—Claro —dijo con voz neutra—. No los toleras bien. Maggie, mejor unos gofres.
Me apoyé en el respaldo de la silla, conmocionada.
—¿Pero cómo sabes…?
Trent se encogió de hombros, estaba guapo con la bata y los pies desnudos. Tenía unos pies bonitos.
—¿Crees que no conozco tu historial médico?
Mi asombro murió cuando recordé a Faris, muerto en el suelo de su despacho. ¿Qué coño estaba haciendo allí, cenando con él?
—Gofres, muy bien.
—A menos que te apetezca algo más tradicional para cenar. La comida china no lleva mucho tiempo. ¿Prefieres eso? Maggie hace unos
wontons
fabulosos.
Sacudí la cabeza.
—Los gofres están bien.
Maggie sonrió y se dio la vuelta para volver a trastear por la cocina.
—Será solo un momento.
Me puse la servilleta en el regazo y me pregunté si todo aquel numerito de «vamos a ser agradables con Rachel» era porque Ellasbeth estaba en la otra habitación escuchando y Trent quería hacerle daño por haberlo acusado de ponerle los cuernos. Decidí que me daba igual, puse los codos en la mesa y tomé un sorbo del mejor café que había probado jamás. Cerré los ojos bajo el vapor que se alzaba de la taza y gemí de placer.
—Oh, Dios, Trent —dije sin aliento—. Qué bueno.
El repentino repiqueteo de unos tacones en la moqueta me obligó a abrir los ojos. Había vuelto.
Me erguí en la silla cuando entró Ellasbeth, llevaba un frac abierto que mostraba una camisa blanca almidonada y un pañuelo de color melocotón. Posé los ojos en el dedo anular y me puse pálida. Se podía iluminar una ciudad entera con los destellos que emitía aquel pedrusco.
Ellasbeth se sentó a mi lado, demasiado cerca para mi gusto, la verdad.
—¿Maggie? —dijo con ligereza—. Tomaré un poco de té y unas galletas, por favor. Ya he cenado fuera.
—Sí, señora —dijo Maggie mientras se inclinaba por el arco abierto. Su tono carecía de cualquier tipo de calor. Era obvio que a Maggie tampoco le caía bien Ellasbeth.
Ellasbeth se obligó a sonreír y posó sus dedos largos y frágiles en la mesa para lucir mejor su anillo de compromiso.
Zorra
.
—Parece que hemos empezado con mal pie, señorita Morgan —dijo con tono alegre—. ¿Hace mucho tiempo que se conocen Trenton y usted?
Ellasbeth no me caía nada bien. Creo que yo también me disgustaría bastante si volviera a casa y me encontrara a una chica en el baño de Nick pero después de verla gritándole a Trent, fui incapaz de sentir la menor simpatía por ella. Acusar a alguien de ponerte los cuernos es muy grave. Me vaciló la sonrisa cuando me di cuenta que yo casi le había hecho lo mismo a Nick. Le había acusado de dejarme plantada y le había preguntado si había alguien más. Había cierta diferencia pero no tanta. Mierda. Tenía que disculparme. Que no me hubiera dicho adonde había ido en los últimos tres meses y que me hubiera evitado ya no parecía razón suficiente. Al menos yo no le había insultado. Me sacudí de encima el ensimismamiento y le sonreí a Ellasbeth.
—Oh, Trent y yo tenemos una larga historia —dije con ligereza mientras me rodeaba un dedo con un rizo del pelo y recordaba que ahora lo tenía corto—. Nos conocimos en el campamento, de crios. Fue bastante romántico si lo piensas bien. —Le sonreí a Trent, cuyo rostro había perdido de pronto toda expresión.
—¿En serio? —La joven se volvió hacia Trent, la insinuación del rugido de un tigre se coló en la cadencia suave de su voz.
Me erguí y subí las piernas a la silla para sentarme con las piernas cruzadas mientras pasaba el dedo por el borde de la taza con gesto sugerente.
—Era tremendo de jovencito, lleno de fuego e ímpetu. Siempre tenía que quitármelo de encima, era más rico… Fue allí donde terminó con esa cicatriz que tiene en el antebrazo.
Miré a Trent.
—¡No me puedo creer que no se lo hayas contado a Ellasbeth! Trent, no estarás avergonzado todavía por eso, ¿verdad?
Hubo un tic en uno de los ojos de Ellasbeth pero la sonrisa no le vaciló ni un instante. Maggie colocó una delicada taza llena de un líquido ambarino junto al codo de la prometida de Trent y se alejó en silencio. Ellasbeth alzó las bien perfiladas cejas, observó la postura silenciosa de Trent y la ausencia de desmentidos. Sus dedos describieron una cadencia agitada en la mesa.
—Ya veo —dijo y después se levantó—. Trenton, creo que voy a coger un vuelo esta noche, después de todo.
Trent la miró a los ojos. Parecía cansado y un poco aliviado.
—Si eso es lo que quieres, amor.
Ellasbeth se inclinó hacia él con los ojos clavados en mí.
—Es para darte la oportunidad de solucionar tus asuntos, cielito —dijo, sus labios movieron el aire junto a la oreja de su prometido. Sin dejar de mirarme, le dio un ligero beso a Trent en la mejilla. No había más sentimiento en aquella mirada que un centelleo vengativo—. Llámame mañana.
Ni un solo destello de emoción cruzó el rostro de Trent. Nada. Y esa misma ausencia fue lo que me provocó escalofríos.
—Contaré las horas —dijo, su voz tampoco daba ninguna pista. Los ojos de ambos seguían puestos en mí cuando Trent levantó la mano para acariciar la mejilla de su novia, pero no le devolvió el beso—. ¿Quieres que Maggie te ponga el té para llevar?
—No. —Sin dejar de observarme, la joven se irguió aunque su mano persistió con gesto posesivo en el hombro de su prometido. La imagen que daban era hermosa y fuerte a la vez. Y unida. Recordé nuestro reflejo en el barco de Saladan. Entre ellos estaba el vínculo que faltaba entre nosotros. Pero no era amor. Era más bien… Fruncí el ceño. ¿Una fusión comercial?
—Ha sido un placer conocerte, Rachel —dijo Ellasbeth, lo que me devolvió al presente al instante—. Y gracias por acompañar esta noche a mi prometido. Tus servicios son sin duda fruto de la práctica y muy apreciados. Es una pena que no vaya a volver a solicitarlos.
Me incliné sobre la mesa con expresión neutra para estrechar la mano que me ofrecía. Tuve la sensación de que me acababa de llamar puta otra vez. De repente ya no supe qué estaba pasando allí. ¿
Le gustaba a Trent aquella chica o no
?
—Que tengas buen viaje —dije.
—Lo tendré. Gracias. —Me soltó la mano sin brusquedad y dio un paso atrás—. ¿Me acompañas al coche? —le preguntó a Trent con voz suave y satisfecha.
—No estoy vestido, amor —dijo Trent sin alzar la voz y sin dejar de tocarla—. Jonathan puede llevarte las maletas.
Un destello de irritación cruzó su rostro y yo le lancé una sonrisa maliciosa. Ellasbeth se dio la vuelta y salió al pasillo que se asomaba a la gran habitación.
—¿Jonathan? —lo llamó entre taconeo y taconeo.
Dios mío. Aquellos dos se dedicaban a practicar juegos psicológicos como si fuera un deporte olímpico.
Trent exhaló. Yo bajé los pies al suelo e hice una mueca irónica.
—Es muy agradable.
La expresión del elfo se hizo amarga.
—No, no lo es, pero va a ser mi mujer. Y te agradecería que dejaras de insinuar que tú y yo nos acostamos.
Maggie entró afanosa, puso la mesa para dos y quitó la taza y el plato de Ellasbeth.
—Una mujer odiosa, odiosa de verdad —murmuró con movimientos rápidos y bruscos—. Y puede despedirme si quiere, señor Kalamack, pero ni me gusta ni lo harás jamás. Ya lo verá. Se traerá a alguna mujer con ella que se apoderará de mi cocina, reorganizará mis armarios y me echará.
—Nunca, Maggie —la tranquilizó Trent, su postura cambió y se convirtió en amigable comodidad—. Todos tendremos que llevarlo como podamos.
—Oh, bla, bla, bla —masculló la cocinera mientras regresaba a la cocina.
Un poco más relajada una vez desaparecida Ellasbeth de la escena, le di otro sorbo a aquel maravilloso café.
—Ella sí que es agradable.
Los ojos verdes de Trent adoptaron una suavidad juvenil y asintió.
—Sí, sí que lo es.
—No es elfa —dije y sus ojos se clavaron en los míos con una sacudida—. Pero Ellasbeth sí —añadí, y su mirada volvió a ser ilegible.
—Se está convirtiendo usted en una experta muy incómoda, señorita Morgan —dijo mientras se apartaba de mí.
Yo puse los codos a cada lado del plato blanco y apoyé la barbilla en el puente que hice con las manos.
—Ese es el problema de Ellasbeth, ¿sabes? Se siente como si fuera una yegua de cría.
Trent abrió la servilleta con una sacudida y se la puso en el regazo. La bata se le estaba abriendo poco a poco y mostraba un pijama de ejecutivo. Fue una pequeña desilusión, yo esperaba unos boxers.
—Ellasbeth no quiere mudarse a Cincinnati —dijo sin ser consciente de que yo le estaba echando ojeadas furtivas a su físico—. Su trabajo y sus amigos están en Seattle. Nadie lo diría por el aspecto que tiene pero es una de las mejores ingenieras de trasplantes nucleares del mundo.
Mi sorprendido silencio atrajo su atención, levantó la cabeza y yo me lo quedé mirando.
—Puede coger el núcleo de una célula dañada y trasplantarlo a una sana —dijo.
—Oh. —Guapa e inteligente. Podría ser miss América si aprendía a mentir un poco mejor. Pero a mí me sonaba a manipulación genética ilegal.
—Ellasbeth puede trabajar en Cincinnati igual que en Seattle —dijo Trent, que al parecer confundió mi silencio con interés—. Ya he financiado el departamento de investigación de la universidad para que actualicen sus instalaciones. Ellasbeth va a poner a Cincinnati en el mapa en lo que a desarrollo se refiere y está enfadada por verse obligada a mudarse en lugar de mudarme yo. —Se encontró con mi mirada interrogante—. No es ilegal.
—Llámalo como quieras —dije y me eché hacia atrás cuando Maggie puso una fuente con mantequilla y una jarra con jarabe humeante en la mesa y se alejó.
Los ojos verdes de Trent se encontraron con los míos y se encogió de hombros.
El aroma a masa cocinándose nos invadió, embriagador y lleno de promesas y se me hizo la boca agua cuando Maggie regresó con dos platos humeantes de gofres. Puso uno delante de mí y dudó para asegurarse de que me parecía bien.
—Tiene un aspecto maravilloso —dije mientras estiraba el brazo para coger la mantequilla.
Trent colocó bien su plato mientras me esperaba.
—Gracias, Maggie. Yo me ocupo de servir. Se está haciendo tarde. Ve a disfrutar del resto de la noche.
—Gracias, señor Kalamack —dijo Maggie, era obvio que estaba satisfecha cuando le puso una mano en el hombro a Trent—. Voy a limpiar la cocina antes de irme. ¿Más té o café?
Levanté la cabeza después de acercarle la mantequilla a Trent. Los dos esperaban mi respuesta.
—Eh, no —dije al mirar mi taza—. Gracias.
—No necesitamos nada más —se hizo eco Trent.
Maggie asintió como si estuviéramos haciendo algo bien y regresó a la cocina tarareando. Sonreí cuando reconocí la antigua nana «Todos los caballitos bellos».
Levanté la tapa de un recipiente cubierto y me lo encontré lleno de fresas trituradas. Se me pusieron unos ojos como platos. Unas frutitas diminutas del tamaño de una uña dibujaban un aro alrededor del borde, como si estuviéramos en junio y no en diciembre; me pregunté de dónde las había sacado Trent. Me serví con impaciencia unas cuantas cucharadas que puse encima de mi gofre y levanté la cabeza cuando me di cuenta que Trent me estaba observando.
—¿Quieres un poco de esto?
—Cuando hayas terminado con ellas.
Fui a coger otra cucharada pero dudé. Dejé la cuchara y empujé el recipiente hacia él. El pequeño tintineo de los cubiertos era casi un estrépito cuando me serví el jarabe.
—Sabrás que al último hombre al que vi en bata lo dejé inconsciente de una paliza con la pata de una silla —bromeé, desesperada por romper el silencio.
Trent casi esbozó una sonrisa.
—Tendré cuidado.
El gofre estaba crujiente por fuera y esponjoso por dentro, era fácil cortarlo solo con el tenedor. Trent utilizó un cuchillo. Yo me puse el cuadrado perfecto con cuidado en la boca para que no chorreara.
—Oh, Dios —dije con la boca llena, había renunciado a mis modales—. ¿Esto sabe tan bien porque hemos estado a punto de morir o es que es la mejor cocinera de la tierra?
Era mantequilla de verdad y el jarabe de arce tenía el sabor oscuro que decía que era real al cien por cien. No al dos por ciento, no al siete por ciento, era jarabe de arce de verdad. Recordé el alijo de caramelos de jarabe de arce que había encontrado una vez mientras registraba la oficina de Trent y no me sorprendió.
Trent puso un codo en la mesa sin dejar de mirar su plato.
—Maggie les pone mayonesa. Les da una textura interesante.
Dudé y me quedé mirando el plato, después decidí que si no lo notaba, era porque no había huevo suficiente para preocuparme.
—¿Mayonesa?
Un leve sonido de desesperación llegó desde la cocina.
—Señor Kalamack… —Maggie salió limpiándose las manos en el mandil—. No vaya por ahí dando mis secretos o mañana se encontrará con hojas de té en su taza —lo riñó.
Trent se inclinó para mirar por encima de su hombro, sonrió un poco más y se convirtió en una persona totalmente diferente.
—Y entonces podré leer mi futuro. Que pase una buena noche, Maggie.
La señora carraspeó y se alejó, pasó junto a la salita hundida y giró a la izquierda en la balconada que se asomaba al gran salón. Apenas si podían oírse sus pasos y el cierre de la puerta principal rompió el silencio con estrépito. Cuando escuché el agua corriente en aquel silencio nuevo, tomé otro bocado.
Capo de la droga, asesino, mal hombre
, me recordé. Pero el caso era que no hablaba y yo empezaba a sentirme incómoda.
—Oye, siento lo del agua en tu limusina —comenté.
Trent se limpió la boca.
—Creo que puedo permitirme la tintorería después de lo que hiciste.
—Con todo —dije mientras mi mirada se deslizaba al plato de fresas—. Lo siento.
Al ver que mi mirada se debatía entre la fruta y él, Trent hizo una mueca inquisitiva. No me las iba a ofrecer así que estiré el brazo y las cogí.
—El coche de Takata no es más bonito que el tuyo —dije y volqué el recipiente sobre lo que me quedaba de gofre—: Solo te estaba tomando el pelo.
—Ya me lo imaginaba —dijo con ironía. Había dejado de comer y yo levanté la cabeza para verlo con los cubiertos en la mano, me observaba raspar los restos de fresas con el cuchillo de la mantequilla.