–Tengo que hacerle unas preguntitas. Alguien ha alquilado aquí un coche con matrícula 2186AYG92. Me gustaría que me dijese quién ha sido.
–Un momentito. – Clic de ratón, ruido del disco duro, resultado-. Un tal Jean Moulin.
–Cómo no. ¿Pide el documento de identidad cuando alquila un coche?
–¡Por supuesto! ¡El permiso de conducir! Es lo mínimo para llevar un coche, ¿no? Siempre hago una fotocopia.
–Enséñemela.
Hurgó en una canastilla.
–El cliente quiso recuperar su fotocopia cuando me devolvió el vehículo. Estoy acostumbrado a este tipo de peticiones, así que, por prudencia, siempre hago dos fotocopias. Me gusta guardar un registro de mis clientes. Siempre puede resultar útil…
Me alargó la fotocopia en color y luego picoteó con la punta de los dedos las migas de patatas fritas sembradas en su jersey.
–¿Cuándo le ha devuelto el coche?
–Esta mañana.
–Espere, voy a hacer una llamada.
Tras haber colgado, tiré la fotocopia encima de la mesa.
–¡Le ha mostrado un carné de conducir falso!
–¿Cómo dice?
–El número de doce cifras, indicado en la parte inferior del carné, no existe en el fichero.
–¡Mierda!
–Así es…
–El permiso quizá sea falso, pero la foto seguro que es la suya, y reciente además. Es lo único que miro cuando me enseñan un carné, y tengo buena vista.
–Sí, tiene una vista de narices. ¿Cómo le pagó?
–En efectivo.
–Claro. ¿Puedo ver el coche?
–Va a ser difícil; un cliente acaba de alquilármelo hace tan sólo una hora. Devolución del vehículo a finales de la semana.
Las fuerzas de la mala suerte se habían aliado contra mí. Un día sin sol, como suele decirse, aunque no del todo: tenía la foto, mi arma en la funda y sabía a quién tenía que visitar.
Los arrebatos de rabia me hacían avanzar por intuición, dejando en un segundo plano la reflexión. Si Suzanne aún se aferraba a la vida, tenía las horas contadas y por tanto me veía obligado a actuar rápido, incluso corriendo el riesgo de que se derramara sangre.
Cuando la ventana corredera del Pleasure Pain chirrió, metí el brazo por el marco, agarré la nuca de Rostro de Cuero con una mano y le pegué con la otra el cañón de mi Glock en la aleta derecha de la nariz. Sin máscara, tenía delante de mí la mirada llena de sorpresa de un hombre normal y corriente.
–¡Como te pases de listo, cara de simio, te vuelo los sesos! ¡Así que abre y no muevas la cabeza!
Obedeció y, en cuanto quitó el cerrojo, di una fortísima patada a la puerta, cuyo batiente fue a estrellarse primero contra su nariz y luego contra su frente.
La Gata, que estaba colocando botellas detrás de la barra, levantó las manos.
–¿Qué quieres de nosotros, tío? Ya está cerrado, ¿sabes? – maulló.
–¡Cierra el pico!
Agarré a Rostro de Cuero del cuello del jersey y le pegué la mejilla contra la barra.
–¿Quién envió a esos tipos?
–¡Que te jodan!
Le levanté la cabeza por el pelo y se la estampé contra el zinc dos veces seguidas. La ceja se abrió como una fruta demasiado madura.
–¿Tengo que repetírtelo?
La Gata intentó romperme una botella sobre el cráneo, pero antes de que bajase el brazo hice explotar el litro de ginebra de un balazo. Se estremeció cuando apunté el cañón contra su frente. Tiré la fotocopia del permiso de conducir sobre la barra ante la mirada extraviada y ahora francamente menos astuta de Rostro de Cuero.
–Te doy diez segundos para que me digas quién es. Luego, ¡me cargo a tu puta!
–¡No lo harás! ¡No lo harás!
El golpe de culata le rompió dos dientes.
–¡Me cago en la puta, estás loco! – chilló la chica.
–¡Cinco segundos!
–¡Déjalo en paz! ¡Deja a mi chico, gilipollas!
–Tres segundos…
–¡Está bien! – cedió ella con tono rabioso.
–¡Cierra el pico! ¡Te aseguro que no se atreverá! – vociferó el gordo escupiendo gotas de sangre.
–No sé el nombre de ese tío, pero sé que viene aquí casi todas las noches. Así que ahora te largas, ¿vale? – cloqueó ella.
–¿A qué hora?
–¡Y yo qué sé, joder! ¡Aparece hacia las once!
Apreté con más fuerza el cuello de Rostro de Cuero, que respiraba como un toro. Mantuve la llave de inmovilización y dije:
–Háblame de BDSM4Y.
Su tez color leche agria se volvió blanco cadáver. Lo esposé y empujé su cuerpo grasiento a un rincón. En el movimiento de caída, se golpeó la cabeza contra una pared.
–¡Hijo de puta! – soltó.
–¡Habla! – espeté a miss Látex.
–No conozco…
Me dirigí hacia Rostro de Cuero.
–¿Jugamos otra partida?
–¡Es la verdad! ¡Nadie les conoce! ¡No existen!
–¡Pues los tíos que agredieron a mi colega eran muy reales!
–¡No tenemos nada que ver con eso! – farfulló-. No queremos follones. Esos tarados, cuanto menos se habla de ellos, mejor.
–No te miente -añadió la Gata-. No hay que jugar con ellos. Son poderosos, están en ninguna parte y en todas a la vez. No sabemos absolutamente nada. Éste es nuestro negocio. ¡Así que no nos metas en follones!
–¡Despelótate, y tú, también! – ordené acompañando mis palabras con rápidos movimientos de Glock.
–¿Y cómo lo hago con las esposas, capullo?
Le quité las trabas. Obedecieron, y aun pareció que sentían placer al hacerlo. La Gata tuvo muchas dificultades para desprenderse de su segunda piel. Peor que una serpiente que muda. Los dos cuerpos desnudos presentaban tatuajes, pero ni rastro de BDSM4Y.
–¡Está bien, volved a vestiros!
Me dirigí a Rostro de Cuero.
–Dime, ¿fuiste tú quien nos persiguió la otra noche, a Fripette y a mí?
–Así es. ¡Pero no había que ponerse así! Sólo era para asustarte. No nos gustan los intrusos aquí, y menos los que hurgan.
–Devuélveme mi documentación.
–¿Qué documentación?
Blandí la culata y él gritó, poniéndose las manos delante de la cara:
–¡Te lo prometo! ¡No tengo tu documentación! – Se aovilló en el suelo-. ¡No tengo tu documentación, joder!
–Está bien, levántate.
Me pareció sincero. Después de todo, estos dos tan sólo eran comerciantes del sexo. Por pura curiosidad les planteé la pregunta:
–¿Por qué hacéis esto? ¿Este bar? ¿Esas
backrooms
sórdidas?
La chica puso una toalla húmeda en la ceja del que parecía ser su pareja.
–¡Pues por la pasta, tío! ¡No te puedes imaginar el pastón que nos sacamos con todos esos tarados! Nosotros seguimos el juego, eso es todo, pero es únicamente un tema de pasta. Ellos se lo pasan teta cuando vienen aquí, como lo que son, amos y esclavos. ¿Qué problema hay?
–Puede que venga a dar una vueltecita esta noche. Sobre todo, no quiero enredos. Espero que nuestro amigo común esté aquí, porque si no, ¡creo que me voy a poner nervioso de verdad!
–Tendrás que solventar tus asuntos fuera -replicó la mujer-. Aquí no entras, no queremos follones. Así que escóndete en la calle, haz lo que quieras, pero ya no entras aquí. Vale, nosotros cerramos la boca. El tío vendrá está noche. Tienes la foto, te lanzas encima de él antes de que entre, pero ¡no nos montes ningún pollo! ¿De acuerdo?
–Me parece bien. No me pongáis trabas; de lo contrario volveré, y podría ser muy doloroso… -dije, y me largué cerrando de un portazo.
Aproveché la hora de la comida para engullir un sándwich, instalado en la vieja butaca de cuero que estaba en un rincón de mi despacho. La había comprado en un mercadillo y su estado de vetustez había provocado la ira de Suzanne, que se había negado a que instalase un destrozaculos en el salón. Así que había acabado aquí, a mi lado, en este edificio tan viejo como el siglo pasado. Mi mente se disponía a navegar por los mares del sueño cuando entró Crombez, apoyándose en unas muletas.
–¿Ya vas acostumbrándote? – le pregunté señalando las muletas con un movimiento de la cabeza.
–No me queda otra. Cada vez que me muevo, ¡tengo pinta de un tío que está muriéndose de ganas de mear pero que no puede! – Me dirigió una fugaz sonrisa-. Vengo a ponerme al día.
–Siéntate en mi silla.
–Si me siento ahí, nunca podré volver a levantarme -observó con acierto-. Parece una trampa de cuero para ratones. Estoy bien, me quedo de pie. Parece usted estar mucho peor que yo. Sus ojeras me recuerdan a las alforjas de la bicicleta de mi madre.
Se apoyó contra mi escritorio.
–Por lo que se refiere a Compiégne se quemó todo; no queda más que un montón de cenizas. Sólo se han encontrado los huesos carbonizados de su vecina, y no hay nada que pueda analizarse. Lo único que se salvó fue el sótano, con todos aquellos bichos disecados. En cambio, ¡el SEFTI por fin tiene una pista!
–¡Cuenta!
–Las webcams estaban conectadas a una línea de teléfono. A partir de ahí, han llegado hasta el proveedor de acceso de Marival, donde tenía colgada su página. A través de la línea telefónica, las imágenes de las webcams aparecían en internet.
–¿Has podido visitar el sitio?
–¡Pues claro! Es una página personal comp…
–¡Enséñamelo! – exclamé, interrumpiéndole y dirigiéndome hacia mi ordenador portátil.
Tecleó «http://10.56.52.14/private».
Una página apareció en la pantalla, con enlaces, recuadros de texto y pequeñas animaciones.
–Cada enlace representa una de las habitaciones de su casa -prosiguió Crombez-. Por supuesto ya no funciona, puesto que se cortó la corriente; en consecuencia, el flujo de imágenes de su domicilio al proveedor de acceso ha sido interrumpido. El sitio también dispone de un foro, un chat donde los internautas pueden dialogar en directo y diversas páginas personales donde Marival exponía sus ideas y colgaba mensajes.
Yo clicaba en los sitios que me indicaba.
–Marival no era bulímica -continuó-, como sugirió Dead Alive, pero se alimentaba muy mal. Sólo alimentos grasos o azucarados, y eso hacía que engordara de forma regular. Aquí hay una foto de ella hace menos de un año.
Me cogió el ratón de las manos y clicó sobre un icono. Apareció otra ventana y los ojos se me abrieron de par en par.
–¡Virgen santa! Pero si debía de pesar cerca de…
–Noventa y tres kilos exactamente; lo puso en el texto debajo de la foto. Cuesta compararla con el esqueleto encontrado en el matadero, que apenas pesaba más que un saco de patatas. ¿Se imagina la energía que desplegó el asesino para mantenerla con vida más de cincuenta días? ¿Para adelgazarla hasta este punto, limpiándola regularmente, hidratándola lo mínimo necesario?
–Sin olvidar que eso no le impidió ocuparse de Prieur…
–El último fichero colgado en el servidor web está fechado exactamente hace cincuenta y cuatro días, fecha probable del secuestro. – Cerró la ventana, tecleó otra dirección en el navegador principal y un usuario y una contraseña. Prosiguió-: Y aquí tiene su buzón.
–¡Pareces saber tanto del tema como Sibersky! ¿Es que ya no estoy en la onda o qué?
–Mi hermano siempre ha sido un apasionado de la informática. Cuando vivíamos en casa de nuestros padres, de más jóvenes, me enseñó unas cuantas cosas. Digamos que no se me da mal y estoy suscrito a unas cuantas revistas. Ya está; todos los mensajes que no borró están aquí. He leído un buen montón, y adivine quién destaca en su libreta de direcciones.
–¿Prieur?
–¡Exacto! «[email protected]».
–¿De qué hablaban?
–¿Usted que cree?
–¿De sadomasoquismo?
–Ha dado en el blanco. Torturas sexuales,
bondage,
fetichismo, en definitiva, toda la panoplia de la perfecta dominadora. Por lo que he podido leer, ambas mantenían relaciones puramente virtuales con numerosas parejas. La era moderna de internet…
Dirigió la flechita del ratón hacia la carpeta «Personal» y luego «Contactos». Apareció una lista interminable de seudónimos.
–Y aquí toda la gente maravillosa con quien hablaba. Relaciones puramente fantasmagóricas. Con sus webcams, aparentemente volvía locos a esos tipos; debían de masturbarse en masa delante de sus ordenadores cada vez que se despelotaba, a pesar de su peso. Las palabras que se intercambiaban eran obscenas. También habla muchísimo de las torturas infligidas a los animales que encontramos en el sótano. Dio usted en el clavo, comisario…
–¿En qué sentido?
–Marival no era una santa.
Moví el cursor, que se transformaba en una manita cada vez que pasaba por encima de un mensaje.
–¿Crees que el asesino podría estar entre esos tipos?
–Es posible. En todo caso, este sitio ha debido de servirle de gran ayuda para preparar el golpe. ¿Cómo conocer mejor las costumbres de una mujer que observándola noche y día a través de una cámara?
El asesino atrapaba a sus víctimas utilizando la red. Conocía los secretos de sus vidas, sus relaciones, sus horarios.
¿Quizás había mantenido relaciones puramente virtuales con Gad, Prieur y Marival? Había obtenido de ellas confesiones, confesiones íntimas, y luego las había castigado porque vivían en pecado, en la decadencia, en un mundo mancillado por la mirada del otro.
El Hombre sin Rostro no soportaba el vicio, así que lo aplicaba él mismo para sancionar a su prójimo, como un justiciero. Las torturaba, las mataba y luego borraba los datos de sus ordenadores para eliminar el rastro.
Me aparté del hierro candente de mis pensamientos y dije a Crombez:
–Vas a tener que estudiar esos mensajes como con un microscopio. Voy a intentar leer yo también cuantos pueda, pero antes he de resolver unos asuntos. Mete a dos o tres personas a ello.
–Estupendo. Pero el SEFTI ya está a tope de trabajo. Tienen que recuperar el disco duro del servidor para analizar todos los datos que contiene.
–Vale, por fin progresamos. ¿Se han recogido marcas en el lugar donde estaba emboscado el coche?
–Sí. Han hecho un molde de las huellas y las han llevado al laboratorio. Dibujo y anchura de los neumáticos, clásicos. Ningún rastro de pintura en los alrededores. De hecho, sí había una pequeña carretera que llevaba directamente a la casa, pero llegamos por el otro lado, el malo. Lo siento por sus zapatos…
–Da igual. ¿Has interrogado a los padres o los allegados de Marival?
Crombez movió su brazo adormecido e hizo círculos con la cabeza para distender los músculos del cuello.