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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (63 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—Hablé con Jenks esta mañana.

—¡Qué! —exclamé y estuve a punto de dar con la cabeza en el techo—. ¿Está bien? ¿Qué te dijo? ¿Le dijiste lo mucho que lo sentía? ¿Está dispuesto a hablar conmigo si lo llamo?

David me miró de soslayo mientras yo contenía el aliento. Sin decir nada, giró con cuidado para meterse en la alameda.

—No a todo. Está muy disgustado.

Me arrellané en el asiento, aturdida y preocupada.

—Tienes que darle las gracias si te vuelve a hablar alguna vez —dijo David con tono tenso—. Te adora, que es por lo que no me volví atrás en nuestro acuerdo de meterte conmigo para que vieras a Saladan.

Se me revolvieron las tripas.

—¿A qué te refieres?

David dudó un momento mientras adelantaba a un coche.

—Está ofendido porque no confiaste en él pero en ningún momento dijo nada malo de ti. Hasta te defendió cuando te llamé caprichosa y cabeza de chorlito.

Se me hizo un nudo en la garganta y me quedé mirando por la ventanilla del lado del pasajero. Pero qué imbécil era, yo, claro.

—Es de la absurda opinión de que se merecía que le mintieras, que no se lo dijiste porque tenías la sensación de que no sería capaz de mantener la boca cerrada y que seguramente tenías razón. Se fue porque creyó que te había decepcionado, no al revés. Le dije que eras imbécil y que, conmigo, cualquier socio que me mintiera, terminaría con la garganta rebanada. —David lanzó un resoplido de desdén—. Me echó a patadas. Un tipejo de diez centímetros de altura me echó a patadas. Me dijo que si no te ayudaba como había dicho que haría, iría a buscarme en cuanto mejorara el tiempo y me haría una lobotomía mientras dormía.

—Y podría hacerlo —dije con voz tensa. Notaba en cada palabra las lágrimas que amenazaban con caer.

—Ya lo sé, pero no estoy aquí por eso. Estoy aquí por lo que no dijo. Lo que le hiciste a tu socio es deplorable, pero un alma tan honorable como él no tendría una opinión tan elevada de alguien que no se lo mereciera. Aunque no entiendo por qué te tiene en tanta consideración.

—Llevo tres días intentando hablar con Jenks —dije con un gran nudo en la garganta—. Estoy intentando disculparme y arreglar todo esto.

—Otra razón para que esté aquí. Los errores se pueden arreglar pero si lo cometes más de una vez, deja de ser un error.

No dije nada, estaba empezando a dolerme la cabeza cuando pasamos por un parque con vistas al río y giramos por una calle lateral. David se tocó el cuello del abrigo y comprendí por su postura que ya casi habíamos llegado.

—Y en cierto modo fue culpa mía que se te escapara —dijo en voz baja—. El árnica montana tiene la mala costumbre de soltarle la lengua a la gente. Lo siento, pero, de todos modos, en eso te equivocaste.

Daba igual cómo se hubiera descubierto el pastel. Jenks estaba furioso conmigo y me lo merecía.

David puso el intermitente y giramos por un camino empedrado. Me tiré de la falda gris y me coloqué bien la chaqueta. Me sequé los ojos, me senté muy erguida e intenté parecer profesional, no como si el mundo se estuviera derrumbando a mi alrededor y yo solo pudiera apoyarme en un hombre lobo que pensaba que era la escoria de la tierra. Habría dado lo que fuera por tener a Jenks en mi hombro soltando chistecitos sobre mi nuevo corte de pelo o diciendo que olía como el fondo de un retrete. Lo que fuera.

—Yo mantendría la boca cerrada si fuera tú —dijo David con tono lúgubre y yo asentí, completamente deprimida—. En la guantera está el perfume de mi secretaria. Échate un buen chorro en las medias. El resto huele bien.

Hice lo que me decía como una buena chica; por lo general detestaba con todas mis fuerzas aceptar las indicaciones de otra persona pero en este caso todo eso quedó sofocado por la baja opinión que aquel tío tenía de mí. El anticuado aroma invadió el coche y David bajó la ventanilla con una mueca.

—Bueno, dijiste… —murmuré cuando el aire frío me rodeó los tobillos.

—Va a ser muy rápido una vez que entremos ahí —dijo David con los ojos llenos de lágrimas—. Tu socia vampiresa tiene cinco minutos como mucho antes de que Saladan se cabree por lo de la reclamación y nos eche a patadas.

Sujeté con más fuerza el maletín de la señora Aver, que llevaba en el regazo.

—Llegará a tiempo.

La única respuesta de David fue un murmullo sordo. Serpenteamos por un corto camino de entrada que dibujaba un giro cerrado. Lo habían limpiado y barrido y los ladrillos rojos de arcilla estaban húmedos por la nieve fundida. Al final había una casa solariega pintada de blanco con contraventanas rojas y ventanas largas y estrechas. Era una de las pocas mansiones antiguas que se habían reformado pero no habían perdido su encanto. El sol estaba detrás de la casa; David aparcó a la sombra, detrás de una camioneta, y paró el motor. En una de las ventanas delanteras se movió una cortina.

—Te llamas Grace —dijo mi compañero—. Si quieren algún tipo de identificación, está en tu cartera, dentro del maletín. Toma. —Me pasó sus gafas—. Póntelas.

—Gracias. —Me puse los lentes de plástico en la nariz y descubrí que David era hipermétrope. Empezó a dolerme la cabeza y bajé las gafas un poco para poder mirar el mundo por encima de ellas en lugar de a través de ellas. Me sentía fatal, tenía mariposas en el estómago, del tamaño de tortugas, por cierto.

A David se le escapó un suspiro y metió la mano entre los dos asientos para coger el maletín que tenía atrás.

—Venga. Vamos.

31.

—David Hue —dijo David con frialdad, parecía aburrido y hasta un poco irritado cuando nos presentamos en la entrada de la antigua mansión—. Tengo una cita.

«
Tengo
»,
no
«
tenemos
», pensé sin levantar los ojos e intentando mantenerme en segundo plano mientras Candice, la vampiresa que no le había quitado las manos de encima a Lee en el barco, levantaba una cadera enfundada en unos vaqueros y miraba la tarjeta de visita de David. Había otros dos vampiros detrás de ella, llevaban unos trajes negros que decían a gritos que eran de seguridad. No me importaba interpretar el papel de subordinada dócil. Si Candice me reconocía, las cosas se iban a poner muy negras en cuestión de minutos.

—Fue conmigo con quien habló —dijo la bien torneada vampiresa con un suspiro molesto—. Pero después de los últimos y desagradables acontecimientos, el señor Saladan se ha retirado a un entorno… menos público. No está aquí ni mucho menos atiende supuestos compromisos. —Sonrió para enseñar los dientes con una amenaza políticamente correcta y le devolvió a David la tarjeta—. Pero para mí será un placer hablar con usted.

Se me desbocó el corazón y me quedé mirando las baldosas italianas. Lee estaba en casa (casi se podía oír el tintineo de las fichas de juego) pero si no podía entrar a verlo, las cosas se iban a poner mucho más difíciles.

David la miró y la piel que tenía alrededor de los ojos se le tensó. Después recogió el maletín del suelo.

—Muy bien —dijo con aspereza—. Si no puedo hablar con el señor Saladan, a mi compañía no le queda más recurso que asumir que son correctas nuestras suposiciones sobre una posible actividad terrorista y tendremos que denegar el pago de la póliza. Que pase un buen día, señora. —Apenas me miró antes de dirigirse a mí—. Venga, Grace. Nos vamos.

Contuve el aliento y sentí que me empezaba a poner pálida. Si salíamos de allí, Kisten e Ivy terminarían metidos en una trampa. Los pasos de David resonaron en el silencio cuando se dirigió a la puerta y yo eché a andar tras él.

—Candice —dijo la voz indignada y meliflua de Lee desde la balconada del segundo piso, encima de la majestuosa escalera—. ¿Qué estás haciendo?

Giré en redondo y David me cogió del hombro para advertirme. Lee se encontraba junto al rellano superior, con una copa en una mano y una carpeta y un par de gafas de montura metálica en la otra. Vestía lo que parecía un traje sin la americana, con la corbata sin anudar alrededor del cuello pero con aspecto pulcro de todos modos.

—Stanley, cielo —ronroneó Candice, que se apoyó con gesto provocativo en una mesa pequeña que había junto a la puerta—. Dijiste que no ibas a ver a nadie. Además, no es más que un barco. ¿Cuánto podría valer?

Los ojos oscuros de Lee se crisparon cuando frunció el ceño.

—Casi un cuarto de millón de dólares, querida. Son agentes de seguros, no operativos de la SI. Comprueba si llevan hechizos y acompáñalos arriba. Se les exige por ley que mantengan la más estricta confidencialidad, incluyendo el hecho de haber estado aquí. —Miró a David y se apartó el flequillo de surfero de un manotazo—. ¿Me equivoco?

David levantó la cabeza y le sonrió con esa expresión de «los tíos tenemos que ayudarnos entre nosotros» que yo tanto odiaba.

—No, señor —dijo, su voz resonaba en el blanco puro del vestíbulo abierto—. No podríamos hacer nuestro trabajo sin esa pequeña enmienda de la constitución.

Lee levantó la mano para dar su permiso, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo abierto. Se abrió una puerta con un crujido y yo me sobresalté cuando Candice me cogió el maletín. La adrenalina me hizo erguirme y lo atraje hacia mí.

—Relájate, Grace —dijo David con tono condescendiente mientras me lo quitaba y se lo daba a Candice—. Que esto es pura rutina.

Los dos vampiros del fondo se adelantaron y tuve que obligarme a quedarme quieta.

—Tendrán que perdonar a mi ayudante —dijo David mientras ponía nuestros maletines en la mesa que había junto a la puerta, abría primero el suyo y lo hacía girar y luego el mío—. Es un infierno cuando toca adiestrar a un ayudante nuevo.

La expresión de Candice se hizo burlona.

—¿Fuiste tú el que le puso el ojo morado?

Me sonrojé, levanté la mano para tocarme el pómulo y bajé los ojos para posarlos en mis horribles zapatos. Al parecer, el maquillaje oscuro no funcionaba tan bien como yo había pensado.

—Hay que saber mantener a las zorras a raya —dijo David con ligereza—. Pero si sabes cómo arrearles, solo tienes que hacerlo una vez.

Apreté la mandíbula y me encendí cuando Candice se echó a reír. Observé con la frente baja al vampiro que manoseaba mi maletín. El trasto estaba lleno de cosas que solo llevaría un tasador de seguros: una calculadora con más botoncitos que las botas de vestir de un duende irlandés, libretas, carpetas manchadas de café, calendarios pequeños e inútiles que podías pegar en la nevera y bolígrafos con caritas sonrientes. Había recibos de sitios como tiendas de bocadillos y papelerías. Dios, era horrible. Candice le echó un vistazo a mis tarjetas de visita falsas con un interés distraído.

Mientras el maletín de David sufría un escrutinio parecido, Candice se metió sin prisas en una habitación trasera. Volvió con unas gafas con montura metálica y después hizo alarde de mirar por ellas. El corazón me empezó a palpitar muy deprisa cuando sacó un amuleto. Estaba brillando con un tono rojo intenso.

—Chad, cielo —murmuró la vampiresa—. Échate hacia atrás. Tu hechizo está interfiriendo.

Uno de los vampiros se puso colorado y se apartó. Me pregunté qué clase de amuleto tendría «Chad, cielo» para que se le pusieran las orejas de ese color concreto. Se me cortó la respiración cuando el amuleto se puso de color verde y me alegré de haber entrado con un disfraz mundano. A mi lado, David crispó los dedos.

—¿Podemos ir un poco más deprisa? —dijo—. Tengo que ver a más gente.

Candice sonrió e hizo girar el amuleto que llevaba en el dedo.

—Por aquí, por favor.

Con una rapidez que parecía nacida de la irritación, David cerró su maletín con un chasquido seco y lo levantó de la mesa. Yo hice lo mismo, aliviada cuando los dos vampiros desaparecieron en la habitación del fondo tras el olor a café. Candice subió las escaleras con paso lento y moviendo las caderas como si estuvieran a punto de salir girando de su cuerpo. Intenté no hacerle mucho caso y la seguí.

La casa era vieja y cuando se le podía echar un buen vistazo, se notaba que no estaba bien mantenida. Arriba, la moqueta estaba raleando y los cuadros que colgaban en el pasillo abierto que se asomaba al vestíbulo eran tan antiguos que seguramente venían ya con la casa. La pintura que había encima del revestimiento de la pared era de ese verde asqueroso tan popular antes de la Revelación y tenía un aspecto repulsivo. Alguien con muy poca imaginación la había utilizado para cubrir las tablas del suelo, de veinte centímetros de grosor y talladas con enredaderas y colibríes, y yo le dediqué un pensamiento apenado a la belleza majestuosa oculta tras una pintura horrible y unas cuantas fibras sintéticas.

—El señor Saladan —dijo Candice a modo de explicación cuando abrió una puerta barnizada de negro. Esbozaba una sonrisa maliciosa y yo seguí a David al interior sin levantar los ojos cuando pasé a su lado. Contuve el aliento y recé para que no se diera cuenta de que era yo, con la esperanza de que no entrara. Pero ¿para qué iba a entrar? Lee era todo un experto en magia de líneas luminosas. No necesitaba ningún tipo de protección contra un hombre y una mujer lobo.

Era una oficina de buen tamaño decorada con paneles de roble. Los techos altos y los marcos gruesos que rodeaban el alto bloque de ventanas eran la única prueba de que en un principio aquella habitación había sido un dormitorio, antes de convertirse en despacho. Todo lo demás se había cubierto y disimulado con cromados y roble de tonos claros que solo tenía unos cuantos años de antigüedad. Es que soy bruja, noto esas cosas.

Las ventanas que había detrás del escritorio llegaban al suelo y el sol bajo entraba a raudales y bañaba a Lee, que en ese momento se levantaba de su sillón. Había un carrito de bebidas en una esquina y un centro de entretenimiento ocupaba la mayor parte de la pared contraria. Delante de la mesa del despacho había colocados dos cómodos sillones y habían dejado otro más feo en la otra esquina. Había un enorme espejo en la pared y ni un solo libro. El bajo concepto que yo ya tenía de Lee terminó de caer por los suelos.

—Señor Hue —dijo Lee con calidez cuando tendió la mano bronceada sobre la moderna mesa de su despacho. Tenía la americana del traje colgada en un perchero cercano, pero al menos se había hecho el nudo de la corbata—. Lo estaba esperando. Siento el malentendido de abajo. Candice puede mostrarse muy protectora a veces. Supongo que lo entiende, al parecer no hacen más que explotar barcos a mi alrededor.

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