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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (25 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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Con los cubos de fichas encima, me detuve en seco. Kisten bajaba las escaleras; sus movimientos eran breves y rápidos, con la velocidad de un vampiro vivo.

—¿Dónde has estado? —inquirí cuando llegó hasta donde me encontraba. Su rostro estaba tenso y pude ver un rastro de sudor en él.

—Nos marchamos —dijo secamente—. Vámonos.

—Espera. —Me sacudí su mano de mi codo—. ¿Dónde has estado? Me has dejado completamente sola. Un tipo me ha tenido que enseñar a lanzar los dados. ¿Has visto lo que he ganado?

Kisten bajó su mirada hacia los cubos; estaba claro que no le impresionaban.

—Las mesas están trucadas —afirmó, dejándome helada—. Te estaban entreteniendo mientras hablaba con el dueño.

Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago. Esquivé su mano cuando trató de coger una vez más mi codo.

—Deja de intentar arrastrarme a todas partes —espeté sin importarme que hubiera gente mirando—. ¿Ya qué te refieres al decir que estabas hablando con el dueño?

Me lanzó una mirada cargada de exasperación; los primeros indicios de una incipiente barba asomaban en su mentón.

—¿No podemos hablarlo fuera? —dijo él, obviamente con prisa.

Miré hacia el grandullón que bajaba las escaleras. Aquel era un casino flotante. No era de Piscary. Kisten llevaba los negocios del vampiro no muerto. Había venido para presionar al nuevo tipo en la ciudad, y me había traído por si había problemas. Se me encogía el pecho por la rabia a medida que todo empezaba a encajar en su sitio, pero la prudencia es la parte más sabia del valor.

—De acuerdo —contesté. Mis botas causaban silenciosos golpes que seguían el ritmo de mi pulso al dirigirme hacia la puerta. Dejé mis cubos de fichas sobre el mostrador y ofrecí una austera sonrisa a la chica del cambio.

—Quiero que mis ganancias sean donadas a los fondos de la ciudad para reconstruir los orfanatos incendiados —dije con firmeza.

—Sí señora —respondió educadamente la mujer mientras volcaba los cubos.

Kisten cogió una ficha del montón.

—Esta sí la vamos a canjear.

Se la arrebaté de sus dedos, furiosa por haberme utilizado de esa forma. Eso era por lo que quería que Ivy le acompañase. Y yo había picado. Tras dar un silbido, le arrojé la ficha al crupier de los dados. La cogió e inclinó su cabeza como muestra de agradecimiento.

—¡Esa era una ficha de cien dólares! —protestó Kisten.

—¿De veras? —Molesta, cogí otra, y la lancé con el mismo destino que la primera—. No quiero ser tacaña —refunfuñé. La mujer me extendió un recibo por el valor de ocho mil setecientos cincuenta dólares, donados a los fondos de la ciudad. Lo miré durante un momento antes de introducirlo en mi bolso de mano.

—Rachel —insistió Kisten, con el rostro enrojecido bajo su pelo rubio.

—No vamos a quedarnos con nada. —Tras ignorar el abrigo de Kisten, que el portero sostenía para mí, crucé la puerta con la doble ese. ¿Puede que una fuera de «Saladan»? Dios, era una estúpida.

—Rachel… —La ira endureció la voz de Kisten cuando cruzó la puerta detrás de mí—. Vuelve aquí y dile que te canjee una.

—¡Tú me diste las primeras y yo gané el resto! —grité desde el pie de la pasarela, envolviéndome con mis brazos bajo la nieve que estaba cayendo—. Voy a donarlas todas. ¡Y estoy cabreada contigo, cobarde chupasangre!

El hombre al pie de la rampa dejó escapar una risita, y su expresión se tornó en indiferencia cuando le lancé una mirada furibunda. Kisten titubeó, luego cerró la puerta y bajó hacia mí, con el abrigo que me había prestado sobre su brazo. Fui directa a su coche y esperé a que me abriera la puerta o me dijera que llamase a un taxi.

Todavía poniéndose su abrigo, Kisten se detuvo a mi lado.

—¿Por qué te enfadas conmigo? —preguntó secamente; sus ojos azules comenzaban a volverse negros bajo la suave luz.

—Ese es el barco de Saladan, ¿verdad? —dije furiosa a la vez que lo señalaba—. Puede que sea un poco lenta, pero al cabo de un tiempo me pongo al día. Piscary controla el juego en Cincinnati has venido hasta aquí a por la tajada que le corresponde. Y Saladan te ha rechazado, ¿no es así? Está invadiendo el terreno de Piscary y me has traído de refuerzo sabiendo que te salvaría el culo si las cosas se ponían feas.

Furibunda, olvidé sus dientes y su fuerza y situé mi cara a centímetros de la suya.

—No vuelvas a engañarme jamás para que te respalde. Podías haber hecho que me mataran con tus jueguecitos. Yo no tengo una segunda oportunidad, Kisten. ¡La muerte es el fin para mí!

Mi voz retumbó en los edificios más cercanos. Pensé en los que estarían escuchando desde el barco y me puse colorada. Pero estaba furiosa, maldita sea, y tenía que resolver aquel asunto antes de volver a subirme al coche de Kisten.

—Me vistes para hacerme sentir especial —dije, con un nudo en la garganta y la ira a flor de piel—. Me tratas como si salir conmigo fuera algo que querías hacer por mí, incluso si solo era con la esperanza de clavarme tus dientes, ¿y luego descubro que ni siquiera se trata de eso, sino que es por negocios? Ni siquiera fui tu primera opción. ¡Querías que Ivy te acompañase, no yo! Yo era tu plan alternativo. ¿Cómo de barata crees que me hace sentir eso?

Kisten abrió la boca, y luego la cerró.

—Puedo entender que me utilices como segundo plato en una cita porque eres un hombre, ¡y por lo tanto, un cretino! —exclamé—. Pero me has traído aquí a sabiendas, a una situación potencialmente peligrosa sin mis hechizos, sin mis a muletos. Me dijiste que era una cita, así que lo dejé todo en casa. Diablos, Kisten, si querías tenerme como refuerzo, ¡lo habría hecho! Además —añadí, sintiendo cómo mi enfado comenzaba a disminuir, debido a que parecía estar realmente escuchándome, en lugar de perder el tiempo inventando excusas—, habría sido divertido saber lo que estaba ocurriendo. Podría haber sonsacado información, o algo por el estilo.

Se quedó mirándome, reflejando sincera sorpresa en sus ojos.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad. ¿Crees que me hice cazarrecompensas por su seguro dental? Habría sido mucho más divertido que tener al lado a un tipo enseñándome a jugar a los dados. Por cierto, ese era tu deber.

Kisten permanecía junto a mí, y una capa de nieve comenzaba a acumularse sobre su abrigo de cuero, que yacía colgado de su brazo. Su rostro estaba triste y apagado bajo la tenue luz de una farola. Tomó aire, y yo entrecerré mis ojos. Se le escapó un breve sonido de derrota. Podía sentir cómo mi sangre se aceleraba, y mi cuerpo estaba caliente y frío al mismo tiempo, debido a mi rabia y al cortante viento proveniente del río. Aún me gustaba menos que Kisten probablemente pudiera leer mis sentimientos mejor que yo misma.

Sus ojos, con aquel creciente borde azulado, miraron por encima de mí, hacia el barco. Mientras los observaba, se tornaron negros, helándome la sangre.

—Tienes razón —dijo con brevedad, con tensión en su voz—. Sube al coche.

Mi ira volvió a manifestarse.
Hijo de puta

—No me des órdenes —espeté firmemente.

Estiró su brazo y yo me aparté antes de que pudiera tocarme. Sus ojos negros parecían desalmados bajo la débil luz; continuó su movimiento hasta abrirme la puerta.

—No lo hago —afirmó, acelerando sus movimientos hasta aquella escalofriante rapidez vampírica—. Hay tres tipos bajando del barco. Puedo oler la pólvora. Tenías razón, yo me equivocaba. Sube al maldito coche.

14.

El miedo estalló en mi interior y, al sentirlo, Kisten tomó aire como si le hubiera abofeteado. Me quedé paralizada, percibiendo en su incipiente ansia que tenía algo más de lo que preocuparme aparte de las pisadas que oía bajar por la pasarela. Entré en el coche con el corazón desbocado. Kisten me alcanzó el abrigo y sus llaves. Mi puerta se cerró de golpe y, mientras él rodeaba la parte delantera, introduje la llave en el contacto. Kisten entró, y el repentino rugido se oyó al mismo tiempo que el impacto de su puerta al cerrarse.

Los tres hombres habían cambiado de dirección, acelerando su paso al dirigirse hacia un modelo antiguo de BMW.

—Jamás nos atraparán con eso —se burló Kisten. Tras encender los limpiaparabrisas para despejar la nieve, puso el coche en marcha, y yo me preparé para la sacudida cuando le pisó a fondo. Entramos en la calle derrapando y saltándonos un semáforo en ámbar. No miré hacia atrás.

Kisten aminoró en cuanto aumentó el tráfico y, sintiendo el martilleo de mis latidos, me envolví en su abrigo y me abroché el cinturón de seguridad. Él puso la calefacción al máximo, pero solo salía aire frío. Me sentía desnuda sin mis a muletos. Maldición, debería haber traído alguno, ¡pero se suponía que tenía que haber sido una cita!

—Lo siento —admitió Kisten al girar bruscamente hacia la izquierda—. Tenías razón.

—¡Eres un idiota! —grité, y mi voz sonó con potencia en aquel espacio tan reducido—. Jamás vuelvas a tomar decisiones por mí, Kisten. ¡Esos hombres tenían armas, y yo no tenía nada! —La adrenalina descargada hacía que mis palabras sonaran más fuertes de lo que pretendía, y miré hacia él, calmándome repentinamente al recordar la negrura de sus ojos cuando mi miedo le había impactado. Podía parecer inofensivo, vestido con aquel traje italiano y su pelo echado hacia atrás, pero no lo era. Eso podía cambiar entre un latido y el siguiente.
Dios, ¿qué estaba haciendo yo ahí
?

—Te he dicho que lo siento —volvió a decir Kisten sin apartar sus ojos de la carretera mientras los edificios iluminados, borrosos por la nieve, pasaban a nuestro lado. Había mucho más que un matiz de molestia en su tono, así que decidí dejar de gritarle a pesar de sentirme aún enfadada y temblorosa. Además, no se acobardaba ni rogaba mi perdón, y el que hubiese admitido haber cometido un error era agradable para variar.

—No te preocupes —dije amargamente, todavía sin estar dispuesta a perdonarle, pero tampoco deseaba seguir hablando de ello.

—Mierda —espetó, apretando los dientes al mirar el espejo retrovisor en lugar de la carretera delante de él—. Aún nos están siguiendo.

Me removí en el asiento, intentando no girarme para mirar, y me conformé con lo que podía ver en el espejo. Kisten hizo un brusco giro hacia la derecha y mi boca se quedó abierta de pura incredulidad. La carretera delante de nosotros estaba vacía, un oscuro túnel desierto comparado con las luces y la seguridad del comercio detrás de nosotros.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, detectando un tono asustado en mi voz.

Sus ojos estaban fijos en la carretera a nuestra espalda, cuando un oscuro Cadillac apareció delante de nosotros, bloqueando la carretera al girar hasta quedar de lado.

—¡Kisten! —grité, posicionando mis brazos contra un posible choque. Se me escapó un débil chillido mientras él maldecía y giraba bruscamente el volante. Mi cabeza golpeó la ventana y reprimí un quejido de dolor. Conteniendo el aliento, sentí cómo las ruedas perdían contacto con el asfalto y patinamos sobre el hielo. Todavía maldiciendo, Kisten reaccionó con sus reflejos de vampiro, en dura pugna contra el coche. El pequeño Corvette dio una última sacudida al topar con el bordillo y nos balanceamos hasta quedarnos parados.

—Quédate en el coche. —Estiró un brazo para abrir la puerta. Cuatro hombres vestidos con trajes oscuros estaban saliendo del Cadillac delante de nosotros. Había tres en el BMW a nuestra espalda. Probablemente todos eran brujos, y allí estaba yo, con tan solo un par de amuletos maquilladores. Aquello iba a quedar estupendo en las necrológicas.

—¡Kisten, espera! —exclamé.

Con su mano en la puerta, se volvió. Se me encogió el pecho ante la negrura de sus ojos. Oh Dios, se había vampirizado.

—Todo saldrá bien —me aseguró con un gruñido gutural y profundo que me llegó hasta el alma y se aferró a mi corazón.

—¿Cómo lo sabes? —susurré.

Una de sus cejas rubias se elevó de una forma tan sutil, que no estaba segura de que se hubiera movido.

—Porque si me matan, entonces yo estaría muerto, y les daría caza. Lo que quieren es… hablar. Quédate en el coche.

Salió del vehículo y cerró la puerta. El coche aún estaba arrancado; la vibración del motor tensaba mis músculos uno a uno. La nieve caía sobre el cristal y se derretía, y desconecté los limpiaparabrisas.

—«Quédate en el coche» —murmuré, inquieta. Miré detrás de mí, para ver a los tres tipos del BMW que se acercaban. Los faros del coche iluminaron a Kisten, sombríamente serio, acercándose a los cuatro hombres con las palmas de sus manos levantadas con una indiferencia que yo sabía que era falsa—. Ni en sueños voy a quedarme en el coche —dije, alcanzando el tirador y saliendo para enfrentarme al frío. Kisten se volvió.

—Te he dicho que te quedes en el coche —espetó, y yo vencí mi miedo a la severidad en su expresión. Ya se había disociado mentalmente de lo que estaba por ocurrir.

—Sí, me lo has dicho —repliqué, obligándome a mantener los brazos quietos. Hacía frío y estaba tiritando.

Kisten titubeó, claramente dividido. Los hombres que se acercaban se separaron. Estábamos rodeados. Sus caras eran serias, aunque confiadas. Solo les faltaba un bate o una palanca que golpear contra su otra mano para hacerlo completo. Pero eran brujos. Su fuerza se encontraba en su magia.

Respiré lentamente, y me mecí hacia delante sobre la plana superficie de mis botas. Al sentir el empuje de la adrenalina, me moví en la estela de los faros del coche y pegué mi espalda a la de Kisten.

Aquella ansia oscura en sus ojos pareció detenerse.

—Rachel, por favor, espera en el coche —insistió con una voz que me puso la piel de gallina—. Esto no durará mucho, y no quiero que te enfríes.

¿No quería que me enfriase?, pensé, observando a los tres tipos del BMW a nuestra espalda formar una barrera humana.

—Hay siete brujos aquí —dije suavemente—. Solo se necesitan tres para formar una red, y uno para sostenerla una vez que está en su sitio.

—Cierto, pero yo solo necesito tres segundos para tumbar a un hombre.

Los tipos que había delante de mí vacilaron. Existía una razón por la que la SI no enviaba brujos para apresar a un vampiro. Siete contra uno podía ser suficiente, pero no sin que alguien saliera seriamente herido.

Eché un vistazo por encima del hombro para advertir que los cuatro tipos del Cadillac estaban mirando hacia el hombre del abrigo largo que había salido del BMW.
Su jefe
, pensé, creyendo que parecía estar demasiado seguro mientras se ceñía su abrigo y hacía un ademán con su cabeza hacia los hombres que había a nuestro alrededor. Los dos delante de Kisten comenzaron a avanzar y tres de ellos retrocedieron. Sus labios se movían y sus manos se agitaban. Se me erizó el vello de la nuca ante el súbito aumento de energía.

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