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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (22 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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Kisten se removió en su asiento al detenerse ante un semáforo.

—Bienvenida de nuevo —dijo con suavidad.

Con los labios apretados, palpé sutilmente mi cuello para asegurarme de que todo estaba como lo había dejado.

—¿Cuánto tiempo he estado desmayada? —pregunté.
Esto va a hacer maravillas por mi reputación
.

Kisten puso la palanca en punto muerto y después otra vez en primera.

—No te desmayaste. Te quedaste dormida. —La luz cambió y él se arrimó al coche de delante para que se pusiera en movimiento—. Desmayarse implica falta de autodominio. Quedarse dormido es lo que haces cuando estás cansado. —Me miró al cruzar la intersección—. Todo el mundo se cansa.

—Nadie se queda dormido en una discoteca —repliqué—. Me desmayé. —Mi mente empezó a filtrar recuerdos, tan claros como el agua bendita, en lugar de piadosamente borrosos, y mi rostro se puso rojo. «Almíbar», era como lo había llamado. Tenía la sangre almibarada. Quería irme a casa, arrastrarme hasta el agujero del sacerdote que los pixies habían encontrado en la escalera del campanario, y morirme.

Kisten permanecía en silencio; la tensión de su cuerpo me indicaba que se disponía a decir algo en cuanto lo hubiese comprobado en su medidor de condescendencia.

—Lo siento —me dijo para mi sorpresa, pero aquella admisión de culpa alimentó mi enfado en lugar de apaciguarlo—. He sido un cretino por llevarte a Piscary's antes de averiguar si las brujas podían almibararse. A mí nunca me había pasado. —Apretó los dientes—. Y no es tan malo como crees.

—Sí, claro —murmuré mientras buscaba a tientas bajo el asiento hasta encontrar mi bolso de mano—. Apuesto a que ya lo sabe media ciudad. Oye, ¿alguien quiere pasarse esta noche por donde Morgan para a verla almibarada? Todo lo que hace falta es que bastantes de nosotros lo pasemos bien y ¡allá va! ¡Yujuuuuu!

Kisten mantenía su mirada fija en la carretera.

—No ha sido así. Y allí había más de doscientos vampiros, una buena parte no muertos.

—¿Y se supone que tengo que sentirme mejor por eso?

Sacó su teléfono de un bolsillo con movimientos disimulados, pulsó un botón y me lo entregó.

—¿Diga? —interrogué al aparato, casi con un gruñido—. ¿Quién es?

—¿Rachel? Dios, ¿estás bien? Te juro que lo voy a matar por llevarte a Piscary's. Me ha dicho que te almibaraste. ¿Te ha mordido?

—¡Ivy! —balbuceé antes de mirar furiosamente a Kisten—. ¿Se lo has contado a Ivy? Un millón de gracias. ¿Quieres llamar ahora a mi madre?

—¿Crees que Ivy no se daría cuenta? —espetó—. Quería que se enterase por mí. Y me tenías preocupado —añadió, deteniendo mi siguiente arrebato.

—¿Te ha mordido? —repitió Ivy, alejando mi atención de las últimas palabras de Kisten—. ¿Lo ha hecho?

Me volví de nuevo hacia el teléfono.

—No —respondí palpándome el cuello.
Aunque no sé por qué. Me he portado como una idiota
.

—Vuelve a casa —me dijo, y mi enfado se rebeló contra mí—. Si alguien te ha mordido, me daría cuenta. Vuelve a casa para que pueda olerte.

Emití un sonido de disgusto.

—¡No voy a volver a casa para que puedas olerme! Todos los que estaban allí se portaron muy bien al respecto. Y fue agradable dejarme llevar durante cinco cochinos minutos. —Fruncí el ceño mirando a Kisten, comprendiendo por qué me había hecho hablar con Ivy. El cabrón manipulador sonreía. ¿Cómo podía estar enfadada con él si le estaba defendiendo?

—¿Te almibaraste en cinco minutos? —Ivy sonaba horrorizada.

—Sí —dije con aspereza—. A lo mejor deberías probarlo. Ir a darte un baño de feromonas en Piscary's. Aunque podrían no dejarte entrar. Podrías aguarle la fiesta a la gente.

Ivy contuvo la respiración, e inmediatamente desee no haberlo dicho.
Mierda

—Ivy… lo siento —me disculpé rápidamente—. No debería haber dicho eso.

—Déjame hablar con Kisten —atajó con voz suave. Me humedecí los labios, sintiéndome fatal.

—Claro.

Con los dedos fríos, le alargué el teléfono a Kisten. Sus inexpresivos ojos contactaron con los míos durante un instante. Escuchó por un momento, murmuró algo que no pude descifrar y puso fin a la llamada. Le observé, buscando alguna pista sobre su estado de ánimo mientras introducía el pequeño teléfono plateado bajo su abrigo de lana.

—¿Almibarada? —inquirí, creyendo que debía saber lo que me había ocurrido—. ¿Quieres contarme lo que eso significa exactamente?

Sus manos se movieron sobre el volante y adoptó una postura más cómoda. Los destellos de las itinerantes luces de la calle proyectaban espeluznantes sombras sobre él.

—Es un depresor suave —me explicó—, que los vampiros exudan cuando están satisfechos y relajados. Es como una especie de efecto secundario. Ocurrió por casualidad la primera vez que algunos de los no muertos se almibararon poco después de que Piscary's permitiese la entrada solamente a los vampiros. Les sentó realmente bien, así que retiré las mesas de arriba e instalé un juego de luces y un pinchadiscos. Lo convertí en una discoteca. Después de eso, todo el mundo se almibaraba.

Titubeó al realizar un brusco giro hacia un enorme aparcamiento junto al río. Había montones de nieve de dos metros en los bordes.

—Es una droga natural —dijo mientras aminoraba para avanzar lentamente hacia el pequeño grupo de coches aparcados junto a una gran embarcación profusamente iluminada en el muelle—. También es legal. Le gusta a todo el mundo, y han empezado a protegerse entre ellos, echando a cualquiera que venga en busca de un mordisco fácil y protegiendo a aquellos que entran sufriendo y se quedan dormidos como tú hiciste. También está cambiando las cosas. Pregúntale a ese capitán tuyo de la AFI. Han descendido los crímenes violentos perpetrados por jóvenes vampiros en solitario.

—No me digas —comenté, pensando que aquello sonaba como una organización informal de apoyo a los vampiros.
A lo mejor Ivy debería ir. No. Le chafaría la fiesta a los otros
.

—No habrías estado tan receptiva de no haberlo necesitado tanto —aseguró al aparcar junto al borde.

—Oh, así que es culpa mía —dije con aspereza.

—No —atajó con dureza en su voz mientras tiraba del freno de mano—. Ya he permitido que me grites una vez esta noche. No intentes cargar esto sobre mí. Cuanto más lo necesitas, más fuerte te impacta, eso es todo. Esa es la razón por la que nadie pensó nada malo sobre ti; y tal vez ahora piensen mejor.

Desconcertada, gesticulé una disculpa.

—Lo siento. —En cierta forma, me gustaba que fuera demasiado listo para ser manipulado por la lógica femenina. Eso hacía que las cosas fueran más interesantes. Lentamente, se relajó, apagó la calefacción y la música suave.

—Estabas sufriendo por dentro —aseguró al coger el disco de los monjes cantores y meterlo en su caja—. Por Nick. Te he visto sufrir desde que invocaste aquella línea a través de él y se asustó. Y ellos tuvieron un subidón al verte relajada. —Sonrió con una mirada distante—. Les hizo sentir bien que la gran bruja mala que venció a Piscary confiara en ellos. La confianza es una sensación que no obtenemos muy a menudo, Rachel. Los vampiros vivos la anhelan casi tanto como la sangre. Por eso Ivy está dispuesta a matar a cualquiera que sea una amenaza para vuestra amistad.

No dije nada; me quedé callada mientras todo comenzaba a cobrar sentido.

—No lo sabías, ¿verdad? —añadió, y yo agité mi cabeza, sintiéndome incómoda por ahondar en los motivos de mi relación con Ivy. El coche empezaba a quedarse frío y me estremecí.

—Y mostrar tu vulnerabilidad probablemente también hizo subir tu reputación —me dijo—. El hecho de que no te sintieras amenazada por ellos y dejases que ocurriera.

Miré hacia el barco que había detrás de nosotros, decorado con luces de fiesta intermitentes.

—No tuve elección.

El alargó los brazos y ajustó el cuello de su abrigo alrededor de mis hombros.

—Sí, la tenías.

Las manos de Kisten se apartaron de mí, y yo le ofrecí una fugaz sonrisa. No estaba convencida, pero al menos no me sentía tan estúpida como antes. Mi mente repasó los acontecimientos, el sosegado paso de un estado de relajación hacia el sueño, y la actitud de aquellos que me rodeaban. No hubo risas a mi costa. Me había sentido consolada, cuidada. Comprendida. Y no había aparecido ni una pizca de ansia de sangre por parte de ninguno de ellos. No sabía que los vampiros podían ser así.

—¿Bailes en grupo, Kisten? —comenté, notando que mis labios se torcían en una irónica sonrisa.

Dejó escapar una risa nerviosa y agachó su cabeza.

—Oye, eh, ¿te importaría no hablarle de eso a nadie? —me pidió, con los bordes de las orejas colorados—. Lo que ocurre en Piscary's se queda en Piscary's. Es una norma no escrita.

Cometiendo una estupidez, alargué una mano y acaricié con mi dedo el pabellón de su ruborizada oreja. Su rostro resplandeció, y cogió mi mano para rozar mis dedos con sus labios.

—A no ser que quieras que te prohíban la entrada allí también —me advirtió.

Su aliento sobre mis dedos me provocó un escalofrío en mi interior, y retiré mi mano. Su mirada reflexiva fue directamente a mi centro nervioso, encogiendo mi estómago con un impulso de expectación.

—Estuviste realmente bien —confesé sin importarme si estaba cometiendo un error—. ¿Tenéis una noche del karaoke?


Mmmm
—murmuró removiéndose en su asiento para adoptar una postura de «chico malo», apoyado contra la puerta—. Karaoke. Es una buena idea. Los martes son flojos. Nunca tenemos bastante gente para conseguir un buen ambiente. Esa podría ser la solución perfecta.

Dirigí mi atención hacia el barco para ocultar una sonrisa. Me sobrevino la imagen de Ivy sobre el escenario cantando
Round Midnight
y fue demasiado para mí. La mirada de Kisten siguió la mía hasta el barco. Era una de esas embarcaciones fluviales construidas al viejo estilo, con dos plantas y casi completamente cubierto.

—Si quieres, te llevo a casa —se ofreció.

Sacudí mi cabeza, le ajusté el cuello de su abrigo y el aroma del cuero se hizo más intenso.

—No, quiero ver cómo pagas una cena en un crucero sobre un río congelado con tan solo sesenta dólares.

—No es la cena. Es la diversión. —Se dispuso a echarse el pelo habilidosamente hacia un lado, pero se detuvo en mitad del movimiento.

Empecé a ver las cosas con claridad.

—Es un casino flotante —adiviné—. Eso no vale. Piscary posee todos los casinos flotantes. No tendrás que pagar nada.

—No es un barco de Piscary. —Kisten salió del coche y lo rodeó hasta llegar a mi lado. Muy atractivo con aquel abrigo de lana, abrió mi puerta y esperó a que saliera.

—Oh —inquirí; la claridad en mi mente se volvió aún mayor—. ¿Hemos venido para vigilar a la competencia?

—Algo parecido. —Se inclinó para mirarme—. ¿Vienes? ¿O nos marchamos?

Si no iba a conseguir fichas gratis, sería correcto según nuestro acuerdo. Y yo jamás había jugado antes. Podría ser divertido. Tomé su mano y permití que me ayudase a salir del coche.

Su ritmo era veloz al aproximarnos a la pasarela. Un hombre con un chaquetón y guantes esperaba al pie de la rampa y, mientras Kisten hablaba con él, yo miré hacia la línea de flotación del barco. Unas hileras de burbujas impedían que la embarcación quedase atrapada en el hielo. Probablemente resultaba más caro que sacar el barco del río durante el invierno, pero las leyes de la ciudad estipulaban que solamente se podía apostar en el río. Y, aunque el barco estaba amarrado al muelle, se encontraba sobre el agua.

Tras hablar a través de una radio, el hombretón nos dejó pasar. Kisten puso su mano sobre mi espalda y me empujó hacia delante.

—Gracias por dejarme usar tu abrigo —le dije mientras mis botas traqueteaban al ascender, y nos encontramos en el pasadizo cubierto. La nieve de la noche había formado un glaseado blanco sobre la barandilla, y lo sacudí, dejando espesos pegotes sobre el agua.

—El placer es mío —respondió, señalando hacia una puerta de madera y cristal a partes iguales. Tenía grabadas un par de eses mayúsculas atravesadas por barras, y me estremecí al sentir una vibración de línea luminosa atravesarme cuando Kisten abrió la puerta y cruzamos el umbral. Probablemente se trataba del amuleto antitrampas del casino, y me puso los pelos de punta, como si respirase un aire empapado en aceite.

Un nuevo hombretón en esmoquin; un brujo, por el familiar aroma a secuoya; estaba allí para recibirnos, y recogió el abrigo de Kisten y el mío. Kisten firmó en el registro, anotándome como «invitada». Enfadada, escribí mi nombre debajo del suyo, con grandes y divertidas florituras que ocupaban tres renglones. El bolígrafo me produjo un cosquilleo, así que examiné aquel cilindro metálico antes de ponerlo en su sitio. Todas mis alarmas se dispararon y, mientras Kisten compraba una sola ficha con la mayor parte de nuestro presupuesto, tracé una precisa línea a través de mi nombre y el de Kisten, para evitar que nuestras firmas pudieran ser utilizadas como foco para un encantamiento de línea luminosa.

—Y has hecho eso porque… —inquirió Kisten al tomar mi brazo.

—Confía en mí. —Sonreí ante el impasible brujo del esmoquin que sostenía el libro de registro. Había formas más sutiles para evitar tales robos o que usaran las firmas como foco, pero yo no las conocía. Y no me importaba haber insultado al propietario. ¿Acaso pensaba volver alguna otra vez?

Kisten me cogía del brazo, de forma que podía asentir como saludo, como si tuviera importancia para cualquiera que levantase la vista de su juego. Me alegraba de que Kisten me hubiese vestido; con la ropa que yo había escogido, habría parecido una puta en este sitio. Las paredes de roble y teca eran agradables, y podía sentir claramente la exquisita alfombra verde a través de mis botas, era deliciosa. Las escasas ventanas estaban cubiertas con un tejido negro y borgoña oscuro, apartado a un lado para mostrar las luces de Cincinnati. Era un lugar cálido, con aquel ambiente de gente alterada. El tamborileo de las fichas y las explosiones de emoción me aceleraban el pulso.

El bajo techo podría haber resultado claustrofóbico, pero no lo era. Allí había dos mesas de veintiuno, una mesa de dados, una ruleta y toda una hilera de máquinas tragaperras. En el rincón había un pequeño bar. Si el instinto no me fallaba, la mayoría del personal eran brujos o hechiceros. Me pregunté dónde estaba la mesa de póquer. ¿Quizá arriba? No sabía jugar a ninguna otra cosa. Bueno, sabía jugar al veintiuno, pero eso era para blandengues.

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