—Gracias. —Ladeé la cabeza para quitarme mis sencillos aros, los dejé caer en el bolso de mano y lo cerré. Los pendientes de Trent eran una serie de círculos entrelazados y lo bastante pesados como para ser de oro de verdad. Me los puse y sentí el peso extraño que me colgaba de las orejas.
—Y el collar… —Trent lo levantó y se me abrieron unos ojos como platos. Era una maravilla, hecho de anillos entrelazados del tamaño de una uña y a juego con los pendientes. Los anillos se convertían en un delicado encaje que yo habría descrito como gótico salvo por su suntuosidad. Del aro más bajo pendía un colgante de madera con forma de runa celta, como protección. Dudé un instante antes de cogerlo. Era precioso pero sospechaba que aquel delicadísimo encaje podía convertirme en una auténtica fulana vampiresa.
Y la magia celta me ponía los pelos de punta. Era un arte especializado y buena parte de él dependía de la fe, no de si hacías el hechizo bien o no. Más que magia era una religión y a mí no me gustaba mezclar la religión y la magia, se podían crear unas fuerzas fortísimas cuando algo inconmensurable mezclaba su voluntad con la intención del practicante. Era una magia salvaje y a mí, la mía me gustaba más científica. Si invocas la ayuda de un ser superior, no puedes quejarte si después, las cosas no van según tus planes sino según los de él.
—Date la vuelta —dijo Trent y mis ojos se clavaron en los suyos—. Te lo voy a poner. Tiene que estar ceñido para que quede bien.
Como no estaba por la labor de demostrarle a Trent que me daba aprensión y los amuletos de protección eran bastante fiables, me quité la sencilla gargantilla de oro de imitación que llevaba al cuello y la dejé caer en el bolsito de mano con los pendientes. Me preguntaba si Trent se daba cuenta de lo que indicaba que me pusiera aquello pero decidí que seguramente lo sabía y además le hacía mucha gracia.
La tensión me endureció los hombros cuando me recogí los mechones de pelo que Randy había dejado sueltos para crear efecto. El collar se asentó alrededor de mi cuello, y su peso me transmitió una sensación de seguridad, todavía cálido del bolsillo en el que había estado guardado.
Los dedos de Trent me rozaron y di un pequeño gañido de sorpresa cuando una oleada de energía de línea luminosa me atravesó y entró en mi compañero. El coche dio un volantazo y los dedos de Trent se apartaron de un tirón. El collar cayó en el suelo enmoquetado con un tintineo metálico. Me lo quedé mirando con la mano en la garganta.
Trent se había metido en una esquina. La luz ámbar del techo destellaba y lo envolvía en sombras. Me echó un vistazo, molesto, se inclinó hacia delante a toda prisa y recogió el collar del suelo, después lo agitó hasta que lo tuvo estirado en la mano.
—Perdona —dije con el corazón a mil y la mano todavía en el cuello.
Trent frunció el ceño y miró a Jonathan a través del espejo retrovisor antes de hacerme un gesto para que volviera a darme la vuelta. Cosa que hice, muy consciente de que lo tenía detrás.
—Quen me ha dicho que has estado trabajando en tus habilidades para manejar las líneas luminosas —dijo Trent mientras me rodeaba otra vez con el metal—. A mí me llevó una semana aprender a evitar que la energía de mi familiar intentara igualarse cuando tocaba a otro iniciado. Claro que en aquella época tenía tres años, así que tenía una excusa.
Bajó las manos y yo me puse cómoda entre los suaves cojines. Trent lucía una expresión engreída de la que había desaparecido su habitual profesionalidad. No era asunto suyo que fuera la primera vez que intentaba almacenar energía de una línea en mi interior por una cuestión de conveniencia. Me apetecía mandarlo todo a freír espárragos. Me dolían los pies y, gracias a Quen, quería irme a casa, comerme un tarro entero de helado y recordar a mi padre.
—Quen conocía a mi padre —dije con tono hosco.
—Eso he oído. —No me miraba a mí, sino al paisaje junto al que pasábamos de camino al centro de la ciudad.
Se me aceleró la respiración y cambié de postura.
—Piscary dijo que mató a mi padre pero por lo que insinuó Quen, hubo algo más.
Trent cruzó las piernas y se desabrochó la americana.
—Quen habla demasiado.
La tensión me provocó un nudo en el estómago.
—¿Nuestros padres trabajaban juntos? —pregunté—. ¿Haciendo qué?
Se le crispó el labio y se pasó una mano por el pelo para asegurarse de que lo llevaba aplastado. Desde el asiento del conductor, Jonathan lanzó una tos de advertencia.
Ya, claro. Como si sus amenazas significaran algo para mí
.
Trent cambió de postura en el asiento para mirarme, en su rostro había una nube de interés.
—¿Lista para trabajar conmigo?
Alcé una ceja y lo miré.
Trabajar conmigo
. La última vez era
trabajar para mi
.
—No. —Sonreí aunque lo que me apetecía era darle un buen pisotón—. Quen parece culparse a sí mismo por la muerte de mi padre. Cosa que me parece fascinante. Sobre todo porque fue Piscary el que se hizo responsable de su muerte.
Trent suspiró de repente. Estiró la mano para sujetarse cuando entramos en la autopista.
—Piscary mató a mi padre en el acto —dijo—. Tu padre sufrió un mordisco mientras intentaba ayudarlo. Se suponía que Quen tenía que estar allí, no tu padre. Por eso fue Quen a echarte una mano para dominar a Piscary. Tenía la sensación de que tenía que ocupar el lugar de tu padre, cree que fue culpa suya que tu padre no estuviera allí para ayudarte.
Me entró un escalofrío y volví a hundirme en el asiento de cuero. Yo creía que Trent había enviado a Quen pero al parecer Trent no había tenido nada que ver. Sin embargo, un pensamiento molesto resurgía una y otra vez entre tanta confusión.
—Pero mi padre no murió de un mordisco de vampiro.
—No —dijo Trent sin comprometerse, con los ojos clavados en el contorno creciente de la ciudad—. Así es.
—Murió cuando sus glóbulos rojos empezaron a atacar a los tejidos blandos —le apunté; esperaba que me dijera algo más, pero Trent se había cerrado en banda—. Eso es todo lo que me vas a decir, ¿eh? —dije, tajante, y el tipo me dedico una especie de sonrisa, encantadora y astuta.
—Mi oferta de trabajo sigue en pie, señorita Morgan.
Me costó pero conseguí mantener una expresión más o menos agradable en la cara mientras me derrumbaba en el asiento. De repente tuve la sensación de que me estaban adormilando, que me estaban metiendo en sitios a los que una vez había jurado no ir jamás: lugares como trabajar para Trent, acostarme con un vampiro, cruzar la calle sin mirar. Cosas todas que se podían hacer sin mayores consecuencias, aunque al final terminara por reventarte un autobús. ¿
Qué coño estaba haciendo en una limusina con Trent
?
Habíamos entrado en los Hollows y me incorporé en el asiento para prestar más atención. Las calles estaban llenas de luces de fiesta, la mayoría verdes, blancas y doradas. El silencio se alargaba.
—Bueeeno, ¿y quién es Ellasbeth?
Trent me lanzó una mirada venenosa y yo sonreí con dulzura.
—No fue idea mía —dijo.
Pero qué interesante
, pensé.
He encontrado una fibra sensible. ¿No seria divertido pisotearla un ratito
?
—¿Una antigua novia? —intenté adivinar con tono alegre—. ¿La tipa con la que vives? ¿Una hermana fea que escondes en el sótano?
La expresión de Trent había recuperado el vacío profesional de siempre pero sus inquietos dedos no dejaban de moverse ni un instante.
—Me gustan tus joyas —dijo—. Quizá debería haberle pedido a Jonathan que las pusiera en la caja fuerte de la casa mientras estamos fuera.
Me llevé una mano a su collar y lo sentí templado por el calor de mi cuerpo.
—Llevaba una mierda y lo sabes. —Joder, llevaba encima oro suficiente como para hacerle una dentadura postiza a un caballo, y el oro era de Trent.
—Podemos hablar entonces de Nick. —La voz sosegada de Trent tenía un matiz burlón—. Preferiría hablar de Nick. Era Nick, ¿no? ¿Nick Sparagmos? He oído que dejó la ciudad después de que le provocaras un ataque epiléptico. —Con las manos alrededor de una rodilla, Trent me lanzó una mirada reveladora y alzó las pálidas cejas—. ¿Se puede saber qué le hiciste? Eso sí que no pude averiguarlo.
—Nick está bien. —Bajé las manos antes de que se pusieran a juguetear con el pelo—. Me estoy ocupando de su apartamento mientras él está de viaje de negocios. —Miré por la ventanilla y me llevé la mano a la espalda para volver a colocarme el chal por los hombros. Aquel hombre era capaz de ser más capullo que la mayor zorra con pasta del instituto—. Tenemos que hablar sobre de qué se supone que te tengo que proteger.
Del asiento del conductor llegó el bufido burlón de Jonathan. Trent también lanzó una risita.
—No me hace falta protección —dijo—. Si fuera así, Quen estaría aquí. Tú no eres más que un adorno con cierta utilidad.
Con cierta utilidad
…
—¿Ah, sí? —le solté. Ojalá pudiera decir que me sorprendía.
—Pues sí —dijo sin vacilar, la expresión sonaba rara en su boca—. Así quédate donde te pongan y no abras la boca.
Empezaba a calentarme y me moví hasta que tuve las rodillas casi pegadas a sus muslos.
—Escúcheme bien, señor Kalamack —dije con tono áspero—. Quen me está pagando una pasta para que usted conserve ese puñetero culo, así que no se vaya de la habitación sin mí y no se meta en mi ángulo de visión cuando estemos con los malos. ¿Estamos?
Jonathan entró en un aparcamiento y tuve que sujetarme cuando pisó el freno con demasiada brusquedad. Trent giró la cabeza y yo observé las miradas que cruzaron por el espejo retrovisor. Todavía enfadada, miré por la ventanilla y me encontré con horribles montones de nieve de casi dos metros de altura. Estábamos junto al río y mis hombros se llenaron de tensión al ver el casino flotante con las chimeneas humeando un poco. ¿El casino flotante de Saladan? ¿Otra vez?
Recordé la noche que había pasado con Kisten y el tipo del esmoquin que me había enseñado a jugar a los dados.
Mierda
.
—Oye, esto, ¿sabes el aspecto que tiene Saladan? —pregunté—. ¿Es brujo?
La vacilación de mi tono fue seguramente lo que llamó la atención de Trent y mientras Jonathan aparcaba en el amplio espacio reservado para un coche de aquella longitud, me miró un momento.
—Es brujo de líneas luminosas. Pelo negro, ojos oscuros, de mi edad. ¿Por qué? ¿Te preocupa? Porque debería. Es mejor que tú.
—No.
—Mierda. ¿O debería decir mierda de dados
? Agarré el bolsito de mano y me derrumbé entre los cojines cuando Jonathan abrió la puerta y Trent salió con una elegancia que tenía que ser fruto de la práctica. Lo sustituyó una ráfaga de aire frío que me hizo preguntarme cómo podía quedarse Trent allí plantado como si fuera pleno verano. Tenía la sensación de que ya conocía a Saladan. ¡
Idiota! me reñí
. Claro que, después de todo, demostrarle a Lee que no le tenía miedo después de su pequeño y fracasado hechizo negro sería de lo más satisfactorio.
Impaciente de pronto por encontrarme con él, me deslicé por el asiento hasta la puerta abierta y me aparté con una sacudida cuando Jonathan me la cerró en la cara.
—¡Eh! —grité, la adrenalina me provocó un dolor de cabeza. Se abrió la puerta y Jonathan me ofreció una sonrisa burlona y satisfecha.
—Disculpe, señora —dijo.
Tras él estaba Trent con una expresión cansada en la cara. Me ceñí el chal prestado y miré a Jonathan mientras salía.
—Vaya, gracias, Jon —dije con tono alegre—, puñetero cabrón.
Trent agachó la cabeza y ocultó una sonrisa. Yo me levanté un poco más el chal, me aseguré de mantener la energía de la línea donde se suponía que tenía que estar y me cogí del brazo de Trent para que me ayudara a subir por la rampa congelada. Se puso rígido y quiso apartarse pero yo le cogí el brazo con la mano libre y metí el bolso entre los dos. Hacía frío y yo quería entrar de una vez.
—Llevo tacones por tu culpa —murmuré—. Lo menos que puedes hacer es asegurarte de que no me caigo de culo. ¿O es que me tienes miedo?
Trent no dijo nada pero su postura cambió y se convirtió en reticente aceptación cuando cruzamos, paso a paso, el aparcamiento. Se giró para mirar por encima del hombro a Jonathan e indicarle que se quedara en el coche y yo le sonreí con afectación a aquel hombre alto y descontento, después le tiré los besitos de despedida de Erica, con sus orejitas de conejo y todo. Ya había oscurecido del todo y el viento me lanzaba copos de nieve contra las piernas, desnudas salvo por las medias. ¿Por qué no había insistido en pedir prestado un abrigo?, me pregunté. El chal no servía para nada y además apestaba a lilas. Detestaba las lilas.
—¿Tú no tienes frío? —le pregunté a Trent cuando lo vi tan cómodo como si estuviéramos en pleno julio.
—No —dijo y recordé a Ceri caminando por la nieve con una tolerancia parecida.
—Debe de ser cosa de elfos —murmuré y él lanzó una risita.
—Pues sí —dijo, clavé los ojos en él al oírlo tan tranquilo. Tenía los ojos brillantes de alegría y yo le eché un vistazo a la rampa que nos llamaba.
—Bueno, pues yo estoy congelada —gruñí—. ¿Podemos ir un poco más rápido?
Trent aceleró el paso pero yo todavía estaba temblando cuando llegamos a la entrada. Trent sujetó la puerta, muy solícito, y me indicó que pasara yo delante. Le solté el brazo y entré rodeándome con los brazos para intentar entrar en calor. Le dediqué al portero una breve sonrisa y recibí a cambio una mirada estoica y vacía. Me quité el chal y se lo tendí con dos dedos al encargado del guardarropa mientras me preguntaba si podría, mira por dónde, dejarlo allí… sin querer, por supuesto.
—El señor Kalamack y la señorita Morgan —dijo Trent sin hacer caso del libro de visitas—. Nos están esperando.
—Sí, señor. —El portero hizo un gesto para que alguien ocupara su lugar—. Por aquí.
Trent me ofreció el brazo y yo dudé un momento, intenté leer algo en su rostro sereno pero no lo conseguí. Respiré hondo y entrelacé mi brazo con el suyo. Cuando le rocé la mano con los dedos, hice un esfuerzo consciente por mantener el nivel de energía de la línea a pesar del ligero tirón en el
chi
.
—Mucho mejor —dijo, sus ojos inspeccionaban la atestada sala de juego mientras seguíamos al portero—. Está usted mejorando a pasos agigantados, señorita Morgan.