—Ivy. Dios, esto es muy incómodo.
Dio un salto al sentir el peso de mi mano en el brazo y levantó la cabeza con unos ojos aterradoramente secos. Me aparté y dejé caer la mano en el regazo, como un pescado muerto. Sabía que no debería tocarla cuando era consciente de que ella quería más. Pero quedarme allí sentada sin hacer nada era demasiado frío.
—Ocurrió, sin más.
Ivy se tocó el labio para ver si había dejado de sangrar.
—¿Fue solo sexo? ¿No le diste tu sangre?
La vulnerabilidad de su voz me sorprendió. Asentí con la cabeza. Me sentía como una muñeca, con los ojos muy abiertos y la cabeza vacía.
—Lo siento —dije—. No creí que Kisten y tú… —Vacilé. No estábamos hablando de sexo, sino de la sangre que creyó que le había dado—. Pensé que Kisten y tú ya no teníais una relación formal —dije con torpeza, sin saber si era la mejor forma de expresarlo.
—No comparto sangre con Kisten salvo por alguna rara ocasión en la que lo han dejado plantado y necesita algún mimo —dijo, su voz gris y sedosa había bajado de volumen. Pero seguía sin mirarme—. La sangre no es sexo, Rachel. Es una forma de demostrar que alguien te importa. Una forma de demostrar… que lo quieres.
Apenas era más que un susurro. Se me aceleró el aliento. Sentí que estábamos en el filo de la navaja y casi me cago de miedo.
—¿Cómo puedes decir que el sexo no es sangre cuando tú te acuestas con cualquiera? —dije, la adrenalina endurecía mi voz más de lo que hubiera querido—. Dios bendito, Ivy, ¿cuándo fue la última vez que te acostaste con alguien sin sangre de por medio?
Solo entonces levantó la cabeza y me inquietó el miedo que vi en sus ojos. Estaba asustada y no porque pensara que le había dado mi sangre a Kisten. Tenía miedo de las respuestas que le estaba exigiendo. No creo que se hubiera enfrentado a ellas jamás, ni siquiera en medio del caos en el que la habían abandonado sus deseos. Yo tuve calor y después frío. Levanté las rodillas y me las metí debajo de la barbilla, después remetí bien los talones.
—Está bien —dijo con el último aliento y supe que lo que iba a decir a continuación sería la pura verdad—. Tienes razón en eso. Por lo general mezclo sangre y sexo. Me gusta así. Es un subidón. Rachel, si solo… —dijo mientras quitaba las manos de las rodillas.
Sentí que me ponía pálida. Sacudí la cabeza y ella cambió de opinión sobre lo que iba a decir. Pareció desinflarse y la abandonó toda la tensión.
—Rachel, no es lo mismo —terminó con voz débil, con un ruego en los ojos castaños.
Pensé entonces en Kisten. La marca demoníaca me dio una punzada que se hundió entre mis piernas y me aceleró la respiración todavía más. Tragué saliva y me obligué a desterrar la sensación. Me aparté un poco, contenta de tener la mesa entre las dos.
—Eso es lo que dice Kisten, pero yo no puedo separar las dos cosas. Y no creo que tú puedas tampoco.
Ivy se puso roja y supe que tenía razón.
—Maldita sea, Ivy. No estoy diciendo que sea algo malo que sean lo mismo —dije—. Joder, llevo siete meses viviendo contigo. ¿No crees que a estas alturas ya lo sabrías si pensara eso? Pero el caso es que yo no soy así. Eres la mejor amiga que he tenido jamás pero no pienso compartir almohada contigo y jamás voy a dejar que nadie pruebe mi sangre. —Cogí aire—. Tampoco soy así. Y no puedo vivir mi vida evitando una verdadera relación con alguien solo porque pueda herír tus sentimientos. Ya te dije que no va a pasar nada entre nosotras y así es. Quizá… —Me sentí enferma—. Quizá debería mudarme.
—¿Mudarte?
Fue un sonido consternado, sin aliento, y la calidez de las lágrimas me escoció en los ojos. Me quedé mirando la pared con los dientes apretados. Los últimos siete meses habían sido los más aterradores y espeluznantes de mi vida, y también los mejores. No quería irme (y no solo porque me estuviera protegiendo y evitara que otro vampiro me mordiera y me reclamara) pero quedarme allí no era justo para ninguna de las dos si Ivy no podía superar el tema.
—Jenks se ha ido —dije en voz muy baja para que no me temblara—. Acabo de acostarme con tu antiguo novio. No es justo que me quede aquí si nunca va a haber nada más que amistad entre nosotras. Sobre todo ahora que ha vuelto Skimmer. —Miré la puerta rota y me odié—. Deberíamos dejar estar las cosas de una vez.
Dios, ¿por qué estaba a punto de ponerme a llorar? Yo no podía darle nada más y ella lo necesitaba con desesperación. Skimmer sí que podía; de hecho, quería. Debería irme. Pero cuando levanté la cabeza, me sorprendió ver el reflejo de la luz de las velas en una cinta húmeda que le bajaba del ojo.
—No quiero que te vayas —dijo y me creció el nudo que tenía en la garganta—. Una buena amistad es razón suficiente para quedarse, ¿no? —susurró con los ojos tan llenos de dolor que se me escapó una lágrima.
—Maldita sea —dije limpiándomela con un dedo—. Mira lo que me has hecho hacer.
Me estremecí cuando estiró el brazo por encima de la mesa y me cogió la muñeca. No pude apartar los ojos de los suyos cuando la atrajo hacia sí y se llevó mis dedos húmedos de lágrimas a los labios. Cerró los ojos y agitó las pestañas. Me invadió la adrenalina. Se me aceleró el pulso, el recuerdo del éxtasis inducido por mi vampiro invadía mis pensamientos.
—¿Ivy? —dije con voz débil, y me aparté un poco.
Me soltó. El corazón se me puso a mil cuando mi compañera de piso respiró hondo y despacio, saboreó el aire con los sentidos, filtró mis emociones por su increíble cerebro y sopesó lo que yo podía hacer y lo que no. No quise saber cuál era el cálculo total.
—Voy a hacer las maletas —dije, asustada de que pudiera saber más de mí que yo misma.
Abrió los ojos y creí ver un leve destello de fuerza en ellos.
—No —dijo, regresaba al fin el primer indicio de su voluntad de hierro—. Ninguna de las dos valemos una mierda cuando estamos solas y no estoy hablando solo de la estúpida empresa. Te prometo que no te voy a pedir nada salvo que seas mi amiga. Por favor… —Respiró hondo—. Por favor, no te vayas por esto, Rachel. Haz lo que quieras con Kist. Es un buen hombre y sé que no te hará daño. Solo… —Contuvo el aliento como si le fallaran las fuerzas—. Solo, ¿estarás aquí cuando vuelva a casa esta noche?
Asentí. Sabía que no me lo estaba pidiendo solo por esta noche. Y yo no quería irme. Me encantaba aquel sitio: la cocina, el jardín de la bruja, lo mucho que molaba vivir en una iglesia. Que valorara tanto nuestra amistad significaba mucho para mí y después de evitar una amistad auténtica durante años por lo que le había pasado a mi padre, tener una amiga tan buena como ella también significaba mucho para mí. Ivy me había amenazado una vez con retirarme la protección que tanto necesitaba si me iba. Esa vez no lo había hecho. Me dio miedo buscar la razón, temía que surgiera de esa pequeña pero intensa excitación que yo había sentido cuando Ivy había saboreado mis lágrimas.
—Gracias —dijo y me quedé helada cuando se inclinó sobre la mesa para darme un abrazo rápido. El aroma a almendras y cuero llenó mis sentidos—. Si Kisten puede convencerte de que la sangre no es sexo —dijo—, ¿me prometes que me lo dirás?
Me la quedé mirando. El recuerdo de Skimmer besándola despertó con un destello y después desapareció.
Satisfecha, al parecer, me soltó, se levantó y entró en la cocina.
—Ivy —dije sin aliento, demasiado aturdida y atontada para hablar más alto, sabía que podía oírme—. ¿Cuántas reglas estamos violando?
Ivy apareció en el pasillo y dudó un momento con la bolsa y la espada en la mano, cambió el peso de pie y no me respondió.
—Volveré después del amanecer. ¿Quizá podamos cenar tarde hoy? ¿Cotillear sobre Kisten con un buen trozo de lasaña? En realidad es un buen tío, te conviene.
Me ofreció una sonrisa incómoda y se fue.
En su voz había un pequeño matiz de pesar pero no supe si era por haberme perdido a mí o a Kisten. Y tampoco quería saberlo. Me quedé mirando la alfombra sin ver las velas ni oler el aroma de la cera y el perfume, el estrépito apagado de la puerta provocó una pequeña corriente de aire. ¿Cómo se había jodido mi vida de aquella manera? Pero si yo lo único que había querido era dejar la SI, ayudar a unas cuantas personas y hacer algo con mi vida y mi título. Desde entonces había encontrado y espantado al primer novio de verdad que tenía en años, había insultado a un clan pixie, me había convertido en la niña bonita de Ivy y me había acostado con un vampiro vivo. Y eso sin contar las dos amenazas de muerte a las que había sobrevivido o la precaria situación con Trent. ¿Qué coño estaba haciendo?
Me levanté y entré tambaleándome en la cocina, con la cara fría y las piernas como si estuvieran hechas de goma. Levanté la cabeza al oír un grifo y me quedé de piedra. Algaliarept estaba delante del fregadero llenando la tetera, cuyo cobre deslustrado comenzaba a cubrirse de condensación.
—Buenas noches, Rachel —dijo con una sonrisa que mostraba unos dientes planos—. Espero que no te importe que me haga una taza de té. Tenemos mucho que hacer antes de que salga el sol.
Oh, Dios. Me había olvidado de eso.
—¡Maldita sea! —maldije mientras daba marcha atrás. El santuario. Si podía llegar a suelo sagrado, no podría tocarme. Chillé al sentir una mano pesada en el hombro. Giré en redondo e intenté arañarle la cara. Se convirtió en bruma y caí hacia delante cuando se le desvanecieron las manos. Un instante después me había cogido por el tobillo y me tiraba al suelo—. ¡Suéltame! —grité con la voz ronca al chocar con el suelo, después le di una patada.
Me giró y me empujó contra la nevera. Su rostro alargado adoptó una complexión exangüe y sus ojos rojos de cabra adquirieron una expresión ávida por encima de las gafas ahumadas. Me levanté como pude y él se lanzó a por mí, me cogió con la mano enguantada de blanco y me dio una buena sacudida que me hizo temblar los dientes. Me dio un empujón y fui a parar a la isla central como una muñeca de trapo. Me di la vuelta y me apoyé en la encimera, con los ojos muy abiertos y el corazón latiéndome a toda velocidad. Era una estúpida. ¡Cómo podía ser tan estúpida!
—Si vuelves a huir, me acogeré a la cláusula de incumplimiento de acuerdo —dijo con calma—. Estás advertida. Por favor, huye. Lo hará todo muchíiiisimo más sencillo.
Estaba temblando, así que me agarré a la encimera para no perder el equilibrio.
—Lárgate —dije—. No te he invocado.
—Ya no es tan sencillo —me contestó—. He tenido que pasarme un día entero en la biblioteca pero he encontrado precedentes. —Su preciso acento se hizo incluso más oficioso, se llevó el dorso de los nudillos a la levita de terciopelo verde y citó—: «Si el susodicho familiar se encuentra emplazado en un lugar beta a modo de préstamo o acontecimiento similar, el amo puede pedirle al familiar que lleve a cabo ciertas labores». Abriste la puerta al invocar una línea —añadió—. Y dado que tengo una tarea para ti, estaré aquí hasta que la termines.
Me estaba poniendo mala.
—¿Qué quieres? —Había una olla de hechizos en mi encimera, estaba llena de un líquido de color ámbar que olía a geranios. No había contado conque me trajera el trabajo a casa.
—Qué quieres… amo —me apuntó Al con una sonrisa que me mostró aquellos dientes gruesos como bloques.
Me metí el pelo detrás de la oreja.
—Quiero que salgas de mi cocina de una puta vez.
Su sonrisa ni vaciló siquiera cuando, con un poderoso movimiento, me dio un bofetón. Ahogué un grito y me lancé hacia delante para recuperar el equilibrio. Me invadió la adrenalina cuando me cogió por el hombro y evitó que me cayera.
—Pero qué graciosa es mi chica —murmuró, su elegancia británica me dio escalofríos y sus bellos rasgos cincelados se hicieron más duros todavía—. Dilo.
El sabor áspero de la sangre me mordió la lengua y apreté la espalda contra la encimera hasta que me dolió.
—Qué quieres, oh noble amo del puto culo.
No tuve tiempo de agacharme cuando hizo girar la mano de repente. El dolor me atravesó la mejilla y caí al suelo. Las hebillas de plata de las botas de Al invadieron mi campo de visión. Llevaba medias blancas y había encaje allí donde se encontraban con la parte inferior de los pantalones.
Empecé a sentir náuseas. Me toqué la mejilla, sentí un escozor y detesté a aquel demonio. Intenté levantarme, pero fui incapaz porque me puso un pie en el hombro y me obligó a tirarme. Lo odié todavía más y me aparté el pelo para poder verlo. ¿Qué más daba?
—¿Qué quieres, amo?
Tuve la sensación de que iba a vomitar de un momento a otro.
Arrugó los finos labios en una sonrisa. Se tiró del encaje de las mangas y se inclinó, solícito, para ayudarme a levantarme. Me negué pero me levantó tan rápido de un tirón que me encontré apretada contra él, aspirando el aroma a terciopelo aplastado y ámbar quemado.
—Quiero esto —susurró mientras me metía una mano bajo el jersey, buscaba algo.
Se me aceleró el pulso. Me puse rígida y apreté los dientes.
Lo voy a matar. No sé cómo pero lo voy a matar
.
—Qué conversación tan conmovedora con tu compañera de piso —dijo y me retorcí porque su voz había cambiado y se había convertido en la de Ivy. Cambió de aspecto sin dejar de tocarme y siempre jamás me atravesó entera. Los ojos rojos de cabra se clavaron en mí desde el rostro perfecto de Ivy. Delgada y ceñida, la imagen de su cuerpo envuelto en cuero se apretó contra el mío y me sujetó contra la encimera. La última vez me había mordido.
Oh, Dios. Otra vez no
.
—Pero quizá quieras esto en su lugar —dijo con la voz gris y sedosa de mi compañera de piso, y empecé a sudar por la espalda. Su largo cabello liso me rozaba la mejilla y aquel susurro sedoso me provocaba un estremecimiento imparable en la piel. Al lo sintió donde se tocaban nuestros cuerpos y se inclinó un poco más hasta que yo me eché atrás.
—No te apartes —dijo Al con la voz de Ivy y mi resolución creció. Era una babosa. Un cabrón y lo iba a matar por aquello—. Lo siento, Rachel… —dijo sin aliento, unos dedos largos ardían convertidos en cosquilleos allí donde me tocaban, trazando una línea que me recorría desde el hombro a la cadera—. No estoy enfadada. Comprendo que tengas miedo. Pero lo que podría enseñarte, si supieras las cumbres de pasión que podríamos alcanzar. —Su aliento se estremeció. Me rodeaban los brazos de Ivy, frescos y ligeros, inclinándome hacia él contra mi voluntad. Notaba el aroma exquisito de mi compañera de piso, a incienso oscuro y cenizas. Al la había clavado.