo delante de mis narices, con sus alas enrojecidas.
—Eres estúpida —me dijo, con sus diminutos rasgos fruncidos por la rabia—. Debiste habérnoslo contado. ¿Y si te hubiera cogido? ¿Qué hay de Ivy y de mí? ¿Eh? Te habríamos estado buscando sin saber lo que había ocurrido. Si al menos nos lo hubieses contado, habríamos sido capaces de encontrar una forma de rescatarte. ¿Llegaste a pensar en eso, señorita Morgan? ¡Somos un equipo y tú simplemente lo has pasado por alto!
Mi inminente arrebato de furia se extinguió.
—Pero no había nada que hubierais podido hacer —dije sin estar convencida.
—¿Cómo lo sabes? —replicó Jenks.
Suspiré, avergonzada de que un hombre de diez centímetros me estuviese regañando, y además con todo el derecho.
—Sí, tienes razón —admití, derrumbándome. Lentamente, descrucé mis brazos—. Tan solo es que… que no estoy acostumbrada a tener a nadie en quien confiar, Jenks. Lo siento.
Jenks descendió un metro debido a la sorpresa.
—¿Estás… estás de acuerdo conmigo?
La cabeza de Ceri realizó un suave giro hacia la arcada. Su vacía expresión se hizo más acentuada. Seguí su mirada hacia el oscuro pasillo, sin sorprenderme de ver allí la ágil silueta de Ivy, con la cadera ladeada y una mano apoyada en su delgada cintura; tenía un aspecto formidable con su ropa ajustada de cuero.
Me retiré de la encimera, incorporándome, súbitamente alarmada. Odiaba cuando ella aparecía así. Ni siquiera había sentido la presión en el aire cuando abrió la puerta principal.
—Hola, Ivy —saludé, con mi voz aún tomada por la desazón de la charla con Jenks.
La inexpresiva mirada de Ivy encajó a la perfección con la de Ceri, al dirigir sus ojos marrones hacia la pequeña mujer sentada en su silla. Se puso en movimiento, actuando con la gracia de un vampiro vivo, sin apenas hacer ruido con sus botas. Tras retirarse su largo y envidiable pelo negro detrás de una oreja, fue hasta el frigorífico y cogió el zumo de naranja. Vestida con sus informales pantalones de cuero y una camisa negra remetida, tenía el aspecto de una motera que se hubiese vuelto refinada. Sus mejillas estaban enrojecidas por el frío, y ella parecía cómoda, incluso a pesar de que aún llevaba su chaqueta corta de cuero.
Jenks flotaba a mi lado; había olvidado nuestra discusión ante el más acuciante problema de que Ivy hubiese encontrado una visita inesperada en su cocina. A mi última visita la había inmovilizado contra la pared y amenazado con desangrarla; a Ivy no le gustaban las sorpresas. El hecho de que estuviera bebiendo zumo de naranja era una buena señal. Significaba que había superado esa maldita sed de sangre suya, y Jenks y yo solo teníamos que tratar con una vampiresa con remordimientos, en lugar de una vampiresa malhumorada, con remordimientos y hambrienta. Era mucho más fácil convivir con ella, ahora que volvía a beber sangre de nuevo.
—Ah, Ivy, esta es Ceridwen —le informé—. Se va a quedar con nosotros hasta que se acostumbre un poco a todo esto.
Ivy se giró, inclinándose contra la encimera con aspecto atractivo y amenazador, mientras le quitaba el tapón al envase y bebía directamente del cartón. ¿
Acaso he dicho algo
? La mirada de Ivy voló sobre Ceri, luego pasó al evidente nerviosismo de Jenks, y finalmente hacia mí.
—Así que… —comenzó a decir; su melodiosa voz me recordaba a la seda grisácea sobre la nieve—. Te has escaqueado de tu acuerdo con ese demonio. Buen trabajo. Bien hecho.
Me quedé con la boca abierta de par en par.
—¿Cómo sabías…? —balbuceé al tiempo que Jenks ahogaba un grito de sorpresa.
Una tenue sonrisa, insólita aunque sincera, elevó las comisuras de su boca. Mostró un atisbo de sus colmillos; sus dientes caninos eran del mismo tamaño que los míos, pero afilados como los de un gato. Tendría que esperar a estar muerta para obtener la versión extendida.
—Hablas en sueños —comentó inadvertidamente.
—¿Lo sabías? —inquirí asombrada—. ¡Jamás dijiste ni una palabra!
—¿«Bien hecho»? —Las alas de Jenks repiqueteaban como una serpiente de cascabel—. ¿Crees que convertirse en el familiar de un demonio es algo bueno? ¿Le has tomado la matrícula al camión que te ha atropellado de camino a casa?
Ivy acudió al armario para coger un vaso.
—Si hubieran soltado a Piscary, Rachel habría muerto a primera hora de la mañana —explicó mientras vertía el zumo—. ¿Así que ahora es el familiar de un demonio? ¿Y qué? Ella ha dicho que el demonio no puede utilizarla, a menos que la arrastre a siempre jamás. Y está con vida. No puedes hacer nada si estás muerto. —Tomó un sorbo de su bebida—. A no ser que seas un vampiro.
Jenks emitió un sonido de desagrado y voló hasta una esquina de la sala para enfurruñarse. Jih aprovechó la oportunidad para salir revoloteando hasta esconderse tras el cucharón que colgaba de la encimera central; las puntas de sus alas lucían un rojo brillante sobre el borde cobrizo.
Los ojos marrones de Ivy se encontraron con los míos por encima de su vaso. Su rostro perfectamente ovalado estaba casi inexpresivo, al ocultar sus emociones tras la fría fachada de indiferencia que mantenía cuando había alguien en la habitación aparte de nosotras dos, incluyendo a Jenks.
—Me alegro de que saliera bien —afirmó al dejar el vaso sobre la encimera—. ¿Te encuentras bien?
Asentí, advirtiendo su alivio en el ligero temblor de sus largos dedos de pianista. Ella jamás me diría lo preocupada que había estado, y me pregunté durante cuánto tiempo habría permanecido en el pasillo, escuchando y recapacitando. Sus ojos parpadearon repetidas veces y apretó los dientes en un esfuerzo por apagar su emoción.
—No sabía que era esta noche —dijo con suavidad—. No me habría marchado.
—Gracias —respondí, pensando que Jenks estaba en lo cierto. Había sido estúpida al no contárselo. Solo que no estaba acostumbrada al cariño de nadie, salvo el de mi madre.
Ceri observaba a Ivy con una profunda y enigmática atención.
—¿Compañera? —aventuró, e Ivy le prestó su atención a la pequeña mujer.
—Sí —afirmó Ivy—. Compañera. ¿Y a ti qué te importa?
—Ceri, esta es Ivy —le dije mientras la chica se ponía de pie.
Ivy frunció el entrecejo al advertir que el estado de minucioso orden en que mantenía su escritorio había sido alterado.
—Era el familiar del Gran Al —la avisé—. Necesita unos días para hacerse a esto, eso es todo.
Jenks emitió un punzante sonido con sus alas, e Ivy me dedicó una reveladora mirada; su expresión cambió a una incómoda desconfianza cuando Ceri se situó ante ella. La pequeña mujer observaba a Ivy desconcertada.
—Eres un vampiro —le dijo, estirando el brazo para tocar su crucifijo.
Ivy saltó hacia atrás con una rapidez sorprendente; sus ojos se volvieron negros.
—¡Oye, oye, oye! —espeté al situarme entre ellas, lista para actuar—. Tranquilízate, Ivy. Ha estado en siempre jamás durante unos mil años. Puede que no haya visto nunca a un vampiro vivo. Creo que es inframundana, pero huele igual que siempre jamás, por lo que Jenks no puede saber lo que es. —Vacilé comunicándole con los ojos y mi última frase que Ceri era una elfa y, por lo tanto, una bomba de relojería en lo que a magia se refería.
Las pupilas de Ivy se habían dilatado hasta casi tornarse en un total negro vampiro. Su postura era amenazadora e insinuante, pero acababa de saciar su ansia de sangre, por lo que también era capaz de escuchar. Le lancé una rápida mirada a Ceri, y me alegré al ver que, sabiamente, no se había movido.
—¿Todo bien por aquí? —inquirí, exigiendo con mi voz que ambas se calmaran.
Con sus finos labios apretados, Ivy se giró, dándonos la espalda. Jenks aterrizo sobre mi hombro.
—Bien hecho —afirmó—. Veo que tienes a los perros bien sujetos.
—¡Jenks! —espeté, y supe que Ivy lo había oído cuando sus nudillos se tornaron blancos alrededor del vaso. Aparté a Jenks de un manotazo y él, riéndose, se elevó para volver a descender hasta mi hombro.
Ceri permanecía con los brazos confiadamente en su lugar, contemplando como Ivy se ponía más y más nerviosa.
—Ohhhhhhhh —pronunció Jenks de forma deliberadamente pausada—. Tu nueva amiga va a hacer algo.
—¿Eh? ¿Ceri? —pregunté; mi corazón latía con fuerza mientras la mujer menuda se acercaba a Ivy junto al fregadero, claramente llamando su atención.
Ivy se volvió hacia ella con el rostro pálido y tenso por la rabia contenida.
—¿Qué? —dijo sin un ápice de emoción.
Ceri inclinó su cabeza ceremoniosamente, sin apartar ni un momento sus ojos verdes de los de Ivy, que se dilataban lentamente recuperando su color marrón.
—Te pido disculpas —expresó con su alta y clara voz, pronunciando cuidadosamente cada sílaba—. Te he menospreciado. —Su atención cayó sobre el ornamentado crucifijo de Ivy, que colgaba de una cadena de plata alrededor de su cuello—. ¿Eres una guerrera vampiro y aun así puedes llevar la cruz?
Ceri sacudió su mano, y entonces supe que deseaba tocarla. Y también Ivy lo sabía. Me limité a observar, incapaz de intervenir, mientras Ivy se volvía para encararla. Con sus caderas inclinadas, le echó un vistazo más profundo a Ceri, observando sus lágrimas secas, su elegante vestido de baile, sus pies desnudos y su evidente orgullo y altivas maneras. Contuve la respiración cuando Ivy se quitó el crucifijo; la cadena le empujaba el cabello hacia delante al sacárselo del cuello.
—Soy una vampiresa viva —matizó al posar el icono religioso en la mano de la mujer elfo—. Nací con el virus vampírico. Sabes lo que es un virus, ¿no?
Ceri paseaba sus dedos sobre las líneas de la plata tallada.
—Mi demonio me permitía leer lo que yo deseaba. Un virus está matando a uno de mis familiares. No es el virus vampírico. Es otro distinto.
Ivy me lanzó una rápida mirada, y luego se volvió hacia la pequeña mujer, quien permanecía una pizca demasiado cerca de ella.
—El virus me cambió cuando crecía en el útero de mi madre, convirtiéndome en ambas cosas. Puedo pasear bajo la luz del sol y rendir culto sin dolor —explicó Ivy—. Soy más fuerte que tú —prosiguió mientras, sutilmente, ponía más espacio entre ellas—. Pero no tan fuerte como un auténtico no muerto. Y tengo alma —añadió en último lugar, como si esperase que Ceri lo negara.
La expresión de Ceri se volvió vacía.
—Vas a perderla.
Un ojo de Ivy tembló.
—Ya lo sé.
Contuve mi aliento escuchando el tictac del reloj y el zumbido casi subliminal de las alas de los pixies. La delgada mujer sostuvo el crucifijo ante Ivy con solemnidad en sus ojos.
—Lo siento. Ese es el infierno del que me salvó Rachel Mariana Morgan.