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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (11 page)

Levanté la mirada, sin gustarme aquella versión hermosa y simplista de los hechos.

—Tengo un espectáculo sin incidentes —aseguró Takata, sonriente— y Piscary obtiene el siete por ciento de la venta de entradas. Todos ganan. Hasta ahora, he estado muy satisfecho con los servicios de Piscary. Ni siquiera me importó que aumentara sus tarifas para pagar a su abogado.

Bajé los ojos con un resoplido.

—Culpa mía —reconocí.

—Eso he oído —dijo el larguirucho cantante con laconismo—. El señor Felps se quedó muy impresionado. Pero ¿y Saladan? —La preocupación de Takata iba en aumento, y sus expresivos dedos tamborileaban un complicado ritmo mientras su mirada se dirigía hacia los itinerantes edificios—. No puedo permitirme pagarles a ambos. No quedaría nada para reconstruir los albergues de la ciudad, y ese es el sentido principal del concierto.

—Quieres que me asegure de que no ocurre nada —dije, y él asintió. Mis ojos se centraron en la fábrica de Jim Beam junto a la autopista mientras lo consideraba. Saladan estaba tratando de introducirse en el territorio de Piscary, ahora que el vampiro no muerto, señor del crimen, estaba entre rejas por asesinato. Los asesinatos que yo le había imputado. Giré mi cabeza en un vano intento de ver a Jenks sobre mi hombro.

—Tengo que hablar con mi otra socia, pero no creo que haya problemas —le aseguré—. Seremos tres. Una vampiresa viva, un humano y yo. —Quería que Nick viniera, aunque oficialmente no formase parte de nuestra empresa.

—Yo —chilló Jenks—. Yo también. Yo también.

—No quería hablar por ti, Jenks —le dije—. Podría hacer frío.

Takata se reía entre dientes.

—¿Con todo ese calor humano y bajo esos focos? Ni hablar.

—Entonces está decidido —afirmé, enormemente satisfecha—. ¿Doy por hecho que tendremos pases especiales?

—Sí. —Takata se volvió para rebuscar bajo la carpeta que contenía las fotografías de su banda—. Estos os permitirán pasar por donde está Clifford. A partir de ahí, no debería haber ningún problema.

—Genial —respondí encantada mientras buscaba en mi bolso una de mis tarjetas—. Aquí tienes mi tarjeta, por si tienes que ponerte en contacto conmigo en cualquier momento.

Las cosas estaban empezando a ocurrir muy deprisa, y cogí el montón de pases tic gruesa cartulina que me entregó, a cambio de mi tarjeta negra de visita. Sonrió a 1 examinarla de cerca antes de introducírsela en el bolsillo delantero de su camisa. Al volverse con la misma suave mirada, golpeó con un nudillo la pantalla de cristal que había entre el conductor y nosotros. Agarré mi bolso con fuerza cuando giramos bruscamente hacia el arcén.

—Gracias Rachel —me dijo mientras el coche se detenía allí en la autopista—. Te veré el día veintidós sobre el mediodía en el Coliseo, para que puedas ocuparte de la seguridad junto a mi personal.

—Suena bien —balbuceé, al tiempo que Jenks maldecía y se zambullía en la bolsa cuando se abrió la puerta. Una corriente de aire frío entró en el vehículo y miré hacia el fulgor del atardecer. Detrás de nosotros estaba mi coche. ¿Me iba a dejar justo ahí?

—¿Rachel? Lo digo en serio. Gracias. —Takata extendió su mano. La acepté y la sacudí con firmeza. Su apretón era fuerte; sentí su mano delgada y huesuda. Muy profesional—. De verdad que te lo agradezco —afirmó al soltarme la mano—. Hiciste bien al dejar la SI. Tienes muy buen aspecto.

No pude evitar sonreír.

—Gracias —respondí, permitiendo que el conductor me ayudase a bajar de la limusina. El vampiro que conducía mi coche pasó junto a mí y se desvaneció en el rincón más oscuro de la limusina mientras yo me ajustaba el cuello del abrigo y volvía a enroscar la bufanda sobre él. Takata agitó su mano para despedirse y el conductor cerró la puerta. El pequeño y cuidadoso hombre me hizo un gesto de despedida con la cabeza antes de volverse. Permanecí con los pies sobre la nieve, observando como la limusina se incorporaba al veloz tráfico y desaparecía.

Con el bolso en la mano, esperé al momento en que no hubiese tráfico para entrar en mi coche. La calefacción estaba al máximo, y respiré profundamente el aroma del vampiro que había estado conduciendo.

Mi cabeza zumbaba con la música que Takata había compartido conmigo. Yo iba a ocuparme de la seguridad en su concierto de solsticio. No había nada más alucinante que eso.

6.

Había dado la vuelta para regresar por el río Ohio hacia los Hollows, y Jenks todavía no había dicho nada. El obnubilado pixie se había situado en su lugar habitual, sobre el espejo retrovisor, y contemplaba las incesantes nubes de nevada, que convertían la brillante tarde en oscura y deprimente. No creía que fuese el frío lo que había vuelto sus alas de color azul, porque yo ya había conectado la calefacción. Era la vergüenza.

—¿Jenks? —pregunté, y sus alas perdieron su color.

—No digas ni una sola palabra —murmuró de una forma apenas audible.

—No ha ido tan mal, Jenks.

Se volvió hacia mí, aparentemente disgustado consigo mismo.

—Olvidé mi nombre, Rache.

—No se lo contaré a nadie —respondí, sin poder evitar una sonrisa. Sus alas volvieron a teñirse de rosa.

—¿De veras? —me dijo, y yo asentí. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que, para aquel egocéntrico pixie, era importante tener confianza en sí mismo y mantener el control. Estaba segura que era de allí de donde provenían sus malos modos y su fuerte carácter.

—No se lo digas a Ivy —le pedí—, pero la primera vez que le vi, me enamoré locamente de él. Se podría haber aprovechado; usarme como un pañuelo de papel y luego tirarme. Pero no lo hizo. Me hizo sentir interesante e importante, incluso aunque yo no era más que otra empleada de la SI en ese momento. Es guay, ¿sabes? Un verdadero ser humano. Apuesto a que ni siquiera se fijó en que olvidaste tu nombre.

Jenks suspiró, moviendo todo su cuerpo al exhalar.

—Te has saltado tu salida.

Volví mi cabeza y frené ante un semáforo en rojo, detrás de un odioso todoterreno que no había visto antes. Tenía una pegatina en su parachoques que rezaba: «Algunos de mis mejores amigos son humanos». «
Mmm
». Sonreí. Esas cosas solo se veían en los Hollows.

—Quiero ver si Nick ya está despierto, ya que hemos salido —expliqué. Mis ojos se dirigieron hacia Jenks—. ¿Estarás bien duran le un rato más?

—Sí —respondió él—. Yo sí, pero tú estás cometiendo un error.

La luz del semáforo cambió y al motor le faltó poco para calarse. Anduvimos a sacudidas, deslizándonos sobre la nieve fundida, antes de acelerar.

—Hoy hemos estado hablando en el zoo —le conté, sintiendo una calidez interior—. Creo que vamos a salir de esta. Y quiero enseñarle los pases de escenario.

Sus alas emitieron un sonoro zumbido.

—¿Estás segura, Rachel? Quiero decir que le diste un buen susto al proyectar esa línea luminosa a través de él. A lo mejor no deberías insistir. Dale un poco de espacio.

—Le he dado tres meses —refunfuñé, sin importarme que el tipo del coche que había detrás de mí pensara que estaba ligando con él, debido a que mis ojos estaban fijos en el espejo retrovisor—. Si le diera más espacio, estaría en la luna. No voy a reorganizar sus muebles, tan solo a enseñarle los pases.

Jenks no dijo nada, poniéndome nerviosa con su silencio. Mi preocupación se convirtió en perplejidad cuando llegué al aparcamiento de Nick y me detuve junto a su destartalada camioneta azul. Había una maleta en el asiento del copiloto. Por la mañana no había estado allí.

Miré a Jenks con la boca abierta y él se encogió de hombros con aspecto triste. Una fría sensación se deslizó en mi interior. Mis pensamientos viajaron a nuestra conversación en el zoo. Esta noche íbamos a ir al cine. ¿Y había hecho el equipaje? ¿Se iba a alguna parte?

—Métete en el bolso —le ordené suavemente, negándome a pensar en lo peor. Aquella no era la primera vez que había venido para encontrar que Nick se había marchado o que se iba. Durante los últimos tres meses había estado entrando y saliendo de Cincinnati un montón de veces; normalmente no me daba cuenta hasta que regresaba. Y ahora su teléfono estaba desconectado y había una maleta en su vehículo. ¿Me había equivocado con él? Si lo de esta noche se suponía que iba a ser para romper conmigo, solo querría morirme.

—Rachel…

—Voy a abrir la puerta —atajé mientras introducía bruscamente las llaves en el bolso—. ¿Quieres quedarte aquí a esperar y rezar porque no haga demasiado frío?

Jenks aleteó para flotar a mi lado. Parecía preocupado, pese a tener las manos sobre sus caderas.

—Déjame salir en cuanto estemos dentro —exigió.

Sentí una presión en la garganta mientras asentía, y él se dejó caer en el interior con una reacia lentitud. Anudé cuidadosamente los cordones de mi bolso y salí, pero una creciente sensación de angustia me hizo cerrar la puerta de un fuerte golpe y mi pequeño vehículo rojo se tambaleó. Al mirar en la parte de atrás de la camioneta, me di cuenta de que estaba seca y sin nieve en su interior. Parecía probable que Nick tampoco hubiera estado en Cincinnati en los últimos días. No me extrañaba no haberle visto durante la semana pasada.

Tomé el resbaladizo camino a la puerta principal con multitud de pensamientos rondando en mi cabeza, la abrí de un tirón y subí las escaleras, dejando unos pegotes de nieve sobre la alfombra gris que eran gradualmente más pequeños. Me acordé de dejar salir a Jenks en el rellano del tercer piso, y este flotó silenciosamente al intuir mi enfado.

—Íbamos a salir esta noche —comenté mientras me quitaba los guantes y los apretujaba en el interior de un bolsillo—. Lo he tenido delante de las narices durante semanas, Jenks. Las llamadas de teléfono apresuradas, las salidas de la ciudad sin decirme nada, la ausencia de cualquier contacto íntimo durante Dios sabe cuánto tiempo.

—Diez semanas —aclaró Jenks, siguiendo mi ritmo con facilidad.

—Oh, no me digas —espeté con frialdad—, muchísimas gracias por ponerme al día.

—Calma, Rache —dijo él, derramando un rastro de polvo pixie al sentirse preocupado—. Podría no ser lo que tú crees.

Ya me habían dejado antes. No era una estúpida. Pero dolía. Maldita sea, aún dolía.

En todo el desierto pasillo, no había un solo lugar donde Jenks pudiera posarse, así que aterrizó de mala gana sobre mi hombro. Apretando los dientes hasta que me dolieron, cerré la mano en un puño para llamar a la puerta de Nick. Tenía que estar en casa; no iba a ninguna parte sin su camioneta, pero antes de poder llamar, la puerta se abrió de par en par.

Dejé caer el brazo y miré a Nick, con la sorpresa reflejada en su amplio rostro. Tenía el abrigo desabrochado y llevaba puesto un sombrero de lana de color azul claro ajustado hasta las orejas. Se lo quitó mientras le miraba, cambiándoselo junto con sus llaves a la otra mano, donde sujetaba un maletín de aspecto elegante, en contraste con su desaliñado atuendo. Llevaba el pelo revuelto, y se lo atusó hábilmente con la mano al tiempo que recuperaba la compostura. Había nieve en sus botas.
Al contrarío que en su camión
.

Dejó el maletín en el suelo con un tintineo de llaves. Tomó aire y lo expulsó lentamente. La culpa reflejada en sus ojos me hizo ver que yo tenía razón.

—Hola, Ray-ray.

—Hola, Nick —saludé, marcando especialmente la «k»—. Supongo que nuestra cita queda anulada.

Jenks zumbó un saludo y detesté la mirada de disculpa que le ofreció a Nick. Tanto si medían diez centímetros como un metro noventa, todos jugaban en el mismo equipo. Nick no movió un dedo para invitarme a entrar.

—¿Lo de esta noche era una cita para cortar? —pregunté abruptamente, con prisa por poner fin a aquello.

—¡No! —protestó con los ojos muy abiertos, pero su mirada se dirigió al maletín.

—¿Hay otra persona, Nick? Porque soy una adulta. Puedo soportarlo.

—No —repitió bajando la voz. Se removió con frustración. Estiró el brazo, deteniéndose tímidamente al tocarme el hombro. Dejó caer su mano—. No.

Yo deseaba creerle. Realmente lo deseaba.

—¿Entonces qué? —inquirí. ¿
Por qué no me ha invitado a entrar? ¿Por qué tenemos que hacer esto en el maldito pasillo
?

—Ray-ray —susurró con el ceño fruncido—. No es por ti.

Cerré los ojos mientras reunía coraje. ¿Cuántas veces había escuchado eso?

Arrastró el caro maletín con el pie hacia el pasillo y mis ojos se dirigieron muy abiertos hacia el sonido. Me aparté para que saliera y cerró la puerta a su espalda.

—No es por ti —insistió, endureciendo súbitamente la voz—. Y no era una cita para romper contigo. No quiero que dejemos lo nuestro. Pero me ha surgido un asunto y, francamente, no es de tu incumbencia.

Sorprendida, abrí la boca. Las palabras de Jenks surgieron a través de mí.

—Todavía me tienes miedo —le dije, molesta porque no confiara en que no proyectaría una línea luminosa a través de él otra vez.

—No lo tengo —respondió enfadado. Con un movimiento brusco, cerró la puerta con llave desde fuera y la sostuvo delante de mí—. Toma —espetó de forma beligerante—. Coge la llave. Estaré un tiempo fuera de la ciudad. Iba a dártela esta noche, pero ya que estás aquí, me ahorraré la molestia. He cancelado el correo y el alquiler está pagado hasta final de agosto.

—¡Agosto! —balbuceé, repentinamente asustada.

Nick miró a Jenks.

—Jenks, ¿puede venir Jax a cuidar mis plantas hasta que regrese? La última vez hizo un buen trabajo. Podría ser solo durante una semana, pero la calefacción y la electricidad están puestas en automático, en el caso de que sea más tiempo.

—Nick… —protesté, con una voz que parecía a punto de desaparecer. ¿Cómo había cambiado todo tan rápido?

—Claro —acordó Jenks de forma chillona—. ¿Sabéis? Creo que iré a esperar abajo.

—No, ya he acabado. —Nick recogió el maletín—. Esta noche voy a estar ocupado, pero me pasaré más tarde para recogerle antes de dejar la ciudad.

—¡Nick, espera! —grité. Se me encogió el estómago y me sentí mareada. Debería haber mantenido la boca cerrada. Debería haber ignorado la maleta y haber interpretado el papel de novia estúpida. Debería haber ido a cenar y pedir langosta. Era mi primer novio de verdad en cinco años y, finalmente, cuando las cosas empezaban a normalizarse, allí estaba yo, asustándole. Justo igual que a los otros.

Jenks profirió un sonido avergonzado.

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