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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (42 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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Me quedé sin aliento. Joder. ¿Qué acababa de hacer?

Los ojos de Kisten se abrieron y encontraron los míos. Eran azules y transparentes, el negro de su pupila volvía a ser normal, tranquilizador.

—¿Y tienes miedo ahora? —dijo—. Un poco tarde para eso.

Detuvo la mirada en mi ojo morado, que acababa de ver en ese momento porque yo tenía los amuletos en el suelo. Me levanté pero me dejé caer de inmediato sobre él otra vez porque hacía frío. Me empezaron a temblar los brazos.

—Ha sido… muy divertido —dije y él se echó a reír.

—Divertido —dijo mientras me pasaba un dedo por la mandíbula—. Mi bruja traviesa piensa que ha sido divertido, nada menos. —No le abandonaba la sonrisa—. Nick fue un imbécil por dejarte escapar.

—¿A qué te refieres? —dije, intenté cambiar de postura, pero me tenía atrapada con las manos.

—Quiero decir —dijo en voz baja— que eres la mujer más erótica que he tocado jamás. Que eres a la vez una inocente con los ojos como platos y una guarra de lo más experimentada, todo a la vez.

Me puse rígida.

—Si esto es lo que entiendes por «charla de amantes», no vale una mierda.

—Rachel —me engatusó, aquella intensa mirada de ternura satisfecha era lo único que me mantenía donde estaba. Eso y que tenía la sensación de que todavía no podía levantarme—. No tienes ni idea de lo excitante que es tener tus dientecitos clavados en mí, luchando por rasgar la piel, saboreando sin saborear. Inocente, experta y ávida, y todo al mismo tiempo.

Alcé las cejas y me aparté un mechón de pelo de los ojos de un soplido.

—Lo tenías todo planeado, ¿verdad? —lo acusé—. ¿Te pareció que podías venir aquí y seducirme como haces con todas las demás? —No era como si me pudiera enfadar de verdad, echada encima de él como estaba, pero lo intenté.

—No. No como a todas las demás —dijo, el destello de sus ojos me llegó a lo más hondo—. Y sí, vine aquí con toda la intención de seducirte. —Levantó la cabeza y me susurró al oído—. Es lo que se me da bien. Igual que a ti se te da bien eludir demonios y dar hostias.

—¿Dar hostias? —le pregunté cuando volvió a apoyar la cabeza en el brazo del sofá. Kisten tenía una mano explorando de nuevo y yo no quería moverme.

—Sí —dijo y di un salto cuando encontró un punto en el que yo tenía cosquillas—. Me gustan las mujeres que saben cuidarse solas.

—Todo un caballero andante en su corcel, ¿eh?

Mi vampiro alzó una ceja.

—Oh, podría serlo —dijo—, pero soy un hijo de puta bastante vago.

Me eché a reír y él se unió a mí con su risita al tiempo que me cogía la cintura con más fuerza y me levantaba con una pequeña sacudida.

—Sujétate —dijo cuando se levantó y me cogió en brazos como si fuera un paquete de azúcar de dos kilos. Con su fuerza de vampiro, me sujetó solo con un brazo mientras con la otra mano se subía los pantalones hasta las caderas—. ¿Una ducha?

Le había rodeado el cuello con los brazos y lo inspeccioné en busca de marcas de mordiscos. No había ni una aunque yo sabía que lo había mordido con la fuerza suficiente como para dejarlas. También sabía sin mirar que él no había dejado ni una sola marca visible en mí, a pesar de su brusquedad.

—Estupendo —dije mientras él echaba andar arrastrando los pies y con los vaqueros todavía desabrochados.

—Te daré una ducha —dijo; yo miré detrás de mí, los amuletos, los pantalones y el calcetín que salpicaban el suelo—. Y después abriremos todas las ventanas y airearemos la iglesia. También te ayudaré a terminar de hacer el dulce de azúcar. Eso ayudará un poco.

—Son pastelitos de chocolate.

—Mucho mejor. Para eso se usa el horno. —Dudó ante la puerta de mi baño y yo, que me sentía cuidada y deseada en sus brazos, la abrí con el pie. El tío era fuerte, había que reconocérselo. Cosa tan satisfactoria como el sexo. Bueno, casi.

—Tienes velas perfumadas, ¿verdad? —me preguntó mientras yo encendía la luz con el dedo del pie.

—Tengo dos cromosomas X —dije con sequedad cuando me dejó encima de la lavadora y me quitó el otro calcetín—. Tengo alguna que otra vela. —¿Iba a meterme él en la ducha? Qué rico.

—Bien. Voy a prender una en el santuario. Si le dices a Ivy que la pusiste allí, en la ventana, para Jenks, la puedes dejar encendida hasta el amanecer.

Un susurro de inquietud me hizo erguirme y ralentizó mis movimientos cuando me quité el jersey y lo dejé encima de la lavadora.

—¿Ivy? —pregunté.

Kisten se apoyó en la pared y se quitó las botas.

—¿No te importa decírselo?

A él se le cayó la bota con un ruido seco junto a la pared y yo me quedé helada.
Ivy. Velas perfumadas. Airear la iglesia. Hacer pasteles de chocolate para perfumar el aire. Lavarme para que no huela a él. Pues qué bien
.

Kisten esbozó su sonrisa de chico malo y se acercó a mí sin ruido, en calcetines y con los vaqueros abiertos. Me acunó la mandíbula con la mano abierta y se inclinó sobre mí.

—No me importa que lo sepa —dijo y yo no me moví, disfrutaba de su calor—. Va a averiguarlo antes o después. Pero yo se lo diría poco a poco si fuera tú, no se lo soltaría de repente. —Me dio un beso dulce en la comisura de la boca. Su mano me abandonó de mala gana y se apartó un poco para abrir la puerta de la ducha.

Mierda, me había olvidado de Ivy.

—Sí —dije, distraída, al recordar sus celos, lo poco que le gustaban las sorpresas y lo mal que reaccionaba a las dos cosas—. ¿Crees que se va a disgustar?

Kisten se volvió, sin camisa y con el agua salpicándole la mano tras probar la temperatura.

—¿Disgustarse? Se va a poner verde de celos cuando se entere de que tú y yo tenemos una forma física de expresar nuestra relación y ella no.

Me embargó la frustración.

—Maldita sea, Kisten. No pienso dejar que me muerda para que sepa que la aprecio. Sexo y sangre. Sangre y sexo. Es lo mismo y yo no puedo hacer eso con Ivy. ¡No me van esas cosas!

Kisten sacudió la cabeza con una sonrisa triste.

—No puedes decir que la sangre y el sexo son lo mismo. Jamás le has dado sangre a otro. No tienes nada en lo que basarte.

Fruncí el ceño.

—Cada vez que un vampiro me echa el ojo en busca de un aperitivo, hay algo sexual.

Se adelantó, metió el cuerpo entre mis rodillas y se apretó contra la lavadora. Alzó la mano y me apartó el pelo de los hombros.

—La mayor parte de los vampiros vivos que buscan una dosis rápida encuentran antes una pareja dispuesta cuando la excitan sexualmente. Pero Rachel, lo que se oculta tras el hecho de dar y recibir sangre se supone que no se basa en el sexo, sino en el respeto y el amor. A ti no te puede convencer con la promesa de un sexo estupendo y por eso Ivy dejó de ir por ese camino contigo tan pronto. Pero sigue intentando cazarte.

Pensé en todas las facetas de Ivy que la aparición de Skimmer me había obligado a reconocer de forma abierta.

—Lo sé.

—Una vez que supere la rabia inicial, creo que no le importará que salgamos juntos.

—Nunca dije que fuéramos a salir juntos.

Kisten esbozó una sonrisa de complicidad y me acarició la mejilla.

—¿Pero si yo tomara tu sangre, aunque fuera sin querer o en un momento de pasión? —Los ojos azules de Kisten se crisparon de preocupación—. Un solo arañazo y me ensartaría con una estaca. La ciudad entera sabe que te reclama como suya y que Dios ayude al vampiro que se ponga en su camino. Yo he tomado tu cuerpo. Si toco tu sangre, ya me puedo dar por doblemente muerto.

Me quedé helada.

—Kisten, me estás asustando.

—Y deberías asustarte, brujita. Algún día, Ivy será la vampiresa más poderosa de Cincinnati y resulta que quiere ser amiga tuya. Quiere que seas su salvadora. Cree que, o bien encontrarás un modo de matar el virus vampírico que lleva dentro para poder morir con el alma intacta, o bien que serás su sucesora para poder morir sabiendo que estarás allí para cuidarla.

—Kisten. Para.

Sonrió y me besó en la frente.

—No te preocupes. No ha cambiado nada desde ayer, y mañana será igual. Es amiga tuya y no te pedirá nada que no puedas dar.

—Eso no ayuda mucho.

Se encogió de hombros y tras hacerme una última caricia en el costado dio un paso atrás. El vapor de agua salió ondeando por la puerta cuando Kisten se quitó los vaqueros con un contoneo y se inclinó en la ducha para ajustar otra vez la temperatura. Lo recorrí con los ojos, desde las pantorrillas bien formadas hasta el culo prieto sin olvidar la espalda ancha, ligeramente musculada. Se desvaneció todo pensamiento sobre la ira inminente de Ivy.
Mierda
.

Como si sintiera que lo miraba, Kisten se volvió y me pilló comiéndomelo con los ojos.

El vapor se arremolinó a su alrededor. Las gotas de humedad de la ducha se quedaban atrapadas en su barba incipiente.

—Déjame ayudarte a quitarte la camiseta —dijo, el timbre de su voz había cambiado.

Volví a recorrerlo entero con los ojos y sonreí cuando levanté la cabeza.
Mierda, mierda
.

Me deslizó las manos por la espalda y con un poco de ayuda por mi parte, me empujó hasta el borde de la secadora y me quitó la camiseta. Lo rodeé con las piernas y entrelacé las manos tras su cuello antes de meter la barbilla en el hueco de su garganta. Por Dios, era guapísimo.

—¿Kisten? —pregunté mientras él me iba apartando el pelo con la nariz y encontraba el punto detrás de mi oreja, donde tenía cosquillas. Empecé a sentir una sensación cálida en el estómago que brotaba de donde me tocaba con los labios y que exigía que la reconociera. Que la admitiera. Que la diera por buena.

—¿Todavía tienes ese traje de motero tan apretado? —pregunté, un poco avergonzada.

Me levantó de la lavadora, me metió en la ducha y se echó a reír.

22.

Sonreí cuando terminó la música y dejó un silencio cómodo. El tictac del reloj que tenía encima del fregadero resonó en el aire perfumado por las velas. Posé los ojos en la manecilla que se agitaba por la esfera. Se acercaba a las cuatro de la madrugada y yo no tenía nada que hacer más que sentarme y soñar despierta con Kisten. Se había ido alrededor de las tres para ocuparse de la multitud en Piscary's y me había dejado calentita, satisfecha y contenta.

Nos habíamos pasado juntos las primeras horas de la noche, comiendo sandwiches de beicon y comida basura, saqueando la colección de CD de Ivy y la mía también y después usando su ordenador para copiar nuestras canciones favoritas en un solo CD. Si lo pensaba bien, había sido la noche más divertida de toda mi vida adulta; nos habíamos reído de nuestros respectivos recuerdos y yo me había dado cuenta de que disfrutaba compartiendo con él algo más que mi cuerpo.

Habíamos encendido cada vela que poseía para asegurarme de que podía elegir el momento de contarle a Ivy mis nuevos planes con Kisten, y su fulgor contribuía a la paz que creaba el suave burbujeo del popurrí en la cocina y el ligero amodorramiento que me producía el amuleto para el dolor que llevaba al cuello. El aire olía a jengibre, palomitas de maíz y pastelitos de chocolate y allí sentada, en la mesa de Ivy, con los codos apoyados a ambos lados y jugueteando con los amuletos, me pregunté qué estaría haciendo Kisten.

Por mucho que me costara admitirlo, lo cierto era que me gustaba, y el hecho de poder pasar del miedo y la antipatía a la atracción y el interés, y todo en menos de un año, me preocupaba y me avergonzaba. No era propio de mí que, por un culo prieto y un porte encantador, me diera por pasar por alto la sana desconfianza que me inspiraban los vampiros.

Vivir con una vampiresa puede que haya tenido algo que ver
, pensé mientras metía la mano en el cuenco de palomitas y me comía una solo porque estaba allí, no para satisfacer el hambre, precisamente. No me parecía que aquella nueva actitud tuviera que ver con la marca demoníaca. Kisten ya me gustaba antes del sexo, o no me habría acostado con él, y él tampoco se había aprovechado de ella para influir en mí.

Me limpié los dedos de sal y clavé los ojos en la nada. Había mirado a Kisten de una forma diferente desde que me había vestido tan elegante y me había hecho sentirme bien.
Quizá
, pensé mientras cogía otra palomita. Quizá con un vampiro pudiera hallar algo que jamás había podido retener con un brujo, un hechicero o un humano.

Con la barbilla en la mano, me rocé con suavidad la marca demoníaca mientras recordaba el cuidado con el que Kisten me había lavado el pelo y enjabonado la espalda, y lo bien que me había sentido al devolverle el favor. Y me había dejado acaparar la ducha la mayor parte del tiempo. Ese tipo de cosas eran importantes.

El sonido de la puerta de la calle al abrirse desvió mi atención al reloj de golpe. ¿Ivy ya estaba en casa? ¿Tan pronto? Habría querido estar metida en la cama y poder fingir que estaba dormida cuando llegara.

—¿Estás levantada, Rachel? —dijo, en voz lo bastante alta como para que la oyera pero no tanto como para despertarme.

—En la cocina —le contesté. Nerviosa, miré el popurrí. Era suficiente. O eso había dicho Kisten. Me levanté, encendí la lámpara y me volví a sentar. Cuando se encendieron los fluorescentes con un parpadeo, me metí los amuletos por el jersey y la escuché trastear por su habitación. Los pasos en el pasillo fueron rápidos y forzados.

—Hola —dije cuando entró, toda cuero ceñido y botas altas. Llevaba una bolsa de tela negra colgada de un brazo y en la mano un paquete envuelto en seda del tamaño de una caña rota de pescar. Alcé los ojos cuando me di cuenta que se había maquillado. Tenía una imagen profesional y sexy a la vez. ¿Adónde iba tan tarde? ¿Y así vestida?

—¿Qué pasó con la cena con tus padres? —le apunté.

—Cambio de planes. —Colocó las cosas en la mesa, a mi lado y se agachó para rebuscar en uno de los cajones de abajo—. He venido a recoger unas cosas y ya me voy. —Todavía de rodillas, me sonrió y me enseñó los dientes—. Volveré en un par de horas.

—De acuerdo —dije, un poco confusa. Parecía contenta. Parecía contenta de verdad.

—Hace frío aquí dentro —dijo mientras sacaba tres de mis estacas de madera y las ponía con estrépito en la encimera, junto al fregadero—. Huele como si hubieras tenido las ventanas abiertas.

—Oh, debe de ser por la puerta de contrachapado. —Fruncí el ceño cuando se levantó tirándose del borde de la cazadora de cuero. Cruzó la habitación a una velocidad casi espeluznante, abrió la cremallera de la bolsa y metió las estacas dentro. La observé sin decir nada, haciéndome mil preguntas.

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