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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (52 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—Que te den, Trent —dije mientras les sonreía a las personas que levantaron la cabeza cuando entramos. Noté la mano de Trent caliente bajo mis dedos y me sentí como una princesa. Hubo una pausa en medio del ruido y cuando se volvieron a alzar las conversaciones había una emoción que no se podía achacar del todo al juego.

Hacía calor y en el aire flotaba un aroma agradable. El disco que colgaba en el centro de la habitación no parecía moverse pero me imaginé que si me molestaba en mirarlo con mi percepción extrasensorial, estaría latiendo con aquel horrible color morado y negro. Le eché un vistazo a mi reflejo para ver si mi cabello se estaba comportando bajo los hilos y la espuma del estilista y me alegré de ver que el amarillo de mi ojo morado seguía oculto bajo el maquillaje normal. Después volví a mirar.

¡
Mierda
! pensé mientras frenaba un poco. Trent y yo teníamos un aspecto fantástico. No era de extrañar que nos mirara la gente. El era un hombre gallardo y esbelto y yo estaba muy elegante con mi vestido prestado y el pelo recogido y sujeto con aquel pesado hilo de oro. Los dos exudábamos confianza y los dos sonreíamos. Pero si bien parecíamos la pareja perfecta, me di cuenta de que aunque estábamos juntos, cada uno estaba también solo. Nuestras fuerzas no dependían del otro y si bien eso no era malo, tampoco se prestaba a convertirnos en una pareja. Nos limitábamos a estar allí, uno al lado del otro, muy guapos, eso sí, pero nada más.

—¿Qué pasa? —preguntó Trent al tiempo que me hacía un gesto para que subiera yo primero las escaleras.

—Nada. —Me recogí la falda lo mejor que pude y subí la estrecha escalera enmoquetada tras el portero. El ruido de los jugadores llegaba atenuado y se convertía en un murmullo de fondo que agitaba mi subconsciente. Se alzó una ovación y pensé que ojalá pudiera estar allí abajo, sintiendo el corazón en la boca en aquella espera sin aliento hasta ver lo que decían los dados.

—Creí que nos registrarían —dijo Trent en voz baja para que el hombre que nos escoltaba no pudiera oírnos.

Me encogí de hombros.

—¿Para qué? ¿Has visto ese disco grande que hay en el techo? —Trent miró tras nosotros y yo añadí—: Es un enorme amortiguador de hechizos. Como los amuletos que tenía yo en las esposas antes de que tú les prendieras fuego, pero este afecta a todo el barco.

—¿No te has traído un arma? —susurró cuando llegamos al segundo piso.

—Sí —dije entre dientes, con una sonrisa—. Y podría dispararle a alguien con ella pero las pociones no harán efecto hasta que quien sea deje el barco.

—¿De qué sirve, entonces?

—Yo no mato a la gente, Trent. Métetelo en la cabeza. —Aunque quizá haga una excepción con Lee.

Vi que apretaba la mandíbula y que después la relajaba. Nuestro escolta abrió una puerta estrecha y me hizo un gesto para que entrase. Me metí en la habitación y me encontré con un Lee que parecía agradablemente sorprendido cuando levantó la cabeza de los papeles que cubrían su escritorio. Intenté mantener una expresión neutral, el recuerdo de aquel hombre retorciéndose en la calle bajo los efectos de un hechizo negro que iba dirigido a mí me ponía furiosa y enferma al mismo tiempo.

Había una mujer alta tras él que se inclinaba para respirarle en el cuello. Delgada, piernas largas, vestida con un mono negro con pantalones de campana. El escote le llegaba casi al ombligo. Vampiresa, decidí cuando posó los ojos en mi collar, sonrió y me mostró unos colmillos pequeños y puntiagudos. La marca me dio una punzada y me fui tranquilizando. Quen no habría tenido ni una sola oportunidad.

Lee se levantó con los ojos iluminados y se estiró la americana del esmoquin. Apartó a la vampiresa con un empujón y rodeó el escritorio. Cuando entró Trent, su mirada se animó todavía más.

—¡Trent! —exclamó mientras se adelantaba a grandes zancadas con las manos extendidas—. ¡Cómo estás, viejo amigo!

Di un paso atrás y Trent y Lee se estrecharon las manos con calor.
Tienes que estar de coña
.

—Stanley —dijo Trent con una sonrisa y yo terminé entonces de caerme del guindo.
Stanley, y el diminutivo, Lee
.

—¡Maldita sea! —dijo Lee al tiempo que le daba a Trent una gran palmada en la espalda—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Diez años?

La sonrisa de Trent vaciló, la irritación que le provocó la palmada en la espalda fue casi indetectable, salvo por una leve tensión en los ojos.

—Casi. Tienes buen aspecto. ¿Todavía dándole a las olas?

Lee agachó la cabeza y una sonrisa picara lo convirtió en un pillín callejero a pesar del esmoquin.

—De vez en cuando. No tanto como me gustaría. La maldita rodilla ha estado haciendo de las suyas. Pero tú sí que tienes buen aspecto. Por lo menos ya tienes un poco de músculo. Ya no eres ese chaval delgaducho que intentaba ponerse a mi altura.

Los ojos de Trent se posaron en los míos por un instante y yo le lancé una mirada muda.

—Gracias.

—He oído que te casas.

¿Casarse? ¿Me había puesto el vestido de su prometida? Oh, aquello se ponía cada vez mejor.

Lee se apartó el pelo de los ojos y se apoyó en el escritorio. La vampiresa que tenía detrás empezó a frotarle los hombros con un gesto de lo más sensual, en plan puta, vamos. No me había quitado los ojos de encima ni un instante y no me hacía ni la menor gracia.

—¿Alguien que yo conozca? —apuntó Lee y Trent apretó la mandíbula.

—Una hermosa joven llamada Ellasbeth Withon —dijo—. De Seattle.

—Ah. —Con los ojos castaños muy abiertos, Lee sonrió como si se estuviera riendo de Trent—. ¿Felicidades?

—Así que ya la conoces —dijo Trent de mal humor y Lee lanzó una risita.

—He oído hablar de ella. —Esbozó una mueca de dolor—. ¿Estoy invitado a la boda?

Resoplé con impaciencia. Creía que habíamos ido allí para dejar unas cuantas cosas claras, no para celebrar una reunión de viejos amigos. Diez años antes tendrían poco menos de veinte años. ¿En la facultad? Tampoco me hacía ninguna gracia que me ignoraran pero supuse que era la práctica habitual con el servicio. Al menos a la puta tampoco la habían presentado.

—Por supuesto —dijo Trent—. Las invitaciones saldrán en cuanto mi novia decida entre las ocho opciones a las que ha reducido el tema —dijo con sequedad—. Te pediría que fueras mi padrino si pensara que serías capaz de volver a subirte a un caballo.

Lee se apartó del escritorio y del alcance de la vampiresa.

—No, no, no —protestó mientras se acercaba a un armarito pequeño y sacaba dos vasos y una botella—. Otra vez no. Contigo no. Por Dios, ¿pero por qué se te ocurrió susurrar en el oído de esa bestia?

Trent sonrió, de verdad esa vez, y aceptó el chupito que le ofrecían.

—Justicia poética, surfero —dijo y yo parpadeé al oír el acento que fingió—. Después de todo, estuviste a punto de ahogarme.

—¿Yo? —Lee volvió a sentarse en el escritorio, con un pie lejos del suelo—. Yo no tuve nada que ver con eso. La canoa tenía una fuga. Ignoraba que no sabías nadar.

—Eso es lo que dices siempre. —El ojo de Trent temblaba. Dio un pequeño sorbo y se volvió hacia mí—. Stanley, te presento a Rachel Morgan. Se encarga de mi seguridad esta noche.

Esbocé una sonrisa tan falsa como radiante.

—Hola, Lee. —Le tendí la mano con cuidado de mantener a raya mi energía de línea luminosa, aunque con el recuerdo de los gritos de aquel hombre resonando en mi cabeza, me costó bastante no lanzarle una descarga—. Es un placer verte arriba esta vez.

—Rachel —dijo Lee cálidamente mientras le daba la vuelta a mi mano para besar el dorso en lugar de estrecharla—. No te imaginas lo mal que me sentí por tener que mezclarte en ese asunto tan feo. Me alegro mucho que salieras sin un solo rasguño. ¿Confío en que esta noche te estén compensando como es debido?

Aparté la mano de un tirón antes de que la tocaran sus labios e hice alarde de limpiármela.

—No hace falta que te disculpes. Pero sería un descuido por mi parte no darte las gracias por enseñarme a jugar a los dados. —Se me aceleró el pulso y tuve que sofocar el impulso de darle un bofetón—. ¿Te devuelvo los tuyos?

La vampiresa se deslizó tras él y colocó las manos con gesto posesivo en los hombros de su jefe. Lee no dejó de sonreír, al parecer no había captado la indirecta.

Dios, aquel tipo se puso a sangrar por todos los poros, y el hechizo era para mí. Cabrón
.

—El orfanato agradeció mucho tu donación —dijo Lee sin inmutarse—. Según me han dicho, pusieron un tejado nuevo.

—Fantástico —contesté, contenta de verdad. A mi lado, Trent se removió un poco, era obvio que se moría por interrumpir—. Siempre es un placer ayudar a los menos afortunados.

Lee cogió las manos de la vampiresa entre las suyas y la colocó a su lado.

Trent me cogió del brazo mientras ellos estaban distraídos.

—¿Tú compraste el tejado nuevo? —dijo sin aliento.

—Al parecer —murmuré y observé que lo que le sorprendía era el tejado, no la refriega en las calles.

—Trent, Rachel —dijo Lee con la mano de la vampiresa entre las suyas—. Os presento a Candice.

Candice sonrió y mostró los dientes. Hizo caso omiso de Trent, clavó los ojos castaños en mi cuello y una lengua roja le acarició la comisura de la boca. Exhaló y se acercó un poco más.

—Lee, cielo —dijo y yo me agarré con más fuerza al brazo de Trent, aquella voz me recorría la marca como una oleada—. Me dijiste que tendría que entretener a un hombre. —Su sonrisa se hizo depredadora—. Pero no pasa nada.

Me obligué a respirar. Mi cuello despedía oleadas de promesas que me hacían flaquear las rodillas. Se me aceleró la sangre y estuve a punto de cerrar los ojos. Respiré hondo una vez y después otra. Necesité de toda mi experiencia con Ivy para evitar responder. Aquella vampiresa tenía hambre y sabía lo que estaba haciendo. Si hubiera sido una no muerta, habría sido suya. Pero incluso con la marca y todo, no podía hechizarme a menos que yo se lo permitiera. Y no pensaba hacerlo.

Consciente de que Trent me observaba, recuperé el control de mí misma, aunque podía sentir la tensión sexual que se alzaba en mi cuerpo como la niebla en una noche húmeda. Mis pensamientos regresaron a Nick y después a Kisten, donde permanecieron para empeorar todavía más las cosas.

—Candice —dije sin alzar la voz e inclinándome hacia ella.
No voy a tocarla. No voy a tocarla
—. Es un placer conocerte. Y pienso romperte los dientes y usarlos para hacerte un pirsin en el ombligo si se te ocurre volver a mirar siquiera mi marca.

Los ojos de Candice emitieron un destello negro. La calidez que sentía en la marca murió. Enfadada, se apartó con una mano en el hombro de Lee.

—Me da igual si eres el juguetito de Tamwood —dijo, tratando de ponerse en plan «reina de los condenados», pero yo vivía con una vampiresa peligrosa de verdad, así que los esfuerzos de aquella tipa resultaban patéticos—. Puedo acabar contigo —terminó.

Apreté la mandíbula.

—Vivo con Ivy, pero no soy su juguetito —dije en voz baja, oí una exclamación ahogada que llegaba de abajo—. ¿Qué te dice eso?

—Nada —dijo, y su bonita cara hizo una mueca.

—Y nada es justo lo que vas a sacar de mí, así que ni te acerques.

Lee se interpuso entre las dos.

—Candice —dijo mientras le ponía una mano en la espalda y la empujaba hacia la puerta—. Hazme un favor, preciosa. Tráele a la señorita Morgan un poco de café, ¿quieres? Esta noche trabaja.

—Solo, sin azúcar —dije con la voz ronca. Tenía el corazón a mil y había empezado a sudar. Con los brujos negros me las podía arreglar. Los vampiros hábiles y hambrientos me costaban un poco más.

Desprendí los dedos del brazo de Trent y me aparté. Mi compañero no había perdido la serenidad. Me miró a mí y luego a la vampiresa que Lee estaba acompañando a la puerta.

—Quen… —susurró.

—Quen habría estado perdido —le dije con el corazón empezando a recuperar un ritmo más normal. Y si aquella tipa hubiera sido una no muerta, yo también. Pero Saladan jamás habría podido convencer a un vampiro no muerto para que lo respaldara porque si Piscary lo averiguaba, sería capaz de matarlo dos veces. Había un código de honor entre los no muertos, después de todo. O quizá solo fuera miedo.

Lee le dijo unas cuantas palabras a Candice y la mujer se escabulló por el pasillo no sin antes ofrecerme una sonrisa astuta. Los tacones rojos fueron lo último que vi. Me dio vueltas la cabeza cuando noté que llevaba una pulsera en el tobillo idéntica a la de Ivy. No podía haber más de una como esa sin una buena razón, quizá Kisten y yo deberíamos tener una charla.

Sin saber lo que significaba, si es que significaba algo, me senté en uno de los sillones tapizados de verde, temía derrumbarme con el bajón de adrenalina. Con las manos agarradas para ocultar el leve temblor, pensé en Ivy y en la protección que me proporcionaba. Hacía meses que no se me insinuaba nadie así, no desde que la vampiresa de la perfumería me había confundido con otra persona. Si tuviera que resistirme a eso cada día, solo sería cuestión de tiempo que me convirtiese en una sombra de mí misma: flaca, anémica y perteneciendo a otra persona. O lo que era peor, sin dueño alguno.

Cuando Trent se sentó en el segundo sillón el sonido de la tela de su traje me sacó de mi ensimismamiento.

—¿Te encuentras bien? —dijo en voz muy baja cuando Lee cerró la puerta tras Candice con un chasquido seco y firme.

Su voz era tranquilizadora, cosa que me sorprendió. Me obligué a erguirme y asentí mientras me preguntaba por qué le importaba tanto, o si le importaba siquiera. Exhalé y me obligué a abrir y soltar las manos.

Rebosante de eficiencia, Lee volvió a rodear el escritorio y se sentó. Sonreía y nos mostraba unos dientes blancos que contrastaban con su rostro bronceado.

—Trent —dijo y se recostó en su sillón. Era más grande que los nuestros y creo que lo levantaba varios centímetros por encima de nosotros.
Muy sutil
—. Me alegro de que hayas venido a verme. Deberíamos hablar antes de que las cosas se nos vayan de las manos todavía más.

—¿Que se nos vayan de las manos? —Trent no se movió y vi que la preocupación que sentía por mí se fundía sin dejar rastro. Dejó el vaso en el escritorio, entre los dos, con una expresión dura en los ojos verdes; el suave tintineo del cristal resonó más de lo que debería. Sin apartar los ojos de la sonrisa ñoña de Saladan, el elfo se apoderó de la habitación entera. Aquel era el hombre que mataba a sus empleados en su despacho y sin ninguna consecuencia, el hombre que era dueño de la mitad de la ciudad, el hombre que se burlaba de la ley y que vivía en su fortaleza en medio de un viejo bosque de diseño.

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