Ceri sonrió y su figura, oscura a la sombra de la lámpara, adoptó un aspecto sabio.
—Lo saben en siempre jamás. Es lo primero, no, lo segundo, que se le enseña al nuevo familiar.
—¿Qué es lo primero? —pregunté antes de recordar que, en realidad, tampoco quería saberlo.
—A dejar morir la voluntad —dijo y sentí que mis rasgos se endurecían, era odioso aquel modo casual que tenía de decirlo—. Fue un error permitirme escapar sabiendo que podía ser mi propio familiar —dijo—. Al me mataría si pudiera para taparlo.
—¿No puede? —dije, de repente tuve miedo de que el demonio lo intentara. Ceri se encogió de hombros.
—Quizá. Pero tengo mi alma, por negra que sea. Y eso es lo que importa.
—Supongo. —No entendía la actitud desdeñosa de mi amiga, claro que yo tampoco había sido familiar de Al durante todo un milenio—. Yo no quiero ningún familiar —dije, me alegraba de que Nick estuviera muy lejos y no pudiera sentir nada de aquello. Estaba segura de que si estuviera lo bastante cerca, habría llamado para asegurarse de que yo estaba bien. Creo.
—Lo estás haciendo muy bien. —Ceri tomó un sorbo de té y miró las ventanas oscuras—. Al me dijo que a mí me llevó tres meses llegar adonde tú estás.
La miré, conmocionada. Era imposible que yo fuera mejor que ella.
—Estás de broma.
—Luché mucho contra él —me dijo—. No quería aprender y tuvo que obligarme usando la ausencia de dolor como refuerzo positivo.
—¿Estuviste sufriendo dolores durante tres meses? —dije, horrorizada.
Había clavado los ojos en sus finas manos, entrelazadas alrededor de la taza de té.
—Yo no me acuerdo. Fue hace mucho tiempo. Pero sí recuerdo que me sentaba a sus pies cada noche y él me acariciaba con una mano suave la cabeza mientras se relajaba al escucharme llorar por el cielo y los árboles.
Imaginarme a aquella hermosa mujercita a los pies de Algaliarept, sufriendo sus caricias, era casi imposible de soportar.
—Lo siento, Ceri —susurré.
Levantó la cabeza de repente como si acabara de darse cuenta que lo había dicho en voz alta.
—No dejes que te lleve —dijo, y en sus grandes ojos había una expresión seria y solemne—. Yo le gustaba y aunque me usó como todos usan a sus familiares, lo cierto era que le gustaba. Era una joya codiciada en su cinturón y me trataba bien para que le fuera útil y permaneciera a su lado más tiempo. Tú, sin embargo… —Inclinó la cabeza, dejó de mirarme y se puso la trenza sobre el hombro—. Te atormentará de tal modo y tan rápido que no tendrás tiempo para respirar. No dejes que te lleve.
Tragué saliva con un escalofrío.
—No tenía pensado permitírselo.
Le tembló la estrecha barbilla.
—No me estás entendiendo. Si viene a por ti y no puedes rechazarlo, haz que se enfade tanto contigo que te mate.
Su sinceridad me dejó de piedra.
—No va a rendirse, ¿verdad?
—No. Necesita un familiar para mantener su estatus. No va a renunciar a ti a menos que encuentre a alguien mejor. Al es codicioso e impaciente. Cogerá lo mejor que pueda encontrar.
—¿Así que tanta práctica me está convirtiendo en un objetivo más atractivo? —dije. Me estaba poniendo enferma.
Ceri entrecerró los ojos con gesto de disculpa.
—Lo necesitas para evitar que te aturda con una simple dosis masiva de fuerza de línea luminosa y te arrastre hasta una línea.
Observé las ventanas, cada vez más oscuras.
—Maldita sea —susurré, eso no me lo había planteado.
—Pero ser tu propio familiar también te ayudará en tu profesión —dijo Ceri con tono persuasivo—. Tendrás la fuerza de un familiar pero sin los inconvenientes.
—Supongo. —Aparté la taza sin centrar la mirada. Empezaba a oscurecer y yo sabía que Ceri quería estar en casa antes de que se pusiera el sol—. ¿Quieres que pruebe yo sola? —le sugerí, no muy convencida.
Su atención se desvió hacia mis manos.
—Yo aconsejaría un pequeño descanso. Todavía estás temblando.
Me miré los dedos, un poco abochornada al ver que tenía razón. Apreté el puño y le dediqué una sonrisa avergonzada. Ceri tomó un sorbo de té (era obvio que se obligó a ser paciente dado que yo no tenía ningún control sobre la situación) y salté cuando la oí susurrar:
—
Consimilís calefacio
.
Había hecho algo. Yo había sentido una caída en la línea y eso que no estaba conectada a ella. Sí, había hecho algo. Cuando su mirada se encontró con la mía había una expresión divertida en sus ojos.
—¿Lo has sentido? —dijo con una preciosa carcajada—. Te estás apegando mucho a tu línea, Rachel Mariana Morgan. Pues le pertenece a toda la calle, aunque tú la tengas en tu patio trasero.
—¿Qué has hecho? —pregunté, no quería ahondar en lo que había querido decir con aquello. Levantó la taza a modo de explicación y sonreí un poco más—. La has calentado —dije y ella asintió. Dejé de sonreír poco a poco—. No será un hechizo negro, ¿verdad?
El rostro de Ceri perdió toda expresión.
—No. Es magia normal de línea luminosa, actúa sobre el agua. No me va a manchar más el alma, Rachel. Ya me costará bastante deshacerme de ese hollín tal y como están las cosas.
—Pero Al la utilizó con David. Estuvo a punto de freírlo —afirmé. Me estaba poniendo mala. Las personas son agua en su mayor parte. Si la calientas, los cueces por dentro. Dios, me estaba poniendo enferma con solo pensarlo.
—No —me tranquilizó Ceri—. El de Al era diferente. Este solo funciona con cosas sin aura. La maldición que es lo bastante fuerte como para atravesar un aura es negra y necesita una gota de sangre de demonio para surtir efecto. David sobrevivió porque Al estaba sacando la fuerza de la línea a través de ti y sabía que no podías manejar una cantidad letal… todavía.
Lo pensé un momento. Si no era negra, ¿qué mal podía hacer? Y poder calentarme el café sin usar el microondas dejaría patidifusa a Ivy.
—¿Es muy difícil?
Ceri esbozó una gran sonrisa.
—Te lo explicaré paso a paso. Dame un momento. Tengo que acordarme de cómo se hace con todos los pasos —dijo mientras extendía la mano para coger mi taza.
Oh, con la brujita hay que ir despacio
, pensé al tiempo que me inclinaba hacia delante y se la daba. Pero dado que seguramente era el hechizo que usaba tres veces al día para hacerle la comida a Al, supuse que podía hacerlo hasta dormida.
—Es magia empática —me explicó—. Hay un poema para acordarse de los gestos pero las únicas dos palabras que tienes que decir en realidad son en latín. Y necesita un objeto focal para dirigir la magia —explicó antes de tomar un sorbo de mi café frío y hacer una mueca—. Esto es bazofia —murmuró con torpeza porque hablaba con el líquido en la boca—. Solo para bárbaros.
—Sabe mejor cuando está caliente —protesté, no sabía que se podía tener un objeto focal en la boca y que todavía fuera eficaz. Podía hacer el hechizo sin él, claro que entonces tendría que lanzar el hechizo contra mi taza. Así era más fácil y también era menos probable que se derramara el café.
Con cara de asco todavía, levantó aquellas manos finas y expresivas.
—De velas que arden y planetas que giran —dijo y yo moví los dedos para imitar su gesto. Supongo que si usabas la imaginación, se parecía un poco a encender una vela aunque no me preguntes en qué se parecía la caída repentina de su mano al giro de los planetas—. Con fricción termina y con ella comienza.
Di un salto cuando Ceri juntó las manos y provocó un pequeño estallido mientras decía a la vez «
Consimilis
».
«
Parecido
», pensé, supuse que era una muletilla para la magia empática. Y el estallido podría ser una imitación audible de las moléculas de aire al friccionarse. En la magia empática, no importaba mucho lo nebulosa que fuera la relación siempre que fuera real.
—Frío al calor, arnés en su interior —continuó e hizo otro gesto que yo no conocía, aunque reconocí el siguiente movimiento del dedo de cuando yo usaba un hechizo de línea luminosa para domar al murciélago de los Howlers en las prácticas. Quizá fuera el movimiento lo que aprovechaba el objeto focal para dirigir la energía.
Mmm
. Quizá todo eso de la línea luminosa tuviera algún sentido, después de todo.
—¡
Calefacio
! —dijo Ceri tan contenta, invocó el hechizo y lo puso todo en marcha.
Sentí una suave caída en mi interior, el hechizo había sacado energía de la línea para excitar las moléculas de agua de la taza y calentar el café.
—Vaya —dije sin aliento cuando me devolvió la taza, que estaba humeando otra vez—. Gracias.
—De nada —dijo—. Para regular la temperatura del final tienes que controlar la cantidad de energía de línea que pones dentro, pero tienes que hacerlo tú sola.
—¿Cuanta más energía, más caliente? —Di un sorbo con cuidado y decidí que estaba perfecto. Debía de haberle costado años llegar a ese nivel de competencia.
—Depende de la cantidad que tengas que calentar —susurró Ceri, sus ojos se habían perdido en los recuerdos—. Así que ten cuidado con el agua del baño hasta que sepas lo que haces. —Regresó de forma visible al presente y se volvió hacia mí—. ¿Ya estás preparada?
La adrenalina me atravesó con un silbido y dejé el café caliente en el escritorio.
Puedo hacerlo. Si Ceri es capaz de calentar su té y entretejer la energía de la línea en su cabeza, yo también
.
—Llena tu centro —me animó—. Después saca un poco de él, como si fueras a hacer un hechizo, y recita la invocación.
Me metí un mechón de pelo tras la oreja y me acomodé. Expulsé el aire, cerré los ojos e invoqué la línea, sentí que las presiones se igualaban en un instante. Llené mi mente de la serenidad y la calma que cultivaba cuando pronunciaba un hechizo de línea luminosa y una sensación nueva y curiosa me hizo cosquillas. Un toque de energía fluyó de la línea y sustituyó al que había sacado de forma inconsciente de mi
chi. Tulpa
, pensé mientras me invadía la esperanza.
Abrí los ojos de repente cuando una oleada de fuerza fluyó de la línea para sustituir a la que había salido disparada de mi
chi
rumbo a mi cabeza. Un torrente de energía de línea me atravesó como un rayo y llenó mis pensamientos. Mi recinto se expandió para absorberla. Conmocionada, no hice nada para impedirlo.
—¡Basta! —exclamó Ceri poniéndose de rodillas—. ¡Rachel, suelta la línea!
Di una sacudida y aparté el foco de la línea luminosa. Me atravesó una breve oleada de calor y unas gotitas de fuerza regresaron de mis pensamientos a mi
chi
y lo colmaron. Con el aliento contenido, me quedé helada en la silla y miré a Ceri fijamente. Tenía miedo de moverme con toda la energía que tenía en la cabeza.
—¿Te encuentras bien? —dijo sin sentarse otra vez y yo asentí.
Desde la cocina llegó un débil grito.
—¿Todo bien por ahí?
—¡Estamos bien! —le grité con cuidado, después miré a Ceri—. Porque estamos bien, ¿no?
Con los ojos verdes muy abiertos Ceri asintió con la cabeza sin abandonar mi mirada ni por un instante.
—Estás conteniendo un montón de energía fuera de tu centro —dijo—. Pero he notado que tu
chi
no puede contener tanta como el mío. Creo… —dudó—. Creo que el
chi
de un elfo puede contener más que el de una bruja pero al parecer las brujas pueden contener más en sus pensamientos.
Podía saborear la energía que tenía en mí, era como tener papel de plata en la lengua.
—Así que las brujas son mejores baterías, ¿eh? —bromeé con tono débil.
Ceri se echó a reír y su voz clara subió hasta las vigas en sombras. Pensé que ojalá hubiera pixies allí arriba para bailar con aquel sonido.
—Quizá es por eso por lo que las brujas abandonaron siempre jamás antes que los elfos —dijo—. Los demonios parecen preferir a las brujas antes que a los elfos o los humanos para convertirlos en familiares. Pensé que era porque somos muy pocos pero quizá no sea por eso.
—Quizá —dije, me preguntaba cuánto tiempo podría contener toda esa fuerza sin derramarla. Me picaba la nariz pero estaba desesperada por no estornudar.
Se oyó de repente el sonido de las botas de Ivy en el pasillo y las dos nos dimos la vuelta, mi compañera de piso se acercó a nosotras a grandes zancadas con el bolso al hombro y un plato de galletas en la mano.
—Yo me voy —dijo con tono ligero al tiempo que se apartaba el pelo por encima del hombro—. ¿Quieres que te acompañe a casa, Ceri?
Ceri se puso en pie de inmediato.
—No es necesario.
La ira hizo destellar los ojos de Ivy.
—Ya sé que no es necesario.
El plato de galletas calientes de Ivy golpeó el escritorio delante de mí con estrépito. Alcé las cejas y bajé los pies al suelo. Ivy quería hablar con Ceri a solas… sobre mí. Molesta, tamborileé con las uñas en un rápido
stacatto
.
—No pienso comerme eso —dije, tajante.
—Son medicinales, Rachel —respondió ella, y en su voz había una amenaza clara.
—Son de azufre, Ivy —le contesté. Ceri cambió de postura, era obvio que estaba incómoda pero a mí me daba igual—. No puedo creer que me dieras azufre —añadí—. Yo arresto a la gente que le da al azufre, no comparto el alquiler con ellos. —No pensaba arrestar a Ivy. Me daba igual si violaba todas las leyes del manual de la SI Por esa vez no.
La postura de Ivy se hizo más agresiva, con una cadera levantada y los labios casi exangües.
—Son medicinales —repitió con aspereza—. Están especialmente procesadas y la cantidad de estimulante que llevan es tan baja que ni siquiera puedes olerlo. No puedes oler el azufre, ¿no? ¿A que no?
El anillo marrón que le rodeaba las pupilas se había encogido y yo bajé la mirada, no quería provocarla y que terminara proyectando su aura. Por lo menos no en ese momento, con el sol ya casi oculto.
—Había suficiente como para que me afectara el árnica montana —dije con tono hosco.
Ivy también se calmó, sabía que había llegado al límite.
—Eso no fue culpa mía —dijo en voz baja—. Jamás te di ni lo suficiente como para que lo detecte un perro antiazufre.
Ceri levantó la estrecha barbilla. No había arrepentimiento en sus ojos verdes.
—Ya me he disculpado por eso —dijo con tono tenso—. No sabía que era ilegal. No lo era la última vez que se lo di a alguien.