—¡Eh! ¡Espera! —exclamé cuando Trent quitó las astillas del agujero y metió la mano por él para abrir la puerta desde fuera. Hizo caso omiso de mí, abrió la puerta y salió disparado al pasillo.
—¡Maldita sea, Trent! —siseé tras recuperar mi bolsito de mano y seguirlo. Lo alcancé con el tobillo dolorido al pie de las escaleras. Estiré el brazo y lo eché hacia atrás con una sacudida antes de clavarle el hombro en la pared del estrecho pasillo—. ¿Qué estás haciendo? —dije a escasos milímetros de sus ojos coléricos—. ¿Así es como tratas a Quen? ¡No sabes lo que hay ahí fuera y, si mueres, la que paga soy yo, no tú!
No dijo nada, tenía la mandíbula apretada y los ojos verdes llenos de rabia.
—Y ahora mete ese culo flaco detrás del mío y no lo saques —le dije con un empujón.
Lo dejé allí, de mal humor y preocupado. Me apetecía echar mano de la pistola de hechizos pero mientras aquel disco violeta siguiera en marcha, lo único que conseguiría con las pociones que llevaba cargadas sería cabrear a alguien cuando le manchara la bonita ropa de gala con un asqueroso mejunje de acónito y pasajera. Una leve sonrisa me curvó la cara. Tampoco me importaba hacerlo por las malas.
Lo que podía ver de la habitación estaba vacía. Escuché pero no oí nada. Me agaché para poner la cabeza al nivel de las rodillas y me asomé a la esquina. Me había agazapado por dos razones, la primera era que si había alguien esperando para darme un porrazo, tendría que ajustar el golpe y me daría tiempo a quitarme de en medio. La segunda es que si me daban un porrazo, no tardaría tanto en caer al suelo. Pero cuando examiné la elegante sala empezó a revolvérseme el estómago. El suelo estaba cubierto de cuerpos.
—Oh, Dios mío —dije en voz baja al levantarme—. Trent, los ha matado. —¿Y ya estaba? ¿Lee pretendía endilgarnos el asesinato de aquellas personas?
Trent pasó junto a mí con un empujón, no le costó demasiado ponerse fuera de mi alcance. Se agachó junto al primer cuerpo.
—Solo está sin sentido —dijo con tono tajante, su preciosa voz se había hecho de acero.
Mi horror se convirtió en confusión.
—¿Por qué? —Les eché un vistazo y supuse que habían caído redondos. Trent se levantó y miró a la puerta. Yo no podía estar más de acuerdo.
—Salgamos de aquí —dije.
Los pasos que me seguían eran rápidos, nos precipitamos hacia el vestíbulo y nos lo encontramos, como era de esperar, cerrado con llave. A través del cristal esmerilado podía ver los coches del aparcamiento y la limusina de Trent aparcada donde la habíamos dejado.
—Todo esto me da mala espina —murmuré y Trent me apartó para mirar.
Me quedé observando la gruesa madera, eso sí que no sería capaz de atravesarlo de una patada. Tensa, revolví en mi bolsito de mano. Mientras Trent desperdiciaba energía intentando romper una ventana con un taburete, yo apreté el botón de marcación rápida número uno.
—Es cristal blindado —dije mientras sonaba el teléfono.
Bajó el taburete y se pasó una mano por el pelo ralo para que volviera a quedar perfecto. Ni siquiera le costaba respirar.
—¿Cómo lo sabes?
Me encogí de hombros y me volví de lado para tener un poco de intimidad.
—Es lo que habría usado yo. —Volví al casino cuando Ivy cogió el teléfono—. Eh, Ivy —dije y me negué a bajar la voz no fuera a ser que don Elfo tuviera la impresión de que no lo había planeado así—. Saladan nos ha encerrado en su casino flotante y se ha largado. ¿Podrías acercarte un momento y forzar la puerta con una palanqueta?
Trent estaba mirando el aparcamiento.
—Jonathan está ahí. Llámalo a él.
Ivy estaba diciendo algo pero la voz de Trent era más alta. Cubrí el teléfono con una mano y me dirigí a Trent.
—Si siguiera consciente, ¿no crees que sentiría cierta curiosidad por saber por qué se ha ido Lee y ya habría venido a echar un vistazo?
La cara de Trent se puso un poco más pálida.
—¿Qué? —dije cuando me volví a concentrar en Ivy. Estaba casi frenética.
—¡Sal de ahí! —gritaba—. Rachel, Kist hizo que pusieran una bomba en la caldera. ¡Yo no sabía que era ahí adonde ibas! ¡Sal de ahí!
Me quedé helada.
—Esto, tengo que colgar, Ivy. Hablamos luego.
Ivy seguía chillando pero cerré el teléfono y lo guardé. Me giré hacia Trent y sonreí.
—Kisten va a reventar el barco de Lee para darle una lección. Creo que tenemos que irnos.
Me empezó a sonar el teléfono. No le hice caso y la llamada (¿Ivy?) se desvió al buzón de voz. La seguridad en sí mismo de Trent se fundió en la nada y solo quedó un joven atractivo y bien vestido que intentaba no demostrar que tenía miedo.
—Lee jamás dejaría que nadie le quemara el barco —dijo—. No trabaja así.
Yo me rodeé con los brazos y examiné la habitación en busca de algo, de lo que fuera, que me ayudara.
—Pues tu orfanato lo quemó.
—Eso fue para captar mi atención.
Lo miré, cansada.
—Dime, ¿crees que tu «amigo» dejaría que se quemara su barco y tú con él si supiera que la culpa se la iban a echar a Piscary? Como forma de apoderarse de la ciudad, a mí me parece la bomba.
Trent apretó la mandíbula.
—¿La sala de calderas? —preguntó.
Asentí.
—¿Cómo lo sabes?
Él se dirigió a una puerta pequeña que había detrás de la barra.
—Es lo que habría hecho yo.
—Estupendo. —Lo seguí con el pulso acelerado y rodeé a las personas inconscientes—. ¿Adónde vamos?
—Quiero echarle un vistazo.
Me paré en seco, Trent se había dado la vuelta para bajar de espaldas por una escalera de mano.
—¿Sabes desactivar una bomba? —Sería el único modo de salvar a todo el mundo. Debía de haber una docena de personas.
Trent me miró desde el fondo de la escalera, tenía un aspecto extraño, de traje entre tanta suciedad y confusión.
—No. Solo quiero echarle un vistazo.
—¡Estás chiflado! —exclamé—. ¿Quieres verla? ¡Tenemos que salir de aquí!
Trent había levantado la cabeza con expresión plácida.
—Quizá tenga un temporizador. ¿Vienes?
—Claro —dije ahogando una carcajada; estaba bastante segura de que habría sido una risa histérica.
Trent serpenteó por los pasadizos del barco con una inquietante falta de prisa. Se podía oler el metal caliente y el humo. Intenté no engancharme el vestido con nada y miré entre la penumbra.
—¡Allí está! —grité al tiempo que la señalaba. Me temblaba el dedo y bajé la mano para ocultarlo.
Trent se adelantó a grandes zancadas, lo seguí y me escondí tras él cuando se agachó delante de una caja de metal de la que salían unos cables. Estiró la mano para abrirla y a mí me entró el pánico.
—¡Oye! —exclamé y lo cogí por el hombro—. ¿Qué estás haciendo, por todas las Revelaciones? ¡No sabes cómo se apaga!
Recuperó el equilibrio sin levantarse y me miró, molesto, con cada pelo de la cabeza todavía en su sitio.
—Ahí es donde estará el temporizador, Morgan.
Tragué saliva y miré por encima de su hombro cuando abrió la tapa con mucho cuidado.
—¿Cuánto tiempo? —susurré, le agitaba el ralo cabello con el aliento. Trent se levantó y dio un paso atrás.
—Unos tres minutos.
—Oh, no, joder. —Se me secó la boca y me empezó a sonar el teléfono. Hice caso omiso. Me incliné y miré la bomba con más atención, empezaba a sentirme un poco insegura.
Trent tiró de una leontina, sacó un reloj de aspecto antiguo y programó el cronómetro moderno que llevaba.
—Tenemos tres minutos para encontrar una salida.
—¡Tres minutos! ¡No podemos encontrar una salida del barco en tres minutos! ¡El cristal está blindado, las puertas tienen más grosor que tu cabeza y ese gran disco morado absorbe cualquier hechizo que le lancemos!
Los ojos de Trent me mira/on con frialdad.
—Tranquilízate, Morgan. Ponerse histérica no ayuda.
—¡No me digas lo que tengo que hacer! —exclamé, me empezaban a temblar las piernas—. Pienso mejor cuando me pongo histérica. ¡Tú cállate y déjame ponerme histérica! —Me rodeé con los brazos y le eché un vistazo a la bomba. Allí abajo hacía calor y me había puesto a sudar. Tres minutos. ¿Qué coño se podía hacer en tres minutos?
Cantar un poco. Bailar contigo. Hacer el amor como un loco. Encontrar un nuevo amor. Oh, Dios
. Solo se me ocurría a mí ponerme a hacer poesía.
—¿Quizá tenga una ruta de escape en su despacho? —sugirió Trent.
—¿Y por eso nos encerró allí? —dije—. Venga ya. —Lo cogí por una manga y tiré—. No tenemos tiempo de encontrar una salida. —Pensé en el disco morado del techo. Una vez había influido en él. Quizá pudiera plegarlo a mi voluntad—. ¡Vamos! —repetí, la tela de la manga del traje se me escurrió entre los dedos cuando el elfo se negó a moverse—. A menos que quieras quedarte aquí a ver la cuenta atrás. Quizá pueda anular la zona antihechizos que tiene Lee en su barco.
Trent se puso entonces en movimiento.
—Sigo diciendo que podemos encontrar un punto débil en su sistema de seguridad.
Subí por la escalera a toda velocidad, me daba igual que Trent notara o no que no llevaba bragas.
—No tenemos tiempo para eso. —Maldición, ¿por qué no me había dicho Kisten lo que estaba haciendo? Estaba rodeada de hombres que me ocultaban cosas. Nick, Trent y después Kisten. ¿Sabía elegirlos o qué? Y Kist iba a matar a gente. No quería que me gustara un tipo que mataba a gente. ¿Pero qué me pasaba?
Con el corazón latiéndome como si quisiera ir marcando los segundos que fallaban, regresamos al casino. Seguía tranquilo y en silencio. A la espera. Fruncí la boca ver a la gente dormida. Estaban muertos. No podía salvarlos a ellos y a Trent siquiera sabía cómo iba a salvarme yo.
El disco que tenía encima parecía bastante inofensivo pero supe que seguía funcionando cuando Trent le echó un vistazo y se puso pálido. Me imaginé que estaba usando su percepción extrasensorial.
—Eso no puedes anularlo —dijo—. Pero tampoco hace falta. ¿Puedes hacer un círculo de protección lo bastante grande para los dos?
Abrí mucho los ojos.
—¿Quieres aguantar la explosión dentro de un círculo de protección? ¡Estás como una cabra! ¡En cuanto choque con él, se derrumba!
Trent me miró, enfadado.
—¿Puedes hacerlo lo bastante grande, Morgan?
—¡Pero si hice saltar las alarmas la última vez con solo mirarlo!
—¿Y que? —exclamó, su seguridad en sí mismo comenzaba a agrietarse. Era agradable verlo tan afectado. Pero dadas las circunstancias, no pude disfrutarlo—. ¡Haz saltar las alarmas! Ese disco no te impide invocar una línea y echar un hechizo. Solo t pilla cuando lo haces. ¡Haz el puñetero círculo!
—¡Ah! —Lo miré y por fin lo entendí, pero mi primera y salvaje esperanza nació e inmediatamente murió. No podía invocar una línea para hacer un círculo de protección. No cuando estaba en el agua, como en ese momento.
—
Hmm
. Hazlo tú —dije.
Pareció sobresaltarse.
—¿Yo? A mí me lleva sus buenos cinco minutos con tiza y velas.
Gemí, frustrada.
—¿Pero qué clase de elfo eres tú?
—¿Qué clase de cazarrecompensas eres tú? —me contestó—. No creo que a tu novio le importe mucho que invoques una línea a través de él para salvar la vida. Vamos Morgan ¡Se nos está acabando el tiempo!
—No puedo. —Giré en redondo. A través del cristal irrompible, Cincinnati brillaba.
—¡A la mierda tu puto honor, Rachel! ¡Falta a tu palabra de una vez o estamos muertos!
Deshecha me di la vuelta para mirarlo. ¿Me consideraba una persona honorable?
—No es eso. Ya no puedo invocar una línea a través de Nick. El demonio anuló el vínculo que tenía con él.
El rostro de Trent se puso de un color ceniciento.
—Pero me diste una descarga en el coche. Era mucho más de lo que una bruja puede contener en su
chi
.
—¡Soy mi propio familiar! ¿Estamos? —dije—. Hice un trato con un demonio accedí a ser su familiar para que él testificara contra Piscary y para eso tuve que aprender a almacenar energía de línea luminosa. Oh, tengo montones de energía, pero un círculo requiere una conexión con una línea y yo no puedo invocarla.
—¿Eres el familiar de un demonio? —Tenía una expresión horrorizada en la cara, estaba asustado, me tenía miedo.
—¡Ya no! —grité, enfadada por tener que admitir que había ocurrido—. Después compré mi libertad, ¿vale? ¡Déjame en paz! ¡El caso es que no tengo familiar y no puedo invocar una línea por encima del agua!
De mi bolso salió el sonido tenue de mi móvil. Trent se me quedó mirando.
—¿Qué le diste a cambio de tu libertad?
—Mi silencio. —Tenía el pulso a mil. ¿Qué más daba si Trent se enteraba? Total, íbamos a morir los dos.
Con una mueca, como si hubiera tomado una decisión, Trent se quitó la americana. Se bajó la manga de la camisa, se desabrochó el gemelo y después se remangó la manga por encima del codo.
—¿No eres el familiar de ningún demonio? —Era un susurro débil, preocupado.
—¡No! —Estaba temblando. Lo miré con los ojos muy abiertos, confundida, pero él me cogió por el brazo, justo debajo del codo—. ¡Eh! —grité mientras intentaba apartarme.
—No te aceleres, anda —dijo con tono hosco. Me sujetó el brazo con más fuerza y utilizó la mano libre para obligarme a cogerle la muñeca con la misma presa que utilizan los acróbatas cuando están en el trapecio—. No hagas que me arrepienta —murmuró y se me quedaron los ojos como platos cuando me penetró una oleada de energía.
—¡Joder! —jadeé y estuve a punto de caerme. Era una magia salvaje que tenía el sabor indescriptible del viento. Trent había unido su voluntad a la mía, había invocado una línea a través de su familiar y me la entregaba como si fuéramos uno solo. La línea que lo atravesaba y entraba en mí había adoptado el matiz de su aura. Era limpia y pura, con el sabor del viento, como la de Ceri.
Trent gruñó y clavé de repente los ojos en él. Tenía el rostro demacrado y había empezado a sudar. Yo tenía el
chi
lleno y aunque la energía extra estaba regresando a la línea, al parecer lo que yo había almacenado en mi cabeza lo estaba abrasando.
—Oh, Dios —dije, y pensé que ojalá hubiera un modo de poder cambiar las tornas—. Lo siento, Trent.
Su aliento era un jadeo irregular.
—Haz el círculo —resopló.