—Sí señor.
No pude contener una sonrisa mientras Kisten me agarraba del codo y me acompañaba sutilmente hacia la escalera. Estaba convencida de que, aunque Kisten seguía tocándome, no era debido a segundas intenciones, aún; y yo podía soportar que me paseara por allí como si fuera una muñeca Barbie. En cierta forma, iba en consonancia con mi sofisticada imagen de esa noche y me hacía sentir especial.
—Por Dios, Rachel. —El susurro en mi oído me estremeció—. ¿No crees que tu actitud es ya lo bastante agresiva como para ponerte además a derramar sangre?
Steve ya se encontraba cuchicheando con el personal, y sus cabezas se giraban para observar a Kisten acompañándome a la segunda planta.
—¿Qué? —dije, sonriendo con suficiencia hacia nadie que pudiera verme. Tenía buen aspecto. Me sentía bien. Todo el mundo se daba cuenta de ello.
Kisten me arrimó hacia él para apoyar su mano en mi región lumbar.
—¿De verdad crees que ha sido una buena idea decirle a Steve que Piscary está vivo solamente porque no has decidido si quieres matarle? ¿Qué clase de imagen crees que te da eso?
Le sonreí. Me sentía bien. Relajada. Como si hubiera estado bebiendo vino toda la tarde. Tenía que ser por las feromonas vampíricas, pero mi cicatriz demoníaca tendría al menos que darme punzadas. Aquello era algo más. Aparentemente no existía nada más relajado y cómodo que un vampiro satisfecho y, aparentemente, les gustaba compartir esa sensación. ¿Cómo es que Ivy nunca se había sentido así?
—Bueno, le he dicho que me ayudaron —admití, preguntándome si mis palabras habían sido ofensivas—. Pero matar a Piscary pasará al primer lugar de mi lista de deseos si alguna vez sale de prisión.
Kisten no dijo nada; se limitaba a mirarme con el ceño fruncido, y me pregunté si había dicho algo malo. Pero aquella noche, él me había dado líquido embalsamador egipcio, creyendo que dejaría inconsciente a Piscary. Me había dicho que quería que yo le matase. ¿Quizá había cambiado de idea?
La música que provenía de la segunda planta crecía a medida que ascendíamos por la escalera. Era un ritmo de baile continuo y, al resonar en mi interior, descubrí que deseaba moverme al mismo compás. Podía sentir cómo la sangre me zumbaba y, mi cuerpo se contoneaba al tiempo que Kisten me llevaba hasta un rellano en lo alto de las escaleras.
Allí arriba hacía más calor, y me di aire con una mano. Las enormes ventanas de vidrio cilindrado que una vez dominaron el río Ohio, habían sido sustituidas por paredes, al contrario que las aberturas que permanecían abajo. Habían quitado las mesas de comedor para dejar un espacio abierto con la anchura del edificio y de techo alto, bordeado con altas mesas de cóctel pegadas a las paredes. No había sillas. En un extremo había una barra larga. Tampoco tenía sillas. Todo el mundo estaba de pie.
Encima de la barra, justo debajo del techo, había un oscuro habitáculo donde se encontraba el pinchadiscos con el panel de luces. Por detrás, había lo que parecía ser una mesa de billar. Un hombre alto de aspecto preocupado se encontraba en el centro de la pista de baile con un micro inalámbrico, discutiendo con la muchedumbre de vampiros: vivos y muertos, hombres y mujeres, todos ellos vestidos con una indumentaria parecida a la que yo llevaba unas horas antes. Aquello era una discoteca para vampiros, pensé, queriendo taparme los oídos ante los sonoros abucheos.
El hombre del micro advirtió la presencia de Kisten y su amplio rostro se relajó de alivio.
—¡Kisten! —exclamó; su voz amplificada provocó que la gente volviera la cabeza y que las mujeres de alrededor, con escuetos vestidos, le jaleasen con ánimo—. ¡Gracias a Dios!
El hombre le hizo señas y Kisten me cogió de los hombros.
—¿Rachel? —dijo—. ¡Rachel! —exclamó llamando mi atención, absorta en las hermosas luces giratorias sobre la pista de baile. Sus ojos azules se mostraban preocupados—. ¿Te encuentras bien?
Asentí, subiendo y bajando la cabeza.
—Sí, sí, sí —afirmé con una risa floja. Me sentía tan cómoda y relajada. Me gustaba la discoteca de Kisten.
Kisten frunció el ceño. Dirigió su mirada hacia aquel hombre, quien iba demasiado arreglado y del que todos se estaban riendo, y luego volvió a mirarme.
—Rachel, esto solo me llevará un momento. ¿De acuerdo?
Me encontraba de nuevo sumida en las luces y Kisten giró mi barbilla para mirarme a los ojos.
—Sí —le contesté moviendo lentamente mis labios para pronunciar correctamente—. Te esperaré aquí mismo. Tú ve a abrir la pista. —Alguien chocó conmigo y estuve a punto de caerme—. Me gusta tu club, Kisten. Es genial.
Kisten me sostuvo en pie y esperó hasta que recuperé el equilibrio antes de soltarme. La multitud había empezado a corear su nombre, y él levantó una mano en respuesta. Redoblaron sus cánticos y me tapé los oídos con las manos. La música palpitaba en mi interior.
Kisten le hizo una señal a alguien al pie de las escaleras, y vi a Steve subir los escalones de dos en dos, moviendo su enorme cuerpo como si nada.
—¿Es lo que creo que es? —le preguntó al grandullón cuando se acercó.
—Desde luego —afirmó el hombretón arrastrando las vocales mientras ambos me observaban—. Tiene la sangre almibarada. Pero es bruja. —Los ojos de Steve se desviaron hacia Kisten—. ¿Verdad?
—Sí —afirmó Kisten, casi teniendo que gritar sobre el clamor de la gente para que cogiera el micrófono—. La han mordido, pero no está vinculada a nadie. Quizá ese sea el motivo.
—Fero… eh… fero… —Humedecí mis labios, arrugando el entrecejo—. Feromonas vampíricas —dije con los ojos muy abiertos—.
Mmmm
, genial. ¿Cómo es que Ivy nunca se siente así?
—Porque Ivy es una estrecha —respondió Kisten. Dejó escapar un suspiró y yo estiré los brazos buscando sus hombros. Tenía unos hombros bonitos; fuertes, llenos de músculos y posibilidades.
Kisten apartó mis manos de él y las sostuvo delante de mí.
—Steve, quédate con ella.
—Claro, jefe —acordó el gran vampiro, poniéndose a mi lado, ligeramente por detrás.
—Gracias. —Kisten me miró a los ojos y sostuvo la mirada—. Lo siento, Rachel —me dijo—. No es culpa tuya. No sabía que esto iba a pasar. Volveré enseguida.
Se marchó y yo estiré los brazos hacia él, parpadeando ante el tumulto que se acrecentó cuando ocupó el centro de la sala. Kisten se detuvo un momento; estaba muy sexy con ese traje italiano mientras cavilaba con la cabeza inclinada, esperando. Estaba actuando para la multitud incluso antes de pronunciar una sola palabra; no puede evitar sentirme impresionada. Sus labios cerrados dibujaron una sonrisa maliciosa cuando levantó la cabeza, mirando a todos a través de su rubio flequillo.
—Por todos los diablos —susurró al micrófono, y la multitud le ovacionó—. ¿Qué coño estáis haciendo aquí todos vosotros?
—¡Esperarte! —gritó una voz de mujer.
Kisten sonreía moviendo su cuerpo sugerentemente mientras asentía en dirección a la voz.
—Oye, Mandy. ¿Has venido esta noche? ¿Cuándo te han dejado salir?
Ella chilló enfervorizada y Kisten sonrió.
—Sois un montón de zorritas maaalas, ¿sabéis? Haciéndoselo pasar mal a Mickey. ¿Qué os pasa con Mickey? Él es bueno con vosotras.
Las mujeres le aclamaron y me tapé los oídos; casi me caí al tambalearme. Steve me agarró del codo.
—Bueno, estaba intentando salir con una chica les contó Kisten, dejando caer su cabeza de forma dramática. —Era mi primera cita en no sé cuánto tiempo. ¿La veis allí, junto a la escalera?
Un descomunal foco me apuntó y torcí el gesto, entornando los ojos. El calor que proyectaba hizo que me estremeciera, y traté de enderezarme, pero casi me derrumbé al saludar con la mano. Steve me cogió del brazo y le sonreí. Me eché sobre él y sacudió su cabeza amistosamente, levantándome la barbilla con un dedo antes de ponerme derecha con suavidad.
—Esta noche está un poco fuera de sí —continuó Kisten—. Os estáis divirtiendo más de la cuenta y eso la está afectando. ¿Quién iba a saber que las brujas cazarrecompensas necesitan divertirse tanto como nosotros?
El clamor se redobló y se aceleró el ritmo de las luces, que volaban sobre la pista, ascendiendo por paredes y techos. Mi respiración se apresuró con el ritmo de la música.
—Pero ya sabéis lo que dicen —gritó Kisten por encima del ritmo—. Cuanto más poderosas son…
—¡Más disfrutamos! —gritó alguien.
—¡Más marcha necesitan! —exclamó Kisten entre las risas—. Así que tratadla bien, ¿vale? Solo quiere relajarse y pasar un buen rato. Nada de engaños. Nada de juegos. Yo digo que cualquier bruja que tenga las pelotas de tumbar a Piscary y dejarlo con vida es que tiene suficientes colmillos para pasárselo bien. ¿Estáis todos conmigo?
La segunda planta estalló en un clamor, apretándome contra Steve. Mis ojos se abrieron y mis emociones volaron de un extremo a otro. Les gustaba. ¿No era genial?
—¡Entonces que comience la fiesta! —gritó Kisten, girándose hacia el cubil del pinchadiscos, situado a su espalda—. Mickey, pon la que quiero oír.
Las mujeres mostraron su aprobación con un chillido, y contemplé con la boca abierta cómo la pista estaba de repente llena de mujeres, con los ojos enloquecidos y realizando precisos movimientos. Se imponían los vestidos cortos y sugerentes, los tacones altos y los maquillajes extravagantes, aunque había unos pocos vampiros mayores, vestidos de forma tan elegante como yo. Los vampiros vivos apenas superaban en número a los no muertos.
La música surgió, alta e insistente, de los altavoces en el techo. Un ritmo potente, una percusión metálica, un sintetizador monótono y una voz ronca. Era
Living Dead Girl
, de Rob Zombie, y yo observaba con incredulidad la variedad de movimientos de las vampiresas bien proporcionadas y escasamente vestidas, que se agitaban con los rítmicos y simultáneos pasos de una danza coreografiada.
Estaban bailando en grupo. Oh, Dios mío. Los vampiros estaban bailando en grupo.
Como un banco de peces, se movían y giraban a la vez, pisando con suficiente fuerza como para quitarle el polvo al techo. Ni uno solo cometía un error o un paso en falso. Parpadeé cuando Kisten realizó un
moonwalk
para moverse hacia la parte delantera; parecía indescriptiblemente seductor con aquellos movimientos suaves y confiados, y los encadenó con los de
Fiebre del sábado noche
. Las mujeres detrás de él le imitaron con exactitud desde el primer gesto. No podía saber si lo habían ensayado, o si sus rápidos reflejos les permitían tan perfecta improvisación. Impresionada, decidí que no tenía importancia.
Kisten seguía absorto en su energía e intensidad, casi resplandeciente, guiando el acuerdo conjunto de los vampiros que le seguían. Me sentía confundida, saturada por una sobredosis de feromonas, música y luces. Cada uno de los movimientos poseía una cualidad líquida, cada gesto era preciso y relajado.
El rumor me golpeaba, y al verles divertirse con una entrega absoluta, comprendí que se debía a la oportunidad que tenían de ser lo que querían, sin miedo a que nadie les recordase que eran vampiros, y que por lo tanto debían ser oscuros y deprimentes, y adoptar un aire de misterioso peligro. Y me sentía privilegiada de ser lo bastante respetada para verles tal y como deseaban ser.
Balanceándome, me incliné sobre Steve mientras la base del ritmo me conducía a un estado de divina conmoción. Mis párpados se negaban a seguir abiertos. Un impacto de sonido me atravesó, para luego cambiar hacia un ritmo más acelerado de una música diferente. Alguien me tocó el brazo y mis ojos se abrieron.
—¿Rachel?
Era Kisten, y le sonreí, mareada.
—Bailas bien —le dije—. ¿Bailas conmigo?
El sacudió su cabeza, mirando al vampiro que me mantenía en pie.
—Ayúdame a sacarla de aquí. Esto es jodidamente extraño.
—Sucia, boca sucia —balbuceé, sintiendo que los ojos se me cerraban de nuevo—. No digas palabrotas.
Se me escapó una risita, que se convirtió en un chillido de placer cuando alguien me levantó para llevarme en sus brazos. Me estremecí cuando el sonido comenzó a apagarse, y mi cabeza cayó sobre el pecho de alguien. Era cálido, y me apreté contra él. El atronador ritmo decayó hasta ser un lejano murmullo. Una pesada manta me cubrió, y emití un quejido de protesta cuando alguien abrió una puerta y el frío me golpeó.
La música y las risas detrás de mí se convirtieron en un gélido silencio, interrumpido por pasos parejos crujiendo sobre la nieve y el pitido de un coche al abrirse.
—¿Quieres que llame a alguien? —oí preguntar a un hombre mientras un inhóspito frío me hacía temblar.
—No. Creo que solo necesita tomar el aire. Si no mejora para cuando lleguemos allí, llamaré a Ivy.
—Bueno, tómeselo con calma, jefe —dijo la primera voz.
Me sentí caer, y luego el frío de un asiento de cuero, apretado contra mi mejilla. Suspiré y me acurruqué aún más bajo la manta que olía a Kisten y a cuero. Mis dedos temblaban y podía oír mis latidos y sentir el movimiento de la sangre. Ni siquiera el golpe de la puerta al cerrarse me importunó. El súbito rugido del motor era relajante, y cuando el movimiento del coche me condujo a la inconsciencia, hubiera jurado que oía monjes cantando.
Me desperté ante el familiar traqueteo de conducir sobre vías de tren, y mi mano salió disparada a agarrar la manilla de la puerta antes de que pudiera abrirse de una sacudida. Mis párpados se abrieron de golpe cuando mis nudillos impactaron con la puerta desconocida. Oh, claro. No estaba en la camioneta de Nick; estaba en el Corvette de Kisten.
Me quedé quieta, tumbada y mirando la puerta con el abrigo de cuero de Kisten echado sobre mí como si fuera una manta. Kisten tomó aire lentamente y el volumen de la música bajó. Sabía que estaba despierta. Sentí un rubor en la cara y deseé poder fingir que aún seguía inconsciente.
Me incorporé, deprimida, y coloqué el largo abrigo de Kisten lo mejor que pude en aquel espacio tan estrecho. Me abstuve de mirarle, posando, en cambio, mis ojos sobre la ventana en un intento por saber en qué lugar de los Hollows nos encontrábamos. Las calles estaban muy transitadas y el reloj del salpicadero señalaba casi las dos. Me había desmayado como un borracho delante de una buena parte de los vampiros de clase media alta de Cincinnati, drogada por sus feromonas. Debían haber pensado que era una canija blandengue que no era capaz, de sostenerse en pie por sí misma.