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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (60 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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Su rostro se vació de toda expresión y cruzaron su mente pensamientos que no quiso compartir conmigo. Asintió poco a poco y le hizo un gesto a Jonathan para que se acercara.

Me lo tomé como un sí y relajé los hombros.

—Gracias —murmuré cuando el alto se inclinó para susurrarle algo al oído a Trent. La mirada de este se clavó de repente en mí. Me esforcé por oír algo pero en vano.

—Que se quede en la verja —dijo Trent mirando a Quen—. No lo quiero en los terrenos de la casa.

—¿A quién? —pregunté, intrigada.

Trent se levantó y se apretó el cinturón de la bata.

—Le he dicho al señor Felps que dispondría tu regreso pero parece pensar que necesitas que te rescaten. Te espera junto a la garita.

—¿Kisten? —Sofoqué una sacudida. Me alegraría de verlo pero temía las respuestas que pudiera darme. Habría preferido que no hubiera sido él el que había puesto la bomba pero Ivy había dicho que había sido él. Joder, ¿por qué me colaba siempre por los chicos malos?

Mientras los tres hombres esperaban, me levanté, recogí mis cosas y dudé antes de tenderle la mano al elfo.

—Gracias por tu hospitalidad… Trent —dije e hice solo una pequeña pausa mientras intentaba decidir cómo llamarlo—. Y gracias por no dejarme morir congelada —añadí.

Una sonrisa suave le crispó las comisuras de los labios al ver mi vacilación y después me estrechó también la mano con firmeza.

—Era lo menos que podía hacer, puesto que me salvaste de ahogarme —respondió. Después frunció el ceño, era obvio que quería decir más. Contuvo el aliento pero cambió de opinión y se giró—. Jonathan, ¿podrías acompañar a la señorita Morgan hasta la garita? Quiero hablar con Quen.

—Por supuesto, Sa'han.

Eché la vista atrás y miré a Trent mientras seguía a Jonathan a las escaleras, ya estaba pensando en lo que tenía que hacer a partir de ese momento. Llamaría primero a Edden, a su casa, en cuanto echara mano de mi Rolodex. Quizá todavía estuviera levantado. Después a mi madre. Después a Jenks. Todo iba a ir bien. Tenía que ir bien.

Pero mientras aceleraba el paso para que Jonathan no me dejara atrás me invadió una oleada de preocupación. Claro que iba a conseguir ver a Saladan, pero ¿y después qué?

29.

Kisten tenía la calefacción a máxima potencia y el aire caliente movió un mechón de mi corto cabello, que me hizo cosquillas en el cuello. Estiré el brazo para bajar el aire, mi vampiro se engañaba creyendo que yo seguía sufriendo los efectos de la hipotermia y cuanto más calor hiciera, mejor. Pero era asfixiante, una sensación que reforzaba la oscuridad que atravesábamos. Abrí un poco la ventana y me relajé cuando se coló en el coche el aire nocturno.

El vampiro vivo me lanzó una mirada furtiva pero devolvió de repente la mirada a la carretera iluminada por los faros cuando se encontraron nuestros ojos.

—¿Te encuentras bien? —preguntó por tercera vez—. No has dicho ni una sola palabra.

Agité la cazadora para crear una corriente y asentí. Le había dado un abrazo junto a la verja de Trent pero era obvio que Kisten percibía la vacilación.

—Gracias por recogerme —dije—. No me apetecía mucho que Quen me llevara a casa. —Pasé la mano por la manilla de la puerta del Corvette de Kisten y lo comparé con la limusina de Trent. Me gustaba más el coche de Kisten.

Kisten exhaló el aire en un largo suspiro.

—Necesitaba salir. Ivy me estaba volviendo loco. —Apartó la mirada de la carretera oscura—. Me alegro de que se lo dijeras tan pronto.

—¿Habéis hablado? —pregunté, sorprendida y un poco preocupada. ¿Por qué no podían gustarme los hombres majos?

—Bueno, habló ella. —Kisten hizo un ruidito avergonzado—. Amenazó con cortarme las dos cabezas si se me ocurría chuparte la sangre a sus espaldas.

—Lo siento. —Miré por la ventana, cada vez más disgustada. No quería tener que apartarme de Kisten por haber pretendido que todas aquellas personas murieran en una estúpida lucha de poder de la que ni siquiera eran conscientes. Kisten cogió aire para decir algo pero lo interrumpí de repente—: ¿Te importaría que utilizara tu teléfono?

Con expresión cauta, el vampiro sacó su brillante teléfono de una funda que llevaba en el cinturón y me lo pasó. No demasiado contenía, llamé a Información y pedí el número de la empresa de David, y por unos cuantos dólares más, me pasaron con ella. ¿Y por qué no? El teléfono no era mío.

Mientras Kisten conducía en silencio yo me abrí paso por su sistema automatizado. Ya casi era medianoche. Debería estar en la oficina, a menos que tuviera algún trabajo fuera o se hubiera ido temprano a casa.

—Hola —dije cuando al fin contestó una persona de verdad—. Necesito hablar con David Hue.

—Lo siento —dijo una mujer mayor con una sobredosis de profesionalidad—. El señor Hue no se encuentra aquí en estos momentos. ¿Puedo pasarla con otro de nuestros agentes?

—¡No! —dije antes de que me volviera a meter en el sistema—. ¿Hay algún número al que pueda llamarlo? Es una emergencia.
—Nota para mí misma: nunca jamás vuelvas a tirar la tarjeta de nadie
.

—Si tiene la amabilidad de dejar su nombre y número de teléfono…

¿Qué parte de «emergencia» no entendía aquella mujer?

—Mire —dije con un suspiro—. Necesito hablar con él cuanto antes. Soy su nueva compañera y he perdido su extensión. Si pudiera usted…

—¿Usted es su nueva compañera? —me interrumpió la mujer. El asombro de su voz me dio qué pensar. ¿Tan difícil era trabajar con David?

—Sí —dije mientras le lanzaba una mirada a Kisten. Estaba segura de que mi chófer podía oír ambos extremos de la conversación con sus oídos vampíricos—. Necesito hablar con él, de verdad.

—Eh, ¿puede esperar un momento?

—No lo dude.

El rostro de Kisten, se iluminó bajo el fulgor de los coches que venían enfrente. Tenía la mandíbula tensa y los ojos clavados en la carretera.

Hubo un crujido en el teléfono cuando se lo pasaron a alguien y después se oyó una voz cauta.

—Soy David Hue.

—David —dije con una sonrisa—. Soy Rachel. —El no dijo nada y me apresuré a mantenerlo en la línea—. ¡Espera! No cuelgues. Tengo que hablar contigo. Es sobre una reclamación.

Se oyó el sonido de una mano cubriendo el teléfono.

—No pasa nada —le oí decir—. Voy a coger esta llamada. ¿Por qué no te vas a casa temprano? Ya apago yo tu ordenador.

—Gracias, David. Te veo mañana —dijo su secretaria a lo lejos y después de unos instantes se volvió a oír la voz de David por la línea.

—Rachel —dijo con cautela—. ¿Es por lo del pez? Ya he procesado la reclamación. Si has cometido perjurio me voy a disgustar mucho.

—¿Por qué tienes que pensar siempre lo peor de mí? —le pregunté, ofendida. Deslicé los ojos hacia Kisten, que agarraba el volante con más fuerza—. Cometí un error con Jenks, ¿de acuerdo? Estoy intentando arreglarlo. Pero tengo algo que quizá te interese.

Se produjo un corto silencio.

—Te escucho —dijo con cierto recelo.

Resoplé de alivio. Hurgué en mi bolso en busca de un bolígrafo, abrí mi agenda y apreté el émbolo del bolígrafo.

—Esto, trabajas a comisión, ¿no?

—Algo así —dijo David.

—Bueno, ¿sabes ese barco que explotó? —le lancé una mirada furtiva a Kisten. La luz de los otros coches destelló en su barba incipiente cuando apretó la mandíbula. Se oyó el tintineo de las teclas del ordenador en el fondo.

—Sigo escuchando…

Se me aceleró el pulso.

—¿Es tu compañía la que tiene la póliza de ese barco?

El sonido de las teclas se aceleró y luego se desvaneció.

—Puesto que aseguramos todo lo que no le interesa a Piscary, es probable. —Se produjo otro estallido de teclas—. Sí. La tenemos nosotros.

—Genial —suspiré. Iba a funcionar—. Yo estaba dentro cuando explotó.

Oí el chirrido de una silla por la línea.

—Por alguna razón no me sorprende mucho. ¿Me estás diciendo que no fue un accidente?

—Pues no. —Le lancé una mirada a Kisten. Tenía blancos los nudillos de las manos.

—No me digas. —No era una pregunta y el sonido de las teclas del ordenador resonó de nuevo, seguido poco después por el zumbido de una impresora.

Cambié de postura en los asientos de cuero calentado de Kisten y me metí la punta del bolígrafo en la boca.

—¿Estaría en lo cierto si digo que tu compañía no paga cuando la propiedad se destruye…?

—¿A consecuencia de acciones de guerra o actividades relacionadas con bandas de delincuentes? —me interrumpió David—. No. No pagamos.

—Fantástico —dije, no me pareció necesario decirle que estaba sentada junto al tío que lo había preparado todo.
Dios, por favor, que Kisten pueda darme alguna respuesta
—. ¿Qué te parecería que me acercara hasta ahí y te firmara un papel?

—Pues me gustaría mucho, la verdad. —David dudó un momento y luego añadió—: No me parece que seas la clase de mujer que hace actos de caridad por las buenas, Rachel. ¿Qué quieres sacar de esto?

Recorrí con los ojos la mandíbula apretada de Kisten, hasta sus fuertes hombros, después me detuve en las manos que se aferraban al volante como si estuviera intentando sacarle el hierro a la fuerza.

—Quiero estar contigo cuando vayas a liquidar la reclamación de Saladan.

Kisten dio una sacudida, al parecer acababa de entender por qué estaba hablando con David. El silencio al otro lado de la línea se podía cortar.

—Ya… —murmuró David.

—No voy a matarlo, solo voy a arrestarlo —le sugerí a toda prisa.

La vibración del motor que me atravesaba los pies cambió y se estabilizó.

—No es eso —dijo—. Es que no trabajo con nadie. Y no pienso trabajar contigo.

Me ardía la cara. Sabía que no tenía un gran concepto de mí después de averiguar que le había ocultado información a mi propio socio pero había sido culpa de David que se supiera.

—Mira —dije al tiempo que le daba la espalda a Kisten, que se me había quedado mirando—. Acabo de ahorrarle a tu compañía un pastón. Me metes contigo cuando vayas a liquidar su reclamación y luego te quitas de en medio y nos dejas trabajar a mí y a mi equipo. —Miré a Kisten. Algo había cambiado en él. Cogía el volante con más suavidad y no había expresión alguna en su rostro.

Se produjo un corto silencio.

—¿Y después?

—¿Después? —El movimiento de las luces hacía ilegible el rostro de Kisten—. Nada. Intentamos trabajar juntos y no funcionó. Y tú consigues un aplazamiento en la búsqueda de un nuevo compañero.

Se produjo un silencio más largo.

—¿Y ya está?

—Ya está. —Cerré el bolígrafo y lo lancé junto con mi agenda al bolso. ¿Por qué intentaba siquiera organizarme?

—De acuerdo —dijo al fin. Voy a sacudir unas cuantas ramas, a ver qué cae.

—Fantástico —dije, contenta de verdad, aunque él no lo parecía tanto—. Oye, dentro de unas horas voy a estar muerta por culpa de la explosión, así que no te preocupes, ¿vale?

Se le escapó un gemido cansado.

—De acuerdo. Te llamo mañana cuando entre la reclamación.

—Genial. Nos vemos entonces. —La falta de entusiasmo de David era deprimente. Colgó el teléfono sin decirme adiós, yo cerré el de Kisten y se lo pasé—. Gracias —dije, me sentía muy incómoda.

—Creí que me ibas a entregar —dijo Kisten en voz baja.

Me quedé con la boca abierta y lo miré. Empezaba a entender su tensión anterior.

—No —susurré, por alguna razón tenía miedo. ¿Se había quedado allí sentado sin hacer nada mientras pensaba que lo iba a entregar?

Se dirigió a mí con los hombros rígidos y los ojos en la carretera.

—Rachel, yo no sabía que Saladan iba a dejar morir a todas esas personas.

Se me cortó la respiración. Me obligué a exhalar y a respirar hondo otra vez.

—Cuéntamelo —dije, estaba mareada. Me quedé mirando por la ventana con las manos en el regazo y un nudo en el estómago.
Por favor, que esta vez me equivoque, por favor
.

Miré al otro lado del coche y Kisten, después de echar un vistazo por el espejo retrovisor, aparcó en un lado de la carretera. Se me encogieron las tripas. Joder, ¿por qué tenía que gustarme aquel tío? ¿Por qué no podían gustarme los tíos majos? ¿Por qué el poder y la fuerza personal que me atraían siempre parecían traducirse en una indiferencia cruel por las vidas de otras personas?

Mi cuerpo se echó hacia delante y otra vez hacia atrás cuando Kisten paró de repente. El coche se sacudía con el tráfico que continuaba pasando junto a nosotros a ciento veinte por hora, pero todo era quietud en nuestro espacio. Kisten cambió de postura y me miró, estiró los brazos por encima del cambio de marchas para acunar las manos que seguían en mi regazo. Su barba de un día destellaba bajo las luces de los coches que venían en sentido contrario, al otro lado de la mediana, y había una expresión preocupada en sus ojos azules.

—Rachel —dijo y yo contuve el aliento con la esperanza de que estuviera a punto de decirme que todo había sido un error—. Yo hice que pusieran esa bomba en la caldera.

Cerré los ojos.

—No pretendía que murieran esas personas. Llamé a Saladan —continuó y yo abrí los ojos cuando el coche vibró al pasar cerca un camión—. Le dije a Candice que había una bomba en su barco. Joder, le dije dónde estaba y que si la tocaban, detonaría. Les di tiempo de sobra para sacar a todo el mundo. No estaba intentando matar a nadie, intentaba provocar un circo en los medios de comunicación y hundirle el negocio. Jamás se me ocurrió que se iría tan fresco y los dejaría allí para que murieran. Lo juzgué mal —dijo, había una recriminación amarga en su voz— y esas personas pagaron mi falta de visión con su vida. Dios, Rachel, si hubiera supuesto siquiera lo que iba a hacer ese tío, habría encontrado otro modo. El que tú estuvieras en ese barco… —Respiró hondo—. He estado a punto de matarte…

Tragué saliva y sentí que el nudo que tenía en la garganta se reducía un poco.

—Pero no es la primera vez que matas a alguien —dije, sabía que el problema no era esa noche sino un pasado entero perteneciendo a Piscary y teniendo que cumplir su voluntad.

Kisten se echó hacia atrás aunque sus manos nunca abandonaron las mías.

—Maté a mi primera persona a los dieciocho años.

Oh, Dios
. Intenté soltarme pero él me apretó las manos con suavidad.

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