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Authors: Edward Rosset

Tags: #Aventuras, Histórico

Los navegantes (83 page)

BOOK: Los navegantes
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—¿Estaríais dispuesto a declarar eso mismo ante una junta de peritos?

—Por supuesto —contestó el fraile con énfasis.

La junta de peritos escuchó la teoría del fraile agustino con atención. Los marinos más experimentados de Nueva España presentes en la reunión quedaron impresionados por el profundo estudio de los movimientos atmosféricos que Urdaneta había realizado durante su estancia en las islas, y que todavía conservaba grabados en su prodigiosa memoria.

—Sin embargo —objetó Pedro de Gómara—, aún está reciente la carta que ese famoso predicador, Francisco Javier, escribió desde Goa a su viejo compañero Simón Rodríguez.

Urdaneta había leído una copia de la carta. Con ella el jesuita había echado un jarro de agua fría a sus proyectos.

Hermano mío, Maestre Simón:

Digáis al Rey de Portugal nuestro señor y a la Reina que, por descargo de sus conciencias, deberán dar aviso al Emperador o a los reyes de Castilla que no manden más armadas por la vía de Nueva España a descubrir islas

Platareas, porque todos cuantos fueren se han de perder...

Son tan grandes las tempestades en gran manera que los navíos no tienen ninguna salvación... Es piedad oír decir que parten muchas armadas de Nueva España en busca

de estas islas Platareas y que se pierden en el camino.

—Conozco esa carta —dijo—, y, sin embargo, no comparto su opinión.

Francisco Javier quizá sea un gran predicador, pero es un marino pésimo. Yo os aseguro que se puede volver.

—¿Os comprometeríais a conducir una expedición a las islas de Poniente?

—preguntó Velasco.

—Estaría dispuesto, con dos condiciones.

—¿Cuáles son?

—En primer lugar, tendría que contar con el consentimiento del padre prior de la Orden.

—¿Y en segundo lugar?

—La segunda es que la expedición no se introduzca en la parte del globo que el papa Alejandro VI otorgó a los portugueses.

—¿Y vos creéis que las islas Filipinas están dentro de esa demarcación?

—Sí. En Tordesillas quedó claro que todos los descubrimientos al oriente de la línea que pasaba por las Azores y Cabo Verde, a excepción de las Canarias, pertenecerían a Portugal, y todos los descubrimientos al oeste se asignaban a Castilla. Pues bien, según mis cálculos, las Filipinas caen dentro de la demarcación portuguesa.

—Quizá sea así —concedió Andrés de Ródano, viejo marino coruñés—, pero recordad que en las últimas expediciones quedaron muchos marinos castellanos como cautivos. La expedición debería, por lo menos, tratar de rescatarlos.

—En eso estoy de acuerdo —replicó Urdaneta—. No sería justo dejar de rescatar cuantos cautivos podamos y bautizar a sus hijos.

El capitán Pedro de Gómara se dirigió al virrey.

—Vos, sin duda, estáis autorizado a emprender expediciones de esta naturaleza. ¿Pensáis seriamente en organizar una?

Velasco se atusó un bigote que ya contaba con numerosas canas.

—Es una expedición que se sale de lo normal —declaró—, y, además, con un resultado un tanto incierto. Por mucho que nuestro buen fraile —dijo señalando a Urdaneta con una media sonrisa— se empeñe en decir que él vendría con una carretilla. La verdad es que estoy pensando en escribir al rey y solicitar su aprobación.

La contestación del rey fue fechada en septiembre de 1559: Y
así mando que por virtud de la comisión que se os envió para hacer los dichos descubrimientos por mar, enviéis dos naos del porte y manera que con la gente que allá pareciere, los cuales enviéis al descubrimiento de las islas del Poniente hacia los Molucos, y les ordenéis lo que han de hacer conforme a la Instrucción que se os envió, y proveáis que procuren de traer alguna especiería para hacer el ensaye con ella, y se vuelvan a esa Nueva España hecho aquello que les ordenáredes que han de hacer, para que se entienda si es cierta la vuelta...

Y daréis por Instrucción a la gente que así enviáredes que en ninguna manera entren en las islas de los Molucos, porque no se contravenga el asiento que tenemos tomado con el Serenísimo Rey de Portugal, sino en otras islas que están comarcanas a ellas...

En su carta, el virrey Velasco había pedido a Felipe II que al frente de la expedición fuera fray Andrés de Urdaneta, «por la noticia y experiencia que tenía de las cosas de aquellas islas de la Especiería por haber estado en ellas...». La carta de Felipe II revelaba la confianza que el monarca tenía en el saber y buen hacer del religioso agustino, por la Cédula Real:

El Rey.

Devoto Padre fray Andrés de Urdaneta, de la Orden de San Agustín. Yo he sido informado que Vos, siendo seglar, fuisteis en la Armada de Loaysada y que pasasteis el estrecho de Magallanes, donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y porque ahora Nos habemos encargado a Don Luis de Velasco, nuestro Visorrey de esa Nueva España, que envíe dos navíos al descubrimiento de las Islas del Poniente, hacia los Molucos, y les ordene lo que han de hacer, conforme a la Instrucción que se le ha enviado; y porque, según la mucha noticia que dice que tenéis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendéis bien la navegación de ella y sois buen cosmógrafo, sería de gran efecto que Vos fuésedes en los dichos navíos, así para lo que toca a la dicha navegación como para el servicio de Dios Nuestro Señor. Yo Vos ruego y encargo que vayáis en los dichos navíos y hagáis lo que por el dicho Virrey os fuera ordenado, que de más del servicio que haréis a nuestro Señor, Yo seré muy bien servido y mandaré tener en cuenta con ello para que recibáis merced en lo que hubiere lugar.

De Valladolid, a 24 de septiembre de 1559 años.

Yo, EL REY.

Refrendada de Eraso.

Al mismo tiempo, Felipe II escribió al provincial de Agustinos de México, Agustín de Coruña, recomendándole diera su aprobación en lo que pedía a fray Andrés de Urdaneta, encareciendo a dicho superior la importancia de la jornada.

El 22 de mayo de 1560 respondió el padre Coruña al monarca, después de haber consultado al virrey de México. En la carta no solamente aceptaba la propuesta, sino que sugería el número de religiosos que deberían acompañar al P. Urdaneta en la expedición.

...no van de presente más de cuatro agustinos, porque así ha parecido a vuestro Visorrey hasta que se tenga clara noticia del viaje de vuelta de esa tierra, la cual tenemos por cierta, mediante el divino favor y la práctica y habilidad de fray Andrés de Urdaneta y la experiencia grande que de todas aquellas islas y demarcaciones tiene, con la demás práctica que los religiosos de nuestra Orden trajeron.

Luis de Velasco contestó, asimismo, al rey de España con carta fechada en México el 28 de mayo de 1560, abundando en las ideas de Urdaneta y manifestando que no convenía entrar en la jurisdicción del rey de Portugal, como su majestad podría ver por la Relación adjunta que acompañaba a su carta, la cual había sido hecha por él y por fray Andrés de Urdaneta.

No se puede ir a las Filipinas sin entrar lo que toca el empeño, porque no menos están dentro de él que lo de los Molucos, como V.M. lo mandará ver por la Relación que va con ésta, la cual se hizo solamente por mí y por fray Andrés de Urdaneta, que es la persona que más noticia y experiencia tiene de todas aquellas islas, y es el mejor cosmógrafo que hay en esta Nueva España.

Velasco y Urdaneta tenían las cosas muy claras sobre la meta de la expedición, amén de una voluntad decidida de llegar no a las islas Filipinas, sino a Nueva Guinea. Faltó, sin embargo, otro elemento capital como fue el aderezo de las naos a tiempo. El 9 de enero de 1561 escribía el virrey Luis de Velasco a Felipe II notificándole que seguían los aprestos de las naos y que cada día surgían nuevas necesidades, por lo que la partida se retrasaba más de lo previsto. En la misma carta comunicaba Velasco al rey que para jefe de expedición había nombrado a «Miguel López de Legazpi, natural de la provincia de Guipúzcoa, hijodalgo notorio de la casa de Lazcano. Y a más contento de fray Andrés de Urdaneta, que es el que ha de gobernar y guiar la jornada, porque son los dos de la misma tierra, y deudos y amigos, y conformarse han».

Urdaneta, minucioso en extremo, no dejó un cabo sin atar. El guipuzcoano lo tenía todo previsto: desde los astilleros constructores de las naves expedicionarias hasta el puerto de mejores condiciones, a su juicio, para la partida; el cálculo de los necesarios bastimentos para la jornada, y recabó sabios consejos concernientes a la conveniencia de procurarse la ayuda de aborígenes para los preparativos, enseñándoles oficios de carpinteros, calafates, cordoneros, torneros, herreros y otros relativos a las construcciones marítimas.

Urdaneta estudió meticulosamente la ruta de la expedición. Si la expedición zarpaba durante el mes de octubre, o antes del 10 de noviembre, se dirigiría a Filipinas. La salida de la armada con fecha posterior suponía tomar otro distinto rumbo. Las naos debían, en tal caso, dirigirse al sur, hasta colocarse 25° bajo el ecuador, reconocer desde allí hasta Nueva Guinea, y, después, subir a Filipinas para iniciar el regreso desde estas islas. Por último, si la partida se demoraba hasta marzo, convenía navegar hacia los 44° norte hasta las cercanías de Japón y descender luego a Filipinas.

Al responder Felipe II a la
Memoria
de Urdaneta con el deseo de salvar los fueros de la autoridad puso todo el negocio de la expedición en manos del virrey Luis de Velasco, encomendando a fray Andrés de Urdaneta que en este punto se atuviere a lo que el virrey le mandase. Pero Luis de Velasco no tenía ideas propias sobre el particular, y en todo estaba de acuerdo con lo que Urdaneta sugería. Entre los dos mantenían la idea y ruta no de Filipinas, sino de Nueva Guinea.

CAPÍTULO XL

MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI

Miguel López de Legazpi era un hombre alto, delgado, de barba plateada bien cuidada. Los ojos, de un mirar bondadoso, ocultaban sin embargo una fuerte voluntad que le había encumbrado hasta la cima de la oligarquía mexicana: ocupaba el cargo de secretario del Cabildo de la ciudad de México.

Apoyado en una rica mesa de repujada madera de caoba, el rico hacendado leyó por segunda vez la carta que un mensajero le había entregado en mano hacía breves momentos. Silenciosamente, tendió la carta a su hijo Melchor, que observaba con curiosidad la misiva procedente, sin duda, de la Casa Real.

Según leía la carta, el rostro del joven iba reflejando el asombro que le causaba su lectura.

—¡Dios mío! —exclamó cuando terminó—. ¡El rey Felipe os pide nada menos que os pongáis al mando de una expedición a las Islas del Poniente!

¡Habéis sido recomendado por el virrey de Nueva España, don Luis de Velasco!

Los dos hombres se miraron en silencio. La sorpresa había sido tan grande que ninguno de los dos atinaba a decir palabra. Hacía algún tiempo se sabía que tanto Velasco como Urdaneta estaban planeando una expedición, pero que el peso de ésta cayera sobre los hombros de Legazpi era algo que nadie se podía haber imaginado.

—¡Capitanear una expedición a las Islas de Poniente! —repitió Miguel López de Legazpi como en sueños—. Pero, ¿por qué yo?

Melchor sacudió la cabeza todavía incrédulo.

—¡No puede ser!, ¿cómo puede pedir el rey a un hombre de cincuenta años que deje sus haciendas y se embarque a tal aventura...? ¡Me imagino que os negaréis, claro...!

El hacendado contempló a su hijo mayor con ojos preocupados.

—No es fácil negarse al encargo de un rey —sentenció por fin—, tendré que pensarlo detenidamente.

Dos días más tarde, Miguel López de Legazpi, sentado ante la misma mesa de caoba, tomó la pluma de ave para responder a su majestad. Los rasgos de su escritura eran elegantes, de amplios y sueltos trazos, como correspondía a un caballero familiarizado con las letras.

Sacra Católica Majestad
:

Sin mérito mío, el Virrey de esta Nueva España me ha querido señalar para el viaje de las islas del Poniente a servir a V.M. encargándome la Armada que para allá se hace, no porque esta tierra carezca de muchos que mejor que yo le hicieran y sirvieran a V.M. en esta jornada, sino por entender que nadie con más voluntad se dispusiera a ello, siguiendo lo que mis antepasados siempre han hecho; y así sirviendo a V.M. y disponiendo de todo lo que en esta tierra tengo, haré lo que me está mandado con el cuidado y fidelidad que debo, y espero en Dios nuestro Señor, que el viaje tendrá todo próspero fin y suceso en la buena y feliz ventura de V.M. Para mejor acertar a servir, pedí al Virrey ciertos capítulos de cosas que me parecían ser necesarias al buen despacho de la jornada, y otras de que en nombre de V.M. me hiciese merced, las cuales, aunque no fueran tan largas como a tan alto y poderoso Señor pedirse convenían, el Virrey los remitió y envía a V.M., para que en ello mande V.M. lo que fuere servido. Y pues la empresa de este viaje es tan importante al servicio de V.M. y a la utilidad universal de sus Reinos y Señoríos, y tan peligrosa y trabajosa, a V.M. suplico sea servido mandar se me concedan, no por remuneración de mi trabajo, pues éste se debe al servicio de V.M., sino condescendiendo con la grandeza que V.M. siempre tiene en hacer merced a sus criados que sirven sus negocios de importancia cuya

Sacra Católica Majestad guarde Nuestro Señor.

De México 26 de Mayo de 1563

De V.S.C.M., fiel criado, que los reales pies de V.M. besa

MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI.

La casa de Legazpi, una de las principales de la ciudad virreinal, estaba constantemente poblada de hidalgos y caballeros pobres a los que la fortuna no había sonreído en el Nuevo Mundo. Nunca se negaba a nadie una buena comida en ninguna de las haciendas del guipuzcoano.

No era pues de extrañar que, una vez decidida su contribución en la empresa, Legazpi arruinara su patrimonio en la expedición a Filipinas, subviniendo con largueza, de su propio pecunio, gastos que la administración oficial regateaba miserablemente.

Felipe II se atusó el bigote mientras leía la carta que tenía en las manos. Cuando la hubo leído se la tendió a su consejero Ruy Gómez, quien, desde la caída en desgracia del duque de Alba, despachaba junto a su majestad los asuntos del día.

El rey esperó un momento hasta que su consejero hubo leído la misiva antes de preguntarle:

—¿Y quién es este Juan Pablo Carrión?

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