Empecé a ponerme roja y encontré una válvula de escape fácil para mis apuros, los convertí en rabia.
—Oye, que esto no ha sido idea mía —le solté—. Y ya me he disculpado por lo de la ventana. Tendrás suerte si no os denuncio por daños y perjuicios.
Jonathan cogió aire con estrépito.
—Si le pasa algo por tu culpa, te…
Me invadió la cólera, alimentada por el recuerdo de los tres días en el infierno que había pasado por culpa de sus tormentos.
—Cállate ya —siseé. Me molestaba que fuera más alto que yo así que me subí a la mesita de café más cercana—. Ya no estoy en una jaula —dije aunque mantuve la suficiente presencia de ánimo como para no darle en el pecho con el índice. En su rostro se dibujó una expresión sorprendida y luego colérica—. Lo único que impide que tu cabeza y mi pie se hagan íntimos amigos ahora mismo es mi más que cuestionable profesionalidad. Y si vuelves a amenazarme, te voy a mandar de una patada al otro lado de la sala antes de que puedas decir «lápiz del número dos». ¿Estamos, maldito monstruo de la naturaleza?
Frustrado, apretó los puños con fuerza.
—Adelante, pequeño elfo —dije furiosa; sentía la energía de la línea que había tejido esa tarde en mi cabeza y que estaba a punto de derramarse y llenar mi cuerpo—. Dame una buena razón.
El sonido de una puerta al cerrarse atrajo la atención de los dos y la llevó a la balconada del segundo piso. Jonathan ocultó su visible enfado y dio un paso atrás. De repente me sentí como una auténtica estúpida, allí encima de la mesa. Trent se detuvo en seco, sorprendido, sobre nosotros, con una camisa de vestir y pantalones; después parpadeó varias veces.
—¿Rachel Morgan? —le dijo sin alzar la voz a Quen, que estaba a su lado pero un poco más atrás—. No. Esto es inaceptable.
Intenté salvar algo de la situación y alcé una mano en el aire con gesto extravagante. Me puse la otra en la cadera y posé como la chica de un anuncio enseñando un coche nuevo.
—¡Tachan! —dije con tono alegre, sintiéndome insegura a causa de los vaqueros, la sudadera y el nuevo corte de pelo que no terminaba de gustarme—. Hola, Trent. Esta noche soy tu niñera. Oye, ¿dónde esconden tus viejos el alcohol? Pero el bueno, ¿eh?
Trent frunció el ceño.
—No la quiero aquí. Ponte el traje. Nos vamos en una hora.
—No, Sa'han.
Trent se había dado la vuelta para irse pero se paró en seco.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —dijo en voz baja.
—Sí, Sa'han —murmuró el más bajo con tono respetuoso pero sin moverse.
Yo salté de la mesa. ¿Sabía cómo crear una buena impresión o qué?
Trent frunció el ceño y su atención se dividió entre un Quen impenitente y el aire nervioso de Jonathan.
—Estáis los dos metidos en esto —dijo.
Jonathan se llevó las manos a la espalda y se alejó un paso más de mí con gesto sutil.
—Confío en el criterio de Quen, Sa'han —dijo, su voz profunda se alzaba con claridad en la sala vacía—. No confío, sin embargo, en el de la señorita Morgan.
—Vete a freír monas, Jon —resoplé, ofendida.
Al tipo se le crisparon los labios. Yo sabía que odiaba aquel diminutivo. Trent tampoco estaba muy contento. Le echó un vistazo a Quen y empezó a bajar las escaleras a ritmo rápido y constante; a medio vestir con su traje oscuro de diseño parecía una portada de GP. Le habían peinado hacia atrás el fino cabello rubio y la camisa le tiraba un poco en los hombros al descender al piso inferior. La elasticidad de su paso y el destello de sus ojos decían a gritos que el mejor momento de los elfos eran las cuatro horas que rodeaban la puesta y la salida del sol. Una corbata de color verde profundo le rodeaba el cuello de modo informal, aunque todavía no se había hecho el nudo. Por Dios, estaba francamente guapo, era todo lo que cualquier ente femenino podría desear: joven, atractivo, poderoso y seguro de sí mismo. No me hacía mucha gracia que me gustara aquella pinta pero eso era lo que había.
Con una expresión interrogadora, Trent bajó las escaleras estirándose las mangas de la camisa y abrochándose los puños con una rapidez ensimismada. Llevaba los dos primeros botones de la camisa desabrochados, lo que ofrecía una visión intrigante. Levantó la cabeza al llegar al rellano inferior y durante solo un instante hizo una pausa cuando vio el ventanal.
—¿Qué le ha pasado al centinela? —preguntó.
—La señorita Morgan lo tocó. —Jonathan tenía la expresión alegre y satisfecha de un crío de seis años chivándose de su hermana mayor—. Le aconsejo que no acepte los planes de Quen. Morgan es impredecible y peligrosa.
Quen le lanzó una mirada asesina que Trent no vio porque se estaba abotonando el cuello de la camisa.
—Luces al máximo —dijo Trent y tuve que guiñar los ojos cuando las enormes luces del techo se fueron encendiendo una a una para iluminarla habitación como si fuera de día. Se me hizo un nudo en el estómago al mirar el ventanal. Mierda. Lo había roto pero bien. Tenía hasta mis vetas rojas y no me hacía gracia que aquellos tres supieran que había tanta tragedia en mi pasado. Pero al menos el negro de Al había desaparecido.
Gracias a Dios
.
Trent se acercó un poco más, su rostro terso era ilegible. Cuando se detuvo percibí el olor limpio a su loción para después del afeitado.
—¿Se puso así cuando la tocaste? —preguntó y su mirada fue de mi nuevo corte de pelo a la ventana.
—Yo, eh, sí. Quen dijo que era una lámina de siempre jamás y pensé que era un círculo de protección modificado.
Quen agachó la cabeza y se acercó más.
—No es un círculo de protección, es un centinela. Tu aura y el aura de la persona que lo instaló deben de resonar con una frecuencia parecida.
Con una expresión preocupada en sus jóvenes rasgos, Trent lo miró con los ojos entrecerrados. Se le ocurrió una idea que no compartió y se le contrajeron los dedos. Le eché un vistazo al tic y me di cuenta que le parecía algo más que extraño, y significativo. Una idea que quedó confirmada cuando Trent miró a Quen y entre ellos se transmitió algo que tenía que ver con la seguridad. Quen se encogió de hombros y Trent respiró hondo.
—Que alguien de mantenimiento le eche un vistazo —dijo Trent. Después se tiró del cuello y añadió en voz muy alta—: Revertir luces. —Me quedé inmóvil cuando se desvaneció la luz deslumbrante y mis ojos intentaron acostumbrarse otra vez.
—No estoy de acuerdo con esto —dijo Trent bajo aquella luz tenue y tranquilizadora y Jonathan sonrió.
—Sí, Sa'han —dijo Quen en voz baja—. Pero o se lleva a Morgan o no va a ninguna parte.
Vaya, vaya, vaya
, pensé cuando a Trent se le pusieron rojos los bordes de las orejas. No sabía que Quen tenía autoridad para decirle a Trent lo que tenía que hacer. Pero era obvio que era un derecho que pocas veces se invocaba y nunca sin consecuencias. A mi lado, Jonathan se estaba poniendo malo.
—Quen… —empezó a decir Trent.
El jefe de seguridad se puso firme, miró por encima del hombro de Trent, a la nada, y entrelazó las manos en la espalda.
—El mordisco de vampiro que tengo me convierte en un escolta poco fiable, Sa'han —dijo y yo hice una mueca, era obvio que le dolía tener que admitirlo—. Ya no estoy seguro de mi eficacia.
—Maldita sea, Quen —exclamó Trent—. A Morgan también la han mordido. ¿Qué la hace ser más eficaz que tú?
—La señorita Morgan lleva siete meses viviendo con una vampiresa y no ha sucumbido —dijo Quen, muy rígido—. Ha desarrollado una serie de estrategias defensivas para combatir al vampiro que intente hechizarla. Yo todavía no lo he hecho así que ya no soy digno de confianza en situaciones cuestionables.
Su rostro marcado estaba tenso de vergüenza y pensé que ojalá Trent se callara de una vez y le siguiera el juego. Aquella confesión estaba matando a Quen.
—Sa'han —dijo sin alterarse—. Morgan puede protegerlo. Yo no puedo, así que no me pida que lo haga.
Me removí un poco, ojalá pudiera estar en otra parte. Jonathan me miró, furioso, como si fuera culpa mía. El rostro de Trent estaba afligido y preocupado y Quen se encogió cuando le puso una mano en el hombro a modo de consuelo. Con lentitud, de mala gana, Trent dejó caer la mano.
—Búscale una flor y mira a ver si hay algo en la suite verde que pueda ponerse. Creo que tienen la misma talla, más o menos.
El destello de alivio que cruzó la cara de Quen quedó sustituido por una desconfianza en sí mismo más profunda y preocupante, algo no iba bien. Quen parecía destrozado y me pregunté qué iba a hacer si tenía la sensación de que ya no podía proteger a Trent.
—Sí, Sa'han —murmuró—. Gracias.
La mirada de Trent se posó sobre mí. No supe qué estaba pensando y sentí un escalofrío de inquietud. La sensación se reforzó cuando Trent le hizo un gesto a Quen.
—¿Tienes un momento? —le dijo.
—Por supuesto, Sa'han.
Los dos se dirigieron a una de las habitaciones inferiores invisibles y me dejaron sola con Jonathan. El tipo no estaba nada contento y me lanzó una mirada asqueada.
—Deja el vestido aquí —dijo—. Y sígueme.
—Tengo mi propio conjunto, gracias —dije, después recogí el bolso, la cazadora y la bolsa de la ropa de donde lo había dejado todo y lo seguí a las escaleras. Antes de subir, Jonathan se giró. Sus ojos fríos me recorrieron entera, a mí y la bolsa de la ropa, y bufó con gesto condescendiente.
—Es un conjunto muy elegante —dije, y empecé a calentarme cuando soltó una risita.
Subió las escaleras a toda velocidad y casi tuve que echar a correr para seguirlo.
—Tú puedes parecer una puta si quieres —dijo—. Pero el señor Kalamack tiene una reputación que mantener. —Me echó un vistazo por encima del hombro al llegar arriba—. Date prisa. No tienes mucho tiempo para quedar presentable.
Furiosa, di dos pasos por cada uno de los suyos cuando hizo un giro brusco a la derecha y entró en una gran sala que contenía un cuarto de estar más normal y cómodo. Había una cocinita en la parte posterior y lo que parecía un pequeño comedor. En una de las pantallas de Trent, que mostraban imágenes en vivo, se veía una segunda vista del jardín poco iluminado. Varias puertas de aspecto pesado se abrían a esa zona y supuse que era allí donde Trent hacía su vida «normal». Lo supe con certeza cuando Jonathan abrió la primera puerta y apareció una salita pequeña que se abría a un dormitorio extravagante. Estaba decorado por completo en diferentes tonos de verde y dorado y conseguía parecer opulento sin caer en lo chillón. Había otra ventana falsa detrás de la cama que mostraba el bosque, sombrío y gris en el crepúsculo.
Supuse que las otras puertas llevaban a otras
suites
. Toda aquella riqueza y privilegios no podía ocultar que el edificio estaba diseñado como una auténtica fortaleza. Seguramente no había ni una sola ventana de verdad aparte de la que había abajo, cubierta de energía de línea luminosa.
—Por ahí no —casi ladró Jonathan cuando di un paso hacia el dormitorio—. Eso es el dormitorio. Ni se te ocurra entrar. El vestidor está por ahí.
—Lo siento —dije con sarcasmo, y después me eché la bolsa de la ropa al hombro y lo seguí a un baño. Al menos pensé que era un baño. Había tantas plantas que era difícil saberlo. Era del tamaño de mi cocina. La multitud de espejos reflejaron las luces que encendió Jonathan hasta que tuve que guiñar los ojos. Aquella luz deslumbradora pareció molestarlo a él también, ya que se puso a manipular la batería de interruptores hasta que la multitud de bombillas se redujeron a una sobre el váter y otra sobre el único lavabo y la costosa encimera. Relajé los hombros cuando se atenuó la luz.
—Por aquí —dijo Jonathan al pasar por un arco abierto. Lo seguí y me paré en seco nada más entrar. Supongo que era un armario porque había ropa dentro (ropa de mujer, de aspecto caro) pero la habitación era enorme. Un biombo de papel de arroz ocupaba una esquina con un tocador en la parte posterior. Había una mesa pequeña con dos sillas dispuestas a la derecha de la puerta. A la izquierda había un espejo triple. Lo único que le hacía falta era una barra de bar. Maldita fuera. No cabía duda de que me había equivocado de carrera.
—Puedes cambiarte aquí —dijo Jonathan con tono gangoso—. Intenta no tocar nada.
Molesta, dejé caer el abrigo en una silla y colgué la bolsa de la ropa en un gancho que había a propósito. Con los hombros tensos, bajé la cremallera de la bolsa y me volví, sabía que Jonathan me estaba juzgando. Pero alcé las cejas al ver la expresión sorprendida que puso al observar el conjunto que me había aconsejado Kisten. Después, su rostro volvió a mostrar la expresión gélida de siempre.
—No te vas a poner eso —dijo, tajante.
—Que te den —le solté.
Jonathan se dirigió con movimientos forzados a unas puertas correderas con espejo y las abrió para sacar un vestido nuevo, como si supiera con toda exactitud dónde estaba.
—No pienso ponerme eso. —Intenté que mi voz sonara fría pero el vestido era exquisito, hecho de una tela suave, muy escotado por la espalda, y alto y favorecedor en la parte delantera y alrededor del cuello. Me caería hasta los tobillos y me haría parecer alta y elegante. Me tragué la envidia.
—Es demasiado escotado por la espalda y así no puedo esconder la pistola de hechizos. Y es demasiado apretado, con eso no se puede correr. Es un vestido penoso.
Dejó caer el brazo extendido y casi no pude evitar encogerme cuando la preciosa tela se convirtió en un charco en la moqueta.
—Pues elige tú uno.
—Quizá lo haga. —Me acerqué al armario, no muy segura.
—Los trajes de noche están en ese —dijo Jonathan con aire condescendiente.
—Hasta ahí llego… —me burlé pero se me quedaron los ojos como platos y estiré la mano para tocarlos. Dios mío, eran todos preciosos, cada uno con una elegancia sencilla y discreta. Estaban organizados por colores, con zapatos y bolsos a juego dispuestos con cuidado debajo. Algunos tenían sombreros en los estantes de arriba. Hundí los hombros cuando toqué un vestido de color rojo encendido, pero el «puta» susurrado de Jonathan me empujó a seguir moviéndome. Mis ojos lo abandonaron de mala gana.
—Bueno, Jon —dije mientras él me veía revolver entre los vestidos—. O bien Trent es travestí o le gusta traer a mujeres altas de la talla treinta y ocho a esta casa, las trae con traje de noche y las manda a casa con harapos. —Le eché un vistazo—. ¿O se limita a follárselas y después se las carga?