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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (37 page)

—¡Si no voy, lo contará todo! —dije, sentía el zumbido de la sangre en los oídos—. ¡Lo único que tengo contra Trent es que sé lo que es y si lo cuento, Quen me va a matar, coño!

—¿Qué? —chilló Jenks y se elevó con un aleteo estrepitoso.

Me di cuenta demasiado tarde de lo que acababa de decir. Mierda.

Me quedé mirando a Jenks y sentí que empalidecía. En la habitación se hizo un silencio de muerte. Ceri había abierto unos ojos como platos, sin entender nada y David se me quedó mirando sin poder creérselo. Ya no podía retirar nada de lo dicho.

—¡Lo sabes! —gritó Jenks—. ¿Sabes lo que es y no me lo dijiste? ¡Serás bruja! ¿Lo sabías? ¡Lo sabías! ¡Rachel! Serás… serás…

La desaprobación llenó los ojos de David, Ceri parecía asustada. Los niños pixies se asomaron al marco de la puerta.

—¡Lo sabías! —chilló Jenks y el polvo de pixie salió flotando a su alrededor en medio de un haz dorado. Sus niños se escabulleron con un tintineo aterrorizado.

Me incorporé de repente.

—¡Jenks! —dije antes de encorvarme cuando el estómago me dio un vuelco.

—¡Cállate! —gritó—. ¡Cállate de una vez! ¡Se supone que somos socios!

—Jenks… —Estiré la mano. Ya no tenía sueño y se me retorcían las tripas.

—¡No! —dijo, y un estallido de polvo de pixie iluminó mi sombría habitación—. ¿No confías en mí? Pues muy bien. Me largo de aquí. Tengo que hacer una llamada. David, ¿puedes llevarnos a mí y a mi familia?

—¡Jenks! —Me quité las mantas de encima—. ¡Lo siento! No podía decírtelo.
—Oh, Dios. Debería haber confiado en Jenks
.

—¡Que te calles, coño! —exclamó y después salió volando, el polvo de pixie dejaba un rastro rojo a su paso.

Me levanté para seguirlo. Di un paso y después eché mano al marco de la puerta, la cabeza me daba vueltas y miré al suelo. Se me enturbió la visión y estuve a punto de caerme. Me llevé una mano al estómago.

—Voy a vomitar —susurré—. Oh, Dios, voy a vomitar.

David me puso una mano fuerte en el hombro. Con movimientos firmes y deliberados me metió en el pasillo.

—Te dije que se iba a volver contra ti —murmuró mientras me empujaba al baño y encendía la luz con el codo—. No deberías haberte sentado. ¿Pero qué os pasa a las brujas? Os creéis que lo sabéis todo y no escucháis a nadie, coño.

No hace falta decir que tenía razón. Con la mano en la boca conseguí llegar justo al váter. Y salió todo: las galletas, el té, la cena de dos semanas antes. David se fue después de la primera náusea y me dejó tosiendo y vomitando hasta la última arcada de bilis.

Cuando por fin conseguí controlarme, me levanté; me temblaban las piernas y tiré de la cadena. Incapaz de mirarme en el espejo, me enjuagué la boca y bebí agua directamente del grifo. Me había vomitado el amuleto entero así que me lo quité y lo lavé bajo un buen chorro de agua antes de dejarlo junto al lavabo. Volví a sentir todos los dolores y tuve la sensación de que me los merecía.

Con el corazón a mil por hora y muy débil, me eché agua en la cara y levanté la cabeza. Tras mi desgreñado reflejo, Ceri me miraba desde la puerta, rodeándose con los brazos. En la iglesia reinaba un silencio espeluznante.

—¿Dónde está Jenks? —dije con voz ronca.

Sus ojos evitaron los míos y me di la vuelta.

—Lo siento, Rachel. Se fue con David.

¿Que se había ido? No podía irse. Pero si estábamos a bajo cero en la calle, por Dios.

Se oyó el sonido suave de un roce y llegó Keasley arrastrando los pies.

—¿Adónde se ha ido? —pregunté con un estremecimiento cuando el azufre y lo que quedaba de árnica montana empezaron a dar vueltas en mi interior. Ceri dejó caer la cabeza.

—Le pidió a David que lo llevara a casa de un amigo, y el sídh entero se fue en una caja. Dijo que no podía seguir poniendo en peligro a su familia y… —Clavó la mirada en Keasley y sus ojos verdes reflejaron la luz fluorescente—. Dijo que dimitía.

¿
Se había ido
? Me puse en movimiento con una sacudida, directa hacia el teléfono. Y una mierda, que no quería poner en peligro a su familia. Solo esa primavera había matado a dos asesinos de hadas y solo había dejado con vida al tercero como advertencia para el resto. Y no era por el frío. La puerta la íbamos a arreglar y siempre se podían meter en la habitación de Ivy o en la mía hasta que lo hiciéramos. Se había ido porque yo le había mentido. Y cuando vi el rostro sombrío y arrugado de Keasley detrás del de Ceri, supe que estaba en lo cierto. Se habían dicho cosas que yo no había oído.

Llegué tropezando al salón y busqué el teléfono. Solo había un sitio al que podía ir: a casa del hombre lobo que me había deshechizado los trastos el otoño anterior. Tenía que hablar con Jenks. Tenía que decirle que lo sentía. Que había sido una imbécil. Que debería haber confiado en él. Que tenía razón al enfadarse conmigo y que lo sentía.

Pero Keasley se interpuso antes de que cogiera el teléfono y me aparté al ver su vieja mano. Me lo quedé mirando, muerta de frío, con la escasa protección que la manta interponía entre la noche y yo.

—Rachel… —dijo; Ceri se había detenido con aire melancólico en el pasillo—. Creo… creo que deberías darle por lo menos un día.

Ceri se estremeció y miró hacia el pasillo. Un leve sonido en el aire me hizo percibir que se abría la puerta principal y la manta se movió con el aire de las corrientes.

—¿Rachel? —dijo la voz de Ivy—. ¿Dónde está Jenks? ¿Y por qué hay un camión de Home Depot descargando placas de madera contrachapada en la entrada?

Me hundí en un sillón antes de terminar en el suelo. Apoyé los codos en las rodillas y dejé caer la cabeza en las manos. El azufre y el árnica montana seguían librando una guerra en mi interior, dejándome débil y temblorosa. Maldita sea. ¿Qué iba a decirle a Ivy?

20.

El café se había quedado frío en mi enorme taza, pero no pensaba entrar en la cocina para ir a buscar más. Ivy andaba trasteando por allí, haciendo más de aquellas repugnantes galletas a pesar de que ya habíamos hablado del tema. Yo no pensaba comérmelas y además estaba más cabreada que un trol con resaca, ¿cómo se le había ocurrido colarme azufre sin que yo me enterara?

El sonido del amuleto para el dolor al golpear contra el amuleto de complexión que ocultaba el cardenal del ojo rompió el silencio cuando dejé la taza y estiré el brazo para encender la lámpara del escritorio. Había caído la tarde mientras Ceri intentaba enseñarme a almacenar energía de línea luminosa. Una luz alegre y amarilla se derramó sobre las plantas que salpicaban el escritorio y su fulgor alcanzó a Ceri, que estaba sentada en un cojín que se había traído de casa de Keasley. Podríamos haber hecho aquello en el salón, mucho más cómodas, pero Ceri había insistido en que fuera en suelo consagrado a pesar de que brillaba el sol. Y en el santuario había mucha tranquilidad. Era deprimente.

Ceri se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas, una figura pequeña con vaqueros y una camisa informal bajo la sombra de la cruz. Junto a ella había una tetera que seguía humeando aunque ya hiciera rato que mi taza estaba fría. Yo tenía la sensación de que estaba utilizando la magia para evitar que se enfriara, aunque todavía no la había pillado. Acunaba con reverencia en las finas manos una tacita delicada (que también se había traído de casa de Keasley) y alrededor de su cuello brillaba la cadena con el crucifijo de Ivy. Las manos de aquella mujer nunca se alejaban mucho de él. Esa mañana, la hija mayor de Jenks le había trenzado el cabello rubio y parecía en paz consigo misma. Me encantaba verla así después de saber todo lo que había soportado.

Se oyó un golpe seco en la cocina seguido por el estrépito de la puerta del horno al cerrarse. Fruncí el ceño un momento y me volví hacia Ceri cuando se dirigió a mí.

—¿Lista para intentarlo otra vez?

Planté los pies cubiertos por calcetines con firmeza en el suelo y asentí. Con la rapidez que da la práctica, busqué con mi conciencia y toqué la línea de la parte de atrás de la iglesia. Se me llenó el
chi
, sin tomar nada mas ni nada menos que la cantidad de siempre. La energía fluyo a través de mí del mismo modo que un río fluye por un estanque. Podía hacer aquello desde que tenía doce años y sin querer había arrojado a Trent contra un árbol en el campamento «Pide un deseo» de su padre. Lo que tenía que hacer era sacar parte de la energía del estanque y meterla en mi mente, en una cisterna, por así decirlo. El
chi
de una persona, ya sea humana, inframundana o demonio, podía contener una cantidad limitada. Los familiares actuaban como un
chi
extra al que un usuario mágico podía recurrir como si fuera suyo.

Ceri esperó hasta que le hice un gesto para indicarle que estaba lista antes de recurrir a la misma línea e introducirme más. Fue apenas un chorrito en lugar de la inundación de Algaliarept pero aun así me ardía la piel cuando se me desbordó el
chi
y la fuerza me atravesó con un murmullo en busca de algún sitio en el que acumularse. Por volver a la analogía del río y el estanque, las orillas se habían desbordado y el valle se estaba inundando.

Mis pensamientos eran el único lugar en el que podía asentarse y para cuando los encontró, yo ya había hecho en mi imaginación el diminuto círculo tridimensional que Ceri se había pasado buena parte de la tarde enseñándome a elaborar. Relajé los hombros y sentí que el chorrito encontraba el pequeño cercado. Sentí de inmediato que se desvanecía la sensación de calor de mi piel cuando la energía que mi
chi
no podía contener experimentó la atracción de aquel recipiente, como gotitas de mercurio. La burbuja se expandió y resplandeció con una mancha roja que adoptó el color del aura de Al y de la mía. Qué asco.

—Pronuncia tu desencadenante —me apuntó Ceri y yo hice una mueca. Ya era demasiado tarde. La miré a los ojos y se le crisparon los labios—. Se te ha olvidado —me acusó y yo me encogí de hombros. Dejó de inmediato de forzar la energía en mi interior y el excedente se agotó en una breve chispa de calor que regresó a la línea—. Esta vez, dila —me advirtió con voz tensa. Ceri era una mujer muy agradable pero no era una maestra demasiado paciente.

Una vez más hizo que la energía de la línea luminosa hiciera rebosar mi
chi
. Se me calentó la piel y me empezó a palpitar el cardenal del bofetón de Algaliarept. Hubiera jurado que el amperaje era un poquito más alto de lo habitual y me dio la sensación de que era el estímulo, no demasiado sutil por cierto, de Ceri para que esa vez lo hiciera bien.

—Tulpa —susurré, la oí en mi mente además de con el oído. La palabra elegida no tenía importancia. Lo importante era construir la asociación entre la palabra y las acciones. Por lo general se utilizaba el latín porque así no era muy probable que se dijera sin querer y se disparara el hechizo por error. El proceso era idéntico al del círculo instantáneo que había aprendido a hacer. La palabra «tulpa» no era latín (apenas si llegaba a la categoría de pertenecer a nuestro idioma) ¿pero con qué frecuencia se utilizaba en una conversación?

Más rápido esa vez, la energía de la línea encontró mi cercado y lo llenó. Busqué la mirada de Ceri y asentí para que me enviara más. Con los ojos verdes muy serios bajo la luz tenue de la lámpara de calor de mi escritorio, me devolvió la mirada. Se me escapó el aliento y se me desdibujó el foco cuando Ceri subió el nivel y un destello de calor me hizo cosquillear la piel.

—Tulpa —susurré con el pulso acelerado.

La nueva fuerza encontró la primera. El círculo de protección esférica que tenía en el subconsciente se expandió para acogerla. Una vez más, mi foco quedó despejado y miré a Ceri con un asentimiento. Parpadeó cuando le pedí más con un gesto; no pensaba permitir que Al me dejara fuera de combate con una sobrecarga de fuerza.

—Estoy bien —dije, y luego me puse rígida, me palpitaba la piel magullada alrededor del ojo, me ardía con la sensación de una quemadura y eso a pesar del amuleto para el dolor—. Tulpa —dije y me hundí un poco cuando se desvaneció el calor. ¿
Ves
?, le dije a mi agotado cerebro.
Es una ilusión. En realidad no estoy ardiendo
.

—Ya es suficiente —dijo Ceri con aire incómodo pero yo levanté la barbilla. El fuego había desaparecido de mis venas, pero estaba agotada y me temblaban los dedos.

—No quiero irme a dormir esta noche hasta que pueda contener lo que me metió ese demonio —contesté.

—Pero, Rachel… —protestó y yo levanté una mano poco a poco para negarme.

—Va a volver —dije—. No puedo enfrentarme a él si me estoy retorciendo de dolor.

Asintió con la cabeza y la cara muy pálida y yo me sacudí cuando me envió más.

—Oh, Dios —susurré y después dije mi palabra desencadenante antes de que Ceri pudiera parar. Esa vez sentí el flujo de energía que me atravesaba como una corriente de ácido y seguía los nuevos canales, atraída por mi palabra en lugar de encontrar el camino a la burbuja sin querer. Levanté la cabeza de repente. Me quedé mirando a Ceri con los ojos muy abiertos y el dolor se desvaneció.

—Lo has conseguido —dijo, y parecía casi asustada allí sentada, delante de mí, con las piernas cruzadas.

Tragué saliva y oculté las rodillas para que no viera cómo me temblaban.

—Sí.

Ceri sostuvo la taza en su regazo sin parpadear.

—Suéltala. Tienes que volver a centrarte.

Me había rodeado con los brazos sin darme cuenta. Me obligué a bajarlos y exhalé. Soltar la energía que se entretejía en mi cerebro parecía más fácil de lo que era en realidad. Tenía suficiente fuerza en mi interior como para mandar a Ivy al condado de al lado. Si la energía no regresaba a mi
chi
y después a la línea por los suaves canales labrados que Ceri había estado grabando en mi sistema nervioso, me iba a doler de verdad.

Me preparé, rodeé la burbuja con toda mi voluntad y apreté. Contuve el aliento, a la espera del dolor, pero la energía de la línea luminosa regresó sin contratiempos a mi
chi
y después a la línea, la adrenalina derrochada me dejó temblorosa. Con un alivio enorme, me aparté el pelo de los ojos y clavé la mirada en la de Ceri. Me sentía fatal: cansada, exhausta, sudorosa, estremecida… pero satisfecha.

—Estás mejorando —dijo y esbocé una débil sonrisa.

—Gracias. —Cogí la taza y tomé un sorbo de café frío. Seguramente iba a pedirme que sacara la energía de la línea yo, sin ayuda de nadie, y todavía no estaba lista—. Ceri —dije, me temblaban los dedos—. Teniendo en cuenta los beneficios, esto no es tan difícil. ¿Por qué no lo sabe hacer más gente?

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