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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (61 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—Tienes que oírlo —dijo—. Si quieres irte, quiero que sepas la verdad para que no vuelvas. Y si te quedas, entonces que no sea porque tomaste una decisión basada en la escasez de información.

Me preparé para lo peor y lo miré a los ojos, me parecieron sinceros, quizá había una insinuación de culpa y un antiguo dolor.

—Tampoco es la primera vez que haces esto —susurré con miedo. Yo era una más entre toda una serie de mujeres, y todas se habían ido. Quizá fueran más listas que yo.

Kisten asintió y cerró los ojos por un instante.

—Estoy cansado de que me hagan daño, Rachel. Soy un buen tío que resulta que mató a su primera persona cuando tenía dieciocho años.

Tragué saliva y me solté las manos con la excusa de meterme el pelo tras una oreja. Kisten sintió que me alejaba y se giró para mirar por el parabrisas antes de volver a poner las manos en el volante. Le había dicho que no tomara decisiones por mí, supongo que me merecía hasta el último detalle sórdido.

—Continúa —dije con el estómago hecho mil nudos.

Kisten se quedó mirando a la nada mientras el tráfico continuaba pasando y acentuaba la quietud del coche.

—Maté a la segunda más o menos un año después —dijo con voz neutra—. Aquella chica fue un accidente. Conseguí evitar acabar otra vez con la vida de nadie más hasta el año pasado, que…

Lo miré, respiró hondo y luego exhaló. Me temblaban los músculos mientras esperaba la continuación.

—Dios, lo siento, Rachel —susurró—. Juré que intentaría no tener que matar a nadie otra vez. Quizá por eso Piscary ya no me quiere como su sucesor. Quiere a alguien con el que pueda compartir la experiencia y yo no quiero. Fue él el que los mató en realidad pero yo estaba allí. Le ayudé. Los sujeté, los mantuve ocupados mientras él los masacraba tan contento uno por uno. Que se lo merecieran ya no me parece justificación suficiente. No del modo en que lo hizo.

—¿Kisten? —dije, vacilante, con el pulso acelerado.

Se giró y me quedé helada, intentando no asustarme. Sus ojos se habían vuelto negros al recordar.

—Esa sensación de dominio puro es un subidón retorcido, adictivo —dijo, el ansia perdida de su voz me daba escalofríos—. Me llevó mucho tiempo aprender a desprenderme de eso para poder recordar el salvajismo inhumano de todo ello, oculto por la sacudida de adrenalina pura. Me perdí en los pensamientos y la fuerza de Piscary que me inundaban pero ahora ya sé cómo manejarlo, Rachel. Puedo ser las dos cosas, su sucesor y solo una persona. Puedo ser el que impone sus leyes y un amante dulce a la vez. Sé que puedo mantener el equilibrio. Ahora mismo me está castigando pero me dejará volver. Y cuando lo haga, estaré listo.

¿
Qué coño estaba haciendo yo allí
?

—Así que —dije y oí el temblor de mi voz—. ¿Ya está?

—Sí. Ya está —dijo, tajante—. La primera fue para cumplir las órdenes de Piscary y dar ejemplo con alguien que se aprovechaba de menores de edad. Fue excesivo pero era joven y estúpido, intentaba demostrarle a Piscary que haría cualquier cosa por él, y él disfrutó viéndome agonizar por aquello después. La última vez fue para evitar que se formara una camarilla. Defendían la vuelta a las tradiciones previas a la Revelación, cuando se raptaba a personas que nadie echaría de menos. La mujer. —Posó los ojos en mí—. Esa es la que me atormenta. Fue entonces cuando decidí ser honesto cuando pudiera. Juré que jamás acabaría otra vez con la vida de un inocente. Da igual que me mintiera… —Cerró los ojos y le temblaron las manos sobre el volante. Las luces del otro lado de la mediana mostraban las líneas de dolor que había en su rostro.

Oh, Dios. Había matado a alguien en pleno ataque de rabia pasional
.

—Y resulta que he puesto fin a dieciséis vidas esta noche —susurró.

Qué estúpida era. Kisten admitía haber matado a varias personas, personas que la SI seguramente le agradecería haber quitado de circulación, pero personas de todos modos. Yo me había metido en aquello sabiendo que no era el típico «novio seguro», pero ya había tenido el típico novio seguro y siempre terminaban haciéndome daño. Y a pesar de la brutalidad de la que era capaz, estaba siendo honesto conmigo. Esa noche habían muerto unas personas en una tragedia horrible, pero no había sido esa su intención.

—¿Kisten? —Bajé los ojos y le miré las manos, tenía unas uñas cortas y redondas que mantenía limpias y cuidadas.

—Yo hice que pusieran la bomba —dijo, la culpabilidad le endurecía la voz.

Vacilé antes de estirar el brazo para quitarle las manos del volante. Sentía los dedos fríos entre los suyos.

—No los mataste tú. Los mató Lee.

Tenía los ojos negros bajo la luz incierta cuando se volvió hacia mí. Le rodeé el cuello con la mano para acercarlo más y se resistió. Era un vampiro, cosa nada fácil de ser; no era una excusa, era un hecho. El que fuera franco conmigo significaba más para mí que su horrible pasado. Y se había quedado allí sentado mientras pensaba que lo iba a entregar, no había hecho nada. Había hecho caso omiso de lo que creía y había confiado en mí. Yo intentaría confiar en él.

No puede evitar sentir pena por él. Había observado a Ivy y había llegado a la conclusión de que ser el sucesor de un señor de los vampiros se parecía mucho a estar en una relación en la que reinaban los abusos mentales y en la que el sadismo había pervertido el amor. Kisten estaba intentando distanciarse de las exigencias masoquistas de su amo. De hecho, se había distanciado, se había distanciado tanto que Piscary lo había dejado por un alma incluso más desesperada que él por ser aceptada: mi compañera de piso.
Pues qué bien
.

Kisten estaba solo. Sufría. Se estaba sincerando conmigo, y yo no podía irme sin más. Los dos habíamos hecho cosas cuestionables y no podía llamarlo malvado cuando era yo la que tenía la marca demoníaca. Las circunstancias habían elegido por nosotros. Yo lo hacía lo mejor que podía. Igual que él.

—No fue culpa tuya que murieran —dije otra vez, me sentía como si hubiera encontrado una nueva forma de ver las cosas. Ante mí se encontraba el mismo mundo de siempre pero yo empezaba a mirar tras las esquinas. ¿
En que me estaba convirtiendo? ¿Era idiota por confiar o una persona más sabía que encontraba el modo de perdonar
?

Kisten oyó la aceptación de su pasado en mi voz y el alivio que se reflejó en su rostro era tan fuerte que fue casi doloroso. Deslicé un poco más la mano que le había puesto en el cuello y lo atraje un poco más sobre el panel.

—No pasa nada —susurré al tiempo que él me soltaba los dedos y me cogía los hombros—. Lo entiendo.

—No creo que puedas… —insistió.

—Entonces ya nos ocuparemos de eso cuando lo haga. —Ladeé la cabeza, cerré los ojos y me incliné para buscarlo. Relajó las manos que me sujetaban los hombros y me encontré estirándome hacia él, atraída cuando se rozaron nuestros labios. Le apreté el cuello para atraerlo todavía más hacia mí. Me recorrió una sacudida que llevó toda mi sangre a la superficie y me produjo un cosquilleo cuando Kisten profundizó un beso lleno de promesas. La sensación no parecía brotarme de la marea y atraje la mano de Kisten hacia ella, casi jadeé cuando trazó con las yemas de los dedos aquel tenue tejido cicatricial, casi invisible. Me acordé entonces por un instante de la guía de Ivy para salir con un vampiro y lo vi todo de una forma completamente nueva.
Oh, Dios, las cosas que podría hacer yo con este hombre

Quizá necesitaba un hombre peligroso, pensé cuando se alzó en mí una emoción salvaje. Solo alguien que se había equivocado tanto podía entender que, sí, yo también hacía cosas cuestionables, pero no por eso dejaba de ser una buena persona. Si Kisten podía ser las dos cosas, entonces quizá eso significara que yo también podía serlo.

Y con eso abandoné toda intención de seguir pensando. Kisten me buscó el pulso con la mano y mis labios tiraron de lo suyos. Metí la lengua con vacilación entre sus labios, sabía que una pesquisa dulce provocaría una reacción más cálida que una caricia exigente. Encontré un diente liso y lo rodeé con la lengua, provocadora.

La respiración de Kisten se aceleró y se apartó de golpe.

Me quedé inmóvil porque de repente ya no estaba allí, el calor de su cuerpo seguía dejando un recuerdo en mi piel.

—No llevo las fundas puestas —dijo, solo quedaba la hinchazón negra de sus ojos y la palpitación de mi cicatriz con una promesa—. Estaba tan preocupado por ti que no perdí ni un minuto… No voy… —Respiró hondo, estaba temblando—. Dios, hueles tan bien.

Me obligué a relajarme en mi asiento con el corazón a mil y lo observé mientras me metía un mechón de pelo tras la oreja. No sabía muy bien si me importaba que llevara las fundas puestas o no.

—Perdona —dije sin aliento, la sangre seguía palpitando por mis venas—. No pretendía llegar tan lejos.
—Pero fue como si me provocaras tú
.

—No te disculpes. No eres tú la que ha estado descuidando… las cosas. —Kisten resopló e intentó ocultar aquella expresión embriagadora de deseo. Bajo las emociones más toscas había una mirada suave de comprensión, agradecimiento y alivio. Yo había aceptado su horrible pasado aunque sabía que su futuro quizá no fuera mucho mejor.

No dijo nada, puso el coche en primera y aceleró. Yo me sujeté a la puerta hasta que regresamos a la carretera, contenta de que no hubiera cambiado nada aunque todo fuera diferente.

—¿Por qué eres tan buena conmigo? —dijo en voz baja cuando aceleramos y adelantamos a un coche.

¿
Porque creo que podría enamorarme de ti
? pensé, pero no pude decirlo todavía.

30.

Levanté la cabeza al oír una llamada discreta a la puerta. Estábamos en la cocina e Ivy me lanzó una mirada de advertencia, se levantó y se estiró todo lo que pudo.

—Ya voy yo —dijo—. Seguramente serán más flores.

Le di un mordisco a la tostada de canela y hablé con la boca llena.

—Si es comida, tráetela, ¿quieres? —murmuré.

Ivy salió con un suspiro, sexy e informal a la vez con las mallas negras y un jersey suelto que le llegaba a los muslos. La radio estaba encendida en la salita y yo tenía sentimientos encontrados al oír al presentador hablar de la tragedia de la explosión en el barco a primera hora de la noche anterior. Incluso tenían las palabras de Trent diciéndole a todo el mundo que yo había muerto al salvarle la vida.

Mientras me limpiaba la mantequilla de los dedos, pensé que todo aquello era muy extraño. No dejaban de aparecer cosas delante de nuestra puerta. Era agradable saber que me echarían de menos, y no sabía que mi muerte había afectado a tantas personas. No iba a ser fácil cuando saliera del armario y resultara que estaba viva, igual que cuando plantas a alguien en el altar y tienes que devolver todos los regalos. Claro que si me muriera esa noche, me iría a la tumba sabiendo quiénes eran mis amigos. Me sentía un poco como Huckleberry Finn.

—¿Sí? —dijo la voz cauta de Ivy en la iglesia.

—Soy David. David Hue —respondió una voz conocida. Me tragué el último trozo de tostada y me acerqué sin prisas a la parte delantera de la iglesia. Estaba muerta de hambre y me pregunté si Ivy me estaba colando azufre en el café para intentar fortalecer las reservas de mi cuerpo después del chapuzón en el río.

—¿Y esa quién es? —preguntó Ivy con tono beligerante. Entré en el santuario y me los encontré en los escalones, el sol comenzaba a ponerse y entraba en la iglesia a la altura de sus pies.

—Soy su secretaria —dijo con una sonrisa la pulcra mujercita que estaba al lado de David—. ¿Podemos entrar?

Abrí mucho los ojos.

—Eh, eh, eh —dije agitando los brazos a modo de protesta—. No puedo vigilaros a los dos y encima arrestar a Lee.

David recorrió con los ojos el jersey informal y los vaqueros que me había puesto, me estaba evaluando con una mirada calculadora. Esa misma mirada se detuvo en mi pelo más corto, teñido por el momento de color marrón, me lo había hecho justo después de que me lo sugiriera por teléfono.

—La señora Aver no va a venir con nosotros —dijo con lo que podría ser un asentimiento inconsciente de aprobación—. Me pareció prudente que tus vecinos me vieran llegar con una mujer además de irme con ella. Tenéis más o menos la misma figura.

—Ah.
—Idiota
, pensé. ¿Por qué no se me había ocurrido a mí? La señora Aver sonrió pero me di cuenta que ella también pensaba que era idiota.

—Voy a entrar un momento en su baño para cambiarme, y después me voy —dijo con tono alegre. Dio un paso en la sala, dejó un delgado maletín en el suelo, junto al piano y dudó un instante.

Ivy se sobresaltó.

—Por aquí —dijo, y le indicó con un gesto a la mujer que la siguiera—. Gracias. Es usted muy amable.

Hice una pequeña mueca al oír todo aquel mar de fondo oculto y observé a la señora Aver irse con Ivy, la primera haciendo mucho ruido con sus sosos tacones negros y la segunda en silencio, con zapatillas. Su conversación murió con el chasquido de la puerta del baño al cerrarse así que me volví hacia David.

Parecía un hombre lobo completamente diferente sin los pantalones de licra que se ponía para correr y la camiseta. Y no se parecía en nada a la persona que vi apoyada en un árbol del parque con un guardapolvo que le llegaba casi hasta las botas y un sombrero vaquero calado hasta los ojos. La barba de tres días había desaparecido y dejado unas mejillas curtidas por el sol y el largo cabello estaba bien peinado y olía a musgo. Solo un hombre lobo de primera clase podía arreglarse y salir airoso de la situación sin que pareciera que se estaba esforzando, pero David lo había conseguido. Claro que el traje de tres piezas y las uñas bien cuidadas ayudaban bastante. Parecía mayor de lo que indicaba su físico atlético, con unas gafas encaramadas a la nariz y una corbata ceñida al cuello. De hecho, estaba muy guapo, con un estilo profesional y culto.

—Gracias otra vez por ayudarme a entrar a ver a Saladan —dije, me sentía un poco incómoda.

—No me des las gracias —me contestó—. Voy a recibir una prima enorme. —Dejó el maletín que llevaba, que tenía pinta de caro, en la banqueta del piano. Parecía preocupado; no enfadado conmigo, sino receloso, como si no aprobara la situación. Cosa que me puso un poco incómoda. David debió de notar que lo miraba porque levantó la cabeza.

—¿Te importa si hago un poco de papeleo previo?

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